Garras humanas (The Unknown, 1927), de Tod Browning
Esta fue una de las primeras películas proyectadas en nuestra carpa, allá por noviembre de 2007. Como de entonces acá ha corrido mucha agua bajo los puentes, hemos decidido conservar de aquella opinión sólo el resumen argumental de entonces e imbricar la película en el ciclo Browning/Chaney que venimos realizando.
Entonces Decíamos entonces que la acción transcurre en un imaginario Madrid y suponemos que sus protagonistas son miembros de alguna troupe ambulante de algún circo español aunque la localización no esté excesivamente conseguida a no ser por la aparición de los miembros del orden con un tricornio o los nombres de los personajes.
Alonzo (así con zeta, Lon Chaney) no tiene brazos y se dedica a lanzar cuchillos con los pies sobre la silueta de la bella Nanon “Estrellita” (Joan Crawford). Tras una disputa con el dueño del circo (Nick de Ruiz), Alonzo, que en realidad tiene brazos, pero los esconde para que no le reconozcan ya que tienen un defecto en uno de los pulgares, asesina a su jefe.
Estrellita, que casualmente odia los brazos de los hombres que siempre intentan manosearla, permite a Alonzo hacerse ilusiones con su amor, lo que mueve a éste a amputarse los brazos para que “Estrellita” nunca le descubra y poder consumar su amor hacia ella. Mientras Alonzo es operado y se recupera de esta traumática amputación, Nanon ha superado su odio hacia los hombres y se ha enamorado de Malabar (Norman Kerry), el forzudo de la troupe, con el que ha decidido casarse.
Ahora
Puntualizamos ahora porque la mera descripción argumental no explica toda la belleza de esta película esencial del dúo fantástico. Esencial porque en ella nada sobra. Otras veces hemos visto a Browning empantanado en los segundos actos, acumulando incidentes que poco aportaban al meollo del asunto o dejando que la película languideciera en el médano de su desarrollo. En The Unknown, muy breve por otra parte, todo está en su sitio y todo conduce al trágico final.
Decíamos ayer que el Circo Zanzi había plantado su carpa en un Madrid imaginario. Puntualizamos ahora que es un Madrid abstracto, despojado, en el que el tricornio y el sombrero cordobés tienen carácter de figura retórica. Apenas tres o cuatro interiores y otros tantos exteriores sirven de telón de fondo a los rostros y a los miembros del drama.
Ya dijimos en otra ocasión que la herida lacerante que sirve de detonante al tercer acto de las películas del ciclo Browning/Chaney se refleja siempre en una escena anormalmente larga en el que Chaney modula sus rasgos como un instrumento del que fuera capaz de arrancar los más raros arpegios. La tristeza, la autocompasión, la frustración, la cólera y la venganza se suceden en un “más difícil todavía” mímico.
En The Unknown este momento tiene lugar durante una de las escenas más cruelmente masoquistas de la historia del cine. Alonzo acaba de amputarse ambos brazos. Corre a reunirse con Nanon, que está en el Teatro de la Plaza ensayando un nuevo número junto a Malabar. Nanon le abraza. Una lágrima de felicidad rueda por la mejilla del lanzador de cuchillos. Ella le dice entonces que lo encuentra “más delgado”, a lo que Alonzo contesta que “ha perdido algo de chicha”. Es el momento para que ella mencione el matrimonio y, para espanto de Alonzo, llame a Malabar que la abraza con toda impudicia.
Si los brazos están omnipresentes en la planificación de Browning, su falta es ocasión para una suerte de humor macabro al que recurre en más de una ocasión. No es sólo que Alonzo ejecute su número de lanzamiento de cuchillos con los pies, ni que encienda los cigarrillos y fume con ellos, ni tan siquiera que los utilice de modo simiesco para pelear con Antonio Zanzi cuando éste pretende azotarlo por rondar a su hija. Lo desasosegante es ver a Alonzo rascándose el ceño, pensativo, con el pulgar de su extremidad inferior. O -¡momento sublime!- cuando se enjuga con él una furtiva lágrima.
El clímax durante el número final, con Malabar atado a dos caballos que corren en direcciones opuestas fustigados sin tregua por Nanon, no desmerece en nada el resto de este canto inmarcesible al “amour fou”.
