Y es que de casta le viene al galgo, porque Mariano, miembro por nacimiento –como José Luis y Antonio- de la compañía Ozores-Puchol tenía experiencia más que sobrada en este campo. En 1953 habían llevado al escenario una con libreto de Tono. Al calor del tópico era una “función topical”, oséase, una revista con sus vedettes y con música del maestro Rosillo. Rafael Palao, el propietario de una tienda de telas de Madrid, había propuesto a Mariano Ozores padre crear un espectáculo de este tipo… ¡para dar salida al stock de telas en la confección del vestuario! Las vedettes son Ruth Moly y Teresa Arcos. Ésta, procedente de la compañía de Celia Gámez, terminará convirtiéndose en la señora de Ozores, Mariano. En Dos chicas de revista, él mismo suministra al compositor Gregorio García Segura, la letra para los números de entrada y salida –“Dos chicas de revista” y “Así es la revista”-, en tanto que en el escenario se reviven algunos clásicos del cuplé picarón como “La Lola” -Enrique Arroyo, Francisco Lozano, Francisco Alonso y Joaquín Belda-, delirios copleros como “Júrame” –con música de Juan Quintero y letra del director cinematográfico José Luis Sáenz de Heredia- y hasta la “Estudiantina portuguesa” –con letra del saladísimo Ramos de Castro y música del maestro Padilla-. Los números revisteriles de Dos chicas de revista recuerdan más, eso sí, a realizaciones televisivas que a representaciones de teatro ínfimo, salvo en este ensayo de “La chica del 17” –con música de José Ruiz de Azagra- que alguien ha tenido la cortesía de colgar en youtube para que ustedes puedan disfrutarlo.
Un lugar para el encuentro. en el más amplio sentido del término, entre el cine, el circo y las variedades
(A place for the meeting, in the most wide sense of the term, among the cinema, the circus and varietés).
Autores: Sr. Feliú y Javier Jiménez
24 de diciembre de 2017
Dyanik y Lina son…
Y es que de casta le viene al galgo, porque Mariano, miembro por nacimiento –como José Luis y Antonio- de la compañía Ozores-Puchol tenía experiencia más que sobrada en este campo. En 1953 habían llevado al escenario una con libreto de Tono. Al calor del tópico era una “función topical”, oséase, una revista con sus vedettes y con música del maestro Rosillo. Rafael Palao, el propietario de una tienda de telas de Madrid, había propuesto a Mariano Ozores padre crear un espectáculo de este tipo… ¡para dar salida al stock de telas en la confección del vestuario! Las vedettes son Ruth Moly y Teresa Arcos. Ésta, procedente de la compañía de Celia Gámez, terminará convirtiéndose en la señora de Ozores, Mariano. En Dos chicas de revista, él mismo suministra al compositor Gregorio García Segura, la letra para los números de entrada y salida –“Dos chicas de revista” y “Así es la revista”-, en tanto que en el escenario se reviven algunos clásicos del cuplé picarón como “La Lola” -Enrique Arroyo, Francisco Lozano, Francisco Alonso y Joaquín Belda-, delirios copleros como “Júrame” –con música de Juan Quintero y letra del director cinematográfico José Luis Sáenz de Heredia- y hasta la “Estudiantina portuguesa” –con letra del saladísimo Ramos de Castro y música del maestro Padilla-. Los números revisteriles de Dos chicas de revista recuerdan más, eso sí, a realizaciones televisivas que a representaciones de teatro ínfimo, salvo en este ensayo de “La chica del 17” –con música de José Ruiz de Azagra- que alguien ha tenido la cortesía de colgar en youtube para que ustedes puedan disfrutarlo.
29 de noviembre de 2017
La ballena blanca
Las comedias de episodios italianas
La comedia a la italiana tiene padres conocidos. El papá fue, claro, el neorrealismo. La “mamma”, la farsa teatral. A principios de los sesenta ella misma empezó a tener retoños. Uno de los más vigorosos fue la comedia de episodios.
Ya lo había intentado Vittorio de Sica con los relatos del escritor napolitano Giuseppe Marota reunidos en L’oro di Napoli (El oro de Nápoles, 1954). Pero el pistoletazo de salida lo da el productor Carlo Ponti en 1962 cuando consigue juntar en una misma película los talentos de Fellini, Visconti, de Sica y Monicelli. Boccaccio ’70.
