17 de septiembre de 2022

El Gran Stanton

El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947), de Edmund Goulding


El alma perdida de William Lindsay Gresham 
El callejón de las almas perdidas es una producción de la 20th Century Fox, a partir de la novela “Nightmare Alley” de William Lindsay Gresham. El tal Gresham –cuenta Massimo Polidoro: en el número de julio/agosto de 2003 de la revista “Skeptical Inquirer”- nace en Baltimore en 1909 y se dedica a oficios diversos –cantante folk, publicitario, escritor de historias policiacas…- hasta que en 1937 se alista en las Brigadas Internacionales. Militante del Partido Comunista, Gresham forma parte de la Columna Abraham Lincoln como paramédico en España. Dice la leyenda que es en un hospital de sangre donde entabla amistad con un enfermero, Joseph Daniel "Doc" Halliday, antiguo empleado en un sideshow. Serían sus conversaciones con éste las que inspirarían sus dos obras más conocidas: “Monster Midway: An Uninhibited Look at the Glittering World of the Carny”, un reportaje de largo aliento sobre el Carnaval y los sideshows al modo americano publicado en 1954, y la novela “Nightmare Alley”, editada ocho años antes. 

En 1959 Gresham da a la imprenta “Houdini: The Man Who Walked Through Walls”. A decir de los entendidos si no es el estudio sobre el famoso escapista más ajustado a la realidad es, al menos, el más divertido. Gresham resumía así su vida: “A veces pienso que si he tenido algún talento no ha sido literario sino el puro talento para la supervivencia. He sobrevivido a tres fracasos matrimoniales, a la pérdida de mis hijos, a la guerra, a la tuberculosis, al marxismo, al alcoholismo, a la neurosis y a muchos años de ser escritor independiente. Todo suficientemente desagradable como para matarlo a uno, me parece”. El instinto de supervivencia le falla en 1962. Después de ingresar en Alcohólicos Anónimos y desarrollar cierto interés por el espiritismo, cuyos fraudes pretende poner al descubierto en dos obras que nunca culmina, se suicida.


De charlatán a espiritualista 
Nightmare Alley” constituye un importante éxito editorial en 1946. No de crítica, claro, pero sí de ventas, que era lo que le interesaba al autor… y a Hollywood. Para colmo el primer actor de la 20th Century Fox, Tyrone Power, está interesado en protagonizar la adaptación. Sin embargo, a pesar de que el guionista Jules Furthman lima las aristas más afiladas de la novela –seudosiquiatría, impotencia, incesto...- Zanuck, el capitoste de la Fox, no lo tiene claro. Se muestra renuente a seguir adelante con la producción. La solución es confiar la dirección de la película a un director más que solvente, Edmund Goulding, y encargar la fotografía a un maestro de la luz como Lee Garmes. 

El contrapunto entre el ambiente del carnaval y el de los grandes salones de Chicago no puede estar mejor retratado. Por su parte Furthman realiza una solvente adaptación en la que prescinde de los largos flashbacks que en la novela dan cuenta de los problemas de Stanton Carlisle con su madre y las consecuencias sicoanalíticas que vertebran el prolijo tramo final. También suple con un par de escenas de gran economía narrativa el sentido de destino trágico de la novela, cuyos capítulos se ponen bajo la advocación de cada uno de los naipes del tarot. 

El destino trágico es el del ambicioso Stan, dispuesto a lo que sea con tal de lograr el éxito. La clásica historia del cine norteamericano de los años treinta y cuarenta, que igual se puede traducir en el drama de un arquitecto, que en las aventuras de un pionero o en la carrera criminal de un gángster. La historia de Stan liga bastante bien con este último ambiente, por lo que habitualmente se encuadra en el género negro. Los contactos son puntuales y no sólo por el entorno del Carnaval, sino por su falta de retraimiento a la hora de tratar temas como la fe religiosa y el más allá emparentándolos con una pandilla de embaucadores.

Stan Carlisle (Tyrone Power) trabaja como charlatán en una feria, un sideshow en el que se ofrecen “nueve números completos” como complemento del Carnaval. Entre las atracciones podemos contemplar a un tragafuegos, a Elektra “la mujer que desafía a la electricidad” (Coleen Gray), al musculoso Bruno (Mike Mazurki), el número de adivinación de Mademoiselle Zeena (Joan Blondell) y el espeluznante geek, “mitad hombre, mitad bestia”. El geek es un clásico de las ferias estadounidenses. Dice la leyenda que Tod Browning –el director de La parada de los monstruos (Freaks, 1932)- llegó a encarnar a uno en su juventud. Se trataba habitualmente de un alcohólico o de un adicto que a cambio de su dosis diaria se revolcaba en sus propios excrementos y arrancaba la cabeza a bocados de gallinas y serpientes vivas. Cuando arranca la película, el gerente está presentando precisamente este número. Los espectadores no nos dejan ver al fenómeno, pero asistimos espantados con Stan al momento en que le arrojan dos pollos vivos para que los devore ante el público. A su vez, Zeena, contempla a Stan con evidente deseo. En este juego de miradas se puede resumir toda la película: el público, siempre ávido de nuevas sensaciones que Stan está dispuesto a proporcionarles. Tiene un buen profesor, Pete (Ian Keith), el marido alcohólico de Zeena. En el pasado ambos tenían un número que constitutía el acto principal en los teatros de vodevil. Un número de mentalismo cuyo secreto, desvelado sin tapujos, consiste en una clave; una especie de diccionario de expresiones y énfasis que sirve para denominar cualquier objeto y sus características principales. Como en todos estos números, más que la parte mecánica, el truco está en saber aplicar cuatro reglas de sicología básica. Lo descubrimos cuando Pete adivina el pasado de Stan: un niño que corre descalzo por las colinas con un perro… Stan, absorto, dice el nombre del perro. Pete se ríe de él: todos los chavales han corrido alguna vez descalzos y todos han tenido un perro. Stan aplica el mismo método cuando un sheriff pueblerino pretende cerrar el espectáculo por exhibir al geek.