The Unknown (Garras humanas, 1926) Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU) Dirección: Tod Browning Argumento: Tod Browning inspirado en la novela "K" de Mary Roberts Rinehart Guión: Waldemar Young. Intérpretes: Lon Chaney (Alonzo the Armless), Norman Kerry (Malabar the Mighty), Joan Crawford (Nanon Zanzi “Estrellita”), Nick De Ruiz (Antonio Zanzi), John George (Cojo), Frank Lanning (Costra), John St. Polis (cirujano). 63 min. Blanco y negro.
The Blackbird (Maldad encubierta, 1926), Tod Browning
La dualidad presente en todas las películas de la dupla Browning-Chaney se traslada en esta ocasión al corazón del Limehouse londinense: dos hermanos que encarnan el bien y el mal en estado puro. “The Blackbird” se dedica a la delincuencia, en tanto que su hermano “The Bishop”, mantiene una misión que da un poco de consuelo y comida a los despojados de Limehouse. Mientras un rictus contrae la cara del primero, la dulce sonrisa del segundo no puede hacernos olvidar su cuerpo contrahecho, con una tremenda joroba y una pierna y un brazo perpetuamente descoyuntados. No pasará mucho tiempo antes de que descubramos que “The Bishop” y “The Blackbird” (Lon Chaney) son una misma persona y que la atrofia física de uno no es más que el disfraz de la catadura moral del otro.
La generosidad de “The Bishop” es sólo la apariencia que sirve a “The Blackbird” como perfecta tapadera para encubrir sus acciones criminales. “The Blackbird” abandonó a su esposa, una bailarina conocida como “Limehouse” Polly (Doris Lloyd) y ahora sólo tiene ojos para una bella artista recién llegada de París al music-hall que hay frente a la misión. Se llama Fifi Lorraine (Rene Adorée), es caprichosa, y se deja querer también por otro delincuente de la escuela sofisticada, conocido como “West End Bertie” (Owen Moore). Con este cuadrilátero amoroso, que en realidad es un pentágono de deseo, tejen Tod Browning y su colaborador literario habitual, Waldemar Young, uno más de los morosos melodramas criminales para Chaney, crispados de masoquismo.
A pesar de su ambientación exótica, el grueso de la acción se desarrolla en dos únicos decorados —la misión y el music-hall— y concierne únicamente a los tres personajes centrales. Por ello, los momentos más interesantes son aquellos en que Chaney ofrece un atisbo descoyuntamiento que constituye el meollo de su interpretación, una especie de milagro mélièsiano, saboteado por los planos intercalados por el montaje.
Ya hemos podido asistir en directo a este desdoblamiento en un par de escenas en las que, dramatizando las disputas entre hermanos para unos espectadores que no le ven, se pelea consigo mismo. Sólo nosotros, espectadores cinematográficos podemos asistir a este espectáculo, los de la película no pueden más que escuchar su voz. Es esta pirueta narrativa la que provoca desazón en el público actual, que termina calificando tales escenas de “inverosímiles”.
Así y todo, no nos habríamos animado a proyectar The Blackbird en nuestra carpa –que es la suya– sino hubiera sido por los números de variedades que atisbamos en el local de music-hall. Asistimos así al fin de la actuación de The Musical Milos y a la interpretación, saboteada por el público, de una “inmortal balada” a cargo de una rolliza dama apodada “El Ruiseñor” de la que los espectadores —el público vociferante y guasón del music hall— se burlan inclementes: —Pero si es una foca. —Bueno, si canta…
También “Limehouse” Polly tiene ocasión de lucir brevemente su rutina, cuya apoteosis es un paseo con un carrito infantil mientras en la otra mano sostiene un paraguas al que va conectada una manguera, de modo que genera su propia lluvia.
Pone el colofón, “en su tercera semana de éxito”, Madeimoselle Fifi Lorraine. Su número es un prodigio de delicadeza y posee, además, una sencillez que lo hace aún más admirable. El escenario se convierte en un teatro de marionetas, con su telón, sus palcos, su foso para la orquesta y su propio escenario, en una “puesta en abismo” singular. En el escenario un tipo sentado en la mesa de un café.
