30 de septiembre de 2013

Bromas, mefistofelismo y magia de barraca


El crimen de Pepe Conde (1946), José López Rubio

El crimen de Pepe Conde es la prueba fehaciente de que segundas partes pueden ser no sólo buenas, sino mejores que las primeras. Esta secuela retoma al personaje que había creado Miguel Ligero en la adaptación cinematográfica realizada en la inmediata posguerra de una comedia de Pedro Muñoz Seca. Se hizo cargo de ella José López Rubio, uno de nuestros directores más internacionales puesto que había pasado toda la década anterior trabajando fuera de España. Su aprendizaje tuvo lugar en la unidad de producciones hispanas de la Fox, en Hollywood. Finalizada, la guerra realiza una versión de La malquerida, de Benavente, cuya primera vuelta de manivela se debía haber dado el 19 de julio de 1936. Inmediatamente después rueda dos comedias al servicio de Miguel Ligero, Sucedió en Damasco (1942) y el primer Pepe Conde (1941), donde cobran vida este sevillano supersticioso y cobardica, al que el marqués de Hinojos (Jesús Tordesillas) hace objeto de toda clase de bromas pesadas.


En la secuela, libre ya del yugo de la comedia original, López Rubio urde una historia de rara coherencia y ribetes fantásticos. Como el bueno de Pepe Conde está enamorado hasta las cachas de una muchachita trianera llamada Reyes (Antoñita Colomé), el marqués trama una broma monumental. Pone en manos del crédulo Pepe Conde un conjuro para invocar al diablo, que según el aristócrata se pasea todas las noches a las doce en punto por el Puente de Triana. Espoleado por la esperanza de conseguir a la mujer de sus sueños, Pepe Conde recita el conjuro y ante él se presenta el mismísimo Satanás (Arturo Marín), que obrará prodigios sin cuento para que el protagonista firme el protocolario contrato por el que ofrece su modesta alma, a cambio de dinero, mansión y haiga con los que deslumbrar a Reyes.


También participan en la broma los criados de la casa (Casimiro Hurtado y Fernando Aguirre) convenientemente caracterizados y el señorito canalla que ha hecho creer a Reyes que se casará con ella. El crimen al que se alude en el título es el que comete el protagonista cuando cree haber apuñalado a éste. Al final, como en cualquier tragedia grotesca, Pepe Conde hará valer su bonhomía frente a tanto canalla con ganas de guasearse de los que nada tienen, salvo su dignidad.


Resulta cuando menos sorprendente que la Censura española dejara pasar por alto las alusiones a las diferencias de escalafón entre almas de ricos y pobres, los chistes a costa de la iglesia católica y los mil aspectos fantásticos de la cinta. En todo caso, lo hace porque las “desorbitadas situaciones y escenas burdas” son sólo admisibles “en obsequio a la comicidad a base de sal gorda esparcida a todo lo largo de la producción”. A costa de otorgarle una exigua calificación oficial y limitar, por tanto, su distribución y su rendimiento, la farsa sale adelante.


López Rubio se encarga de suavizarlo todo con la inclusión en la trama del mago “Satán López”, maestro en trucos de barraca, hipnotismo, pirotecnia… y estafa, porque le sopla al marqués trece mil duros de la cuenta bancaria. Satán López lleva primero a Pepe Conde a su casa, un fonducho de tres reales, que el mago califica de “sucursal del infierno en Sevilla”. Aquí, despliega toda clase de trucos; de la momia viviente a la cabeza parlante, del fregolismo a la adivinación. Y aún no ha empezado la cosa porque cuando lo lleva a la mansión sometido a su poder hipnótico, los trucos devienen estrictamente cinematográficos, a base del mélièsiano paso de manivela, pirotecnia, iluminación y magia de gran espectáculo. El gran logro de López Rubio es conjugar el cine de atracciones con la tragedia grotesca sin que el ensamblaje chirríe.


