Un simpático mediometraje, una comedia lírica, que nos cuenta las aventuras de la cajera de un teatro de variedades, Yana Korzinkina, a quien le encanta ayudar a la gente. Así que decide brindar apoyo moral al aspirante a cantante y lo acompaña al teatro para apoyarle en su audición.
Acompañamos a la protagonista, una simpática Gelsomina rusa, y tenemos la oportunidad de conocer de primera mano los delirantes personajes que hay en bambalinas y algunos de los números que se presentan en el escenario hasta que, después de unas cuantas divertidas aventuras, disfrutamos del triunfo del nobel cantante.
Приключения Корзинкиной (Las aventuras de Korzinkina, 1941)
Producción: Lenfilm (URSS)
Director: Klimenty Mints, Grigory Yagdfeld
Interpretes: Yanina Zheymo, Stepan Kayukov, Khasan (Konstantin) Musin, Nikolay Pavlovsky, Sergey Filippov, Ivan Peltzer
Приключения Артёмки - Artyomka en el circo (1956), Andrew Apsolon
Unos activistas revolucionarios imprimen sus panfletos clandestinamente en el barco que les lleva a puerto. En el mismo barco viaja un simpático negro que parece feliz de llegar a su destino porque allí va a encontrarse con su circo. No sabemos si trabaja ahí o tiene algo que ver con los dueños, pero invita a nuestro protagonista Artyomka, un pobre diablo, huérfano de padre y madre, al que no le queda más remedio que buscarse la vida en el ambiente hostil de su ciudad, a presenciar el espectáculo.
Acróbatas, un payaso con su burro y un perrito le dan la bienvenida rodeado de prebostes y militares de postín. La joven ecuyere del espectáculo, L le rompe el corazón, pero el remilgado público que le rodea preferiría no estar tan cerca de la plebe y le ofrecen una moneda para que cambie de grada. Ya en su nueva localidad reconoce a su amigo, Peps, que resulta ser uno de los fornidos luchadores del espectáculo. Mientras tanto, entre bambalinas, la ecuyere se ocupa del payaso, probablemente su cansado padre, que ha hecho las veces de partenaire. El luchador africano tiene algunos problemas en la pista, juego sucio y racista.
Un poco más tarde, los revolucionarios arrojan sus panfletos en una concurrida feria y ante la presencia de los militares, buscan refugio en la modesta zapatería de nuestro chaval. Algo importante se está cocinando en esta ciudad portuaria entre las sospechas de los militares. Los chavales, además de jugar a los luchadores, juegan a pintarse el cuerpo con los tipos de de imprenta utilizados en la reprografía. Los guardianes del orden les siguen la pista y les obligan a revelar de dónde han salido las piezas.
Mientras nuestro protagonista se hace amigo de la joven caballista, los revolucionarios siguen con su tarea y los militares con la suya. Entre medias, el negro forzudo que no se entera de nada y al final se ve involucrado por defender al chaval. Pero los revolucionarios, junto con todos nuestros amigos, como ya sabéis, no se rinden fácilmente y ya tienen un plan para salvar su propósito y su imprenta: huir de la ciudad.
Приключения Артёмки,Las aventuras de Artemki,1956
Dirección: Andrew Apsolon
Guion: basado en una historia escrita por Ivan Vasilenko, autor ruso de literatura infantil, en 1952.
Intérpretes: Sergey Plotnikov, Tito Romalia Peter Savin Mikhail Troyanovskiy Leonid Gallis, Vitaly Politseymako, Ivan Nazarov, Oleg Zhakov, Anatoly Abramov, Mark Pertsovsky, Boris Dmohovsky y Tamara Aleshin.
MARIO Camerini (1895-1981) ya ha comparecido en estas páginas como director de Darò un millione. No era la primera vez que ponía la cámara bajo la carpa. Su debut en la dirección, después de haber trabajado como guionista y ayudante de dirección de los más prestigiosos directores italianos de la época silente, es un furibundo melodrama en el que se conjugan todos los tópicos del género.Como Jolly es una película perdida, recurrimos al recuento argumental que realiza el propio Camerini en una entrevista realizada por Sergio Grmek Germani reproducida en la publicación que le dedicó Festival de Locarno en 1992.