Una bella joven aparece en el escenario: la cabeza es la de la propia Fifi, en tanto que su cuerpo y sus piernas son los de un títere que ella manipula. La marioneta juega a la seducción con el cliente del bistró, baila una suerte de cancán y, cuando uno de los muñecos del palco alarga el cuello increíblemente para mostrar su entusiasmo —como si estuviéramos ante un “cartoon” de Tex Avery—, le pega una patada en la cabeza y lo devuelve a su sitio. El público popular aplaude a rabiar. Al final, sale a saludar, para que comprueben que tiene un cuerpo propio tan deseable como el de la muñeca.
Y es que el Browning esencial es aquel que sabe extraer todo el lirismo de las mil formas que adoptan los espectáculos populares.
The Blackbird (Maldad encubierta, 1926) Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU). Dirección: Tod Browning. Guión: Waldemar Young, según un argumento de Tod Browning. Intertítulos: Joseph Farnham. Intérpretes: Lon Chaney (Dan Tate “The Blackbird” / “The Bishop”), Rene Adorée (Fifi Lorraine), Owen Moore (“West End Bertie”), Doris Lloyd (“Limehouse” Polly), Andy MacLennan (“The Shadow”), William Weston (Red), Polly Moran (la florista), Frank Norcross (el presentador del music-hall), Lionel Belmore (el propietario del music-hall). 86 min. Blanco y negro.
Antes de embarcarse en un viaje a Estados Unidos en el que la trama derivará en un laborioso drama de misterio con sesiones de espiritismo, The Mystic arranca con un prologo colorista y exótico.
Estamos en una aldea húngara, en días de feria. La gente del pueblo baila y contempla las habilidades del alambrista y los perrillos amaestrados, y los rapaces se divierten con los títeres de cachiporra. “Poppa” Zazarack (Mitchell Lewis) espera ante su barraca que alguien se acerque por allí, dándole a la botella.
En el interior se desarrolla una escena de escalofriante cotidianeidad: Anton (Robert Ober) lanza sus cuchillos contra Zara (Aileen Pringle), la hija de Zazarack, mordisquea una empanadilla, se queja de que el penúltimo machete le ha estropeado el peinado y aprovecha el lanzamiento del último para cortar un trozo de embutido para su padre.
Pero en cuanto comienza su número Zara se transforma totalmente, afectando una gravedad totalmente ajena a su carácter. La preparación de su actuación es todo un ritual. Se sienta en una silla a la que es atada por un voluntario del público. Le vendan los ojos, le colocan detrás una especie de caja negra y delante un veladorcito. Se echa una cortina e, instantáneamente, aparecen las manos de Zara. Browning nos ha mostrado cómo Anton cortaba las ligaduras desde debajo del escenario. Y no sólo eso, sino que al poco aparecen otras dos manos más. Un borracho huye espantado. Luego, Zazarack deja un cuchillo de la mesa, cierra y abre la cortina rápidamente, y Zara aparece con las manos desatadas como por arte de magia.
Michael Nash (Conway Tearle), un empresario norteamericano sin escrúpulos, les ha venido siguiendo y les ofrece quince mil dólares por acompañarlo a Nueva York donde está convencido que la belleza de Zara les convertirá en millonarios a los cuatro.
En Estados Unidos se suceden las sesiones de espiritismo en las que los supuestos trances de Zara y las apariciones ectoplasmáticas son orquestadas mediante trampillas ocultas, sofisticada tecnología eléctrica y telefónica, y la actuación de Anton en la oscuridad totalmente vestido de negro. A partir de aquí arranca una complicada trama para desvalijar a la millonaria miss Merrick (Gladys Hulette) en decorados suntuosos y con las damas luciendo modelos sofisticadísimos. Nada interesante hasta un fin de vuelta a Hungría tan tópico como insulso.
Madame La Grange
The Mystic explotaba al tiempo que denunciaba el interés del público por el ocultismo. La Metro no perdió dinero con ella, pero tampoco fue el gran éxito que había supuesto The Unholy Three unos meses antes. No obstante, el tema interesaba a Browning, así que cuando tuvo que debutar en el cine sonoro decidió adaptar un drama de Elliot J. Clawson que trataba también sobre la falsa videncia y las sesiones de espiritismo en el exótico ambiente de la Calcuta colonial.