Stan seduce a Zeena pero queda un obstáculo, Pete. Stan lo envenena -¿accidentalmente?, ni él mismo lo sabe- con una botella de alcohol metílico. Una vez despejado el camino del éxito Stan no se para en trabas. En cada peldaño, una mujer, que representa un estadío superior del mundo del espectáculo y la superchería. Zeena, la adivinadora, le enseña el código secreto y le permite pasar de la condición de charlatán, sólo un escalón por encima del geek, a la de estrella del sideshow. El siguiente paso es Chicago. Y una bella compañera, Molly, la joven que en el Carnaval ejercía de Elektra. Debido a la diferencia de edad Stan debe casarse con ella. No importa. Pero este triunfo también le parece poco. Conoce entonces a la seudo-siquiatra Lilith (Helen Walker), que le pasa información sobre sus pacientes. El último paso es convertirse en un “espiritualista”, cruce de médium y de santo, con Iglesia y emisora de radio propias. El señor Grindle (Taylor Holmes) un acaudalado hombre de negocios, está dispuesto a donar cuanto dinero sea preciso con tal de volver a mantener un vis a vis con su amada fallecida. Stan no duda en empujar a Molly a hacer el papel de la muerta… lo que equivale a proponerle que se entregue al viejo millonario. No puede caer más bajo.

Estamos en el tercer acto de la gran tragedia americana: una vez el protagonista ha tocado el éxito con la punta de los dedos, debe caer. El engaño al señor fracasa y según había predicho el tarot, Stan se convierte en un nuevo Pete, presa de un estupor alcohólico permanente. Entonces tropieza con una feria. Acaso pueda volver a empezar. Pide trabajo como adivinador, pero su mismo alias ya indica que ha tocado fondo: el “Jeque Abradacabra”. El encargado le ofrece un trago de güisqui y el puesto de… Lo han adivinado: el geek –una botella y un rincón para dormir-. -¿Cree que podrá hacerlo? La respuesta de Stan es uno de los grandes diálogos de la historia del cine: -Señor, nací para ello. 

La calleja de las pesadillas 
Alguna vez hemos a los distribuidores españoles su férvida imaginación a la búsqueda de la traducción de un título. El conciso The Searchers (los buscadores) se convierte así en un épico Centauros del desierto, el polisémico Some Like It Hot (a algunos les gusta la música “hot” y también algunos lo prefieren calentito) en el alocado Con faldas y a lo loco y el cuasi-serie B Nightmare Alley (calleja de las pesadillas) en el metafísico El callejón de las almas perdidas. A pesar del hallazgo y de la calidad de todos los elementos que intervienen en ella, la película pasa poco más que desapercibida en su estreno, probablemente porque Zanuck no estaba dispuesto a dar un duro por esta historia negra, turbulenta y repulsiva para el público medio en la que su estrella más preciada hacía un papel antipático sin visos de redención.

Después, la cinta durmió el sueño de los justos. En los años ochenta Fox desenterró su catálogo y tiró copias nuevas de varios clásicos. Se estrenaron entonces en España en versión original subtitulada El diablo dijo no, de Lubitsch, o El filo de la navaja, también protagonizada por Tyrone Power. Sin embargo, El callejón de las almas perdidas sólo fue rescatada en algún pase televisivo nocturno que fue donde uno la vio hace años. Acaso fuera el ambiente insano de la película o lo tardío del horario, la cosa es que dejó huella en mí. Por eso, cuando se editó en DVD corrí a por ella. Es una de las escasas ocasiones en las que una edición española no defrauda: el blanco y negro sigue ahí impecable, el sonido en la versión original es más que correcto y está subtitulada. Aunque yo se la haya contado, véanla. Seguro que descubren que su alma también se ha perdido alguna vez en este callejón.

Sr. Feliú



El callejón de las almas perdidas (Nightmare Alley, 1947) 
Producción: 2oth Century-Fox Film (EEUU) 
Dirección: Edmund Goulding 
Guión: Jules Furthman, basado en una novela de William Lindsay Gresham 
Intérpretes: Tyrone Power (Stanton Carlisle), Joan Blondell (Madame Zeena), Coleen Gray (Molly), Helen Walker, Taylor Holmes, Mike Mazurki, Ian Keith. 
110 min. Blanco y Negro.