24 de septiembre de 2021

Lo que no salió en I Clowns


Las capturas proceden de I Clowns

Hacer una película es la versión en castellano de uno de los mejores libros sobre Fellini: el que escribió él mismo en 1980 para Enaudi con el título de Fare un film. No fue una tarea fácil. El manuscrito original era un collage de entrevistas y páginas volanderas en mil y un idiomas que había recopilado la editorial Diogenes de Zúrich para editarlas en alemán en 1974. Una mera traducción al italiano habría resultado absurda y Fellini se involucró en la redacción de nuevos textos a partir de este material heterogéneo.


El resultado, ya lo avanzamos más arriba es un libro de una clarividencia lacerante, inopinadamente complementaria a la componente irracional —rememorativa, onírica, espiritual si se quiere- que parece guiar toda su obra cinematográfica. Sólo por esto valdría la pena el libro, pero es que, además, ofrece un aluvión de información adicional al proyecto televisivo I Clowns . Para empezar, la transcripción de la entrevista con Bario (Manrico Meschi) al micrófono, que luego fue incapaz de repetir ante las cámaras.


Bario propone la creación de una escuela de circo donde los payasos puedan aprender de sus mayores. Habla sobre el maquillaje, por ejemplo:

“El maquillaje es materia de enseñanza. Ni mucho ni poco. Si hay demasiado asusta a los niños. Albert Fratellini ha hecho llorar a muchos niños., con su trombón, con sus pies que se apagaban y encendían como luciérnagas. Hacer el payaso es bueno para la salud. Sienta bien porque uno puede hacer finalmente lo que quiere: romperlo todo, desgarrarlo, pegar fuego, rodar por los suelos… Y no hay nadie que te lo reproche, sino que por el contrario te aplauden… Y los niños quisieran hacer todo lo que haces: romper, quemar, rodar por los suelos… Por eso te quieren. Es preciso empujarlos por este camino, y hacer una buena escuela de payasos, con inscripción abierta también para los niños: sobre todo para los niños. Así pueden estar cómodos ellos, divertirse y hacer que otros se diviertan: es un buen oficio y, de saberlo hacer, se gana tanto como un oficinista. ¿Por qué los padres quieren que sus hijos sean oficinistas y no payasos? Todo eso está equivocado. Dicen: la risa hace buena sangre. Ah, yo creo en eso. Si uno ha pasado toda su vida en medio de carcajadas, cuando llega a viejo tiene los pulmones llenos de oxígeno”. (pág.167)


En ese compendio de reportaje televisivo, ejercicio memorialístico y documental que es I Clowns, Fellini incluye algunas reconstrucciones: ficciones que le permiten recrear su relación personal con el circo y, entre ellas, el descubrimiento de la carpa que levantaron una noche ante su casa como si fuera un milagro. O una pesadilla de Little Nemo, el cómic de Windsor McKay que parece inspirar la iconografía del episodio.


El segmento más extenso de estas reconstrucciones es el del “entierro del payaso”, que constituye el clímax de la película. Hay, no obstante, dos ficciones que Fellini detalla en Hacer una película y cuya ausencia nos duele especialmente.


La primera es la de la familia Zacchini, a decir de Fellini, los inventores de “la bala humana”. El primer Zacchini dedicado a los ejercicios aéreos fue Ildebrando, nacido en Ferrara en 1868 y fundador del Circo Olimpico. Uno de sus nueve hijos, Hugo, fue el que concibió el número de la bala humana, según la leyenda, como arma de guerra a utilizar en la contienda mundial del año 14. Al parecer el Estado Mayor italiano desestimó por impracticable la idea de un grupo de proyectiles humanos que pudieran sorprender al enemigo por la retaguardia y Hugo decidió proponérselo a su padre. El número se estrenó en El Cairo en 1922 y en 1926 se presenta en Barcelona. Escribe entonces el comentarista de La Vanguardia:

“Mr. Zacchini, el intrépido (…), realiza la hazaña de lanzarse disparado por la explosión de una carga de dinamita corriente desde el interior de un cañón monstruo. El momento de introducirse por la boca del cañón, este hombro bala, es de lo más impresionante que puede presentarse en público”.
(4 de noviembre de 1926)



Poco después firmó un contrato con el circo de Ringling, Barnum y Bailey y se trasladó a Estados Unidos con sus hermanos.