Es un tópico, en el que no tenemos más remedio que abundar, decir que la película es excesivamente verbosa y que las escenas dialogadas en un único decorado se prolongan lo indecible. También, señalar la presencia de un Bela Lugosi pre-Drácula en el papel del inspector Delzante.
La historia se desarrolla en torno a la investigación sobre el asesinato de Spencer Lee. Madame La Grange (Margaret Wycherly, la mujer del dramaturgo, que ya había interpretado este papel en el escenario) colabora en el esclarecimiento del crimen mediante una falsa sesión de espiritismo, pero la velada no sirve para encontrar al asesino y, en cambio, provoca un nuevo asesinato: el de Edward Wales (John Davidson). La médium y el inspector llegan a un acuerdo: se celebrará una nueva sesión en la que el cadáver ocupará su silla —la decimotercera, del título— y descubrirá el arma homicida y a quien la empuñó. La escena es un perfecto ejemplo de “gran guiñol” y constituye lo mejor de la película. La crítica fue inmisericorde.
The Mystic (Zara, la mística, 1925)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Tod Browning.
Guión: Waldemar Young, basado en un argumento de Tod Browning.
Intérpretes: Aileen Pringle (Zara), Conway Tearle (Michael Nash), Mitchell Lewis (“Poppa” Zazarack), Robert Ober (Anton), Stanton Heck (Carlo), David Torrence (James Bradshaw), Gladys Hulette (Doris Merrick), DeWitt Jennings (el jefe de policía).
70 min. Blanco y negro.
The Thirteenth Chair (1929), Tod Browning
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Tod Browning.
Guión: Elliott J. Clawson, basado en una obra dramática de Bayard Veiller.
Intérpretes: Conrad Nagel (Richard Crosby), Leila Hyams (Nellie O'Neill), Margaret Wycherly (Madame Rosalie La Grange), Helene Millard (Mary Eastwood), Bela Lugosi (el inspector Delzante), Holmes Herbert (Sir Roscoe Crosby), Mary Forbes (Lady Alice Crosby), John Davidson (Edward Wales), Charles Quatermaine (el doctor Philip Mason).
The Unholy Three (El trío fantástico, 1925), Tod Browning
The Unholy Three (El trío fantástico, 1930), Jack Conway
La proyección en paralelo, en la carpa, de las dos versiones de The Unholy Three —la silente dirigida por Tod Browning en 1925 y la sonora, realizada por Jack Conway en 1930— ha resultado una auténtica sorpresa. Habíamos visto las dos cintas por separado y nos habían llamado la atención muchas coincidencias, pero la doble sesión nos ha llevado a constatar que las similitudes van más allá de la mera coincidencia. La construcción de las secuencias, su ordenación en el relato e, incluso, algunas soluciones formales, nos llevan a suponer que Conway, que dirigió la versión de 1930, mientras Browning trabajaba en la Universal, trabajó con una moviola en el plató. Las ilustraciones que les ofrecemos de muestra dan fe de ello.
Los créditos de la versión de Conway atribuyen el guión a los hermanos Nugent. Sin embargo, es evidente que su aportación fue poco más allá que dotar de diálogos las escenas que Browning había rodado mudas, sobre la adaptación realizada por Waldemar Young de una novela del escritor pulp Clarence Aaron "Tod" Robbins. Robbins publicó la novela “The Unholy Three” en 1917 y es también el autor de “Spurs”, el relato que adaptaría Browning en Freaks (La parada de los monstruos, 1932).