En la comedia de episodios cabe de todo. Desde la idea que no necesita de hora y media para florecer hasta el simple chascarrillo. Sin embargo, donde encuentra su justa medida es en la crítica de costumbres. Los pequeños vicios y las grandes lacras de la sociedad son el terreno abonado para su cultivo.
En época de prosperidad cinematográfica hay exceso de ideas que no se desperdician porque encuentran su hueco en la comedia de episodios. Lejos de ser una tabla de salvación para directores en paro, la comedia de episodios supone un laboratorio de experimentación para los veteranos y un trampolín de lanzamiento para los noveles.
Mauro Bolognini también se apunta a la moda de los episodios en varias ocasiones, aunque en La donna è una cosa meravigliosa (1964) opta por un formato poco frecuente, el de díptico. Dos son los capítulos que componen la cinta, ligados por lo grotesco de su estilo visual y por una misoginia galopante. La Rossella (Sandra Milo) de “Una donna dolce dolce” ha capitidisminuido a su marido –calvo y con bigote, para colmo- hasta convertirlo en un niño al que baña y pone a hacer pipí. La Miriam de “La balena bianca”… De ella quería hablarles.
Miriam (Giampiera Colombo) es una montaña, una elefanta, una de esas gordas que desafían a la naturaleza. Pesa ciento ochenta y cuatro kilos, ejecuta varios números acrobáticos y funambulísticos, y dirige el circo a golpe de ladrido. Su número estrella, que nunca veremos, es el combate por el título mundial del “peso elefante” en noble lid con el oso Paraíso, de doscientos treinta kilos.
Su marido, Eros (Arnaldo Fabrizio), en cambio, es un microbio, una partícula diminuta ante esta giganta descomunal. Pero Eros se la pega a su mujer con Luciana (Carmen Najarro), una mujer de su misma estatura. Sus encuentros eróticos tienen lugar en una sórdida habitación de hotel. Luciana le reprocha a su amante que haga el amor con ella “después de haber estado con ese horrible monstruo”. La situación ha llegado a ser insostenible y Eros decide acabar con Miriam. Como si estuviéramos en un corto del Coyote y el Correcaminos, el marido mínimo recurrirá a todos los métodos para deshacerse de su esposa y ella saldrá indemne de todas estas intentonas criminales.
Director de pulcras adaptaciones literarias, Bolognini opta en La donna è una cosa meravigliosa por el desmelenamiento formal. Los cuerpos contorsionados de equilibristas y trapecistas que sirven de fondo a los títulos de crédito nos ponen sobre aviso del barroquismo que presidirá la puesta en escena. El fellinismo de algunos maquillajes, de la invocación circense y de la elección del reparto, queda reforzado por el singular parecido de la pequeña Carmen Najarro con Giulietta Massina, de la cual parece un clon diminuto.
Las escenas del intento de envenenamiento nos retrotraen al universo de la obra maestra de Tod Browning, Freaks. Sin embargo, Bolognini y su guionista, Parise, no nos llevan por el camino de la identificación. No tenemos referencia de “lo normal” en este combate entre David y Goliat. El “uno de los nuestros” -¡One of us! ¡One of us!- queda fuera de cuadro y de la historia.
La presencia del público es mínima. Y, salvo unos apuntes de los payasos, tampoco vemos varios números que se anuncian, como el de Gina “en su clásico número sobre el alambre”, Ciciolín y su león del Atlas o las encantadoras hermanas alemanas. Ninguno de ellos cobra más de quinientas liras diarias más la comida y el vestuario. Miriam considera que con semejante dispendio no va a pagar además la Seguridad Social. Eros solivianta a los artistas contra su mujer, pero ella sale siempre triunfadora. Al final, el marido, nuevo capitán Ahab, queda aplastado por la evidencia de que “es imposible desembarazarse de la ballena blanca”.