Al final, con ocasión de la venganza de Pepe Conde, tendremos ocasión de presenciar su espectáculo de barraca: la aparición de una paloma y el abortado número de escapismo del “Armario Mágico” que culminará en tremenda paliza digna del “Pulgarcito” de los años cuarenta y cincuenta. También nos remiten a este universo, esqueletos y fantasmas de los de sábana blanca, personajes de un fantastique ingenuo en el que los vigilantes de la moral veían –vayan ustedes a saber si no sin razón- una amenaza a la ortodoxia y a esa mixtificación adocenadora que parece que vuelve a ponerse de moda… el sentido común


El crimen de Pepe Conde (1946)
Producción: Cesáreo González-Suevia Films (ES)
Guión y Dirección: José López Rubio, basado en los personajes creados por Pedro Muñoz Seca en Pepe Conde o el mentir de las estrellas. Diálogos: Francisco Ramos de Castro.
Intérpretes: Miguel Ligero (Pepe Conde), Antoñita Colomé (Reyes), Jesús Tordesillas (don Gaspar), Arturo Marín (Satán López / Satanás), Luis García Ortega (Rafael Pinto), María Cañete (Trini), Casimiro Hurtado (“Tizón”), Fernando Aguirre (“Cojuelo”), Fernando Fresno (el vecino de Reyes), Félix Fernández (el sacristán), Mercedes Muñoz Sampedro (la criada), Juan N. Solórzano (el chófer), Guillermo Marín (un transeúnte).
95 min. Blanco y negro.

27 de septiembre de 2013

Variedades de un planeta remoto


Variety Acts and Turns of the Late 1930s (1938)

Strike Force Entertainment y Cherry Red Records han excavado en el catálogo de British Pathé [http://www.britishpathe.com/] buscando números de variedades con los que han compuesto unos DVDs de contenido misceláneo que abarcan desde principios de la década de los treinta a finales de los cuarenta. La colección ha pasado a formar parte de la videoteca de Circo Méliès y ayer proyectamos el volumen dedicado a la segunda mitad de los años treinta para hacernos una idea.


Lo primero que salta a la vista es el amplísimo elenco de cómicos, acróbatas y cantantes hoy olvidados que suponían el grueso de estos números de variedades. Nombres que no nos dicen absolutamente nada como: Robb Wilton, Robinson Cleaver, Cyril Fletcher, Arthur Askey, Norman Evans, Bob y Alf Pearson o Ronald Frankau.


En la promoción del producto ocupan lugar preminente Gracie Fields y Georges Formby, pero la cosa tiene truco, porque las estrellas aparecen en el noticiario, cumpliendo con su cometido de ídolos del público, pero sin hacer gala de sus habilidades.


En cambio, aparecen otros tipos perfectamente anónimos que han decidido dedicarse a la canción o la interpretación: jefes de estación, carpinteros y taxistas que se caracterizan para recitar un monólogo shakespeariano o entonan tiernas baladas con cálida voz de tenor.


Enseguida adivinamos que cantantes, imitadores y monologuistas han crecido en paralelo con el auge de la radiodifusión. En un mundo pre-televisivo, los espectadores del cine tienen oportunidad de ponerle cara a las voces que les entretienen o conmueven a través de las ondas radiofónicas. Uno de los formatos adoptados por British Pathé es la canción escenificada, una especie de proto-scopitone o paleo-videoclip en el que un breve preámbulo con imágenes que nos sitúan en el lugar al que se refiere la canción sirve de prólogo a la aparición del cantante de turno, grabado en estudio con un decorado y un vestuario ad hoc.


British Pathé había destacado por sus noticiarios cinematográficos durante la Gran Guerra. Sin embargo, pronto se hizo evidente que los espectadores también buscaban otro tipo de diversiones en formato breve. Nació así la revista “Pathé Pictorial” de la que “Pathetone” tomó el relevo con la llegada del sonoro. La mayoría de las actuaciones recogidas en la colección proceden del acervo de dichos reportajes, con los que la productora pretendía acercar al público “los aspectos más novedosos, divertidos y extravagantes de la vida nacional”.


Sin embargo, en lo referido a números de variedades, las técnicas se fueron sofisticando a lo largo de la década de los treinta. Si al principio bastaba con un registro correcto de imagen y sonido, poco a poco se van incorporando técnicas específicamente cinematográficas para realzar los contenidos. Una de las más socorridas son los efectos caleidoscópicos y las cortinillas, que permiten incluir en el mismo encuadre a los ejecutantes de dos pianos enfrentados, por ejemplo, sin tener que recurrir constantemente al plano general. Más incisivo es el uso de las sobreimpresiones y la doble exposición en la postproducción de números de danza, en un alarde que populariza métodos hasta entonces sólo utilizados por el cine de vanguardia. Por último, resulta también reseñable la utilización del ralentí para subrayar los momentos más increíbles de una proeza acrobática o de la actuación de un prestímano.