Y aquí comienza su historia Fellini. Los Zacchini se instalan en Tampa (Florida) en una casa con un pequeño jardín sin extensión suficiente para realizar sus entrenamientos, de modo que instalaban sus aparatos en el jardín e iban a aterrizar en un prado, al otro lado de la carretera. Los accidentes en la zona eran continuos porque los automovilistas se despistaban cuando veían al proyectil humano pasar por encima de sus cabezas. El alcalde de Tampa decide entonces colocar sendos carteles en ambas entradas de la carretera en los que se advierte a los conductores:
“Si ven a un hombre que vuela no se asusten; son los Zacchini que ensayan sus ejercicios”.

Federico FELLINI:
Hacer una película.
Barcelona, Ediciones Paidós, 1999.
Traducción de Josep Torrell de Fare un film, publicado por Enaudi en Turín en 1980.
ISBN: 9788449307409

22 de septiembre de 2021

El gran Gabbo contra la divina Garbo


As You Desire Me (Como tú me deseas, 1932), Georges Fitzmaurice

Algunas veces el título precede a la idea. No lo digo por la película de Greta Garbo objeto de esta entrada, si no por el de la entrada misma. Cómo pasar por alto la ocasión de comentar el enfrentamiento entre la gran diva sueca, “la divina”, y el calvo más genial de la historia del cine. Imagínense, además, que el encuentro tiene lugar ante los lentes del puritano Louis B. Mayer, que ha expulsado de su estudio a Stroheim por manirroto y depravado, y ahora tiene que admitirlo como partenaire de su máxima estrella, cuyo contrato está a punto de expirar… As You Desire Me es un melodrama convencional, traído de una obra de Pirandello sobre las apariencias: “Come tu mi vuoi”. 

El drama se basaba en un hecho de crónica conocido como el caso del “amnésico de Collegno”, que Totò protagonizó tardíamente en clave cómica en Lo smememorato di Collegno (1962). La excusa para la presencia en la carpa de As You Desire Me es que al principio de la cinta Zara (Greta Garbo) actúa como cabaretera en un club de Budapest en 1925. Una pirueta de George Fitzmaurice nos hurta la actuación; sólo escuchamos su voz mientras la cámara sobrevuela el club posándose brevemente en tres de los admiradores que esa noche van a correrse una farra con ella. Al finalizar la actuación, la cámara aguarda a la Garbo tras el escenario. Un “ooooh” profundo se dibuja en los labios del espectador. Amén del suntuoso vestido con pantalones, la Garbo luce un rutilante rubio platino. Claro que estamos en 1932, cuando la presentación de la estrella era motivo de más discusiones que el argumento.

No es menos teatral la primera aparición de su oponente. Ella ha invitado a sus tres posibles amantes a casa. Mientras brindan con champán, una panorámica descubre a Salter (von Stroheim) en lo alto de la escalera, con su monóculo, su cigarrillo turco y un pañuelo asomando en el bolsillo de su batín. -¿No te importará que los haya invitado? –pregunta Zara. -Estoy impaciente por conocerlos –responde Salter. -Son los representantes de la nobleza, el ejército y el cuerpo de enfermeros. Y ésta soy yo: de lo más alto a lo más bajo. Mientras pronuncia esta última frase, claramente ebria, un plano medio reúne a la divina Garbo y al gran Gabbo –mejorando lo presente-. 