Hijos naturales y mujeres contra natura
Un apunte especialmente sórdido tiene lugar cuando Luciana coquetea con el contable –al que sólo vemos en un lejano plano general o de cintura para abaja, dado que su estatura es normal- y él, celoso, intenta estrangularla. Antes le ha anunciado que está embarazada y que no quiere tener un hijo sin padre. El artífice literario de “La balena bianca” es Goffredo Parise, escritor y guionista, hijo natural, que sublimó este trauma en buena parte de su obra. El análisis de su carrera literaria no nos corresponde. De la cinematográfica, señalemos que también intervino, como argumentista en Una storia moderna: l’ape regina (1963), la cinta que sirvió de debut en Italia a Rafael Azcona, de la mano de Marco Ferreri, y de otro episodio en la película que servía de pórtico a este comentario, Boccaccio ’70. Parise forma parte del equipo que guioniza el episodio dirigido por Fellini, “Las tentaciones del doctor Antonio”. Está protagonizado por un habitual de Circo Méliès, el napolitano Peppino de Filippo, que debe enfrentarse a otra mujer colosal, en este caso una Anita Ekberg del tamaño de un edificio de cuatro pisos escapada de una valla publicitaria en la que sus inmensos senos sirven de reclamo a una marca de leche. Este episodio –declaraba Fellini- tiene “una dimensión clownesca-.
La película se presentó en el festival de Venecia, fuera de concurso. Según recuerda el director el escándalo fue monumental. En un remedo de la desproporción mostrada en la pantalla Fabrizio y Najarro tuvieron que ser escoltados por la policía mientras los espectadores indignados intentaban lincharlos. Él era famoso como el pequeño Goliat en una serie de películas de gladiadores que constituyeron un subfilón del cine de sandalias italiano. Ella no nos consta que volviera a asomarse a la pantalla, probablemente a causa de este recibimiento.
La donna è una cosa meravigliosa (1964)
Producción: Zebra Film (IT) / Aera Film (FR).
Director: Mauro Bolognini
Argumento: Goffredo Parise. Guión: Leonardo Benvenuti & Piero de Bernardi y Goffredo Parise.
Intérpretes: Giampiera Colombo (Miriam), Arnaldo Fabrizio (Eros), Carmen Najarro (Luciana).
85 min. Blanco y negro
24 de octubre de 2017
En el Circo Oklahoma
18 de octubre de 2017
Mamá, quiero teta
La teta y la luna (1994), Bigas Luna
Hemos adelantado la proyección de esta película de Bigas Luna para completar este pequeño ciclo dedicado al arte del pedo. Nuestro personaje invitado: Maurice (Gérard Darmon), un pedómano francés con su pequeño espectáculo ambulante en tierras catalanas. Un pedómano motero que enmarca muy bien a su personaje sentado sobre una Harley ribeteada de llamas, una puesta en escena muy acertada para este peculiar acto.
Tete (Biel Durán), un chaval que es anxaneta en los castells de su pueblo —el miembro más joven y quien corona el castell—, está bastante obsesionado con las tetas y con el nacimiento de su hermanito esta obsesión se acentúa de una manera notable. Es entonces cuando descubre que las mujeres están llenas de leche y pide a la luna que le traiga una teta sólo para él. Más tarde descubrirá que es su padre quien llena de leche a su madre, que se la pide gozosa.
Después de una temporada dedicándose a la pintura y la fotografía, dos aficiones con las que hace innumerables exposiciones, Bigas Luna vuelve al cine en 1992 iniciando la "Trilogía Ibérica" con Jamón Jamón, película ganadora del León Plata en el Festival de Venecia; Huevos de Oro (1993), Premio del Jurado del Festival Internacional de San Sebastián; y la que nos ocupa, La teta y la Luna (1994), galardonada en el Festival de Venecia. Las tres retratan muy bien la España de Bigas Luna, aunque es esta última la más autobiográfica de todas.
Dirección: Bigas Luna.
Producción: Lola Films, Creativos Asociados de Radio y Televisión y Hugo Films (ESP/FR).
Guión: Cuca Canals, Bigas Luna, Frédéric Lasaygues y Josep Bargalló.
Musica: Nicola Piovani.
Intérpretes: Biel Durán (Tete), Mathilda May (Estrellita), Gérard Darmon (Maurice),Miguel Poveda (Miquel), Abel Folk (el padre), Laura Mañá (la madre), Genís Sánchez (Stallone), Xavier Massé (el abuelo), Victoria Lepori (la de las tetas), Xus Estruch (la madre de Stallone), Jane Harvey (la Caballé, profesora), Vanessa Isbert (novia de Stallone), Jordi Busquets (Cap Colla), Diego Fernández, Salvador Anglada (casteller) y Javier Bardem.
15 de octubre de 2017
Autómatas en la Tierra de los Sueños
O Dreamland (1953), de Lindsay Anderson
Lo que nos perturba de los fenómenos no es que sean diferentes, sino lo que los asemeja a nosotros. Algo parecido ocurre con los autómatas. Nos inquietan y, por tanto, nos fascinan, porque en ellos reconocemos lo humano de su automatismo.
