21 de agosto de 2014

Simba, el león volante



Luciano Serra, pilota (De su misma sangre, 1938), Goffredo Alessandrini

El episodio circense de Luciano Serra, pilota es un escalón más en la degradación del titular. Héroe de la Gran Guerra, Luciano (Amedeo Nazzari) se ve reducido a pilotar vuelos turísticos para seguir alimentando su pasión por la aviación. Su mujer (Germana Paolieri) le insta a que acepte la propuesta de su padre y se entregue a una ocupación rutinaria en la empresa familiar. Pero Luciano prefiere aceptar la propuesta de un tal Braun y emigrar a América del Sur, aunque esto suponga abandonar a su hijo, por el que siente auténtica devoción. Tanto sus trabajos para el Circo Braun como el vuelo transatlántico que le propone el promotor deportivo José Ribera (Guglielmo Sinaz) suponen una degradación de su vocación de piloto.


Andando los años, Aldo Serra (Roberto Villa) ingresará en la Academia de Aviación y partirá a la guerra de Etiopía, donde su padre, simple soldado anónimo lo rescatará de un accidente aéreo, redimiéndose así de una vida alejado de su patria y ausente de sus deberes paternos. El heroísmo de su acción sella la continuidad generacional en las tareas imperiales y bélicas emprendidas por el régimen mussoliniano.


El esfuerzo propagandístico mereció el primer premio en el Festival de Venecia en 1938. No en vano, Vittorio Mussolini, el hijo del Duce, fue el inspirador de la cinta.


Retrocedamos pues al momento en que, tras diez años al servicio de Braun —Barnum?— Luciano Serra asiste con escepticismo a la gran parada aeronáutica en la que se convierte el traslado de Simba, “el león volante”, según anuncian los carteles publicitarios. La banda de música ameniza el evento. Los payasos se mezclan con el público para aclamar al “rey del aire”, “el as de la aviación”, al que un reportero radiofónico quiere entrevistar. Para salir del paso, Luciano asegura que en el próximo viaje transportará hipopótamos, elefantes y lo que el público demande. 


No se puede sentir más incómodo. De hecho, si con alguien se siente identificado no es con el propietario del circo —otro hombre de negocios sin un gramo de pasión por la aventura, como su suegro—, sino con su pasajero, al que desencajonan y enjaulan como parte del espectáculo.


Luciano Serra, pilota (De su misma sangre, 1938)
Producción: Aquila (IT)
Director: Goffredo Alessandrini.
Guión: Goffredo Alessandrini, Roberto Rossellini, Fulvio Palmieri.
Intérpretes: Amedeo Nazzari (Luciano Serra), Germana Paolieri (Sandra Serra), Roberto Villa (Aldo Serra), Mario Ferrari (el coronel Franco Morelli), Egisto Olivieri (Nardini), Guglielmo Sinaz (José Ribera), Andrea Checchi (el teniente Binelli), Felice Romano (Mario), Oscar Andriani (el capellán militar), Nico Pepe (el conde), Olivia Fried (Dorothy Thompson), Felice Minotti (Andrea), Silvio Bagolini, Gino Mori, Beatrice Mancini, Lina Tartara Minora, Gemma Bolognesi.
80 min. Blanco y negro.

18 de agosto de 2014

Alterne en El Molino


La vida es maravillosa (1956), Pedro Lazaga

Eugenio Jalón (Germán Cobos), habitante un tanto ingenuo de un pequeño pueblecito de Castellón, viaja en compañía de Nicolás González (Antonio Prieto), un charlatán que pasa por el pueblo cada tanto vendiendo plumas estilográficas, a Barcelona donde vive su hermana Julia (Elena Espejo). Durante el viaje ocurren algunos incidentes desagradables debido a su buena fe y al llegar a Barcelona se encuentra con que Julia trabaja en el Molino, pero no como artista, según le había contado, sino dedicada al alterne. Juntos regresarán a Benicarló donde Eugenio había conocido a Mercedes (Ángela Caballero) al rescatar a su hermana de morir ahogada durante el viaje de ida.


Entre los personajes excéntricos que Eugenio se encuentra por el camino, merece una mención especial el pícaro peregrino encarnado por Manuel Alexandre, un cometido breve pero resuelto por el intérprete con una riqueza de matices y una gracia que lo hacen inolvidable.


La vida es maravillosa es una extraña comedia-dramática en la filmografía de Lazaga, afín en tono a otras comedias humanistas de estos años como El hombre que viajaba despacito o El hombre del paraguas blanco, dirigidas ambas por Joaquín Luis Romero Marchent. A diferencia de éste, Lazaga trabaja en color y busca siempre motivos en los que sacar partido al cromatismo. Además, hace un uso bastante infrecuente de la duración de los planos, prolongando la acción sin cambiar la posición de la cámara, como en la escena en la que el peregrino devora la cena de la familia de Mercedes.