El Profesor Echo, su compañero Nemo y sus compinches
Esta santísima trinidad del mal está compuesta, en realidad, por cuatro miembros. Todos ellos trabajan en un side-show, uno de esos tropeles de barracas que se aglomeran en la entrada de las ferias y donde, por un poco de calderilla, los pueblerinos pueden contemplar los ejemplares humanos más increíbles del mundo. Aquí están la mujer tatuada de la cabeza a los pies, el tragasables, el volcán humano, la mujer más gorda y el hombre más flaco del mundo, las hermosas siamesas y la bailarina exótica, promesa de toda clase de placeres que esperan al espectador que entre en las carpas, según perora incansable el charlatán. Entre ellos destacan tres hombres destruidos por su oficio: el ventrílocuo al borde de una esquizofrenia compartida con su muñeco Nemo, el forzudo con cerebro de mosquito y el liliputiense atrapado en un cuerpo infantil que aborrece a los niños. Son, respectivamente, el profesor Echo (Lon Chaney), Hercules (Victor McLaglen) y Tweedledee (Harry Earles). El cuarto miembro del equipo es Rosie O’Grady (Mae Busch), que se dedica a aligerar los bolsillos de los incautos mientras permanecen pasmados ante las atracciones.
Un incidente provocado por Tweedledee al patear en la boca a un chiquillo molesto, los deja en la calle. Pero el pequeño piensa a lo grande: aprovechando las habilidades de cada cual se puede montar un fenomenal trío criminal: “The Unholy Three”.
Su modo de operar es el siguiente: abren una tienda de mascotas regida por “Granny” O’Grady, una dulce abuelita tras cuyas gafas y blancas canas se oculta el profesor Echo. En este comercio se despachan loros y cacatúas para las familias aristocráticas. Claro que las aves sólo hablan en presencia del profesor Echo. Cuando el cliente realiza una reclamación, la abuelita se presenta en la mansión con su nietecito, que no es otro que Tweedledee, localizan la caja de caudales y los objetos de valor y, por la noche, valiéndose de la corpulencia de Hercules y del mínimo tamaño del liliputiense, la desvalijan.
Entretanto, Hector (Matt Moore), el pavisoso empleado de la tienda se ha enamorado perdidamente de Rosie. Ella, heroína browningiana, busca la redención de su pasada vida criminal y se siente tentada de aceptar la propuesta que le hace durante la cena de nochebuena. El profesor Echo está tan celoso que no quiere dejarlos solos. Tweedledee convence entonces a Hercules de que den el golpe que tenían planeado en casa de los Arlington por su cuenta. Al día siguiente el periódico trae la noticia del robo, del asesinato de Arlington y de que su hijita ha quedado malherida. La policía sigue la pista hasta la tienda de mascotas. Pero el trío infernal no está dispuesto a dejarse coger y escapa con ella dejando que el incauto Hector cargue con la culpa del crimen.
En una cabaña de montaña, Rosie le promete al profesor Echo que si libera a Hector de la segura condena, será suya. El profesor se planta entonces en el tribunal donde se celebra el juicio y, valiéndose de sus dotes ventriloquiales, pone en boca de Hector la confesión de toda la trama. Mientras, en la cabaña, Hercules le propone a Rosie que se fugue con él y compartan el botín. Tweedledee libera entonces al gran gorila que vayan ustedes a saber por qué se han llevado de la tienda hasta la cabaña... La espiral melodramática culmina con la confesión del profesor Echo.
Fenómenos
Tod Browning recrea sus días de feriante y nos proporciona la posibilidad de conocer a algunos fenómenos célebres. Entre ellos, Alice Julian, una mujer gorda, cuyo auténtico nombre era Alice Dunbar, aunque en el circuito de las ferias y en el circo de Ringling y Barnum se presentaba como “Alice fron Dallas”. Pesaba por entonces más de 300 kilos.
Como oportuno contrapunto aparece Walter P. Cole, “esqueleto humano”, con un peso acreditado de poco más de 20 kilos.
El tragasables Delmo (o Delno) Fritz era toda una institución. Llevaba tragándose bayonetas y sables desde los 11 años —allá por 1886— hijo como era de un notorio tragasables. Matrimonió con otra especialista en el mismo negociado, Maude D'Lean o Maud D'Auldin, que de los dos modos solía aparecer en los carteles. Ambos actuaron en el espectáculo del Salvaje Oeste de Buffallo Bill, y a la muerte de la señora Fritz por indigestión de índole laboral, formó pareja con su sobrina, con la que apareció en el circo de Barnum y Bailey. En 1924 se estableció en Los Ángeles y abrió una academia. El anuncio en el “Los Angeles Times” aseguraba que habría clases para principiantes, que se indicarían con “cuchillos y tijeras de cocina”, para seguir más adelante con la ingestión “de sables reglamentarios del ejército”. Su presencia en California propició su intervención en otra película junto a Chaney, The Man Who Laughs (1928) y en el clásico incontestable de del cine fenomenal, Freaks (La parada de los monstruos, 1932).