 En su última novela Salter ha alterado levemente la anécdota vital de su protegida y ha obtenido un éxito resonante. Después de expulsar a los invitados la besa violentamente. ¡Qué poco tiene que ver este beso con aquellos que recibiera de John Gilbert! Como ésta es una noche plena de encuentros, se presenta allí Tony (Owen Moore), un pintor que realizó hace diez años un retrato de la mujer del Conde Varelli (Melvyn Douglas). Está seguro de que Zara es aquella mujer, desaparecida de Italia durante la guerra. Zara decide partir con él. Salter tira de pistola para obligarla a permanecer junto a él. -No se atreverá –asegura Tony. Evidentemente Tony desconoce la reputación del “hombre al que adorará usted odiar”. No nos interesa el desarrollo de la trama. Baste saber qué Zara podría ser María o no serlo. Todos tienen intereses en que sea más allá de su verdadera identidad. Salter se presenta con una amnésica que también podría ser la esposa de Varelli: una mujer recogida junto a la finca en la fatídica noche en que fue asaltada por los soldados. Claro que también podría ser una criada. No obstante, Salter ha triunfado: -La duda que hoy he sembrado –afirma categórico- subsistirá siempre.

Greta Garbo y Melvyn Douglas repetirán como pareja en Ninotchka (Ninotchka, 1939), donde Ernst Lubitsch demostró que se podía destilar química entre una pareja que en As You Desire Me queda desdibujada por la presencia magnética del tercero en discordia. Dos momentos vienen a corroborar nuestra afirmación. El primero es aquél en el que Stroheim afirma que Zara tiene tanto de condesa como él, suprema autoironía viniendo del hijo de un sastre judío cuyo “von” en Hollywood siempre fue motivo de risas disimuladas. 

El segundo, en una conversación entre el conde y su supuesta mujer, durante la que permanece al fondo, desenfocado, haciendo molinetes con su bastón. Por supuesto, roba la escena. En Ninotchka hicieron falta los esfuerzos aunados de Sig Ruman, Felix Bressart y Alexander Granach más la presencia de Bela Lugosi como un comisario político soviético para ejercer el mismo contrapeso que Stroheim en As You Desire Me.
Sr. Feliú

As You Desire Me (Como tú me deseas, 1932) 
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU) 
Director: George Fitzmaurice. 
Guión: Gene Markey, basado en la obra “Come tu mi vuoi” de Luigi Pirandello
Intérpretes: Greta Garbo (Zara / María), Melvyn Douglas (el Conde Bruno Varelli), Erich von Stroheim (Karl Salter), Owen Moore (Tony), Hedda Hopper (Madame Montiari), Rafaela Ottiano (Lena), Warburton Gamble (el Barón), Albert Conti (el capitán), William Ricciardi (Pietro), Roland Varno (Albert).
Blanco y negro.

4 de septiembre de 2021

Un hombre-pájaro

Fifí la plume (Fifi la plume, 1965), Albert Lamorisse


Albert Lamorisse, hombre-pájaro 
El fotógrafo francés Albert Lamorisse siente una temprana inclinación por el cine. Sus primeros trabajos en este campo, que le reportan fama internacional, son cuentos teñidos de poesía, sin apenas diálogo y con niños por protagonistas. Bim, el pequeño asno (Bim, 1950) relata la alianza entre un niño de la calle y el hijo del caíd, en un mundo próximo al de las Mil y una noches, para rescatar a un burrito que ha caído en manos de unos ladrones. Crin blanca (Crin blanche, 1953) es la fábula de un muchacho de la Camarga enamorado de un caballo salvaje. La obra más conocida de Lamorisse, El globo rojo (Le ballon rouge, 1956), narra en apenas treinta minutos la amistad entre un crío parisino y el globo del título, una historia fantástica en la que lirismo y humor se dan la mano. Estas dos últimas obras, merecedoras de sendos premios en Cannes, oscurecieron el trabajo posterior de Lamorisse, constituido por dos obras de mayor duración en las que emplea un invento conocido como “Helivision”, que le permite rodar imágenes desde el aire: Viaje en globo (Le voyage en ballon, 1960) y Fifí la plume (Fifi la plume, 1965).