En las secuencias del Molino, esta duración provoca una incomodidad que reproduce con mucha fidelidad el descubrimiento por parte de Eugenio del mundo en el que se desenvuelve su hermana. Si no resultara sacrílego, diríamos que hay mucho de bressoniano en el planteamiento y la resolución formal de estas secuencias.


Parecida técnica utiliza en la recreación de los números. Aunque no asistimos a ninguno relacionado específicamente con las variedades más afines a nuestros intereses, sí que podemos contemplar desde el palco que ocupan Eugenio y Nicolás las actuaciones musicales de Gardenia Pulido, Carmen González, Johnson y Lydia y Maruja Blanco y las Estrellas del Molino. El punto de vista distanciado y, de nuevo, la duración de los números, les confiere una extraña cualidad documental, ajena a la habitual función de interludio espectacular que pudieran tener en una producción de Iquino, por poner un ejemplo. 


En El Molino, Julia baila español y americano, un poquito de puntas, baila y recita. Esto último, también poco. Pero ella, que ha pasado por la academia de baile de La Sevillanita y se ve que está preocupada por su futuro, lo que quiere ser es "maquietista". O sea, "artista polifacética". 


Por ahora tiene que conformarse con bailar junto a un marinero que canta con un ukelele y participar en la pasarela del fin de fiesta con un vestuario que adivinamos retocado para que pudiera pasar el filtro censor en 1955.


Con todo, La vida es maravillosa se puede considerar un retrato del alterne en el Paralelo en la década de los cincuenta, todo lo ingenuo y melodramático que se quiera, sí, pero también más fidedigno de los que hemos visto hasta ahora, merced a las estrategias desarrolladas por Lazaga.


La vida es maravillosa (1956)
Producción: Santos Alcocer (ES)
Director: Pedro Lazaga.
Guión: José Luis Dibildos y Pedro Lazaga.
Intérpretes: Germán Cobos (Eugenio Jalón), Elena Espejo (Julia Jalón, “Yolanda”), Ángela Caballero (Mercedes), Antonio Prieto (Nicolás, el charlatán), Manuel Alexandre (el peregrino), Antonio Almorós (el carterista), Julio Riscal (Juanito, el vendedor de periódicos), Fernando Delgado (el camarero), Isa Ferreiro, Mapi Caballero, María del Carmen Valero, María José Valero, Telly Bayona, Ángela Velasco
87 min. Color por Gevacolor.

14 de agosto de 2014

Polichinela y el Borbón


Ferdinando I, re di Napoli (1959), Gianni Franciolini

Gianni Franciolini pasó en su no muy extensa carrera de las primeras aproximaciones al realismo en el cine italiano –Fari nella nebbia (1940)- a la comedia de costumbres en la posguerra –sus dos adaptaciones de cuentos de Moravia- para rematar con esta farsa política poco antes de morir. Ferdinando I, re di Napoli parece hecha como una celebración de últimas ocasiones, porque también es la última oportunidad de ver juntos en la pantalla a los tres hermanos De Filippo. Y del encuentro entre Peppino y Eduardo es de donde surgen los más certeros apuntes de esta celebración del humor como herramienta para ridiculizar el poder. En un  doble sentido, además, porque aunque la acción se sitúa en la Italia meridional del siglo XIX, sus comentarios sobre el buen gobierno, la corrupción de la administración, la injerencia de la Iglesia en los asuntos de Estado y la obligación del pueblo de asumir su propio destino, hablan bien a las claras de la situación de un país en el que la Democracia Cristiana ha hecho del clientelismo político una de las bellas artes.


Todo ello puesto en solfa, burla burlando, sin acritud… Ferdinando I —como sus parientes de por acá— es un monarca castizo al que le gusta la jarana, el buen yantar, las mujeres hermosas y la emoción del naipe. Por ello, no duda en vestirse de guappo —lo que en España se conocía como majo o manolo— y lanzarse a la calle, a las tabernas y a los teatrillos populares, donde se mezcla con su pueblo. Claro que, a él sólo le interesa mezclarse con la mitad de su pueblo de sexo femenino y, de esta mitad, en especial, con la hija de Pulcinella (Rosanna Schiaffino), a la que ha podido ver en un número de proto-striptease.


Ella está enamorada de Gennarino (Marcello Mastroianni), un músico aliado con la causa revolucionaria, pero acepta los avances del rey, para luego burlarlo, a fin de dejar vía libre a los partidarios de la República, que esperan como agua de mayo la llegada de las fuerzas napoleónicas. Poco tiene que ver con la Historia —así, con mayúsculas- la figura de este rey flamenco, cobardica y cachondón al que Peppino saca chispazos en cada intervención. En una solución archiclásica, se hace acompañar de su criado Mimì (Renato Rascel), blanco de sus explosiones de ira, tanto o más que sus ministros, tan ineficaces como prevaricadores.


