18 de febrero de 2021

Cuando un cómico ya no es gracioso


Mickey One (Acosado, 1965), Arthur Penn

Los primeros minutos de Mickey One cuentan muy sucintamente cómo puede un  cómico perder la gracia. Basta con que se corra una juerga con una desconocida y deba unos cuantos miles de dólares a la mafia. Las amenazas le impiden hacer nada a derechas. Los clientes de los locales de Detroit lo abuchean. El cómico (Warren Beatty) decide entonces cancelar su identidad, borrarse… Quema sus papeles, aborda un tren como si fuera un hobo más y se planta en Chicago.


Allí, una vez tocado fondo y con el nombre de Mickey One empieza a frecuentar los clubs de striptease. Un agente de medio pelo (Teddy Hart) se ofrece a representarlo y una mujer (Alexandra Stewart) se enamora de él e intenta ayudarlo. Entre ambos le consiguen una prueba en el Xanadu, un local del centro de la ciudad. Pero Mickey vive aterrorizado con la posibilidad de que todo sea una trampa.


Penn plantea una película esencialmente kafkiana. Mickey carece de identidad, no sabe de qué se le acusa ni a quién debería entregarse para saldar su deuda. Todo su trayecto es un zigzag en el que se alternan la huida y la búsqueda de expiación.


Penn dibuja así una alegoría del hombre contemporáneo, estrangulado por su propio miedo. ¿O la película es, como postulan algunos, una parábola sobre la caza de brujas? ¿O una requisitoria contra el control ejercido por el gobierno estadounidense sobre los ciudadanos?


Un personaje mudo, el artista (Kamatari Fujiwara), construye una complicada maquinaria a base de chatarra que ejecuta una extraña sinfonía y termina en llamas. Ya que andamos metidos en metáforas, bien valdría ésta por la propia película: un mecanismo aparatoso que produce un discurso disonante y finaliza abocando al cómico, oficiante del humor verbal, a la mudez.


¿Que por qué la proyectamos en la carpa entonces? Pues por acercarnos al mundo de la stand up comedy y a adentrarnos en esos clubs donde el batería es el rey de los músicos y entre número y número del protagonista podemos admirar a una stripteuse a o una pareja de baile acrobático. En esta ocasión no hemos sacado mucho más en claro.


Mickey One (Acosado, 1965)
Producción: Columbia Pictures (EEUU)
Director: Arthur Penn.
Guión: Alan Surgal.
Intérpretes: Warren Beatty (Mickey One), Alexandra Stewart (Jenny Drayton), Hurd Hatfield (Ed Castle), Franchot Tone (Ruby Lapp), Teddy Hart (George Berson), Jeff Corey (Larry Fryer), Kamatari Fujiwara (el artista mudo), Norman Gottschalk (el evangelista tartamudo), Benny Dunn (el comediante), Charlene Lee (la cantante), Ralph Foody (el capitán de policía), Donna Michelle, Dick Lucas, Jack Goodman, Jeri Jensen.
89 min. Blanco y negro.

8 de febrero de 2021

In articulo mortis


Zorrita Martínez (1975), Vicente Escrivá

Antes de dar en empresario del espectáculo, José Luis Moreno era sencillamente ventrílocuo. Como ya hemos visto por aquí, se dedicaba a ello por tradición familiar [http://www.circomelies.com/2011/07/talio-rodriguez-maestro-de-titiriteros.html], pero junto a la conquense Mari Carmen Martínez-Villaseñor, alcanza una gran popularidad gracias a la televisión en la década de los setenta del pasado siglo. Al plantearse que el protagonista masculino de Zorrita Martínez ejerza este oficio, Vicente Escrivá recurre a Moreno para la fabricación de los muñecos y el doblaje de los mismos, de modo que, aunque no debutase como actor cinematográfico hasta la primera entrega de Torrente (1998), José Luis Moreno ya está presente en voz y alma en esta curiosa comedia sexy a la española.