Lamorisse fallece a los cuarenta y ocho años en un accidente de helicóptero, mientras rueda en Irán El viento de los enamorados (Le vent des amoureux, 1978). Su hijo se encarga de finalizar este documental. Casi toda su obra se estrenó comercialmente en su día en las pantallas españolas y ha sido reunida en una reciente edición en DVD con el vomitivo título de “El cine más bello del mundo”.

Un ángel en el circo 
Sin alcanzar el tiempo estándar de un largometraje Fifí la plume constituye el proyecto más ambicioso de Lamorisse en cuanto a duración. Se trata, una vez más, un cuento fantástico. A lo mejor peca un poco de ñoño, ¿y qué? Todos tenemos momentos tontos. Venga. Se lo voy a contar. Fifi (Philippe Avron) es un ladrón especializado en escalos; de esos que trepan por las fachadas y se descuelgan desde los tejados. Además siente pasión por los relojes. Trabamos conocimiento con él en plena acción, mientras escala una fachada y desvalija una vitrina llena de relojes de bolsillo. El dueño de la casa regresa inesperadamente y en su huida, Fifí busca refugio en un circo. En la película no aparece el nombre y he sido incapaz de hallarlo en ningún otro sitio. Se trata desde luego de un circo modesto, a juzgar por la sobriedad de su pequeña carpa y la escasez de público en los números que tienen lugar en la pista. La nómina tampoco es muy extensa: una pareja de malabaristas, un par de clowns, un hombre-bala (Claude Evrard), la écuyère Mimí (Mireille Nègre), el domador de leones (Henri Lambert) y el director del circo (Raoul Delfosse), empeñado en que su número estrella sea un “hombre pájaro”.

Fifí, acostumbrado a andarse por las alturas y enamoradizo como él solo, acepta sustituir al último candidato a volátil, que ha sufrido un grave accidente. Fifí no tarda en comprender que el número es peligroso y que tampoco tiene necesidad de romperse la crisma. Sin embargo –artificios del guión y habilidad de Lamorisse- sus alas no son de quita y pon sino que el director del circo se las ha insertado en la espalda. Por amor a la bella Mimí, Fifí consigue volar y aquí comienzan sus aventuras que tienen una doble vertiente: por un lado todos toman a Fifí por un ángel, por otro, él sigue obsesionado por robar relojes y tirarle los tejos a cuanta chica se le pone a tiro. Fifí entabla un duelo con el domador, a ver quién regala el reloj más aparatoso a Mimí, lo que le lleva a intervenir en las vidas de un relojero suicida por amor, de su enamorada, hija de un rico coleccionista de antigüedades, de una banda de ladrones –que terminarán declarándose “los buenos ladrones de Dios”- y de las libidinosas jovencitas de una residencia femenina. Son estas paradojas, de sano espíritu agnóstico, las que animan la cinta en su tramo medio. Ya les avisé de que no todo es oro en esta película. El latón también ocupa parte del metraje, pero en estas correrías ingenuas se engarzan momentos de poesía e, incluso, de puro surrealismo, como la batalla de relojes, en la mejor tradición del slapstick, en la que Fifí se enfrenta al domador empuñando una saeta de reloj y con una esfera por escudo, como si de un gladiador se tratara. Perseguido por la policía, por el domador y por los perjudicados por sus latrocinios, Fifí monta en un caballo. Es blanco, como su túnica y sus alas. Los automóviles lo acorralan. No por diáfana la metáfora es menos potente.

