30 de mayo de 2013

Los monstruos de la magia


Padre no hay más que dos (1982), Mariano Ozores

La caja registradora de Mariano Ozores no dio esta vez el resultado buscado. La fórmula del éxito Esteso-Pajares se combinaba para la ocasión con un grupo infantil ad-hoc formado por dos de los actores de la serie Verano azul (Miguel Ángel Valero “Piraña” y Miguel Joven “Tito”) y la protagonista de la versión española del musical Annie (Maricarmen Pascual) en un producto que limaba las aristas del erotismo zafio y el chascarrillo político para intentar satisfacer a toda la familia.

Padre no hay más que dos se convierte así en una serie de escenas intencionadamente jocosas que se alternan con números musicales poniendo de paso en solfa uno de los temas favoritos de Mariano Ozores: el divorcio.


Amelia (Paloma Hurtado) es la casquivana pareja de baile de Amalio (Pajares). Ambos ejecutan un tango apache en el que aprovechan para propinarse mutuamente una monumental paliza.

Florencio (Esteso) es un mago chapucero que a punto está de acabar con la vida de su asistente y señora (Luisa Armenteros) durante el número del baúl y las espadas.


De resultas de sendos procedimientos de divorcio paralelos, ambos se ven en la tesitura de tener que buscar un nuevo alojamiento para sus respectivas proles. Castañeda (Ricardo Merino), un liante que alquila aparatos de magia y atrezzo de baile, consigue encalomarle a ambos una casa ruinosa en alquiler. Como sus caracteres no pueden ser más dispares y los chicos anhelan el regreso de sus madres, Ozores tampoco se preocupa mucho más por el argumento. Prescinde también de los exteriores y el metraje, repartido entre el caserón y el escenario, se vuelve paulatinamente claustrofóbico.


Y a esto se reduce todo. El resultado carece de ángel pero también de ritmo. Los dos padres intentarán sacar adelante a los chicos primero como magos y luego como bailarines y cantantes, para finalmente, triunfar en la televisión en compañía de la muchachada.


A Florencio se le ocurre un número con bombillas en el que él se caracterizará de jorobado y Amalio de Frankenstein. Lo bautiza como “Los monstruos de la magia”. Amalio propone entonces alternar el baile, que es su especialidad, con los chistes… ante la indiferencia del público.


Cuando actúan junto a los chicos en televisión, lo hacen con una canción dedicada a los payasos. No reproducimos la letra por no ruborizarles ni prolongar más este comentario que únicamente pretende dar cuenta de la legítima maniobra del trío de oro del cine español de la Transición justo en el momento en que Pilar Miró aterrizaba en la Dirección General de Cine, lo que a medio plazo supuso el estrangulamiento del filón.


Padre no hay más que dos (1982)
Producción: Ízaro Films (ES)
Guión y Dirección: Mariano Ozores.
Intérpretes: Fernando Esteso (Florencio), Andrés Pajares (Amalio), Paloma Hurtado (Emilia), Beatriz Carvajal (Lola), Ricardo Merino (Castañeda), Adriana Ozores (presentadora TV), María Casanova (Catalina), Luisa Armenteros (la mujer de Florencio), Alfonso del Real (Maroto), Adrián Ortega y los niños Miguel Ángel Valero “Piraña”, Miguel Joven “Tito”, Maricarmen Pascual “la Annie española”, Alberto Rincón y María Adánez.
87 min. Color.

27 de mayo de 2013

Los infortunios de Fortunato


Fortunato (1941), Fernando Delgado

Los infortunios de Fortunato (Antonio Vico) comienzan el día en que se encuentra despedido de su modesto puesto de trabajo en una compañía de seguros para que el ocioso Alberto (Manuel San Román) justifique su vida de francachelas.


Con el trabajo se va por la borda el exiguo estipendio con el que Fortunato mantiene a su mujer (Carmen Carbonell) y a sus hijos. De este modo comienza un vía crucis en el que demuestra su poca adecuación para desempeñarse como camarero —en un club que la policía cierra porque hay trapicheo de estupefacientes— o como tranviario.


No le va mucho mejor como comparsa en una zarzuela de ambiente histórico… Que si el casco, que si la peluca, que si la lanza… A pesar de los sabios consejos de un compañero (Francisco Bernal), Fortunato consigue arruinar la salida del escenario de las tropas que debía coincidir con el do de pecho del tenor.