Curiosa, porque se escapa del molde genérico de la comedia para recorrer el camino de la tragicomedia moralizante o la tragedia grotesca con final aleccionador, que Vicente Escrivá cultivó al final del franquismo. Y curiosa la trayectoria la del guionista y director valenciano, que desde aquellos libretos para las películas de estampita de Rafael Gil de principios de los cincuenta hasta los descarados sainetes eróticos de la Transición —con el díptico El virgo de Visanteta (1979) y Visanteta estate queta (1979)— transitó por todos los senderos del costumbrismo popular. Zorrita Martínez, como Lo verde empieza en los Pirineos (1975), otra película del mismo año también protagonizada por López Vázquez y Nadiuska, pretenden poner en solfa la represión sexual del macho celtibérico al encontrarse ante la exuberancia de la extranjera… aunque en el segundo título en cuestión, a pesar de ser camarera en Biarritz, Nadiuska sea tan española y tan casta como la que más.


En Zorrita Martínez es una venezolana llamada Lydia Martínez que simultanea su trabajo como bailarina con el “alterne” con los clientes y la prostitución más o menos encubierta. Para poder legalizar su permanencia en España, Manolo (Manolo Zarzo), su agente artístico, le propone un matrimonio de conveniencia “in articulo mortis” con un ventrílocuo con un pie en el otro barrio, “Finito” (José Luis López Vázquez).


Si otras veces hemos trazado el perfil del payaso triste, en esta ocasión deberíamos hablar del “ventrílocuo triste”, porque “Finito” no casca y decide seguir adelante con el matrimonio fingido, a pesar de la relación que ella mantiene con un tal Antonio (Alberto de Mendoza) y de los sucios manejos de representante.


El único modo de que la venezolana abandone esta vida degradante es montar un espectáculo en el que sus habilidades para el estriptis se combinan con las dotes humorísticas del ventrílocuo, como pueden ver aquí:


A lo largo de la película, Finito saca de un gran dado blanco a Cholo, un loro con chistera —trasunto del cuervo Rockefeller—, y a Zorrita, una chica de alterne con la que, como es habitual en estos casos, expresa sus auténticos sentimientos, al tiempo que utiliza la autohumillación como fuente de humor. El repertorio se completa con chascarrillos de doble sentido, alusiones al fornicio y puyas a la Censura que, paradójicamente, hizo posible este tipo de cine.


Zorrita Martínez (1975)
Producción: Aspa P.C. / Impala (ES)
Guión y Dirección: Vicente Escrivá.
Intérpretes: Nadiuska (Lydia Martínez), José Luis López Vázquez (Serafín “Finito” Tejón), Alberto de Mendoza (Antonio), Manolo Zarzo (Manolo Corrales, el representante), Rafael Alonso (don Arturo), Fernando Santos (el comisario), Luis Barbero (el cura), Emilio Fornet (un enfermo), Elmer Moulding (el norteamericano), Guadalupe Muñoz Sampedro (la monja del asilo), Jesús Guzmán (el productor catalán), Alfonso del Real (Ortigosa), Paco Cecilio (el trasnformista), Bárbara Rey, Judy Stephen, Carmen Platero, Yolanda Farr, José Luis Zaide, Emilio S. Espinosa, Mariano Venancio, Marisa Bell, Raquel Rodrigo, Víctor Israel, Fabián Conde, Juana Jiménez, Lola Lemos, Scott Miller y los muñecos y la voz de José Luis Moreno con el loro Cholo y la chica de alterne Zorrita.
90 min.Color

Queen of the Tap Dance


Honolulu (1939), Edward Buzzell

Para que veáis que tengo razón en lo que he afirmado de Eleanor Powell he encontrado esta pequeña joya para vuestro disfrute. El claqué es una disciplina artística que se ha presentado muchas veces en las pistas de circo. No hace mucho tuvimos la oportunidad de ver a Pat Bradford en el Teatro Circo Price dentro del programa del Circ Raluy, que además de claqué con los pies, lo hace con las manos, en equilibrio sobre ellas. En esta película Eleanor está mayúscula, demostrando un control de la acrobacia y del ritmo insuperable. Muchas de sus coreografías implican un riesgo que pocos artistas de la época se atrevían a intentar.

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Esta secuencia es, en mi humilde opinión, puro arte. Eleanor, la Reina del Tap Dance, está magnífica, sugerente, divina —no encuentro adjetivos suficientes para definir lo que me evoca— realizando una rutina auténticamente de vaudeville. Es una escena que se filmó para Honolulu (1939) y que finalmente se añadió siete años más tarde a la película The Great Morgan (1946)
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Y aquí la podemos admirar junto con la también incomparable Gracie Allen en un número brillante, en el que las dos derrochan simpatía y mucho arte. Atención al excelente final acrobático con comba que se marca Eleanor. Sin palabras. 


