Les ofrecemos un recorrido cinematográfico por el Prater de Viena y un viaje en la “Riesenrand”, la noria gigante que dio fama a su parque de atracciones, construida en 1896, con quince cabinas que alcanzan en su punto máximo los sesenta metros de altura.
Diversión en una lavandería china
En sus memorias, “Fun in a Chinese Laundry” (que citamos por la traducción española de Fernando Méndez-Leite) escribe el ilustre vienés Josef von Sternberg:
“En el centro de todo lo que fue Viena estaba el Prater, el mayor parque de atracciones del mundo, con su noria gigante, que aún existe, mientras todo lo que la rodeaba ha sido arrasado por la guerra. (…) Centenares de puestos de tiro al blanco, títeres, marionetas, Clowns con sus semblantes encalados y vistiendo enormes dominós, barcas que se deslizaban desde lo alto para caer en medio de un ruidoso chapuzón, jugadores de naipes imaginarios que gemían al ser abofeteados, pulgas amaestradas ejecutando sus piruetas, tragasables, liliputienses dando volteretas y hombres realizando toda clase de alardes en zancos; contorsionistas, artífices en juegos de manos y acróbatas; columpios desatados que con sus rápidos movimientos hacen brillar las faldas, demostrando así que no todas las mujeres pierden la ropa interior; un bosque de globitos, atletas tatuados, levantadores de peso luciendo la hinchada musculatura, mujeres serradas por la mitad y que aparentemente iban a pasar el resto de su vida truncadas; perros ye elefantes amaestrados, cuerdas tensadas sobre las que se atrevía a caminar un gastrónomo, mientras iba obsequiando al público con salchichas y rábanos picantes que iba sacando de una cesta llena, lo que contemplaba con envidia; graciosas bailarinas; tipos que, gruñendo, lanzaban cuchillos a escudos vivientes que gritaban cada vez que acusaban un blanco, con el pelo suelto hasta los bordes de sus batas de noche; indios lanzadores de hachas, con sus flemáticas mujeres, pieles rojas también; terneras con dos cabezas; miembros del sexo débil gruesas y barbudas cuyos muslos podían servir de almohada a u ejército; magos que sacaban de una jarra líquido llameante para tragárselo tranquilamente, caníbales que hacían sonar los tambores, hipnotizadores que practicaban la levitación en un círculo de mujeres dormidas y, encaramado sobre un caballo de madera, el más destacado atractivo de la fiesta: un enorme mandarín chino con los bigotes más largos que la cola de un caballo, meciéndose al son de “Olas del Danubio” (Donauwellen), de Ivanovici. ¿Qué mas podía yo haber pedido entonces?”
Sternberg volcó sus recuerdos de esta época en The Case of Lena Smith (El mundo contra ella, 1929), película complicadilla de encontrar. Por suerte hay otros cineastas que han instalado su cámara en el Prater.
Harry Lime y el reloj de cuco
Ya conocen el argumento: el escritor de novelas populares Holly Martins (Joseph Cotten) llega a Viena después de la guerra y se entera de que Harry Lime (Orson Welles) ha muerto. ¿O no?
Se cita con él frente a la casa del doctor Winkel, en el Prater, el parque de atracciones situado en este barrio vienés. No hay casi gente a esta hora de la mañana; apenas unos niños que vienen a montar en el tiovivo. Al fondo podemos ver la “Rodelbahn” (la montaña rusa) que había sido desmantelada durante los meses finales de la contienda y volvió a estar operativa a partir de 1947.
Holly y Harry suben en la “Riesenrand”. Desde arriba Harry le muestra a Holly la pequeñez del ser humano. Si le ofrecieran a Holly una moneda por cada uno de esos puntitos que desapareciera, ¿se lo pensaría dos veces? juegan al ratón y al gato. Harry es al tiempo amenazante y encantador. Holly juega sus cartas: el amor de Anna (Alida Valli), la exhumación del ataúd de Harry… La cosa termina en tablas.
Al descender de la cabina, Harry expone su teoría sobre el ser humano, uno de los diálogos más famosos de la historia del cine:
-No seas tan pesimista. Después de todo, no es tan terrible. Como alguien dijo, en Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras, matanzas… pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz, y ¿cuál fue el resultado?... El reloj de cuco.
Otros títulos
La tensión volvería al Prater cuando el vienés Fred Zinnemann rodara allí la escena en que el asesino a sueldo conocido como el Chacal (Edward Fox) recibe de la OAS el encargo de acabar con De Gaulle en The Day of the Jackal (Chacal, 1963). Más recientemente, la comedia romántica Before Sunrise (Antes de amanecer, 1995), de Richard Linklater o The Living Daylights (007 Alta tensión, 1987), uno de los 007 protagonizados por Timothy Dalton, también tienen escenas de corte romántico en la “Riesenrand”.
Si retrocedemos atrás en el tiempo tendremos ocasión de contemplar la espléndida reconstrucción que se llevó a cabo en 1923, en los estudios de la Universal, para el rodaje de Merry-Go-Round bajo la supervisión del maníaco del realismo Erich von Stroheim. Lo haremos en breve. Las crónicas aseguran que en 1914 la ecuyère Solange d'Atalide realizó una acrobacia sensacional para una película, pero desconocemos cuál pueda ser su título. Se trataba de dar una vuelta completa montada a caballo en una de las cabinas… Pero no dentro, sino encima. Según los testimonios la proeza resultó un éxito absoluto.
The Third Man (El tercer hombre, 1949)
Producción: London Film Productions (GB)
Director: Carol Reed.
Guión: Carol Reed y Graham Greene, basado en un relato de éste.
Intérpretes: Joseph Cotten (Holly Martins), Alida Valli (Anna Schmidt), Orson Welles (Harry Lime), Trevor Howard (comandante Calloway), Bernard Lee (sargento Paine), Paul Hörbiger (Karl), Ernst Deutsch (Kurtz), Siegfried Breuer (Popescu), Erich Ponto (el doctor Winkel), Wilfrid Hyde-White, Hedwig Bleibtreu.