Acróbatas, malabaristas, equilibristas y bailarines acrobáticos fueron siempre números de fuerza en los teatros de variedades y aquí tienen también cabida. En este campo destacan los acróbatas cómicos Dare and Yates, una pareja a la que pueden ustedes ver en acción aquí: http://www.britishpathe.com/video/dare-and-yates.


Si rastrean en el mismo sitio encontrarán también la actuación del clown musical Noni, un prestidigitador exóticamente llamado Pablo o a la sensacional forzuda a la que su padre coloca un pie en la espalda para hacer fuerza mientras ella dobla una barra de hierro con el cuello…



Dado que la información contenida en los discos es más bien escueta, hemos de agradecer que un alma caritativa [http://cdanddvdreviews.wordpress.com/2012/12/01/pathe-uk-variety-acts-and-turns/]se haya molestado en catalogar los números. Gracias a ella —al alma— hemos podido identificar al clown musical Noni o a Martin Taubman, en una interpretación tan sentida como absurda con su Theremin modificado.


En resumen, páginas olvidadas de un tiempo ido que lo mismo procuran consuelo al nostálgico irredento que estimulan el interés del arqueólogo de lo efímero.


Variety Acts and Turns of the Late 1930s (1938)
Producción: British Pathé (GB)
Intérpretes: Harry Parry Sextet “You Are My Lucky Star”; Stanelli (violinist cómico); Carroll Gibbons (piano) “It’s Only You”; Dennis Noble (barítono) “London River”; Robb Wilton (cómico); Teddy Brown (xilofonista); Mr & Mrs Robinson Cleaver (organistas); Cyril Fletcher (monologuista); Al & Bob Harvey (cantantes cómicos) “Whoops, We Go Again”; Anna May (campanista) “Auld Lang Syne”; Daphne De Witt (bailarina); Rebla (malabarista); Quartet “The Bells Of Saint Marys”; Dare & Yates (acróbatas cómicos); Classics On Glass (músico excéntrico); Cyril Jenkins; Sir Henry Wood y la BBC Symphony Orchestra; The Danny Lipton Trio (bailarines de claque) “Running Wild”; The Radio Revellers “Tavern In the Town”; Moreton & Kaye (piano a cuatro manos); The Dancettes (bailarinas); Billy Mayerl & His Claviers (pianistas); Billy Rey (malabarista); Bloom & Bloom (equilibristas); Bernard Clifton (barítono) “So Little and So Much To Do”; Leslie Holmes & Leslie Sarony (dúo cómico) “I’m a Little Prairie Flower”; Di Vito & His Ladies Band (orquesta); Joe Loss se casa (noticia); Gracie Fields en un acto benéfico (noticia); George Formby en una carrera de caballos (noticia); Gracie Fields en Chorley (noticia) “Sing As We Go”; Roland Peachy & His Quartette (orquesta) “La Rosita”; The Three Admirals “Don’t Send My Daddy To Dartmoor”; George Sander Ford “Why Have You Stolen My Heart?”; Edmund Norton (taxista) “I Have So Little To Give”; Skyrobatics (alambristas); Lillian Southcote (forzuda); Rudy Starita (vibrafonista); Ronald Frankau (cantante cómico) “Shakespeare Had a Naughty Mind”; Leslie Jeffries (violinista) popurri operístico; The Marlow Trio (bailarines acrobáticos); The Larson Brothers (acordeonistas); Leslie Weston (cómico); Les Silvers (malabaristas y acróbatas); Martin Taubman (tañedor de Theremin); Felix Mendelssohn & His Band “I Double Dare You”; Rex Eaton (imitador); Raymond Newell “With My Head Upon the Heather”; Queen Mary Dance Orchestra “The Fleet’s In Port Again”; Al & Bob Harvey (cantantes cómicos); The Boy Players (coro infantil) “It Was a Lover & His Lass”; Bob & Alf Pearson “The Pride Of Tipperary”; Frank Slater y Arthur Riscoe (dibujante cómico); Burton Brown (pianista) “Wedding of the Painted Doll”; Alfredo Thomassini (barítono) “The Old Black Mare”; Anna Marita (bailarina de clásico); Norman Evans (imitador); Pablo (prestidigitador); Paddy Drew (dibujante); Robert Ashley (barítono) “Deep Dream River”; Myra & Eileen (patinadoras); Noni (clown musical); Peter Dawson (barítono) “Who’s Riding Old Kettledrum Now?”; Harold, Percy & Elsie Davis (acróbatas) (noticia); Barbara Wood (bailarina) “I’ve Got a Feelin’ You’re Foolin’”; Baby Catherine (acordeonista); Dennis Noble (barítono) “When the Guards Go Marching By”; Elsa Stennin g“Love’s Just a Duet”; Ernest Dillon (trampolín); Gerald Nodin (barítono) “My Road Calls Me”; Howard de Courcy (prestidigitador); Jimmy Kelly (cantante) “Vienna Mine”; Jack Warman (cómico); Ike Hatch“Lawd You Made the Night Too Long”; The Juggling Pearsons (malabaristas); Harry Cahn (fenómeno de la escritura al revés); Eddie Peabody (imitaciones musicales); The Donna Sisters (bailarinas de claqué); The Canary Choir (canaries cantantes); Australian Budgie Act (noticia); Arthur Askey“I Wish I Were a Tiny Bird”.
195 min. Blanco y negro.