Honolulu (1939)
Director:  Edward Buzzell
Productor: Jack Cummings
Fotografía: Ray June
Edición: Conrad A. Nervig
Dirección artística: Cedric Gibbons
Guion:  Herbert Fields  y Frank Partos 
Intérpretes: Eleanor Powell (Dorothy March), Robert Young (Brooks Mason / George Smith), George Burns (Joe Duffy), Gracie Allen (Millie De Grasse), Rita Johnson (Cecelia Grayson), Clarence Kolb (Mr. Horace Grayson), Jo Ann Sayers (Enfermera), Ann Morriss (Gale Brewster), Willie Fung (Wong), Cliff Clark (First Detective), Edward Gargan (Second Detective), Eddie 'Rochester' Anderson (Washington (as Eddie Anderson)), Sig Ruman (Psychiatrist), Ruth Hussey (Eve), Kealohu Holt (Native Dancing Girl).
83 min. Blanco y negro.

29 de diciembre de 2020

Annie Laurie Starr y Bart Tare

Gun Crazy (El demonio de las armas, 1950), Joseph H. Lewis


Joseph H. Lewis 
Tremenda. Quien la ha visto, no la olvida. Desde la escena inicial, filmada con la contundencia de una pesadilla infantil, hasta el final onírico, que lleva el amour fou al desafuero absoluto. Y todo, como querían Breton y sus acólitos, proveniente de las cadenas de montaje de la fábrica de sueños. Ahora que tanto se habla de cine independiente, conviene revisar las obras completas de don Joseph H. Lewis, un señor formado en la moviola que terminó hilvanando episodios de westerns televisivos a ritmo desenfrenado. Entre una y otra actividad, un puñado de películas hechas con descartes. Aunque es más recordado por sus “film noir” –Undercover Man (Relato criminal, 1949), The Big Combo (Agente Especial, 1955) o la que hoy nos ocupa- también practicó el melodrama, la comedia, el western o las películas de chavales descarriados. Sus cintas de aprendizaje se rodaban en seis días y duraban poco más de una hora. Las produjeron Universal, Columbia o Monogram.


Una producción de los King Bros. 
Gun Crazy fue producida por los hermanos Frank y Maurice King, auténticos independientes que estrenaban sus películas a través del estudio que se las quisiera coger. Lewis había tenido un encontronazo con Harry Cohn, el mandamás de la Columbia, y se vio obligado a aceptar el mamotreto de guión -500 páginas exagera Lewis- que había preparado MacKinlay Kantor a partir de un relato suyo publicado en 1940 en el “Saturday Evening Post”. Por lo menos Lewis cuenta con treinta días de rodaje y un presupuesto de cuatrocientos mil dólares: razonable para una serie B. Además, los hermanos King le apoyan en todo. Cuando decide que necesita rodar con un equipo ligero y micrófonos pequeños, los técnicos se buscan la vida para hallar la solución. No son caprichos de director.

La escena más recordada de la película, el atraco a un banco, consta de dieciséis páginas y es necesario construir un complicado decorado que albergará al equipo durante cuatro días. Lewis coge su cámara de 16 mm y contrata a dos figurantes. Se coloca en el maletero del coche y les hace hablar mientras conducen, entran en una pequeña ciudad, bajan del coche ante un banco, regresan corriendo y emprenden una carrera para salir del pueblo. Son siete minutos y unos tres kilómetros recorridos. Con este as en el bolsillo se va a ver a los productores y les cuenta que se le ha ocurrido un modo mucho más imaginativo de rodar la escena y, que de paso, se ahorrarán sus buenos dólares. “Imposible”, responden los hermanos King. Entonces Lewis hace proyectar su prueba. El visto bueno es inmediato. Hay que acondicionar un coche, colocar sobre el techo luces de relleno y micrófonos que recojan el sonido exterior, esconder otros dos micros diminutos en los parasoles y montar una silla de jockey sobre una plataforma móvil en la parte trasera para que el cámara pueda realizar toda clase de movimientos, teniendo en cuenta que con él viajan otras seis personas.