Una parte del metraje de O Dreamland está dedicada a retratar la galería de autómatas del Parque de Atracciones de la localidad británica de Margate, en Kent. Los visitantes de la tarde del sábado o el domingo pasean su atocinamiento entre clásicas atracciones vertiginosas y mareantes, como el pulpo y las barcas, las que excitan la ilusión y la codicia, como las tragaperras, el bingo o el brazo mecánico que nunca termina de atrapar el reloj chapado en oro, o los puestos del tiro al globo, del aro que ha de encajarse en el cuello de la botella o de la tómbola que reparte suerte según el rostro de la estrella de cine que se ilumine. También hay un tragafuegos. Y unos escuálidos animales encerrados en sus jaulas.
Los espectadores –señoras, niños, abuelos, desocupados…- circulan abúlicos o abren la boca entontecidos entre tanta diversión que mas les sirve para matar el tiempo que como entretenimiento. Ayuda a ello el desajuste del sonido que repite incesante el último éxito de la música ligera, los números del bingo y la risa mecánica y enloquecida de los autómatas.
Precisamente son estos pabellones los que más contraste provocan con la alienación de los espectadores que se congregan en ellos. Los autómatas son víctimas o verdugos de las más atroces torturas. Así, podemos contemplar la ejecución en la silla eléctrica del espía atómico Rosemberg mientras un funcionario de prisiones se carcajea hasta el descoyunte o torturas chinas e inquisitoriales entre las que destaca “la muerte por mil cortes”.
Lindsay Anderson rodó este documental en 1953 con una cámara portátil de 16 mm y el material sobrante de la película que estaba realizando sobre una escuela de niños sordos: Thursday’s Children. Las latas durmieron en una estantería hasta que en 1956 Anderson, que entonces trabajaba como programador en el National Film Theater, y otros compañeros como Tony Richardson y Karel Reisz decidieron programar una sesión conjunta de cortometrajes con el título común de “Free Cinema”. El marbete hizo fortuna. Iba acompañado de un manifiesto en el que los “jóvenes airados” del cine británico defendían una nueva aproximación a la realidad, a la clase obrera y, por ende, nuevos métodos de producción. O Dreamland cumplía todos estos requisitos y suponía, al tiempo, una bofetada al modelo clásico de documental que Anderson estimaba puro formalismo. En 12 minutos la diversión adocenante adquiere caracteres de pesadilla y, cuando los espectadores abandonan el recinto del Parque de Atracciones todavía nos preguntamos de qué lado de la vitrina estaban ellos y de cuál los autómatas.
O Dreamland (1953)
Productora: Sequence (GB)
Guión y Dirección: Lindsay Anderson
Fotografía: John Fletcher.
Documental.
12 min. Blanco y negro.
4 de octubre de 2017
El fin de una era
La siguiente película de Sedgwick es The Cameraman (El cameraman, 1928), en la que de nuevo hay un simio, aunque de menor tamaño.
A finales de la década, con una carrera también declinante en M-G-M pero aún contratado por el estudio propone, junto a otros viejos compañeros como Clyde Bruckman, la contratación de Keaton como gagman. De este modo colaborarán en dos de los últimos empeños profesionales de Sedgwick como director: Nothing But Trouble (1944), cinta también crepuscular de Laurel y Hardy, y A Southern Yankee (1948), del pujante Red Skelton.
Desde las oficinas de los ejecutivos, se le exige a Keaton que rellene sus minutos de presencia en pantalla con golpes, caídas y batacazos, obviando que el auténtico arte del comediante reside en su capacidad para desafiar las leyes de la física en un mundo demasiado grande para él. No es tanto que la gracia sea un estado de lo mismo y que Keaton la haya perdido de un día para otro, no. Se trata del descentramiento que supone el apartar al cómico del centro de la pantalla, considerando sus habilidades insuficientes para atraer al nuevo público del cine parlante. Los gags entonces, en lugar de coadyuvar a construir un personaje central capaz de enfrentarse a las situaciones más peliagudas, son meros respiros bufos en el desarrollo de un argumento cien veces visto.