El debut de Harry Earles
Pero, ante todo, The Unholy Three supone el debut cinematográfico de Harry Earles. Debió resultar satisfactorio pues, amén de intervenir en otras películas, generalmente repitiendo el papel de enano que se hace pasar por un bebé, volvió a protagonizar la película de Conway cinco años después.
También su historial se ha fraguado en circos y ferias ambulantes, primero en su Alemania natal y, desde 1915, en Estados Unidos. Llega a Norteamérica contratado por un empresario llamado Bert W. Earles del que toma el apellido y para el que trabaja en The 101 Ranch Wild West Show, de los hijos del coronel Miller. Su auténtico nombre es Kurt Schneider y tiene tres hermanas: Hilda —conocida como Daisy Earles—, Grace y Tiny. La primera viaja a Estados Unidos con su hermano y las otras dos se incorporan a la troupe familiar a lo largo de la década de los veinte, presentándose en los circuitos de vodevil como “The Doll Family”.
Juntos intervienen en numerosas películas, entre ellas The Wizard of Oz (El mago de Oz, 1939), de Victor Fleming, pero el papel más memorable de Harry y Daisy es el del matrimonio de diminutos de Freaks, donde Tiny también tenía un papelito.
Durante treinta años trabajaron en el circo de Ringling Bros., Barnum y Bailey, donde cantaban, bailaban y montaban a caballo. Luego, compraron con sus ahorros una casa en Florida, con los muebles hechos a su medida, en la que vivieron juntos los cuatro hasta sus sucesivos fallecimientos. La casa -no podía ser de otro modo- fue bautizada como “The Doll House”, la casita de muñecas.
En The Unholy Three Harry Earl “roba” la mayoría de las escenas en las que aparece. Tanto en su faceta de señor furioso que apenas levanta dos palmos del suelo, como, sobre todo, en las transiciones en las que pasa de bebé a criminal y viceversa, resulta hilarante, sí, pero también es el contratipo grotesco de esa dualidad que Chaney ha llevado al paroxismo con Browning.
Browning-Chaney
Estamos ante el primer título mayor del dúo fantástico, Tod y Lon. Los elementos apuntados en anteriores cintas —los personajes escindidos, la delincuente en busca de regeneración—, siguen aquí, pero el melodrama criminal se ve atemperado y enriquecido al mismo tiempo por un humor al vitriolo que constituye lo mejor de Browning.
Justamente célebre es el momento en el que, haciéndose pasar por un bebé, Tweedledee extiende sus manitas desde el cochecito infantil para pedirle al señor Arlington que le deje jugar con el collar de rubíes y su furia cuando pretenden arrebatárselo, a lo que la abuelita O’Grady replica: “Yo te conseguiré unas iguales”.
La escena en la que un travestido amargado por los celos, un forzudo que sublima su impotencia mediante la delincuencia y un alma negra como la pez encerrada en un cuerpecito infantiloide componen una estampa de familia feliz en la mañana de Navidad ante el policía que investiga el robo en casa de los Arlington es otra muestra de la capacidad de Browning en particular y del cine popular en general para pasar de matute.
El sentido del humor macabro y cruel asustó a la productora que decidió prescindir de la escena del robo realizada por Browning. La pequeña Arlington descubría a Hercules y a Tweedledee junto al árbol de Navidad. Cree que el gigante es Papá Noel y que el liliputiense es su regalo: un hermanito. Tweedledee no puede soportar los grititos de alegría de la niña que, además, van a despertar a toda la casa y comienza a estrangularla bajo el abeto navideño.
Las diferencias entre las dos versiones
El humor al aguafuerte, ligeramente suavizado en la cinta de Conway, no es la menor de las diferencias entre las dos versiones. Baste ver la coz que Tweedledee le arrea al niño que se burla de él en la feria. En 1930 es una patada seca, que genera las iras del público de modo automático. En cambio, Browning no nos ahorra el contraplano del niño con la cara ensangrentada antes de pasar a la reacción de los asistentes.