Nueve planos en la secuencia prólogo nos cuentan la obsesión por las armas del adolescente Bert Tare (Russ Tamblin). Una serie de flashbacks ante el tribunal de Cashville nos muestran su fascinación por las armas de fuego y su incapacidad para hacer daño a cualquier ser vivo. Los testimonios de su hermana y sus amigos no le libran del reformatorio. Cuando sale de allí, Bart (John Dall) se ha convertido en un experto tirador y un coleccionista de armas. Acude con sus amigos, el sheriff Clyde Boston (Harry Lewis) y el periodista Dave Allister (Nedrick Young), a una feria y allí tiene una epifanía. Todos la tenemos porque ver aparecer en el tabladillo de la barraca a Anna Laurie Starr (Peggy Cummins) es una experiencia inolvidable. El humo de sus revólveres apenas vela el brillo de sus ojos y la palpitación de las aletas de su nariz, como un felino dispuesto a saltar sobre su presa.

Desde ese momento, sus destinos están encadenados. Primero, un número conjunto. Luego, cuando las cosas se tuercen, una serie de atracos y una persecución sin fin a imagen de la de Bonnie Parker y Clyde Barrow. Apenas un momento de respiro en una feria en la que bailan al arrullo de la voz de Frances Irwin. El asesinato de un policía, los disfraces para eludir los controles, el atraco a un matadero, la persecución por los pantanos… Todo en Gun Crazy es memorable y bello. Con la belleza de lo necesario. Nada sobra en esta película esencial. 

Una apuesta de Billy Wilder y un fin de semana con Joan Crawford 
Gun Crazy es un fracaso económico. En United Artists, que distribuye la película, a alguien se le ocurre que Gun Crazy no es un título muy comercial y decide estrenarla con el de “Deadly Is the Female”, que en castizo viene a ser “Las féminas son mortales de necesidad”.

Sin embargo, su osadía técnica atrae la atención de los estudios. Todos quieren saber cómo se han rodado aquellos planos endemoniados. Billy Wilder asalta a Lewis un día. Necesita una aclaración porque ha hecho una apuesta: él dice que ha tenido que utilizar cuatro retroproyecciones combinadas para lograr aquella escena. Joan Crawford quiere que Lewis la dirija en su próxima película… y que pase el fin de semana con ella en su casa de la playa.

Metro-Goldwyn-Mayer, el estudio de las estrellas, le hace una oferta más convincente. Se trata de utilizar el mismo estilo directo, en una película para el estudio sobre la inmigración cubana en Estados Unidos. Lewis no se lo puede creer. Firma a ciegas. No tardará en darse cuenta de que se ha metido en la boca del lobo. La protagonista de esta historia semidocumental es la estrella Hedy Lamar. Si Gun Crazy no dio un duro, A Lady Without Passport no le proporcionó el prestigio que buscaba en un gran estudio. Lewis no se arredró. En sus episodios de The Rifleman (El hombre del rifle, TV) o Gunsmoke (La ley del revólver, TV) tenía todavía el prurito de dejar su firma. Una rueda en primer término otorgaba profundidad e interés visual al plano más ramplón. Siempre fue un tipo modesto y un enamorado de su profesión.
Sr. Feliú
Gun Crazy (El demonio de las armas, 1950) 
Producción: King Bros. (EEUU) 
Director: Joseph H. Lewis 
Guión: MacKinlay Kantor y Millard Kaufman (quien firmaba por Dalton Trumbo, incluido en la Lista Negra del Comité de Actividades Antinorteamericanas), sobre el relato homónimo de MacKinlay Kantor publicado en el “Saturday Evening Post” en 1940. 
Intérpretes: Peggy Cummins (Annie Laurie Starr), John Dall (Bart Tare), Harry Lewis (el sheriff Clyde Boston), Nedrick Young (el periodista Dave Allister), Berry Kroeger (Packett), Morris Carnovsky (el juez Willoughby), Anabel Shaw (Ruby Tare), Frances Irwin (la cantante del Danceland), Anne O'Neal (Miss Augustine Sifert), Joseph Crehan (Mr. Mallenberg), Stanley Prager (Bluey-Bluey), Virginia Farmer (Miss Wynn, la maestra), Russ Tamblyn (Bart adolescente), Mickey Little (Bart niño), William J. O'Brien, Eddie, Dick Elliott, Trevor Bardette, Tony Barr, Don Beddoe, Ross Elliott, Franklyn Farnum, Harry Hayden, Arthur Hecht, George Lynn, Robert Osterloh, Shimen Ruskin, Ray Teal, Dale Van Sickel, David Bair, Paul Frison.
86 min. Blanco y negro.