24 de septiembre de 2013

Un escapista entre aborígenes


Bitter Springs (1950), Ralph Smart.

La tercera y última entrega de la Ealing en Australia es un western de pioneros en el que la familia King compra al gobierno una parcela de terreno a mil y pico kilómetros de ninguna parte y se traslada allí con sus ovejas.


Como en otras películas Ealing, la lucha contra fuerzas superiores se realiza en equipo y si es multicultural, mejor. Así que a la familia comandada por Wally King (Chips Rafferty) se unen el carpintero Mac (omnipresente Gordon Jackson) y el cómico cómico oficial de la productora durante el periodo bélico, Tommy Trinder.


La presentación de Tommy tiene lugar ante una de esas oficinas multiusos que parecen proliferar al borde del desierto. Alrededor de él se ha reunido una nube de curiosos para presenciar un número de escapismo que asegura haber ejecutado ante la mismísima reina de Inglaterra. Cuando los mirones se dispersan para escuchar la oferta de Wally King (Chips Rafferty), un perro se empeña en tirar de las cadenas que envuelven el saco en el que Tommy se ha quedado solo, revolcándose por el suelo. Así que, cuando por fin consiga deshacerse de sus ligaduras de una forma bastante chapucera, su gesto triunfal sólo tiene como testigo a su hijo.


Frente a la eficacia pionera de la familia King, Tommy, que ha viajado hasta las antípodas acompañado por su hijo de ocho o diez años (Nicky Yardley), demuestra una inoperancia extrema. Sin embargo, su entusiasmo le permite salir adelante ante cualquier situación. Tal es el caso del secuestro del chico por los aborígenes cuya tierra han usurpado. Porque en la filosofía de las tribus originarias de Australia, la tierra es para vivir, no para poseerla.


El hecho de que los colonos lleven armas de fuego y la tozudez de Wally King propician la muerte de un nativo y la defección de Blackjack (Henry Murdoch), un criado mestizo. En esta escalada de violencia se produce el apresamiento del chico. Tommy acude al rescate y, para distraer a los centinelas aborígenes despliega de sus modestas dotes de prestidigitador,


Rodada íntegramente en exteriores, Bitter Springs tiene en el paisaje y en el modo en que está fotografiado su mejor baza. También en la columna del haber: las escenas de negociación con los aborígenes y la construcción de la casa. Sin embargo, los clichés del western, que funcionan como referente genérico a la hora de plantear la película, se convierten en una rémora a la hora de encontrar una resolución autónoma, coherente con el argumento y con la construcción mítica de un país, que al fin y al cabo es de lo que van siempre estas películas de colonos.


