Un lugar para el encuentro. en el más amplio sentido del término, entre el cine, el circo y las variedades
(A place for the meeting, in the most wide sense of the term, among the cinema, the circus and varietés).
Autores: Sr. Feliú y Javier Jiménez
23 de julio de 2019
La otra cara del circo
12 de julio de 2019
Del circo como arma revolucionaria
Viva Maria! (Viva María, 1965), Louis Malle
IRLANDA, 1891. María, una niña de pocos años, colabora con los activistas del IRA. Diez años después se ha convertido en una mujer. ¡Y tanto! Como que resulta que María es ahora Brigitte Bardot y su activismo contra el imperio británico la llevan a volar… el Peñón de Gibraltar. En 1907 su carrera como dinamitera la ha conducido a Centroamerica. Mientras tanto, otra María (Jeanne Moreau) actúa en los tabladillos de los pueblos miserables de la República de San Miguel a los que le conduce la caravana del circo. La segunda María tiene una compañera que se suicida por un amor no correspondido. Es inevitable que las dos Marías se encuentren: una, huyendo del ejército, y la otra buscando una compañera para su número de baile.
La troupe en la que se integra la María dinamitera está comandada por el Gran Rodolfo (Claudio Brook), lanzador de cuchillos, y cuenta con la presencia de un grupo de acróbatas conocidos como “Los Turcos” (José Luis Campa, Roberto Campa, José Esqueda y Eduardo Murillo), los magos internacionales monsieur y madame Diogène (Gregor von Rezzori y Paulette Dubost) y el hombre más fuerte del mundo (Luis Rizo).
Todos ellos realizan sus números cuando toca función, pero también en sus actividades cotidianas. El forzudo saca los carromatos de los atolladeros, el Gran Rodolfo muestra su puntería con el cuchillo cuando se meten en algún apuro y “Los Turcos” son capaces de organizar una fuga por un tragaluz en un santiamén.
Lo de monsieur Diogène es otra cosa. En un pueblo en que las armas de fuego están a la orden del día se le ocurre sacar una paloma del sombrero. El volátil cae inmediatamente abatido por un certero disparo. Ni corto ni perezoso, el mago extrae con sus dedos la bala y resucita a la paloma. ¡Voilà!
Las dos Marías… Las dos Marías hacen un bailecito de music-hall con sus sombrillitas y su canción anodina, cuya letra ni siquiera consigue aprenderse la María dinamitera. No importa. Un accidente fortuito hace que el vestido se rompa y a partir de ahí su éxito es arrollador. En todo San Miguel se las conoce ya como las “Marías desnudas”.
La primera hora de película ha obedecido a este planteamiento sencillo e intrascendente. La segunda, desarrolla una trama amorosa entre la María bailarina y el cabecilla revolucionario (George Hamilton) en su lucha contra el opresor Rodríguez (José López Moctezuma). En este tramo la cinta peca de cierto didactismo y de un exceso de morosidad. Las aventuras adquieren un tono tebeístico a medio camino entre el Teniente Blueberry y las aventuras de Tintín en San Teodoros. Sin embargo, la metáfora encarnada por las dos stripteuses es diáfana: la María bailarina descubre la política y la María dinamitera, el sexo; ambas prácticas son igualmente revolucionarias y juntas un cóctel explosivo. “¡Viva María!” se convierte en el grito de la sublevación popular contra Rodríguez y “El Pacificador”. La troupe del Gran Rodolfo pone sus habilidades al servicio de la revolución. Los enemigos tienen nombre y apellidos: ejército, iglesia y banqueros, aliados en contra de los oprimidos.
No les contamos el final pero sí el estrambote porque anduvo mucho tiempo perdido y se ha recuperado para la edición en DVD. Las dos Marías se han teñido de morenas y triunfan en Europa… cantando en español.
Como el guionista Jean-Claude Carrière colabora habitualmente con Malle, Pierre Etaix y Luis Buñuel no deben extrañarnos los rasgos de humor bizarro, las salidas de tono de corte surrealizante ni la presencia de dos actores asociados a la filmografía del calandino. Claudio Brook, que es aquí el Gran Rodolfo, se metió este mismo año en la piel de Simón el estilita; Francisco Reiguera, exilado español, también estuvo en Simón del desierto (1965), en el papel de diablo disfrazado de vieja, y trabajó en innumerables películas mexicanas antes de convertirse en el nunca finiquitado Don Quijote de Orson Welles. Juan Luis Buñuel ejerce de ayudante de dirección. Con tal plantel es perfectamente razonable tropezarse con ese esqueleto de jinete sobre el esqueleto de su caballo en mitad del desierto. Lo que todavía no ha logrado explicarse nadie es cómo orilló la censura franquista este grito a favor de las drogas blandas: ¡Viva María!