13 de diciembre de 2020

Gato por liebre


Az prijde kocour (La historia que nunca ocurrió, 1963), Vojtech Jasny 

Gato por liebre. Y no es que haya engaño alguno en Az prijde kocour. Ocurre simplemente que lo que trae el mago en la chistera no es un conejo sino un gato. O una gata. Una gata con unas gafas con cristales de colores. Si miran por ellas verán que el apacible pueblecito en el que ustedes viven se transforma en un mundo fantástico que anticipa la sicodelia y en el que toda hipocresía queda al descubierto.
La conexión donostiarra de Vojtech Jasny 
Az prijde kocour es obra de Vojtech Jasny, hijo de un maestro de Moravia. Estudió Filosofía y ruso en Praga antes de iniciar una carrera como documentalista que desemboca en su dedicación al cine de ficción. Forma parte, por tanto de la generación de directores checoslovacos que emergieron durante los primeros sesenta, aunque, un poco mayor que Milos Forman o Vera Chytilová, procedentes de la FAMU, la Escuela de Cine de Praga.

Jasny ganó con esta película el premio especial del jurado en Cannes, en 1963, y formó parte de la primera delegación checoslovaca que visitó el Festival de San Sebastián en 1964. En aquel entonces el certamen donostiarra era la excusa del régimen para demostrar que en España se proyectaba cine de más allá del telón de acero y mantener una cierta apariencia de apertura cultural, que no política. Jasny concurrió a la Sección Informativa precisamente con Az prijde kocour, cuya presencia quedó oscurecida por la película a concurso Limonadovy Joe (Joe Kolaloka, 1964), de Oldrich Lipsky, una farsa musical en clave de ópera western que obtuvo la Concha de Plata. Aunque Az prijde kocour no se estrenó comercialmente en España circuló por algunos festivales y cine-clubs con el título de La historia que nunca ocurrió.

Jasny regresó a San Sebastián en 1977. Para entonces ya había tenido que salir por pies de Checoslovaquia. Esta vez la Concha de Plata fue para él, por su adaptación de la novela de Heinrich Böll, “Opiniones de un payaso”, así que a lo mejor nos volvemos a tropezar con él por aquí.

El mago, la trapecista y la gata 
El señor Oliva (Jan Werich, que también es el guionista) se nos aparece en un ventanuco del reloj de la torre y nos interroga: -¿Realidad o fantasía? Más bien parece fantasía…

Y pronto nos daremos cuenta de que es así cuando Robert (Vlastimil Brodsky) encomiende a sus alumnos que dibujen lo que más y lo que menos les gusta de la ciudad. Los papeles en blanco se animan con imágenes en blanco y negro de lo que de siniestro esconde lo cotidiano. Nadie se atreve a dibujar esto.
Jasny es un moralista. Robert se enfrenta al director del colegio (Jirí Sovák) cuando éste abate una cigüeña. La reprimenda apenas deja margen para la interpretación: llamar asesino a un superior no es lo más adecuado y sólo existe una verdad, la del recto camino que marca la autoridad. Robert filmaba a la cigüeña. El plano del director disparando a la zancuda es su simétrico inverso. Robert ama a los animales. El director está orgulloso de que la ciudad tenga el mejor museo de animales disecados del país: eso es lo que atrae a los turistas.