Otra imagen poderosa: Fifí encaramado en lo alto de un silo, se enfrenta a un helicóptero. Acosado, Fifí vuela hasta las nubes hasta recalar, exhausto, en la costa bretona donde un hombre que se dedica a recoger algas lo lleva a casa. Él y su mujer le dan de beber calvados para reanimarlo. En aquel lugar solitario, bien comido, bien bebido y bien descansado Fifí concluye, acaso demasiado perogrullescamente, que aquello es el auténtico paraíso. Sin embargo, debe regresar para enfrentarse a su destino. Irrumpe en la iglesia donde Marie-Noëlle de Montsouris (Paule Noëlle), la novia del relojero, va a casarse con el viejo que sus padres han elegido para ella. En semejante lugar su autoridad celestial es indiscutible. Queda por resolver lo peor. En el circo, Mimí se ha enterado de sus devaneos amorosos y su vida criminal y no está dispuesta a seguir con él. Mientras tanto, el domador ha decidido convertirse en hombre pájaro para ganarse el afecto de la amazona. Todo se resuelve felizmente. El domador, con sus flamantes alas, es detenido como autor de los robos y Fifí renuncia a las suyas. Mimí, nueva Dalila, las corta con unas tijeras y las clava en la pared de su carromato. ¿Cómo se ganarán ahora la vida? ¿Recuerdan ustedes que la costa bretona era el paraíso en la tierra? Hay una guinda… pero no se la cuento.

El hombre-pájaro y el hombre-bala 
Fifí la plume tuvo una discreta carrera comercial. Las escenas de vuelo no son tan espectaculares como las de Viaje en globo –obtenidas también gracias al sistema “Helivision”- y su aliento lírico no alcanza la pureza de El globo rojo. A lo mejor porque, por primera vez, el protagonista de Fifí la plume no es un niño, sino Philippe Avron, que debuta de este modo en el cine. En la película también interviene Claude Evrard, en el breve papel de hombre-bala. Avron y Evrard han formado dúo durante casi treinta años. Ambos se conocieron en la escuela de Jacques Lecoq y dieron sus primeros pasos en los cabarets parisinos de la “rive gauche” a principios de los años sesenta. Su consagración se produjo en los años setenta, cuando eran puntos fuertes en la programación del Festival de Avignon. Avron sigue ocupadísimo con sus “one man shows” y un DVD reúne quince años de actuaciones junto a Claude Evrard. Los amantes del cabaret pueden ver el trailer en www.philippeavron.com.
Sr. Feliú
Fifí la plume (Fifi la plume, 1965) 
Producción: Films Montsouris (FR) 
Dirección: Albert Lamorisse Guión: Albert Lamorisse 
Intérpretes: Philippe Avron (Fifí), Mireille Nègre, Pierre Collet, Michel de Ré, Raoul Delfosse, Georges Guéret, Henri Lambert, , Paule Noëlle, Jacques Ramade, Martine Sarcey, Jean-Jacques Steen, Michel Thomass, Dominique Zardi. 
80 min. Blanco y Negro.

1 de septiembre de 2021

La Mara


María del Pino Papadopoulos nace en San Fernando (Cádiz) y eso se nota. Hija y nieta de artistas, debuta con cinco años en el familiar Circo Florida y desde muy temprano, al ser la primogénita de una familia numerosa, cuida y enseña a sus hermanos asumiendo una responsabilidad que ha mantenido toda su vida y de la cual se siente muy orgullosa. En 1948 consigue un contrato en el Circo Segura, donde sufre su primera caída al actuar en Jaén, a consecuencia de la cual se rompe la cadera, accidente que la mantiene inactiva durante un mes. Su tenacidad y entusiasmo la hacen recuperarse pronto, aunque dos años más tarde la tragedia vuelve a rondar su vida: el Circo Casablanca, de su propiedad, es pasto de las llamas en Azuaga, un pueblo de Badajoz.