Eduardo es Pulcinella, el Polichinela de la commedia dell’arte metido en la harina de las revoluciones románicas. Más que los aspectos farsescos de su personaje, le interesa el clown reflexivo, el que se vale del retruécano y la canción bufa para poner en entredicho al poderoso. No hay nada que más escueza que esas cancioncillas que van de boca en boca y nadie sabe quién ha inventado. En descubrirlo pondrá todo su empeño el Borbón. Pulcinella, que ya se ve pendiendo de la soga con el pescuezo tronchado, aprovecha para endilgarnos el “recado”. Se trata de un hermoso monólogo de Eduardo en el que no hace gala de heroísmo alguno. El cómico se puede meter en camisa de once varas pero nunca deja de ser un cómico y, entre la vida y la muerte, la única elección posible es la vida.


Una de sus hazañas parece que se basa en un hecho real y tuvo consecuencias inesperadas en el momento del estreno de la película. Se inaugura con toda la pompa y el boato que la ocasión requiere una estatua ecuestre del rey: tribuna de autoridades, banda de música, parada militar y los napolitanos como coro. Cae la lona que cubre el monumento. Del cuello del caballo cuelga el siguiente pareado: “A tal señor, tal honor”; en tanto que la figura del monarca lleva un extraño tocado:
—¿Qué corona es ésa que me han puesto? —inquiere el rey.
—Majestad… un orinal.
Parece que en la Italia de 1959 un descendiente de Ferdinando I decidió que tal afrenta sólo podía ser lavada con sangre y retó públicamente a duelo al productor y al director.


Los hermanos De Filippo están secundados por una plantilla de cómicos de lujo entre los que destacan Vittorio De Sica en una de esas figuras abaciales que se fueron una de sus especialidades en las producciones internacionales en las que participaba como actor y que se empeña en canonizar al rey en vida a cambio de algunos ascensos en el escalafón eclesial, el turinés Rascel como el sufrido criado del rey, Mastroianni en el rol del músico enamorado de la hija de Pulcinella y Aldo Fabrizi en el papel episódico de un rústico que se va quedando sin pollos a base de sobornos para que el rey reciba una petición de gracia.


A pesar de todo ello, la película no resulta gran cosa por la incapacidad de Franciolini para sacar lustre a las situaciones, componiendo casi siempre el encuadre rutinariamente con los dos o tres personajes que participan en la escena en planos medios frontales, como si estuviéramos ante una primitiva realización televisiva. Al menos, esto no nos impide disfrutar del trabajo de los actores, que es lo que debió pensar Franciolini cuando dirigió ésta, su última película.



Ferdinando I, re di Napoli (1959)
Producción: Titanus (IT) / S.G.C. (FR)
Director: Gianni Franciolini.
Guión: Pasquale Festa-Campanile, Massimo Franciosa, Gianni Franciolini.
Intérpretes: Peppino De Filippo (el rey Ferdinando I de Borbón), Eduardo De Filippo (Pulcinella), Titina De Filippo (Titina), Rosanna Schiaffino (Nannina, su hija), Renato Rascel (Mimì), Marcello Mastroianni (Gennarino), Vittorio De Sica (monseñor Salvatore Caputo), Aldo Fabrizi (el campesino de los pollos), Marcello Leslie Philipps y Jacqueline Sassard (los periodistas ingleses), Nino Taranto (“Tarantella”, el jefe de policía), Audrey McDonald (la reina Carolina), Memmo Carotenuto (el vendedor de quesos), Giacomo Furia (Don Ciccillo), Antoinette Weinen (la condesa Carditello), Marcello Paolini (Francesco, el hijo del rey), Nino Vingelli.

4 de agosto de 2014

Mundos lejanos


Worlds Away (Mundos lejanos, 2012), Andrew Adamson

Algo parecido me ha pasado al ver la última producción cinematográfica del Cirque du Soleil, la reciente Worlds Away (Mundos lejanos, Andrew Adamson, 2012), realizada con la tecnología 3D. En una primera mirada me he sentido impactado por varios de los números que componen el film y por la indudable belleza de muchas de sus escenas, pero buscando una línea sobre la que apoyar mi reflexión me he topado de nuevo con una historia débil que solamente sirve de excusa para la exhibición de los mejores números que el circo canadiense exhibe en varios hoteles de Las Vegas. Una suerte, en todo caso, pues esos espectáculos no han sido editados completos en vídeo.