Aparte de otros detalles de planificación, como la utilización sistemática de planos medios en la versión sonora frente a la mayor amplitud de los encuadres en la silente, o algunos insertos y planos de detalle innecesarios a causa del sonido, ya hemos mencionado que las alteraciones son escasísimas. Los primeros planos de Chaney que son la esencia espectacular de su filmografía se concentran en dos intensas secuencias: la de su encuentro en el bosque con Rosie y la de la torturante espera durante el juicio.
Ésta última es una de las que desaparecen de la versión sonora. Mucho hablaron los críticos sobre la inverosimilitud de que Hector moviese únicamente la boca mientras el profesor Echo desvelaba la trama criminal durante el juicio. En la película de Conway, Chaney se disfraza de abuelita O’Grady para declarar y es el fiscal quien descubre su verdadera identidad, al fallarle la voz, y arrancarle la peluca en un gesto lleno de dramatismo.
Las escenas finales también son divergentes. Libre en una, detenido en la otra, el profesor Echo asume en ambas su renuncia al amor de Rosie. Por lo cual, el hecho de que sea o no encarcelado carece de relevancia dramática.
Por supuesto, la película vuelve a ser un vehículo para el hombre de las mil caras, al que el charlatán del side-show anuncia no sin cierta ironía como “el hombre de las cien voces”. Para que no cupiera duda y en un ardid publicitario promovido por la productora Chaney firma ante notario una declaración en la que testimonia solemnemente que todas las voces que utiliza el Profesor Echo en la película han sido moduladas por él mismo, sin intervención técnica ninguna. Ésta sería su última proeza. Apenas un mes después del estreno de la película, Chaney ingresa en un hospital donde fallece el 26 de agosto de 1930, a la edad de 47 años. La imagen de Chaney en la trasera del tren exclamando “¡Te enviaré una postal!” es su postrera despedida del público.
Last, but not least… Mientras que en la primera cinta el simio gigante es un orangután actuando en un decorado reducido —un truco bien resuelto, aunque impide mostrar directamente en pantalla la interacción con el resto de los personajes— en la versión de Conway, el gorila no es otro que el imprescindible Charles Gemora.
The Unholy Three (El trío fantastico, 1925)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Tod Browning.
Guión: Waldemar Young, basado en una novela de Clarence Aaron 'Tod' Robbins.
Intérpretes: Lon Chaney (Profesor Echo, el ventrílocuo/ Mrs. “Granny” O'Grady), Mae Busch (Rosie O'Grady), Victor McLaglen (Hercules), Harry Earles (Tweedledee), Matt Moore (Hector MacDonald), Walter P. Cole (el Esqueleto Humano), Vera Vance (la bailarina exótica), Delmo Fritz (tragasables), Peter Kortes (tragasables), Alice Julian (la Gorda), John Millerta (El Hombre Salvaje de Borneo), Walter Perry (el charlatán), Matthew Betz (detective Regan), Edward Connelly (el juez), William Humphreys (el abogado defensor), A.E. Warren (el fiscal), Charles Wellesley (John Arlington), Marjorie Morton (Mrs. Arlington), Carrie Daumery.
86 min. Blanco y negro + tintados.
The Unholy Three (El trío fantastico, 1930)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Jack Conway.
Guión: J.C. Nugent y Elliott Nugent, basado en la novela de Clarence Aaron 'Tod' Robbins.
Intérpretes: Lon Chaney (Profesor Echo, el ventrílocuo/ Mrs. “Granny” O'Grady), Lila Lee (Rosie O'Grady), Ivan Linow (Hercules), Harry Earles (Tweedledee), Elliott Nugent (Hector McDonald), Cecilia y Linda Parker (las hermanas siamesas), Sylvester (tragasables), Birdie Thompson (Ida de Idaho, la Gorda), De Garo (tragafuegos), Jack Baxley (charlatán 1º), Richard Carle (charlatán 2º), John Miljan (el fiscal), Clarence Burton (detective Regan), Crauford Kent (abogado defensor), Joseph W. Girard (el juez), Trixie Friganza, Fred Kelsey y Chales Gemora (el gorilla).