Desde la torre del reloj el señor Oliva nos presenta a los habitantes de la ciudad: Janek (Karel Effa), un perezoso que se hace pasar por cojo, y Marjánka (Vlasta Chramostová), trabajadora infatigable que carga con él cuando se finge enfermo; la cotilla (Alena Kreuzmannová), que pretende enterarse de lo que ocurre detrás de cada ventana; el dueño del restaurante (Jaroslav Mares), que agasaja a los representantes oficiales para que hagan la vista gorda…

Robert lleva al señor Oliva a clase. Servirá de modelo para que los niños deben dibujen “la realidad”, siguiendo la vieja norma del realismo socialista. Sin embargo, en un instante, el señor Oliva se ha embarcado en una historia que encanta a los niños y dispara su imaginación. La historia de su naufragio, de cómo conoció a la bella Diana (Emília Vásáryová) y a Mourka, una gata con gafas. Cuando se las quitaban la gente se volvía del color de sus acciones: los farsantes y mentirosos, violetas; los desleales, amarillos… En cambio los enamorados se volvieron rojos como amapolas.
Y de pronto la fantasía cobra vida. Al pueblo llega un camión rojo con un jazz band negro, Diana con el gato en brazos y el doble del señor Oliva como un mago vestido de verde.

Por la noche, en la plaza, tiene lugar el espectáculo. La sesión comienza con una pantomima protagonizada por prendas de ropa y utilería que se recortan contra el fondo negro. Los habitantes de la ciudad están encantados en tanto que la fábula resulta inofensiva, pero cuando el director y el profesor reconocen el incidente de la mañana en un sombrero con un rifle y un jersey con una cámara, la sátira es tan diáfana que el director no tiene más remedio que pronunciarse. Todo es una patochada: ¿quién habría de sentirse agredido por ello?

Luego, el mago lanza una serie de flores al público. La última se transforma, en el aire, en la bella Diana. Un ejercicio de levitación es el prólogo al número de la muchacha en el trapecio. Más tarde hacen su aparición los gatos equilibristas. Mourka se acerca a Diana que le quita las gafas. Se produce entonces un ballet frenético. Los amarillos y los grises se enfrentan con los rojos. El profesor, enamorado de la trapecista hasta las cachas, está de un rojo encendido, en tanto que su amante vira del amarillo al morado. El resto del pueblo huye en desbandada. Mourka ha desaparecido.

Todos buscan a la gata pero son los niños quienes la encuentran. Los habitantes del pueblo quieren matarla. El director del colegio considera que será una pieza estupenda para el museo de animales disecados. Robert y el señor Oliva aguardan el regreso de Diana y del señor Oliva para que la situación se resuelva. 

Lírica y satírica 
Az prijde kocour es una película deliberadamente poética, una sátira con ribetes amables y un derroche de técnica cinematográfica en un momento en que estas cosas se hacían en plan artesanal.

Cuando el señor Oliva se encuentra con su doble, el mago, se preguntan a qué se dedica cada cual. El mago acude con Mourka allá donde se les necesita, o sea, a todos sitios. El señor Oliva se pretende botánico; un jardinero que busca que la flor de la fantasía infantil no se marchite al concluir la infancia. Acaso a alguno de ustedes les resulte un tanto trasnochado. En ese caso, procreen, críen a sus vástagos y luego vean la película con ellos. Que la disfruten:


Az prijde kocour (La historia que nunca ocurrió, 1963) 
Producción: Filmové Studio Barrandov (CHE) 
Director: Vojtech Jasny 
Guión: Jan Werich y Vojtech Jasny. 
Argumento: Vojtech Jasny y Jirí Brdecka. 
Intérpretes: Jan Werich (el mago / Oliva), Emília Vásáryová (Diana), Vlastimil Brodsky (Robert, el profesor), Jirí Sovák (Karel, el director de la escuela), Vladimír Mensík (el conserje), Jirina Bohdalová (Julie), Karel Effa (Janek), Vlasta Chramostová (Marjánka), Alena Kreuzmannová (la cotilla), Stella Zázvorková (Ruzena), Jaroslav Mares (el dueño del restaurante), Jana Werichová, Ladislav Fialka, Karel Vrtiska, Václav Babka. 
91 min. Color.

10 de diciembre de 2020

Marujita es el pájaro loco


Pelusa (1960), Javier Setó

ADORO mis obsesiones porque me permiten llegar al límite sin plantearme ningún dilema intelectual o moral. De otra forma nunca me habría planteado realizar esta reseña de Pelusa, una película española que reúne con desparpajo una colección de tópicos circenses que poco a poco han ido penetrando en el subconsciente de esa parte de nuestro cerebro que dedicamos al Circo y a España.

