El
crimen de Pepe Conde (1946), José López Rubio
El
crimen de Pepe Conde es la prueba fehaciente de que
segundas partes pueden ser no sólo buenas, sino mejores que las primeras. Esta
secuela retoma al personaje que había creado Miguel Ligero en la adaptación
cinematográfica realizada en la inmediata posguerra de una comedia de Pedro
Muñoz Seca. Se hizo cargo de ella José López Rubio, uno de nuestros directores
más internacionales puesto que había pasado toda la década anterior trabajando
fuera de España. Su aprendizaje tuvo lugar en la unidad de producciones
hispanas de la Fox, en Hollywood. Finalizada, la guerra realiza una versión de La malquerida, de Benavente, cuya
primera vuelta de manivela se debía haber dado el 19 de julio de 1936.
Inmediatamente después rueda dos comedias al servicio de Miguel Ligero, Sucedió en Damasco (1942) y el primer Pepe Conde (1941), donde cobran vida
este sevillano supersticioso y cobardica, al que el marqués de Hinojos (Jesús
Tordesillas) hace objeto de toda clase de bromas pesadas.
En la secuela, libre ya del yugo de la comedia
original, López Rubio urde una historia de rara coherencia y ribetes
fantásticos. Como el bueno de Pepe Conde está enamorado hasta las cachas de una
muchachita trianera llamada Reyes (Antoñita Colomé), el marqués trama una broma
monumental. Pone en manos del crédulo Pepe Conde un conjuro para invocar al
diablo, que según el aristócrata se pasea todas las noches a las doce en punto
por el Puente de Triana. Espoleado por la esperanza de conseguir a la mujer de
sus sueños, Pepe Conde recita el conjuro y ante él se presenta el mismísimo
Satanás (Arturo Marín), que obrará prodigios sin cuento para que el
protagonista firme el protocolario contrato por el que ofrece su modesta alma,
a cambio de dinero, mansión y haiga con los que deslumbrar a Reyes.
También participan en la broma los criados de
la casa (Casimiro Hurtado y Fernando Aguirre) convenientemente caracterizados y
el señorito canalla que ha hecho creer a Reyes que se casará con ella. El
crimen al que se alude en el título es el que comete el protagonista cuando
cree haber apuñalado a éste. Al final, como en cualquier tragedia grotesca, Pepe Conde hará valer su bonhomía frente a tanto
canalla con ganas de guasearse de los que nada tienen, salvo su dignidad.
Resulta cuando menos sorprendente que la
Censura española dejara pasar por alto las alusiones a las diferencias de
escalafón entre almas de ricos y pobres, los chistes a costa de la iglesia
católica y los mil aspectos fantásticos de la cinta. En todo caso, lo hace
porque las “desorbitadas situaciones y escenas burdas” son sólo admisibles “en
obsequio a la comicidad a base de sal gorda esparcida a todo lo largo de la
producción”. A costa de otorgarle una exigua calificación oficial y limitar,
por tanto, su distribución y su rendimiento, la farsa sale adelante.
López Rubio se encarga de suavizarlo todo con
la inclusión en la trama del mago “Satán López”, maestro en trucos de barraca,
hipnotismo, pirotecnia… y estafa, porque le sopla al marqués trece mil duros de
la cuenta bancaria. Satán López lleva primero a Pepe Conde a su casa, un
fonducho de tres reales, que el mago califica de “sucursal del infierno en
Sevilla”. Aquí, despliega toda clase de trucos; de la momia viviente a la
cabeza parlante, del fregolismo a la adivinación.
Y aún no ha empezado la cosa porque cuando lo lleva a la mansión sometido a su
poder hipnótico, los trucos devienen estrictamente cinematográficos, a base del
mélièsiano paso de manivela, pirotecnia, iluminación y magia de gran
espectáculo. El gran logro de López Rubio es conjugar el cine de atracciones
con la tragedia grotesca sin que el ensamblaje chirríe.
Al final, con ocasión de la venganza de Pepe
Conde, tendremos ocasión de presenciar su espectáculo de barraca: la aparición
de una paloma y el abortado número de escapismo del “Armario Mágico” que
culminará en tremenda paliza digna del “Pulgarcito” de los años cuarenta y
cincuenta. También nos remiten a este universo, esqueletos y fantasmas de los
de sábana blanca, personajes de un fantastique
ingenuo en el que los vigilantes de la moral veían –vayan ustedes a saber si no
sin razón- una amenaza a la ortodoxia y a esa mixtificación adocenadora que
parece que vuelve a ponerse de moda… el sentido común
El crimen de Pepe Conde (1946)
Producción:
Cesáreo González-Suevia Films (ES)
Guión y
Dirección: José López Rubio, basado en los personajes creados por Pedro Muñoz
Seca en Pepe Conde o el mentir de las
estrellas. Diálogos: Francisco Ramos de Castro.
Intérpretes:
Miguel Ligero (Pepe Conde), Antoñita Colomé (Reyes), Jesús Tordesillas (don
Gaspar), Arturo Marín (Satán López / Satanás), Luis García Ortega (Rafael
Pinto), María Cañete (Trini), Casimiro Hurtado (“Tizón”), Fernando Aguirre
(“Cojuelo”), Fernando Fresno (el vecino de Reyes), Félix Fernández (el
sacristán), Mercedes Muñoz Sampedro (la criada), Juan N. Solórzano (el chófer),
Guillermo Marín (un transeúnte).
95 min.
Blanco y negro.