El circo era como la culminación de su boda con don Enrique Campos en 1950. Ese mismo año, confirmando que las cosas no pasan porque sí, un representante del Ringling le ofrece un contrato para actuar en Estados Unidos. El horizonte y la imaginación de una jovencísima Mara casada casi a la fuerza y preñada de una hija se disparan. Es el premio a su duro entrenamiento hasta conseguir una precisión en sus ejercicios nunca vista hasta ahora.
Así que deja a cargo de sus padres a su pequeña hija y parte rumbo a las Américas con su marido y su hermano Tonito, aún un mozalbete. El 15 de abril de 1951 debuta con el Ringling Bross and Barnum & Baileys en el Madison Square Garden dejando al público de Nueva York maravillado con la fuerza que transmite al balancearse sobre el trapecio, paralizados en el momento en el que la trapecista se desliza desde las corvas hasta los talones en la cúpula del circo y sin sujeción alguna.No he tenido la suerte de ver una actuación de Mara en directo, pero sí la he visto innumerables veces en las grabaciones que, generosamente, ella misma ha puesto a mi disposición.



Mara participa en bastantes programas de Ed Sullivan, el pionero de los programas de espectáculos en televisión, y allí está Mara, con una música deliciosa, balanceándose sin miedo, retando con su arte al peligro. En septiembre de 1953, en Tacoma, sufre una nueva caída. Esta vez es bastante grave. Mara es intervenida siete veces debiendo permanecer inactiva durante dos años en una silla de ruedas. Los médicos dictaminaron, después de siete intervenciones: “Creemos que todo está perdido. Si acaso, podrá pasear, pero nada más”. Nada más lejos de la realidad. El 4 de marzo de 1955, “ante el asombre de J. Ringling Norton, que no podía contener la emoción ni acertaba a creer lo que estaba viendo: la presencia de la artista en el trapecio ante los dieciocho mil espectadores que abarrotan el local. Un espectáculo televisado para 42 estados, publicándose la fotografía de Miss Mara en veinte millones de periódicos”.Según la biografía escrita por Simón González, “una de las tres noticias más importantes del año 1955”. A Mara, como buena guerrera, le gusta presumir de las cicatrices que oculta tras su belleza.


En 1961 realiza una gira en Europa con el Spanischer National Circus de la empresa Feijóo–Castilla que la consagra ante el público del viejo continente. En 1962, se le concede el Oscar Internacional del Circo en Viena y los contratos se suceden. Mara trabaja en los mejores circos europeos hasta finales de 1979 cuando realiza su última temporada con el Circo Atlas de los hermanos Tonetti. Mara se despide de los espectadores, que no del circo, en Valencia. Aunque su última actuación se produce en abril de 1980 en el programa de TVE que presentaban los payasos Gabi, Fofó y Miliki. En Rings Around the World, una película documental dirigida por Gilbert Cates en 1966. El actor Don Ameche presenta entusiasmado, como primer número de un programa fabuloso, a “La Mara”. En esta grabación Mara tiene 33 años. Su experiencia, acumulada tras muchos años de trabajo y sacrificio, se aprecia en cada movimiento que realiza. Su aparición, como guinda de una inmensa tarta que irrumpe en la pista, es un magnífico presagio. Mara se agarra a la cuerda y sus formados músculos comienzan a iluminarse. Con un gesto arrebatador se despoja de la capa y con otro, de una intensidad que no se ve muchas veces en la pista, agarra el trapecio con una mano, manteniéndose suspendida por un instante que se llena de emoción, hasta que Mara la hace desbordar con otro gesto que da comienzo a una rutina impecable.


Antes de su fallecimiento en diciembre de 2013, Mara era presidenta del Club de Payasos y directora de un centro de educación infantil, actividades muy circenses ambas. Era miembro del Consejo asesor del Ministerio de Cultura y poseedora de la medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes al Circo 2007.

En Circo Méliès comentaremos algunos trabajos en los que Mara ha aparecido:

Rings around the World (1966), Gilbert Cates
Circus (1966), Jonas Mekas
Toast of the Town [Ed Sullivan Show] (1948-1971)(programa de televisión americano)
Piste aux Etoiles (1950-1975), de Gilles Margaritis y Pierre Tchernia
(programa de televisión francés)