Entonces alcanza el escalón más bajo de este descenso a los infiernos. Siguiendo la pauta de la obrita teatral de los hermanos Álvarez Quintero en que se basa el guión, para poder dar de comer a sus hijos, Fortunato acepta el puesto de asistente de una tiradora de circo, madame Amaranta (Florencia Becquer). El hecho de que el anterior ayudante, Sabatino (Mariano Alcón), haya caído —como quien dice— en acto de servicio, no da mucha tranquilidad.


La tradición familiar de madame Amaranta tampoco inspira mucha confianza: el padre, muerto al caer desde el alambre por el que pretendía cruzar las cataratas del Niagara; el hermano Aníbal, devorado por una pantera; y el benjamín, de inanición mientras se entrenaba como faquir. En esto último, Fortunato asegura que tiene un entrenamiento soberbio. Y así es como Fortunato se ve obligado a hacer el indio con grave riesgo de su integridad física: blanco humano pintarrajeado de piel roja.


Fernando Delgado, falangista de pro, se preocupa de dejar bien claro al principio que la acción no es contemporánea, sino que sucede en 1934, cuando aún existían en España el nepotismo, el paro y el hambre… realidades tan erradicadas de la Nueva España en 1942 como en 2013.


Por lo demás, el cansino desarrollo de la trama y su insatisfactorio final “deus ex machina” apenas resulta soportable sino fuera por el soberbio trabajo de Antonio Vico, que debe cargar sobre sus enclenques espaldas con todo el peso de la cinta, saliendo airoso de tamaño embolado.



Fortunato (1941)
Producción: P.B. Films (ES)
Director: Fernando Delgado.
Guión: Fernando Delgado, de la comedia homónima de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero.
Intérpretes: Antonio Vico (Fortunato), Carmen Carbonell (Rosario), Florencia Becquer (Amaranta), Anselmo Fernández (Victorio), María Luisa Arias (Constanza), Manuel San Román (Alberto), Francisco Bernal (un comparsa), Pablo Hidalgo (jefe de comparsería), Mariano Alcón (Sabatino), Luisa Jerez (Inés), Joaquina Carreras (Remedios), Esmeralda Seslavine (la tiple), Esteban Lehoz (el tenor), José Abulquerque (el maitre), Perico Chicote (barman).

24 de mayo de 2013

La ecuyère del Circo Medrano


La fête à Henriette (1952), Julien Duvivier

Rita Solar (Hildegard Knef) es la ecuyére del circo Medrano. Antes de partir hacia un nuevo compromiso desea ver por última vez a Robert (Michel Roux). Pero es el 14 de julio, fiesta nacional en Francia y día de la onomástica de Henris y Henriettes y Robert ha quedado en celebrarlo con la romántica Henriette (Dany Robin).


Así que Robert urde una excusa, propiciada por su trabajo como reportero gráfico y se escapa durante un par de horas a su rendez-vous amoroso con la ecuyére, Mientras tanto, Henriette traba conocimiento con un hombre misterioso (Michel Auclair) que le promete un futuro de emociones y aventuras…


O cualquiera sabe, porque el argumento se va desarrollando ante nuestros ojos, a tenor del humor de dos guionistas (Louis Seigner y Henri Crémieux) que deben construir rápidamente una historia porque la anterior ha sido rechazada de plano por la Censura. Así que, ni cortos ni perezosos, buscan ambientes espectaculares —los bailes del 14 de julio, el circo…— y personajes atractivos —la modistilla, el reportero gráfico, el ladrón de guante blanco…— y van alternando propuestas.


Mientras uno todo lo resuelve a base de crímenes, fugas y bellezas femeninas, el otro pretende hacer una historia cotidiana entre gentes modestas. La película acabada, pretende satisfacer a todos gracias a este birlibirloque de caminos que se bifurcan que supone la construcción de la historia.


De paso… De paso, podemos ver tanto el exterior como la pista y algunas dependencias interiores del más famoso circo estable parisino, el Medrano. Situado en el Boulevard Rochechouart, esquina con la rue des Martyrs, el circo Medrano toma su nombre del payaso español Jerónimo Medrano, quien se hizo cargo del circo Fernando a finales del siglo XIX.



Por el Medrano pasaron Beby, los Fratellini y Buster Keaton.

¿Qué fue de Rita Solar y Robert? Pues Rita es una coqueta que sólo busca un trofeo amoroso en cada ciudad en la que actúa. Una vez satisfecho su deseo con el apuesto Robert, le pide un retrato para colocar en su libro amoroso.
-¿Pongo alguna dedicatoria? –pregunta el ingenuo Robert.
-¿Crees que te he elegido por tus cualidades intelectuales? –responde sarcásticamente Rita.