Realizada por Javier Setó en 1960, Pelusa cuenta con un elenco de lujo: Marujita Díaz, Espartaco Santoni, Roberto Rey, Viviane Romance, Félix Fernández, Antonio Riquelme y otros muchos actores de la época que recrean diferentes personajes del Circo Solferino, un pequeño circo que sobrevive gracias al tesón de sus artistas y al de su propietario, el avispado Solferino (Félix Fernández). Tito García se estrena en el cine –fue torero en sus años mozos– interpretando al forzudo, el mismo papel que realizará en Salto Mortal un poco más tarde y Antonio Riquelme, un espléndido y prolífico actor cómico, encarna al domador Kipling, un esquelético beluario enamorado de la mujer gorda.

Rock (Roberto Rey) es el payaso del circo. Alcoholizado y depresivo mantiene la poca cordura que le queda gracias a su hija, Pelusa (Marujita Díaz), inocente jovencita que en realidad es el alma del circo. Huérfana de madre –eso cree ella–, los otros miembros del circo la tratan como si fuera su propia hija y como comodín del circo. El guión encierra un secreto a voces que al final sirve para agrupar los números musicales de la Díaz y para coreografiar un gran desfile circense en el que participan los artistas del momento del Circo Americano.

Pelusa está enamorada, cómo no, del trapecista Darsay (Espartaco Santoni), pero éste, cómo no, no se fija demasiado en ella. Su padre, Rock, sale borracho a la pista y es Pelusa la que tiene que salvar el número. Es cuando descubrimos al payaso Pelusa, un personaje del que todavía presume la actriz, ya que consiguió el premio de interpretación del Sindicato Vertical del Espectáculo, que ella recientemente en un programa de televisión denominó los Oscars españoles de la época. El movimiento alocado de los ojos, una de las habilidades más aplaudidas de nuestra protagonista, y una risa calcada a la del pájaro loco, dibujan un payaso que hace sacar lo peor de mi mismo.
Poco a poco el galán Darsey va cambiando su opinión con respecto a Pelusa y cuando ambos llegan a reconocerse mutuamente este amor, irrumpe en escena Zizí Lemaire (Viviane Romance), una estrella de la canción que en el inicio de la película da paso al flashback que nos presenta el Circo Solferino. Zizí se lleva a Pelusa a París tras una intriga muy débil que apenas permite la sorpresa. Zizí Lemaire es la madre de Pelusa. Rock, el padre, la había abandonado hace 20 años, por celos profesionales, llevándose a Pelusa .

Pelusa triunfa rotundamente en París, pero su máxima ambición es volver al circo y reunir a sus padres. Al final, Pelusa regala al circo pobre todos los elementos de un gran circo y en la apoteosis final se encuentra con su amado Darsey, uno de los finales más felices y más previsibles que he visto en mi vida. 

"Los payasos no sudamos", "el circo es eso de estar triste y feliz a la vez" y "el circo es Pelusa" son algunas de las frases que acompañan esta historia impregnada de un ligero tufo del nacional-catolicismo de la época. Con todo, podemos disfrutar de una banda sonora de lo más española compuesta por un ramillete de canciones muy del gusto del momento y que se mantienen vivas en nuestro recuerdo–muy destacable la de Soldadito español en plan parada circense–, y de una secuencia en la que Marujita parece, de verdad, estar encima de un alambre de equilibrio mientras canta una divertida canción (La pequeña tonkinesa) vestida a lo oriental, un número que hoy se disputarían los mejores circos. 

Pelusa (1961)
Producciones Cinematográficas M.D.
Dirección: Javier Setó.
Guión y diálogos: Luis David de los Arcos y J. M Iglesias, sobre una idea de Marujita Díaz.
Intérpretes: Marujita Díaz, Espartaco Santoni, Roberto Rey, Viviane Romance, Félix Fernández, Antonio Riquelme, Tito García, Diana López, Francisco Bernal, Enrique Benchimol.
Payasos: Pedro Pescador, Antoñito Candelas, Julio Carbayo, Eduardo Ruiz, Jose Clavijo, Antonio Palacios, Francisco González, Cesáreo González y el chimpancé Judith.
Asesor circense: Alfredo Marquerie
Eastmancolor, 95 min.