Tras resaltar las similitudes argumentales con La Strada, Camerini detalla que su película contaba la historia de Jolly (el francés Alex Bernard), un viejo clown que conoce en el camino de la legua a Nounou (Diomira Jacobini), una muchacha que se gana la vida diciendo la buenaventura con la ayuda de un loro. Juntos realizan un espectáculo callejero con el que ganarse la vida, hasta que un circo decide contratarlos. La estrella del circo es un joven trapecista (Renato Visca). Entre los tres conciben un número que será la sensación allá donde vayan. El trapecista ejecutará sus piruetas colgando de un globo aerostático guiado por Jolly. Nounou sigue su trayectoria desde tierra, en un burrito que debe cargar con el globo a la vuelta. No pasa mucho tiempo antes de que los dos jóvenes se enamoren. Entonces, el viejo payaso, presa de un ataque de celos, decide manipular la cuerda que sujeta el trapecio a la barquilla. En el último momento, tras visitar una iglesia, se arrepiente y sustituye en el trapecio al joven.
La película supone el principio de la relación personal y profesional entre el director y Diomira Jacobini que se mantendrá a lo largo de una década y de varios títulos más, hasta que en la vida de Camerini irrumpa Assia Noris, la actriz con la que se asocia su interesante carrera durante el fascismo.
Sr. Feliú
Jolly (1923)
Producción: DDAA (IT).
Director: Mario Camerini.
Supervisión: Augusto Genina.
Guión: Otto Vergani y Mario Camerini, basado en un argumento de Vergani.
Intérpretes: Alex Bernard (Jolly, el clown), Diomira Jacobini (Nounou), Renato Visca (el trapecista).
1576 metros.
*************************
FARASSINO, Alberto / Centro Sperimentale di Cinematografia (coord.)
Mario Camerini
Editions du Festival International du Film de Locarno, 1992
UNO DE nuestros lectores se ha empeñado en que viéramos esta película… y ha hecho muy bien. Porque The Strange Mr. Gregory es un historión de “amour fou” de no te menees…La bella -y casada- Ellen Rogers (Jean Randall) desata una pasión fatal en Mr. Gregory (Edmund Lowe), un maestro en sugestión e hipnosis, un hombre que conoce los secretos de la India y la nigromancia, y que domina la catalepsia autoinducida, conocida como el “trance de la muerte de Kali Mudra”.
Su criado, no obstante, le recuerda que “el dinero es la magia más poderosa que hay” y Mr. Gregory se ve obligado a volver a la prosaica realidad del escenario: al clásico conejo, al pañuelo o la mesa bajo cuyo mantel aparece un pebetero ardiendo. Si acaso, entre aficionados, se permite el lujo de mostrar la siniestra cuerda de tres nudos, un artilugio utilizado en Francia para dar garrote a la víctima. Como se trata de una producción verdaderamente modesta todos los trucos están resueltos por corte; de modo que ni siquiera hay ocasión de observar a un ilusionista en acción.
La verdad es que poco importa. La película es recomendable por otros motivos que descubrirán si se pasan por El Desván del Abuelito–cosa que les recomendamos fervientemente-, donde encontrarán un comentario tan acertado como ilustrativo.
Sr. Feliú
The Strange Mr. Gregory (1945)
Producción: Monogram Pictures (EEUU)
Director: Phil RosenArgumento: Myles Connolly.
Guión: Charles Belden.
Intérpretes: Edmund Lowe (Míster Gregory / Lane Talbot), Jean Rogers (Ellen Randall), Don Douglas (John Randall), Marjorie Hoshelle (Sheila Edwards), Frank Reicher (Ryker, el mayordomo), Jonathan Hale, Robert Emmett Keane, Frank Mayo, Fred A. Kelsey, Anita Turner, Tom Leffingwell.
Mr. Arkadin / Confidential Report (1955), Orson Welles
Guy Van Stratten (Robert Arden) llega a Copenhague siguiendo el rastro de Sophie (Katina Paxinou o Irene López Heredia, según la versión de la película que les toque en suerte), una antigua cómplice de Mr. Arkadin (Orson Welles). Un excéntrico polaco puede darle la pista que le conduzca a esta mujer que puede desvelar el enigmático pasado criminal del hombre que le ha contratado.