¡Ah, el amor caprichoso de los artistas!

La fête à Henriette (1952)
Producción: Filmsonor / Regina Films (FR)
Director: Julien Duvivier.
Guión: Henri Jeanson, Julien Duvivier.
Intérpretes: Dany Robin (Henriette), Michel Auclair (Maurice / Marcel), Michel Roux (Robert), Hildegard Knef (Rita Solar), Louis Seigner, Henri Crémieux ( (los guionistas), Micheline Francey (Nicole, la secretaria), Daniel Ivernel (el policía), Odette Laure (Valentine), Jeannette Batti (Gisèle), Paulette Dubost (Virginie, la madre de Henriette), Alexandre Rignault (el padre de Henriette), Claire Gérard (Charlotte), Jacques Eyser, Jean-Louis Le Goff.
118 min. Blanco y negro.

20 de mayo de 2013

Margarita y sus perros amaestrados


La beauté du diable (La belleza del diablo, 1950), René Clair

En un pequeño principado italiano, a principios del siglo XVIII, el profesor Fausto (Michel Simon) lleva cincuenta años buscando el secreto alquímico que le permita transformar el material más innoble en oro. En aras de su investigación ha olvidado la vida y los placeres que ofrece. Pero el final se aproxima y el diablo envía a Mefistófeles (Gérard Phillipe) a cerrar con él el clásico trato: su alma a cambio de convertir en realidad sus deseos.


Como la historia se ha contado mil veces —Clair y Salacrou, barajan al menos las dos versiones de Goethe, la de Christopher Marlowe, la ópera de Charles Gounod y la película de Murnau— el director decide buscarle una vuelta original. Para la ocasión un joven y apuesto Mefistófeles intercambia su cuerpo con el del anciano Fausto. Además, no le hace firmar el pacto, sino que decide dejar que lo haga por voluntad propia. De este modo, La beauté du diable se convierte en un duelo entre Fausto y Mefistófeles que terminará convirtiéndose en la tragedia del servidor de Lucifer.


Clair está más preocupado por las posibilidades que le brinda el argumento de la alquimia para esbozar una metáfora de la sociedad contemporánea, acogotada por la amenaza atómica.


Bien poco pinta entonces en la trama Margarita (Nicole Besnard), una joven zíngara que recorre los caminos del principado en su carromato y se gana la vida diciendo la buenaventura y exhibiendo a sus perros amaestrados.


Es por eso que hemos proyectado la película en la carpa, por mucho que este René Clair, ajeno a la ligereza de la que (casi) siempre hizo gala, nos resulte un poco más cargante. A pesar de ello, queda la creación, siempre imaginativa, de Michel Simon en su doble papel y una concepción “mágica” del cine.


Más allá del comportamiento juguetón de este diablo menor, Clair juega todas las bazas del campo-contracampo, de la doble exposición y de la sustitución de personajes en el propio cuadro, de la imagen ilusoria que ofrecen los espejos y de la autonomía de nuestro reflejo, para recrear una vez más la esencia mélièsiana del cinematógrafo.


La beauté du diable (La belleza del diablo, 1950)
Producción: Franco London Films (FR) / Universalia Film (IT)
Director: René Clair.
Guión: René Clair, Armand Salacrou, inspirado en el mito de Fausto.
Intérpretes: Michel Simon (Mefistófeles / el viejo profesor Fausto), Gérard Philipe (el joven Henri Fausto / Mefistófeles), Nicole Besnard (Marguerite, la gitana), Simone Valère (la princesa), Carlo Ninchi (el príncipe), Raymond Cordy (Antoine, el criado), Tullio Carminati (el diplomático), Paolo Stoppa (el oficial), Gaston Modot (el patriarca gitano).
96 min. Blanco y negro.

17 de mayo de 2013

El abrazo de la dama de plata


The Thief of Bagdad (El ladrón de Bagdad, 1940), Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan

The Thief of Bagdad fue producida por Alexander Korda en 1939. El rodaje fue bastante complicado por las desavenencias entre el productor —que había sido cocinero antes que fraile y también contaba con su hermano Zoltan como realizador de confianza— y Ludwig Berger, el director titular. Así se incorporó al rodaje Michael Powell, que había realizado su aprendizaje junto a Rex Ingram, que aquí hace el papel del genio de la lámpara. Tim Whelan, bajo contrato en los estudios de Denham, donde Korda tenía su base de operaciones, también se encargó de algunas secuencias. El estallido de la Segunda Guerra Mundial propició el traslado del rodaje a Estados Unidos donde el director artístico William Cameron Menzies, habría rematado la jugada.