Casi todas las tramas tienen un aspecto negativo que no terminan de encontrar su centro: la búsqueda de una madre para el hijo de Tommy Trinder se queda en el camino; cuando se concreta el noviazgo de Gordon Jackson tampoco parece que la metáfora de la alianza internacional tenga peso; el personaje del aborigen que trabaja para los blancos tiene un momento de grandeza cuando vuelve con los suyos, pero luego vuelve a cambiar de bando; y, sobre todo, la declaración postrera de Chips Rafferty, conciliatoria, no está refrendada por la imagen, de modo que el final, con llegada del séptimo de caballería australiano al rescate, es uno de los menos reconfortantes que uno haya podido ver en una película Ealing.


Bitter Springs (1950),
Production: Ealing Studios (GB)
Director: Ralph Smart.
Guión: Monja Danischewsky y W.P. Lipscomb, según un argumento de Ralph Smart.
Intérpretes: Chips Rafferty (Wally King), Tommy Trinder (Tommy), Nicky Yardley (Charlie, su hijo), Gordon Jackson (Mac), Jean Blue (“Ma” King), Charles 'Bud' Tingwell (John King), Nonnie Piper (Emma King), Henry Murdoch (Blackjack), Michael Pate (el ranger).
89 min. Blanco y negro.

22 de septiembre de 2013

Tongolele y el Mago Chang (primera parte)


Han matado a Tongolele (1948), Roberto Gavaldón

No queremos irnos al otro barrio sin haber visto antes Han matado a Tongolele

Y no sólo por contemplar las evoluciones dancísticas de la bailarina exótica del mechón blanco sino porque en este primer vehículo estelar de Yolanda Montes la intriga se desarrolla entre bastidores, en lo que constituye todo un subgénero cinematográfico que alguna otra vez hemos denominado “crimen en el escenario”.

Emilio García Riera, eminente cronista del cine hecho en México, remata con el siguiente comentario el hecho de que Tongolele baile una danza de los Mares del Sur en un decorado oriental al ritmo de músicos antillanos: “la presencia felina de Tongolele daba carta de naturalidad a ese exotismo integral”.



Tongolele aterrizó en Tijuana en 1947. Aunque había nacido en Estados Unidos, la máquina publicitaria aprovechó sus rasgos exóticos para hacerla renacer en Tahití. Sus primeras incursiones en el cine mexicano –Nocturno de amor (1947), La mujer del otro (1948)- la utilizan como intermedio musical en bailables de aire antillano. Con tan escaso bagaje, Luis Manrique, el propietario de Producciones Juno, la contrata para compartir cabecera de cartel con el galán David Silva.



Roberto Gavaldón factura el encargo en poco menos de tres semanas, acuciado por la amenaza de huelga del Sindicato de Técnicos. El rodaje comienza el 12 de julio de 1948 y el 30 de septiembre se estrena en las salas de Ciudad de México. La película no ofrece mayor complicación puesto que se desarrolla prácticamente en el escenario único del teatro de variedades Follies, reconstruido en estudio, por supuesto. El Follies era una de las catedrales del teatro de variedades desde que en su escenario alcanzara la popularidad el cómico Mario Moreno “Cantinflas” en compañía de Shilinsky allá por 1936.

Entre las actuaciones musicales hemos encontrado a Los Tex Mex, Silvestre Méndez, Los Diablos del Ritmo, Andrés Huesca y sus Costeños y El Niño Caravaca y sus Gitanos.

Pero el epicentro de la red de celos y odio, es Tongolele, que además de ejecutar sus danzas exóticas y participar en el número de magia de Chang (Seki Sano), lleva una vida sentimental complicadísima lo que hace que el número de sospechosos se multiplique. ¿Será el propietario del Follies (José Baviera), que ve como su estrella principal le abandona para casarse? ¿Será su prometido, celoso del celoso mago Chang? No son preguntas retóricas. Desconocemos la respuesta porque ya les hemos dicho que no hemos podido ver la película… Cuando lo logremos, haremos la segunda parte.

