Yo-Yo, Pierre Etaix, 1965
Un hombre y una mujer viajan en un descapotable. Él lleva el volante, en tanto que ella se pinta los labios. El coche automóvil cruza un badén señalizado. La marca de la barra de labios sobre la boca de la mujer es la rima exacta de la señal de tráfico.
Quien ame esta clase de poesía en la que el humor slapstick y la viñeta sin palabras se dan la mano, caerá rendido ante Yoyo (Yo-Yo, Pierre Etaix, 1965)… Si le dejan, claro, porque desde la lejana fecha de su estreno, en 1965, la película capital de Pierre Etaix sólo ha sido presentada al público en el Festival de Cannes de 2007, por un oscuro pleito con el detentatario de los derechos.
Sobre la influencia del circo en el cine opina Pierre Etaix en una entrevista aparecida en la revista CinémAction en 1997: "Ah ! Elle este capitale (…). D’ailleurs, on retrouve dans tous les films de Chaplin, de Keaton, de Laurel et Hardy, des exercices du style qui appartiennent à une tradition clownesque, sur lesquels chacun brodait. Par exemple, chez les Marx Brothers, dans Duck Soup, il y a toute une scène du miroir brisé, qui existait déjà chez Max Linder. Mais au-delà du miroir brisé, qui est un argument d’une « entrée » en soi, il y a tous les petits détails : du chapeau à la gymnastique acrobatique, aux jongleries, à la musique, à la prestidigitation ; tout cela est un héritage du cirque et de la comédie clownesque".
Pues bien, Yo-Yo es la única película de Etaix que tiene por escenario este mundo. En los dulces años veinte Pierre Etaix encarna a un aristócrata entregado a la vida muelle. Una legión de criados satisface su más mínimo capricho. Y, sin embargo, el aristócrata es infeliz: cuando llega a su despacho abre el cajón y contempla la foto de su amada. Un día el circo llega a la ciudad y allí viene ella.
El circo Pinder
El circo es el circo Pinder, establecido en Francia desde 1855 cuando los caballistas Georges y William Pinder decidieron abandonar la Gran Bretaña por la dulce Francia. A principios del siglo XX el Pinder ya es toda una institución. A su popularidad contribuyen sus vistosos carromatos. En 1924 el fallecimiento de Arthur Pinder, enésimo descendiente de la familia titular, provoca la venta del circo que, no obstante, conocerá sus años dorados durante la década de los cincuenta, cuando, bajo la dirección de Charles Spiessert, firme un contrato con la ORTF –la radio-televisión francesa- que trae a las estrellas radiofónicas y de las variedades a las tres pistas del Pinder. No es extraño pues que Pierre Etaix solicitara su concurso para la filmación de Yo-Yo, ni que, andando el tiempo, interpretara allí junto a su mujer su propio número de payasos.
El circo es el circo Pinder, establecido en Francia desde 1855 cuando los caballistas Georges y William Pinder decidieron abandonar la Gran Bretaña por la dulce Francia. A principios del siglo XX el Pinder ya es toda una institución. A su popularidad contribuyen sus vistosos carromatos. En 1924 el fallecimiento de Arthur Pinder, enésimo descendiente de la familia titular, provoca la venta del circo que, no obstante, conocerá sus años dorados durante la década de los cincuenta, cuando, bajo la dirección de Charles Spiessert, firme un contrato con la ORTF –la radio-televisión francesa- que trae a las estrellas radiofónicas y de las variedades a las tres pistas del Pinder. No es extraño pues que Pierre Etaix solicitara su concurso para la filmación de Yo-Yo, ni que, andando el tiempo, interpretara allí junto a su mujer su propio número de payasos.
Además de incorporar una importante galería de artistas circenses contemporáneos –incluido un papel de importancia para el elefante Siam-. No menos valor tiene la cita de otros personajes ficticios. Cuando la caravana del circo llega a una ciudad italiana, tropieza con el cartel en que se anuncia la actuación de Gelsomina y Zampanò, los protagonistas de La strada (Federico Fellini, 1954).
Humor
Yo-yo es una catarata de gags. La presentación es una buena muestra de lo que nos aguarda. A la visión general de la mansión versallesca en la que habita el protagonista, sucede un recorrido por el vestíbulo adornado con una serie de cuadros de sus ilustres antepasados. El último cobra vida. ¿O no? Una panorámica descubre que estábamos ante un trampantojo. El aristócrata se reflejaba simplemente en un espejo del vestíbulo y daba los últimos retoques a su atuendo antes de salir de casa.
Este tipo de ilusiones visuales se repiten continuamente. Para distraer el ocio del noble sus criados manejan un barco en un estanque, hasta la irrupción de uno de ellos en el cuadro, la ilusión de que estamos en alta mar es perfecta. Etaix juega así una y otra vez a descolocar al espectador, invitándole a cuestionar qué es lo que está viendo y cómo debe interpretarlo. De este desajuste surge un humor muy construido y, al tiempo, muy directo, ya que el reconocimiento es inmediato.