El contacto polaco se autodenomina “El Profesor” y es amaestrador de pulgas en un parque de atracciones de Copenhague. Supondremos que se trata del archifamoso Tívoli. Supondremos porque Welles nos muestra un exterior desde una noria y, luego, el reducidísimo decorado en el que el Profesor Radzinski entrena a sus pulgas. Las hace tirar de un carricoche en miniatura y jugar un partido de fútbol. Pero esto, claro, no es suficiente. Para alimentarlas, el Profesor Radzinski las coloca en su antebrazo y las permite beber de su propia sangre.
—Los ladrones —afirma— no son peores que el resto de la gente. Sólo son un poco más estúpidos que los demás. Son las pulgas del mundo.
—¿Y los asesinos? — pregunta retóricamente Guy.
—Después de veinte mil años —sentencia el profesor Radzinski— el asesinato sigue estando en manos de aficionados.
Como muestra de la habilidad de Welles para crear un mundo lleno de sugerencias de la nada, baste reseñar que en el guión inicial este partiquino era el portero de un restaurante parisino de lujo. Un cartel, una lupa y una chistera sirven a Welles para dibujar un personaje dickensiano hasta la médula, tanto en lo físico como en la composición que del tipo hace el actor ruso Mischa Auer.
Aquí tienen la película, busquen la escena:
Mr. Arkadin / Confidential Report (1955)
Producción: Filmorsa (SUI) / Cervantes Film (ES) / Mercury Production
Guión y Dirección: Orson Welles.
Intérpretes: Orson Welles (Gregory Arkadin), Robert Arden (Guy Van Stratten), Michael Redgrave (Burgomil Trebitsch), Patricia Medina (Mily), Akim Tamiroff (Jakob Zouk), Mischa Auer (el Profesor Radzinski), Paola Mori (Raina Arkadin), Katina Paxinou / Irene López Heredia (Sophie), Grégoire Aslan (Bracco), Peter van Eyck (Thaddeus), Suzanne Flon / Amparo Rivelles (la baronesa Nagel), Frédéric O'Brady, Tamara Shane, Terence Langdon.
El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947), de Edmund Goulding
El alma perdida de William Lindsay Gresham
El callejón de las almas perdidas es una producción de la 20th Century Fox, a partir de la novela “Nightmare Alley” de William Lindsay Gresham. El tal Gresham –cuenta Massimo Polidoro: en el número de julio/agosto de 2003 de la revista “Skeptical Inquirer”- nace en Baltimore en 1909 y se dedica a oficios diversos –cantante folk, publicitario, escritor de historias policiacas…- hasta que en 1937 se alista en las Brigadas Internacionales. Militante del Partido Comunista, Gresham forma parte de la Columna Abraham Lincoln como paramédico en España. Dice la leyenda que es en un hospital de sangre donde entabla amistad con un enfermero, Joseph Daniel "Doc" Halliday, antiguo empleado en un sideshow. Serían sus conversaciones con éste las que inspirarían sus dos obras más conocidas: “Monster Midway: An Uninhibited Look at the Glittering World of the Carny”, un reportaje de largo aliento sobre el Carnaval y los sideshows al modo americano publicado en 1954, y la novela “Nightmare Alley”, editada ocho años antes.
En 1959 Gresham da a la imprenta “Houdini: The Man Who Walked Through Walls”. A decir de los entendidos si no es el estudio sobre el famoso escapista más ajustado a la realidad es, al menos, el más divertido.Gresham resumía así su vida: “A veces pienso que si he tenido algún talento no ha sido literario sino el puro talento para la supervivencia. He sobrevivido a tres fracasos matrimoniales, a la pérdida de mis hijos, a la guerra, a la tuberculosis, al marxismo, al alcoholismo, a la neurosis y a muchos años de ser escritor independiente. Todo suficientemente desagradable como para matarlo a uno, me parece”.El instinto de supervivencia le falla en 1962. Después de ingresar en Alcohólicos Anónimos y desarrollar cierto interés por el espiritismo, cuyos fraudes pretende poner al descubierto en dos obras que nunca culmina, se suicida.