Han matado a Tongolele (1948)
Producción: Producciones Juno (MX)
Director: Roberto Gavaldón
Guión: Roberto Gavaldón, de un argumento de Ramón Obón.
Intérpretes: Yolanda Montes “Tongolele” (Tongolele), David Silva (Carlos Blanco), Seki Sano (el mago Chang), Concepción Lee (Lotto, la mujer del mago), Ildefonso Vega (el ayudante de Chang), Manuel Arvide (Marcel), Lilia Prado (Clarita), José Baviera (el empresario), Lila Kiwa (Lila), Julián de Meriche (el director de escena), Armando Velasco, Jorge Mondragón.
72 min. Blanco y negro.

19 de septiembre de 2013

La Máquina Loca


Víctimas del pecado (1951), Emilio “Indio” Fernández

Víctimas del pecado sublima el melodrama de ficheras y lo eleva a la categoría de delirio. Y en el centro, precipitándose desde lo más alto, como estrella del cabaré Changó a la reclusión en la prisión de mujeres de Ciudad de México, separada del hijo que no es suyo y al que idolatra, la rumbera Ninón Sevilla.


Lo de Elvis Presley es puro cuento. La pelvis de Ninón es la máquina loca. La máquina del desenfreno de los ritmos afrocubanos que transmiten a través de sus caderas y sus brazos una descarga eléctrica. Nobleza obliga: durante la primera mitad de la película los números musicales se acumulan. Violeta recibe la alternativa de la cubana Rita Montaner. Pedro Vargas canta: “¿Por qué te hizo el destino pecadora, si no sabes vender el corazón?”


La canción no está dedicada a Violeta, que todavía no ha conocido la hiel de la renuncia, sino a Rosa (Margarita Ceballlos), enamorada hasta las trancas del pachuco Rodolfo (Rodolfo Acosta), proxeneta, homicida, canalla y hampón. Su lema: “Al que quiera azul celeste, que le cueste”.


La condición para que Rosa, que ha tenido un hijo suyo pueda seguirlo al infierno, es que abandone al niño. “¿Dónde se tira lo que no sirve para nada?” Rosa no se lo piensa dos veces y deposita a su hijito recién nacido en un cubo de basura.


De allí lo rescata Violeta, dispuesta a renunciar a su carrera con tal de criarlo. De sacrificio en sacrificio, terminará haciendo la calle, donde conoce a don Santiago (Tito Junco), el propietario de otro cabaré próximo a la estación llamado La Máquina Loca. Para que quede claro que no estamos ante un tipo cualquiera, don Santiago se hace acompañar por un mariachi, que canta sus hazañas mientras examina el ramillete de flores de meretricio apostadas a las puertas de tabucos infames.


Pero, ay, también Rodolfo ha dado con Violeta. Pretende explotarla y deshacerse de una vez de ese niño que está manchando su nombre. Violeta defiende a la criatura con uñas y dientes. Ante el juez, acusa a Roberto del robo y asesinato que cometió. “Sólo de la tumba no se sale”, amenaza Roberto. Y así pasan seis años en los que Violeta vuelve a ser primero fichera y luego principal atracción como bailarina de La Máquina Loca. Seis años en los que se gana un huequecito en el corazón de Santiago. Seis años en los que el pequeño Juanito se educa en un internado para que no sepa la infamante profesión de su madre adoptiva. Seis años en los que Rodolfo ha purgado su pena en prisión y sale en busca de venganza.


Víctimas del pecado está dirigida por el “Indio” Fernández y fotografiada por Gabriel Figueroa. De los paisajes anubarronados del México rural y los rostros de rasgos indígenas que constituyen el grueso de su filmografía conjunta a lo largo de los años cuarenta, pasan al ambiente turbio y humoso del cabaré. Los exteriores suburbiales están fotografiados en el crepúsculo, con el penacho negro de las locomotoras ensombreciendo el cielo y el destino de la protagonista. Uno de estos planos, sobre el que aparece la palabra “Fin”, desdice el final moralizante y luminoso que la película ha querido poner en boca del director de la prisión que libera a Violeta para que se reúna con Juanito en el Día de la Madre.


Absolutamente todas las relaciones se rigen por la jerarquía de poder y el intercambio económico. La solidaridad del meretricio apenas toma cuerpo en algunas peleas a gritos. La violencia física está a la orden del día. Las mil explosiones del cine de hoy, no nos preparan para la sequedad de las bofetadas reiteradas y las palizas que se propinan en Víctimas del pecado. En cambio, los disparos están siempre relatados con una economía narrativa encomiable. Una imagen fulgurante muestra a Violeta entrando por la ventana, revólver en mano, para rescatar a su hijo, al que Rodolfo quiere llevar por el camino de la delincuencia. Nos quedamos con ella.