3 de octubre de 2017
Del muro de la muerte al bólido infernal
Christina de Rinck (María Montez) conduce a los hombres a la muerte. Utiliza sus armas de mujer para conseguir que firmen con ella el contrato del “más difícil todavía”. Como agente de variedades ya ha destrozado la vida de varios hombres, entre ellos Eric (Eric von Stroheim), un trapecista patéticamente tullido. Ahora la ambiciosa de Christina se fija en Fabius (Pierre Brasseur), un feriante que ejecuta con la ayuda de Martha (Arletty) un número denominado “el muro de la muerte”.
Consiste éste en un cilindro vertical con fondo semiesférico. Fabius da vueltas en motocicleta a toda velocidad hasta que la coloca paralela al suelo casi a la altura a la que el público contempla el espectáculo, tras una barandilla. A pesar de las advertencias de Eric y de su propio miedo, Fabius acepta la propuesta de Christina para ejecutar el doble looping en automóvil en la pista del Circo Pfeiffer. Fred (Marcel Dalio) construye una rampa, como la de una montaña rusa, por la que un bólido se desliza a toda velocidad. Gracias a su diseño el bólido debería de ejecutar un doble mortal en el aire y caer en una pequeña colchoneta al otro lado de la pista.
Y hasta aquí contamos del argumento. Baste decir que la tragedia se ceba en el cuarteto protagonista. La película arranca en una calle adoquinada, una noche en la que jarrea, con una mujer encapuchada y un hombre que la aguarda, pistola en mano, en una esquina. Al fondo, la feria. No se puede soñar con nada más prometedor. La escena parece sacada del universo del “realismo poético” francés previo a la guerra, a pesar de que ya han pasado tres años desde su final. Se procedió entonces a depurar a los artistas franceses acusados de colaboracionismo. Una de las acusadas fue Arletty, otrora una de las actrices más reputadas y queridas de Francia, amante de un oficial alemán. Por ello ha pasado cuatro meses en la cárcel y ha estado tres años sin trabajar. Su exordio ante el tribunal ha pasado a la pequeña historia del anecdotario cinematográfico: “Mi arte es francés –declaró -, pero mi culo es internacional”.
Arletty vuelve al cine con Portrait d’un assassin, pletórica, trágica, irreductible. Frente a ella, María Montez, la diva de los espectáculos de las mil y una noches concebidos por la Universal en Hollywood que, en horas bajas, ha decidido instalarse en Francia con su marido. Otro exiliado de la Meca del Cine, Eric von Stroheim, se coloca el collarín que ya había lucido en La gran ilusión (La grande illusion, 1937), el hermoso canto de Jean Renoir al internacionalismo y la camaradería en tiempos de guerra. Por su parte, Pierre Brasseur sostiene la película sobre sus espaldas.
La historia de amour fou se desarrolla, sin embargo, penosamente, con largas escenas dialogadas en las que los personajes del drama se van enfrentando de a dos. Y para colmo en interiores. De modo que no hay mucha ocasión de disfrutar de lo que el argumento anuncia una y otra vez: la emoción y el riesgo de los dos grandes números que, cuando llegan, saben a poco. El de la motocicleta en el “mur de la mort” debe su ejecución, sino su concepción a Paul Renard. Aún es habitual encontrarlo en ferias de todo el mundo y uno tuvo ocasión de escuchar su estruendo hace no mucho en un pueblos del norte de Portugal.
El número de “el bólido infernal”, “el salto de la muerte” o “el doble looping en auto” –que de los tres modos se promociona-, es idea de los hermanos Marcel y André Desprez, habituales de los circos europeos en aquellos años. Se anunciaba entonces con propiedad como el “Double Saut Périlloux Automobile”. Gaston Desprez, el hermano mayor, ejercía por esta época de empresario teatral. La guinda, para el aficionado, es que mientras Fabius aguarda en su camerino el momento fatal, en la pista del circo Pfeiffer actúan Les Fratellini y hay ocasión de disfrutar, aunque sea parcialmente, de una de sus memorables actuaciones.
16 de septiembre de 2017
Atracciones y clowns
El otro motivo es la presencia de Mary Santpere caracterizada de payaso. Ahora (en 1971) se dedica al circo, según declara ella misma. Ella es una de las difamadas por Olga Pompeyo en sus memorias eróticas. Poco más que un cameo en una breve conversación telefónica con evidentes síntomas de improvisación en el que la Mary hace gala de un desparpajo y una expresividad aprendidos junto a su padre -José Santpere- en los teatros del Paralelo. Alguna vez hemos amenazado con ocuparnos de ellos. Sirva esta foto para sellar el compromiso que tenemos con ustedes y con el teatro de variedades barcelonés.