De charlatán a espiritualista
“Nightmare Alley” constituye un importante éxito editorial en 1946. No de crítica, claro, pero sí de ventas, que era lo que le interesaba al autor… y a Hollywood. Para colmo el primer actor de la 20th Century Fox, Tyrone Power, está interesado en protagonizar la adaptación. Sin embargo, a pesar de que el guionista Jules Furthman lima las aristas más afiladas de la novela –seudosiquiatría, impotencia, incesto...- Zanuck, el capitoste de la Fox, no lo tiene claro. Se muestra renuente a seguir adelante con la producción. La solución es confiar la dirección de la película a un director más que solvente, Edmund Goulding, y encargar la fotografía a un maestro de la luz como Lee Garmes.
El contrapunto entre el ambiente del carnaval y el de los grandes salones de Chicago no puede estar mejor retratado.
Por su parte Furthman realiza una solvente adaptación en la que prescinde de los largos flashbacks que en la novela dan cuenta de los problemas de Stanton Carlisle con su madre y las consecuencias sicoanalíticas que vertebran el prolijo tramo final. También suple con un par de escenas de gran economía narrativa el sentido de destino trágico de la novela, cuyos capítulos se ponen bajo la advocación de cada uno de los naipes del tarot.
El destino trágico es el del ambicioso Stan, dispuesto a lo que sea con tal de lograr el éxito. La clásica historia del cine norteamericano de los años treinta y cuarenta, que igual se puede traducir en el drama de un arquitecto, que en las aventuras de un pionero o en la carrera criminal de un gángster. La historia de Stan liga bastante bien con este último ambiente, por lo que habitualmente se encuadra en el género negro. Los contactos son puntuales y no sólo por el entorno del Carnaval, sino por su falta de retraimiento a la hora de tratar temas como la fe religiosa y el más allá emparentándolos con una pandilla de embaucadores.
Stan Carlisle (Tyrone Power) trabaja como charlatán en una feria, un sideshow en el que se ofrecen “nueve números completos” como complemento del Carnaval. Entre las atracciones podemos contemplar a un tragafuegos, a Elektra “la mujer que desafía a la electricidad” (Coleen Gray), al musculoso Bruno (Mike Mazurki), el número de adivinación de Mademoiselle Zeena (Joan Blondell) y el espeluznante geek, “mitad hombre, mitad bestia”. El geek es un clásico de las ferias estadounidenses. Dice la leyenda que Tod Browning –el director de La parada de los monstruos (Freaks, 1932)- llegó a encarnar a uno en su juventud. Se trataba habitualmente de un alcohólico o de un adicto que a cambio de su dosis diaria se revolcaba en sus propios excrementos y arrancaba la cabeza a bocados de gallinas y serpientes vivas.
Cuando arranca la película, el gerente está presentando precisamente este número. Los espectadores no nos dejan ver al fenómeno, pero asistimos espantados con Stan al momento en que le arrojan dos pollos vivos para que los devore ante el público. A su vez, Zeena, contempla a Stan con evidente deseo. En este juego de miradas se puede resumir toda la película: el público, siempre ávido de nuevas sensaciones que Stan está dispuesto a proporcionarles. Tiene un buen profesor, Pete (Ian Keith), el marido alcohólico de Zeena. En el pasado ambos tenían un número que constitutía el acto principal en los teatros de vodevil. Un número de mentalismo cuyo secreto, desvelado sin tapujos, consiste en una clave; una especie de diccionario de expresiones y énfasis que sirve para denominar cualquier objeto y sus características principales. Como en todos estos números, más que la parte mecánica, el truco está en saber aplicar cuatro reglas de sicología básica. Lo descubrimos cuando Pete adivina el pasado de Stan: un niño que corre descalzo por las colinas con un perro… Stan, absorto, dice el nombre del perro. Pete se ríe de él: todos los chavales han corrido alguna vez descalzos y todos han tenido un perro. Stan aplica el mismo método cuando un sheriff pueblerino pretende cerrar el espectáculo por exhibir al geek.
Stan seduce a Zeena pero queda un obstáculo, Pete. Stan lo envenena -¿accidentalmente?, ni él mismo lo sabe- con una botella de alcohol metílico. Una vez despejado el camino del éxito Stan no se para en trabas. En cada peldaño, una mujer, que representa un estadío superior del mundo del espectáculo y la superchería.