Worlds Away cuenta el encuentro de dos jóvenes, Mia (Erica Linz) y el trapecista (Igor Zaripov) en un típico carnaval norteamericano. Ella es una visitante inocente que se maravilla con algunos de los personajes del sideshow (el hombre tatuado, la mujer barbuda…), hasta que un payaso —triste, cómo no— le sugiere que vaya a  la carpa principal para ver al trapecista, su máxima estrella. El apuesto acróbata aéreo realiza un número de trapecio desde el que se lanza a una cadena. Mientras realiza su número, Cupido provoca la caída del trapecista. Al caer, la pista de arena se hunde y se traga al artista. Mia intenta rescatarle y se hunde también, cayendo por un pozo de arena que conduce a un espacio irreal, un mundo que está entre la vida y la muerte, un mundo entre mundos, un mundo de sueños en el que encajan a la perfección los números del Circo del Sol.


Mia busca a su amor a primera vista en este universo onírico repleto de carpas donde se reinterpretan números de siete espectáculos residentes del Cirque du Soleil en Las Vegas: O, KÀ, Mystère, Viva ELVIS, CRISS ANGEL Believe, Zumanity y The Beatles LOVE.


Una espectacular coreografía acuática y una no menos espectacular coreografía aérea realizada en un barco que pendula en las alturas abre el viaje de Mia en busca de su amor. Es parte del espectáculo O del Hotel Bellagio y desde allí, a lomos de un dragón de mar prosigue su camino. Contorsionistas y aerealistas sobre aro le indicarán el camino mientras el agua surge de varias fuentes acentuando su tristeza.


Mientras tanto, el acróbata aéreo está encadenado, apresado por unos guerreros. A su espalda se desarrolla uno de los números más peligrosos de Ka (espectáculo residente del MGM Grand Hotel), la Rueda de la Muerte. El artista recorre la Rueda —que alcanza los 40km/hora— sobre sus manos. Viéndolo en una pantalla produce vértigo. Imaginaos en vivo: impresionante. De Ka también proviene el acto de acrobacia sobre una pared que se levanta desde el suelo. La plataforma puede girar,  pesa unas 50 toneladas y puede proyectar imágenes generadas por un ordenador. No me puedo imaginar el escenario donde se desarrolla, pero técnicamente tiene que ser sobresaliente. Precisamente fue en este escenario donde falleció la acróbata francesa Sarah Guyard-Guillot durante el espectáculo al caer de 15 metros de altura, la primera víctima mortal de este prestigioso circo.


De Mystére —programado desde 1993 en el Treasure Island Hotel— proviene una coreografía aérea realizado con un cubo. Acto seguido, un singular triciclo autodirigido lleva a Mia a la carpa donde unos superhéroes hacen un trepidante número de camas elásticas. El número es del espectáculo Viva Elvis, ya retirado y sustituido por Zarkana. Del espectáculo de magia interpretado por Criss Angel en el Hotel Luxor tenemos la cara de un conejo que anda sobre sus orejas y que le indica a Mia el camino a seguir.


Este camino conduce al sensual acto de Zummanity, espectáculo eróticodel New York-New York Hotel. Una luna llena se convierte en una copa gigante de agua donde una contorsionista realiza sus ejercicios. Un acto bellísimo, realzado por los diferentes  planos y puntos de vista de la cámar, que embelesa al trapecista y le invita a proseguir la búsqueda de su amor platónico.


El trapecista se  zambulle en la luna-mar y va a parar al océano donde se encuentra el jardín de los pulpos, al cielo donde lucen los diamantes y es que entramos de lleno en el espectáculo inspirado en Los Beattles, Love —en el Hotel Mirage— y nos sumergimos en un mundo de fantasía que nos recuerda el circo del principio de la película.


Después de un momento de angustia —volvemos al espectacular escenario de Ka— en el cual Mia está a punto de caer de una de las plataformas y es salvada después de una increíble batalla con arcos y flechas, los dos enamorados se encuentran y crean el broche de oro de la película, un excelente y arriesgado número de straps (cintas) a dúo, cuya belleza es acentuada con imágenes ralentizadas y la música de Benoit Jutras, que también —y tan bien— acompaña al resto del film.
Worlds Away no es una película como para llevarse un Óscar, pero es indudable que la belleza de los números, la espectacularidad de los escenarios, la originalidad de los vestuarios y la excelencia de los artistas suplen con creces la inocencia de su guión.


Worlds Away (Mundos lejanos, 2012)
Producción: Paramount - Cirque du Soleil
Dirección: Andrew Adamson
Intérpretes: Erica Linz, Igor Zaripov y los artistas del Cirque du Soleil de los 7 espectáculos que este circo tena en cartel en Las Vegas en 2011: O, Mystère, Kà, Love, Zumanity, Viva Elvis and Criss Angel Believe.
91 min. Color ·3D