Durante la primera media hora, en tanto la acción transcurre en 1925, la película carece de diálogos. Hay un doble juego en esto, porque al tiempo que se evoca el tiempo del cine silente –la primera película con sonido sincrónico de amplia difusión fue El cantor de jazz (The Jazz Singer, Alan Crossland, 1927)- tiene a su favor las nuevas convenciones que para este tipo de cine ha establecido Jacques Tati durante las dos décadas anteriores, entre ellas el enriquecimiento y depuración de la banda de efectos sonoros.
Yo-yo es una catarata de gags. La presentación es una buena muestra de lo que nos aguarda. A la visión general de la mansión versallesca en la que habita el protagonista, sucede un recorrido por el vestíbulo adornado con una serie de cuadros de sus ilustres antepasados. El último cobra vida. ¿O no? Una panorámica descubre que estábamos ante un trampantojo. El aristócrata se reflejaba simplemente en un espejo del vestíbulo y daba los últimos retoques a su atuendo antes de salir de casa.
Este tipo de ilusiones visuales se repiten continuamente. Para distraer el ocio del noble sus criados manejan un barco en un estanque, hasta la irrupción de uno de ellos en el cuadro, la ilusión de que estamos en alta mar es perfecta. Etaix juega así una y otra vez a descolocar al espectador, invitándole a cuestionar qué es lo que está viendo y cómo debe interpretarlo. De este desajuste surge un humor muy construido y, al tiempo, muy directo, ya que el reconocimiento es inmediato.
Durante la primera media hora, en tanto la acción transcurre en 1925, la película carece de diálogos. Hay un doble juego en esto, porque al tiempo que se evoca el tiempo del cine silente –la primera película con sonido sincrónico de amplia difusión fue El cantor de jazz (The Jazz Singer, Alan Crossland, 1927)- tiene a su favor las nuevas convenciones que para este tipo de cine ha establecido Jacques Tati durante las dos décadas anteriores, entre ellas el enriquecimiento y depuración de la banda de efectos sonoros.
Estos funcionan como elementos cómicos puramente mecánicos en las escenas en las que interviene la servidumbre de la mansión. Las puertas que se abren y cierran con sonido característico llevan aparejadas movimientos mecánicos de los criados y el propio movimiento de Pierre Etaix, que exagera la pantomima hasta convertirse en una especie de muñeco de resortes. Desde el estudio de Henri Bergson sobre el humor -Le rire: essai sur la signification du comique (1900)- sabemos que una de las principales fuentes de comicidad consiste en esta mecanización de actos que debieran ser puramente humanos.
Para la composición de este personaje Etaix recurre a la impavidez de Buster Keaton, pero su figura –bigotillo de pincel, chistera…- procede sin duda de Max Linder, el gran cómico francés del que Chaplin siempre reconoció influencias y que se suicidó precisamente en 1925. Digno de cualquiera de ellos es la viñeta en que el aristócrata decide sacara al perrito para su paseo matinal. Se viste convenientemente, monta en el Rolls y un criado le entrega la correa del perro. Un plano general muestra el coche dando la vuelta al jardín y el perrillo corriendo a la par mientras una mano enguantada sostiene la correa a través de la ventanilla.
Yoyo
La historia da un giro con la llegada del circo al pueblo. En él viajan la écuyère de la que está enamorado el aristócrata y el pequeño Yoyo (Luce Klein), un niño payaso que resulta ser su hijo. El aristócrata abandona su mansión en pos de ellos. Los acontecimientos se suceden: el crack de la Bolsa de 1929 da lugar a un gag en el que un transeúnte debe evitar que le acierten los millonarios suicidas que se lanzan desde las ventanas de sus oficinas. Como la fecha coincide con la generalización del cine sonoro, la película rompe a hablar en este momento. Otros momentos estelares de la Humanidad también se resuelven en forma de gag. Una manifestación con pancartas en las que aparecen Stalin, Karl Marx y su primo Groucho. Al contrario que en El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin, 1940), Adolf Hitler empuña un bastón y se cala un bombín y se convierte en Charlot.
Mientras tanto, Yoyo cruza una cortina y se ha convertido en hombre. Su fama como payaso traspasa fronteras. En España, Etaix/Yoyo hace un dibujo de un tipo típico con sombrero cordobés. Otro gag perfectamente medido tiene lugar a la puerta de una iglesia. Yoyo se descubre antes de entrar en el templo. De pronto, descubre a un menesteroso sentado en la escalinata con la gorra extendida. Rebusca una moneda en el bolsillo. Una beata que sale de la iglesia en ese momento al verle con el sombrero tendido, le echa automáticamente una limosna en él. En la iglesia encuentra a Isolina (Philippe Dionnet), a punto de alcanzar el éxito internacional como chica Bond en Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965), que trabaja como trapecista.