Zeena, la adivinadora, le enseña el código secreto y le permite pasar de la condición de charlatán, sólo un escalón por encima del geek, a la de estrella del sideshow. El siguiente paso es Chicago. Y una bella compañera, Molly, la joven que en el Carnaval ejercía de Elektra. Debido a la diferencia de edad Stan debe casarse con ella. No importa. Pero este triunfo también le parece poco. Conoce entonces a la seudo-siquiatra Lilith (Helen Walker), que le pasa información sobre sus pacientes. El último paso es convertirse en un “espiritualista”, cruce de médium y de santo, con Iglesia y emisora de radio propias. El señor Grindle (Taylor Holmes) un acaudalado hombre de negocios, está dispuesto a donar cuanto dinero sea preciso con tal de volver a mantener un vis a vis con su amada fallecida. Stan no duda en empujar a Molly a hacer el papel de la muerta… lo que equivale a proponerle que se entregue al viejo millonario. No puede caer más bajo.
Estamos en el tercer acto de la gran tragedia americana: una vez el protagonista ha tocado el éxito con la punta de los dedos, debe caer. El engaño al señor fracasa y según había predicho el tarot, Stan se convierte en un nuevo Pete, presa de un estupor alcohólico permanente. Entonces tropieza con una feria. Acaso pueda volver a empezar. Pide trabajo como adivinador, pero su mismo alias ya indica que ha tocado fondo: el “Jeque Abradacabra”. El encargado le ofrece un trago de güisqui y el puesto de… Lo han adivinado: el geek –una botella y un rincón para dormir-.-¿Cree que podrá hacerlo?La respuesta de Stan es uno de los grandes diálogos de la historia del cine:-Señor, nací para ello.
La calleja de las pesadillas
Alguna vez hemos a los distribuidores españoles su férvida imaginación a la búsqueda de la traducción de un título. El conciso The Searchers (los buscadores) se convierte así en un épico Centauros del desierto, el polisémico Some Like It Hot (a algunos les gusta la música “hot” y también algunos lo prefieren calentito) en el alocado Con faldas y a lo loco y el cuasi-serie B Nightmare Alley (calleja de las pesadillas) en el metafísico El callejón de las almas perdidas.
A pesar del hallazgo y de la calidad de todos los elementos que intervienen en ella, la película pasa poco más que desapercibida en su estreno, probablemente porque Zanuck no estaba dispuesto a dar un duro por esta historia negra, turbulenta y repulsiva para el público medio en la que su estrella más preciada hacía un papel antipático sin visos de redención.
Después, la cinta durmió el sueño de los justos. En los años ochenta Fox desenterró su catálogo y tiró copias nuevas de varios clásicos. Se estrenaron entonces en España en versión original subtitulada El diablo dijo no, de Lubitsch, o El filo de la navaja, también protagonizada por Tyrone Power. Sin embargo, El callejón de las almas perdidas sólo fue rescatada en algún pase televisivo nocturno que fue donde uno la vio hace años. Acaso fuera el ambiente insano de la película o lo tardío del horario, la cosa es que dejó huella en mí. Por eso, cuando se editó en DVD corrí a por ella. Es una de las escasas ocasiones en las que una edición española no defrauda: el blanco y negro sigue ahí impecable, el sonido en la versión original es más que correcto y está subtitulada. Aunque yo se la haya contado, véanla. Seguro que descubren que su alma también se ha perdido alguna vez en este callejón.
Sr. Feliú
El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947)
Producción: 2oth Century-Fox Film (EEUU)
Dirección: Edmund Goulding
Guión: Jules Furthman, basado en una novela de William Lindsay Gresham
Intérpretes: Tyrone Power (Stanton Carlisle), Joan Blondell (Madame Zeena), Coleen Gray (Molly), Helen Walker, Taylor Holmes, Mike Mazurki, Ian Keith.
Charlie (Charlie Rivel) es un artista poco afortunado que pasa el tiempo en su buhardilla entrenando y ocupándose de los quehaceres diarios. Su amiga Monika (Clara Tabody), de la que está enamorado, que también es artista, una entusiasta bailarina de claqué y cantante, consigue una audición en la famosa sala de variedades Tabarin para trabajar con el engolado e insufrible Orlando (Karl Schönböck). El encuentro entre Monika y Orlando provoca una relación de amor/odio entre los dos que acabará, después de un par de bofetadas, con un beso muy romántico al final de la película.
El problema es que mientras Monika consigue el trabajo en el cabaret, a pesar de enfrentarse con Orlando, Charlie se tiene que conformar con diversos trabajos de utilería en el teatro, sin demasiado éxito, para acabar de vigilante nocturno del Tabarin, un vigilante con gorra de plato y abrigo grande muy parecido a nuestros viejos serenos.