Víctimas del pecado (1951)
Producción: Cinematográfica Calderón (MX)
Director: Emilio Fernández.
Guión: Mauricio Magdaleno, Emilio Fernández.
Intérpretes: Ninón Sevilla (Violeta), Tito Junco (Santiago), Rodolfo Acosta (Rodolfo), Rita Montaner (Rita), “Poncianito” (Juanito), Margarita Ceballos (Rosa), Arturo Soto Rangel (el director de la prisión), Francisco Reiguera (don Gonzalo), Lupe Carriles (doña Longina, la portera), Jorge Treviño (el vendedor de zapatos) y las actuaciones de Rita Montaner, Pedro Vargas e Ismael Pérez Prado.
90 min. Blanco y negro.

17 de septiembre de 2013

Han asesinado a Madame Astra


The Woman in Question (1950), Anthony Asquith

Esto de que la realidad sea fragmentaria y que los intentos de totalización siempre van a resultar estériles, estaba a la orden del día como resultado de las heridas no cicatrizadas provocadas por la 2ª Guerra Mundial. Y el cine no fue ajeno a este zeitgeist. Prueba de ellos es el estreno casi simultáneo de dos películas que parten de esta premisa para seguir caminos bien distintos.


La primera es la célebre Rashomon (1950), de Akira Kurosawa, León de Oro en la edición de 1951 del Festival de Venecia y premio del Círculo de Críticos Cinematográficos neoyorkinos, entre un puñado de galardones, que sirvieron, de paso, para abrir la puerta (de Rasho) del cine japonés al público occidental.


La otra es un entretenimiento policial británico hecho a la medida de las habilidades histriónicas de la actriz Jean Kent. Su título: The Woman in Question; la dama en cuestión. Dirige Anthony Asquith, que ya había demostrado desde sus inicios como director – Underground (1928), A Cottage on Dartmoor (1929)- su buena mano para el suspense. El escenario: una ciudad del sur de Inglaterra con su pier y sus atracciones modestas.


Una de ellas es la barraca de la adivina Madame Astra (Jean Kent) que un bien día conoce a un profesional del circuito del vodevil en horas bajas (Dirk Bogarde). Éste le propondrá formar un dúo y dedicarse a la lectura del pensamiento en grandes night clubs y teatros de postín. Sin embargo, la vida sentimental de Madame Astra es más complicada que resolver una raíz cúbica y cada cual tiene una idea bien distinta de ella. Así lo constará el atribulado inspector al que se encomienda la investigación de su asesinato. 

Su casera (Hermione Baddeley)…


… su hermana (Susan Shaw)…


… su futuro socio en el negocio teatral (Bogarde)…


… un solícito vendedor de loros (Charles Victor)…


… y un marinero enamorado (John McCallum)…


… darán imágenes bien distintas de la mujer en cuestión. Así que el comisario Lodge (Duncan Macrae) se las verá y deseará para desentrañar quién es el homicida.

The Woman in Question es una cinta razonablemente entretenida, un tanto artificiosa como exige el género, en la que Dirk Bogarde traza un retrato interesante del artista de medio pelo del circuito de variedades británico, con sus aires y su sombrero a la norteamericana y sus sueños de salir de la miseria crónica en la que vive gracias al número de mentalismo que le dará fama y dinero. ¡Lástima que haya elegido a la partener equivocada!


The Woman in Question (1950)
Producción: Vic Films para Rank Organisation (GB)
Director: Anthony Asquith.
Guión: John Cresswell.
Intérpretes: Jean Kent (Agnes / Madame Astra), Dirk Bogarde (Bob Baker), John McCallum (Michael Murray), Susan Shaw (Catherine Taylor), Hermione Baddeley (la señora Finch, la casera), Charles Victor (Albert Pollard), Duncan Macrae (el comisario Lodge), Lana Morris (Lana Clark), Joe Linnane (Inspector Butler), Vida Hope (Shirley Jones).
88 min. Blanco y negro.