La historia da un giro con la llegada del circo al pueblo. En él viajan la écuyère de la que está enamorado el aristócrata y el pequeño Yoyo (Luce Klein), un niño payaso que resulta ser su hijo. El aristócrata abandona su mansión en pos de ellos. Los acontecimientos se suceden: el crack de la Bolsa de 1929 da lugar a un gag en el que un transeúnte debe evitar que le acierten los millonarios suicidas que se lanzan desde las ventanas de sus oficinas. Como la fecha coincide con la generalización del cine sonoro, la película rompe a hablar en este momento. Otros momentos estelares de la Humanidad también se resuelven en forma de gag. Una manifestación con pancartas en las que aparecen Stalin, Karl Marx y su primo Groucho. Al contrario que en El gran dictador (The Great Dictator, Charles Chaplin, 1940), Adolf Hitler empuña un bastón y se cala un bombín y se convierte en Charlot.
Mientras tanto, Yoyo cruza una cortina y se ha convertido en hombre. Su fama como payaso traspasa fronteras. En España, Etaix/Yoyo hace un dibujo de un tipo típico con sombrero cordobés. Otro gag perfectamente medido tiene lugar a la puerta de una iglesia. Yoyo se descubre antes de entrar en el templo. De pronto, descubre a un menesteroso sentado en la escalinata con la gorra extendida. Rebusca una moneda en el bolsillo. Una beata que sale de la iglesia en ese momento al verle con el sombrero tendido, le echa automáticamente una limosna en él. En la iglesia encuentra a Isolina (Philippe Dionnet), a punto de alcanzar el éxito internacional como chica Bond en Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965), que trabaja como trapecista.
La película enfrenta ahora lo viejo y lo nuevo. Las argucias de los artistas para poder hacer sus comidas en la habitación del hotel donde prohíben estas prácticas y el ascenso social de Yoyo que, en estos años, pasa por su participación en televisión. El pequeño payaso se ha convertido en un afortunado hombre de negocios. Su imperio se expande, reacondiciona la mansión de su padre y allí recibe a la mejor sociedad. Yoyo no deja de ser un inadaptado, aunque ha resultado seducido por el oropel. Este tramo final rima con la película que Jacques Tati está realizando por esas mismas fechas: Playtime (Play Time, Jacques Tati, 1967). A éste no le sienta nada bien que su discípulo se le adelante y acaso orquestar una campaña de descrédito contra Yoyo. En cualquier caso, eso cree Pierre Etaix durante mucho tiempo. La relación entre el discípulo y el maestro está irremediablemente tocada.
Y, sin embargo, los paralelismos entre ambas obras son evidentes sin necesidad de entrar en competencia. Ante todo, una sensación de melancolía que lo impregna todo, incluso el humor más desquiciado y surreal. Luego, el lirismo sin caer en el sentimentalismo. Cuando se reencuentra con Isolina ella prefiere marcharse con la caravana del circo y, al final, Yoyo la seguirá a lomos de un elefante, dejando atrás la mansión y el éxito.
Sr. Feliú
YoYo (Yoyó, 1965)
Producción: C.A.P.A.C. (FR)
Dirección: Pierre Étaix.
Guión: Jean-Claude Carrière y Pierre Étaix.
Intérpretes: Pierre Étaix (YoYo / el millonario), Claudine Auger (Isolina), Luce Klein (la écuyère), Philippe Dionnet (YoYo niño), Martine de Breteuil (Madame de Briac), Roger Trapp (Leroy), Pipo, Dario, Mimile (clowns), Philippe Castelli (la doncella), Fernand Guiot (el paisano), Jean-Pierre Moncorbier, Gabrielle Doulcet, Luc Delhumeau, François Lalande, Marcellys, Armande Andrieux, Jocelyne Loiseau, Mary Petrov, William Coryn, Amédée, Arthur Allan, Annie Savarin, Nono Zammit y el elefante Siam.
92 min. Blanco y Negro
Guión: Jean-Claude Carrière y Pierre Étaix.
Intérpretes: Pierre Étaix (YoYo / el millonario), Claudine Auger (Isolina), Luce Klein (la écuyère), Philippe Dionnet (YoYo niño), Martine de Breteuil (Madame de Briac), Roger Trapp (Leroy), Pipo, Dario, Mimile (clowns), Philippe Castelli (la doncella), Fernand Guiot (el paisano), Jean-Pierre Moncorbier, Gabrielle Doulcet, Luc Delhumeau, François Lalande, Marcellys, Armande Andrieux, Jocelyne Loiseau, Mary Petrov, William Coryn, Amédée, Arthur Allan, Annie Savarin, Nono Zammit y el elefante Siam.
92 min. Blanco y Negro