Esta nueva ocupación le permite a Charlie fantasear con sus sueños artísticos y revolver en el almacén de vestuario donde encuentra su nariz de payaso y su camiseta hasta los pies. También le permite conocer a Bibiana (Käthe Dyckhoff), una joven trapecista que también está buscando trabajo en el Tabarin sin demasiada suerte.
Una noche, a hurtadillas, ambos lo preparan todo para realizar un número de trapecio volante. Charlie enciende por equivocación las luces exteriores del teatro. El director de la sala, que vuelve con unos amigos de una salida nocturna, ve la fachada encendida y entra para ver qué sucede. Entonces ve el número de trapecio y, aunque es de su agrado, no tienen otra opción que despedir a Charlie echándole una buena bronca.
Felizmente para Charlie, una noche los trapecistas oficiales del Tabarin, los Martoni, tienen un contratiempo —uno de ellos se ha lesionado— y el director se acuerda de Charlie y Bibiana y manda a buscarles. Cuando todo está preparado para su actuación, Roto, el hombre forzudo, que tiene una deuda pendiente con Charlie, le destroza su vestuario de gala y le impide salir del camerino.
Charlie se disfraza de nuevo de payaso y con una enorme tuba engaña a Roto y logra salir del camerino. Desafortunadamente, llega tarde y ya está en escena el último número del programa. El trío de trapecistas se lamenta de su mala suerte cuando el escenario rotatorio comienza a funcionar por error y las escaleras luminosas, Orlando, Monika y decenas de bailarinas comienzan a girar provocando el caos. Este giro imprevisto da paso a otro escenario más sencillo: un minitrapecio volante, una colchoneta y tres artistas cabizbajos. Es la oportunidad de Charlie y no la va a desaprovechar: ¡Schö-ö-ö-n!
Un actor mudo Charllie Rivel se interpreta a si mismo en un papel en el que no dice nada excepto la frase por la que se le conocía en toda Alemania y que da título a la película: Akrobat Schö-ö-ö-n. Charlie se desenvuelve muy bien en la pantalla y sus ademanes nos recuerdan a Charlot —recordemos que Charlie Rivel le imitaba a la perfección— y aunque los gags no llegan a estar a la altura del cómico del celuloide, las acrobacias de Charlie Rivel y sus numerosas habilidades compensan la falta de tino del director.
Gracias a la película podemos conocer parte del desarrollo del número de trapecio volante que crearon los Andreu (Charlie y sus hermanos) y la manera de desenvolverse de Charlie Rivel como payaso en los años cuarenta, su salida a la escena corriendo, sus miradas hacia el público y sus acrobacias, cómo se maquillaba… Akrobat Schö-ö-ö-n es una película hecha para el lucimiento del payaso, aunque en algún lugar hemos leído que la película se realizó para lanzar al estrellato a la actriz principal, Clara Tabody, por esa época amante de algún mandamás del regimen nazi.
En su biografía, Charlie pasa de puntillas sobre esta película como queriendo olvidar, y que nos olvidemos nosotros, sus años en la Alemania nazi. La película es un documento valiosísimo para conocer los primeros años de Charlie Rivel sin sus hermanos, para medir su excepcional popularidad y para comprobar que sus hijos, los Charlivels, ya estaban preparados para trabajar en las mejores salas de Music-Hall del mundo.
Akrobat schö-ö-ö-n (1943) Producción: Tobis-Filmkunst (ALE). Director: Wolfang Staudte. Guión: Wolfang Staudte. Música: Paul Hühn y Frederich Schröder Intérpretes: Charlie Rivel (Charlie), Clara Tabody (Monika), Karl Schömböck (Orlando), Käthe Dyckhoff (Bibiana), Einar Björling (Bruno Martoni), Nina Raven (Lydia), Hans Junkermann (Director de Tabarin Varietes), Karl Kahlmann (Regidor del Tabarin Varietes), Fritz Kampers, Hans H. Schaufuss, Werner Scharf, Adolf Ziegler y los Charlivels. Blanco y negro. 81min.
Il Casanova di Fellini (Casanova de Fellini, 1976), Federico Fellini
CASANOVA fue, en su momento, una de las películas menos comprendidas de Fellini: tres años de trabajo en los que plasmó, como en el harén de Otto e mezzo (1963), como en La Saraghina de Amarcord (1973), como en su episodio de Boccaccio ’70 (1961), su visión abismal de la mujer.
La gigantesa… El misterio se esconde en una feria londinense envuelta en la niebla y recreada, como el resto de la cinta, en los platós de Cinecittà. Entre los reclamos, una contorsionista que hace sonar cascabeles con los pies y un hombre con un rostro femenino tatuado en el torso. Un voceador invita a los fantasmales espectadores a acceder al vientre de la gran Mouna, una ballena varada en cuyo interior –trasunto diáfano de una vagina- un viejo ofrece un espectáculo con esa abuela del cinematógrafo que fue la linterna mágica. Los cristales proyectados son obra del “pánico” Roland Topor.
En una carpa, la gigantesa Angélica (Sandra Elaine Allen) acepta apuestas sobre su fuerza. ¿Habrá entre el público quien consiga derrotarla en un pulso? Casanova (Donald Sutherland), fatuo como él solo, se ve obligado a aceptar el reto y luego intenta negociar con el fenómeno que le deje ganar, haciendo valer un supuesto paisanaje. Cuando pierde, soborna a los liliputienses que sirven de criados a la gigantesa y se convierte en voyeur durante el baño. Sandy Allen, que ostentaba con 232 centímetros el récord Guinness de mujer más alta del mundo, intervino, sin ficción de por medio, en Being Different (1981), el documental de Harry Raskin sobre los monstruos de la naturaleza, nuestros hermanos.
… y la autómata Desde su primera aventura amorosa Casanova se hace acompañar de un pájaro artificial que emite un canto mecánico mientras duran sus proezas amatorias, siempre gimnásticas, siempre un poco mecánicas. Por eso el encuentro en la corte de Wuertemberg con la autómata Rosalba (Leda Lojodice) es uno de los más consecuentes del recorrido moral del amante legendario. En Rosalba, nueva Olympia, quiere descubrir Casanova el resorte oculto del amor. También hay un regusto morboso en esta nueva conquista, qué duda cabe. ¿Habrá mantenido Rosalba una relación incestuosa con su creador?
Al final de su vida Casanova evoca a todas las mujeres que han pasado por su vida. Han pasado, sí. Ni ellas le amaron ni el las amó. En una especie de sueño –toda la película lo es- se ve a sí mismo de nuevo joven en un canal helado de Venecia. Sus amantes escapan. Sólo Rosalba le aguarda. Casanova baila sobre el hielo con la mujer mecánica. Podrían seguir eternamente. La música es de Nino Rota, pero nos parece escuchar a Leonard Cohen cantar “Dance Me to the End of Love”.
Sr. Feliú
Il Casanova di Fellini (Casanova de Fellini, 1976) PEA - Produzioni Europee Associati (IT) Director: Federico Fellini. Guión: Federico Fellini y Bernardino Zapponi, libremente inspirado en la autobiografía de Giacomo Casanova, “Histoire de ma vie”. Fotografía: Giuseppe Rotunno. Música: Nino Rota. Imágenes de la linterna mágica: Roland Topor. Intérpretes: Donald Sutherland (Giacomo Casanova), Tina Aumont (Henriette), Leda Lojodice (Rosalba, la autómata), Sandra Elaine Allen (Angelina, la gigantesa), Pietro Torrisi (el forzudo). 155 min. Color (Technicolor).
Le geste, ce langage, es un documental que traza un panorama de la tradición de los mimos en Oriente y Occidente. El film presenta seis números sin palabras que muestran la diversidad de formas de expresión del arte universal del gesto. Financiado por la Unesco tenía como objetivo dar valor a las diferentes manifestaciones culturales y mostrar al mismo tiempo su cercanía.
La película fue presentada, fuera de competición, en el XV Festival Internacional de cine de Cannes, en 1962 y en el XX Festival Internacional de cine de Berlín, en el mismo año.
El francés Jacques Gaffuri y la italiana Fiamma Walter realizan una pantomima de la Comedia del Arte; de Turquía nos muestra su original pantomima, Erdinc Dincer; desde la India nos hipnotiza con la sutileza de los movimientos orientales, Anjali Davi; el preciso y expresivo trabajo japonés está a cargo de Takashi Tsukahara; la nota excéntrica la pone el mimo polaco Henry Tomaszewski; y el tono musical y rítmico lo dan la norteamericana Laura Steele y el holandés Dirk Danders.
Le geste ce langage (1962) Producción: UNESCO Música: George Van Parys Dirección artística: Jan Doat Realización: Paul Bordry
Intérpretes: Jacques Gaffuri, Fiamma Walter, Erdinc Dincer, Anjali Davi, Takashi Tsukahara, Henry Tomaszewski, Laura Steele y Dirk Danders
The Tarnished Angels (Ángeles sin brillo, 1958), Douglas Sirk
DOUGLAS Sirk, el director por excelencia de melodramas en la Universal de los años cincuenta, retoma el reparto del bombazo Writen On The Wind (Escrito en el viento, 1957), esto es Rock Hudson, Dorothy Malone y Robert Stack. Sólo falta Lauren Bacall del cuarteto estelar de aquélla. De nuevo se planta ante un melodrama desaforado, pero esta vez parte de un material literario menos evidente, la novela de William Faulkner “Pylon”.
La acción queda enmarcada en los tres días del Carnaval de Nueva Orleans, el Mardi Gras, a principios de los años treinta. Allí llega el equipo del piloto Roger Shumann (Robert Stack): Jiggs (Jack Carson), el mecánico, LaVerne (Dorothy Malone), paracaidista, y su hijo (Chris Olsen). Ni Roger ni Jiggs saben quién es el padre del niño. Pero Roger perdió una apuesta y a él le tocó casarse con LaVerne. Ella se había enamorado de él al verlo en un cartel, porque Roger es un antiguo piloto de la Escuadrilla Lafayette, un héroe de la Gran Guerra, que durante le Depresión se ha visto obligado, como muchos de sus compañeros, a dedicarse a realizar exhibiciones con aparatos que ya deberían de estar en el desguace. El encuentro con Burke Devlin (Rock Hudson), un periodista alcohólico, sólo sirve para echar más leña al fuego de la tragedia.
Como contrapunto, el carnaval. Durante las fiestas se celebran desfiles de carrozas, hay feria con su sideshow y un espectáculo de acrobacias aéreas. LaVerne realiza un espectacular salto en paracaídas con un vaporoso vestido blanco. A mitad de la caída, se desprende del paracaídas trasero y abre el delantero, al que debe agarrarse mediante un trapecio. Nunca erotismo y riesgo han ido tan de la mano.
Sin embargo, la principal atracción es la competición de velocidad en la que los pilotos deben realizar un circuito sobre el mar, girando alrededor de tres pilones piramidales colocados en la orilla. Para que no falte ni un ingrediente en el melodrama, el pequeño Jack contempla la carrera desde el avioncito de una de las atracciones. ¿Qué mejor metáfora de quien no va a ninguna parte? Es la vida de los feriantes: ese continuo viaje en el vacío. La trashumancia impide que la herida de la soledad cicatrice.
El monólogo trabucado del periodista autodestruido por la bebida que pretende realizar el reportaje de su carrera a partir de estas vidas destrozadas, verbaliza con lucidez la belleza del fracaso: “Yo, Burke Devlin, tengo la historia. La tengo escrita en el corazón. ¿Quiere saber cómo la conseguí? Arrastrándome por el barro, revolcándome en el lodo, buscando la verdad y la belleza donde nadie hubiera esperado encontrarla”.
Lección memorable en estos tiempos de derrota colectiva y de ex-triunfadores suicidas.
Sr. Feliú
The Tarnished Angels (Ángeles sin brillo, 1958)
Producción: Universal (EEUU).
Director: Douglas Sirk.
Guión: George Zuckerman, basado en la novela “Pylon” de William Faulkner.
Intérpretes: Rock Hudson (Burke Devlin), Robert Stack (Roger Shumann), Dorothy Malone (LaVerne Shumann), Jack Carson (Jiggs), Robert Middleton (Matt Ord), Alan Reed (el coronel Fineman), Alexander Lockwood (Sam Hagood), Chris Olsen (Jack Shumann), Robert J. Wilke (Hank), Troy Donahue (Frank Burnham), Betty Utey (una bailarina), William Schallert, Phil Harvey, Steve Drexel, Eugene Borden.