Si creemos lo que cuenta Michael Powell en sus memorias, buena parte del mérito de que todo esto tenga un sentido se debería a la fértil imaginación de Vincent Korda, el director artístico de la familia, cuyos bocetos habrían servido de guía, más allá del guión, a los diferentes implicados en la realización. El resultado sigue siendo una de las más rutilantes extravaganzas orientales que ha dado el cine.


El sultán (Miles Malleson) está orgulloso de su colección de autómatas. Orgulloso y feliz. A los juguetes basta con darles cuerda y cumplen con su función. No como sus súbditos, a los que cada tanto se ve obligado a cortarles la cabeza. Muestra de ello es el precioso titirimundi de los acróbatas, una cajita en cuyo interior unos muñequitos que parecen vivos construyen una y otra vez complicadas torres humanas.


El ambicioso visir Jaffar (Conrad Veidt), conocedor de esta debilidad del rey, le regala un maravilloso caballo de juguete de tamaño natural, a cambio de la mano de la princesa (June Duprez). Cuando el rey ve que el caballo, una vez accionada la cuerda, sale volando de su palacio y le da un paseíto por el cielo de Bagdad, accede a todas las peticiones.


Pero la princesa, como la de Rubén, está triste. Se ha enamorado del reflejo en el agua de un apuesto joven (John Justin). Para casarse con ella, el visir deberá poner en marcha todos sus recursos. El definitivo es un autómata denominado “la dama de plata”, construido a imagen y semejanza de la bella Halima (Mary Morris), la amante del visir.


La dama de plata es una reproducción de una divinidad hindú con seis brazos, que hace realidad todos los sueños del sultán. A la precisión de su mecanismo suma su condición de juguete erótico sin parangón. Con tal profusión de brazos, el sultán podría renunciar a todo su harén, pues el abrazo múltiple de la dama de plata promete delicias sin cuento. Sobra decir que el abrazo de la dama de plata es letal y que mientras unas extremidades aferran al sultán, otra busca artera el estilete homicida.


El placer es mutuo. El sultán no puede imaginar muerte más dulce y la autómata deja asomar a su rostro un rictus de voluptuoso abandono que nos hace dudar de su condición de mero juguete mecánico. ¿O es que su mecanismo está programado para expresar este guiño de complicidad una vez la misión maquinal para la que ha sido creada se ha cumplido? Probablemente en esta ambigüedad resida el mayor acierto de esta secuencia inolvidable sobre la vida amorosa de los autómatas.

The Thief of Bagdad (El ladrón de Bagdad, 1940)
Producción: London Film (GB)
Directores: Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan
Guión: Lajos Biró, Miles Malleson
Intérpretes: Conrad Veidt (el visir Jaffar), Sabu (Abu), June Duprez (la princesa), John Justin (Ahmad), Rex Ingram (el genio), Miles Malleson (el sultán), Morton Selten (el viejo rey), Mary Morris (Halima / La dama de plata), Bruce Winston (el mercader), Hay Petrie (el astrólogo), Adelaide Hall (la cantante), Roy Emerton (el carcelero).
106 min. Color (Technicolor)

13 de mayo de 2013

El optimismo nos salvará de la crisis


Sing As We Go! (1934), Basil Dean

Gracie Platt (Gracie Fields) trabaja en una factoría textil de Lancashire que se va al garete debido a la crisis económica. Hugh Philips (John Loder), el gerente, intenta conseguir que sir William Upton  le conceda la fabricación de una nueva seda sintética, pero mientras esto ocurra (o no) la fábrica echa el cierre.


Siguiendo las pautas marcadas por los gobiernos de toda laya y época, en lugar de recibir una compensación o un subsidio y poder buscar un empleo en su especialidad, se ve empujada al emprendimiento.


Después de un intento infructuoso de emplearse como doncella en una casa de huéspedes de Blackpool, Gracie se apunta a un concurso de belleza, donde hace amistad con miss Londres, Phyllis Logan (Dorothy Hyson). Gracias a ella encuentra alojamiento en casa de Madame Osiris (Maire O'Neill), una adivina a la que Gracie se ofrece a sustituir cuando tiene que ausentarse de la consulta.


En el parque de atracciones de Blackpool desempeña toda clase de trabajos: canta hasta la afonía las canciones de una pareja de compositores llamados Ritz y Fingelstein, se exhibe como “la mujer araña” en la barraca del “Gran Maestro” (Arthur Sinclair), hace de asistente del mago en el número de la “dama escamoteada”, arruina el espectáculo del Salvaje Oeste y es perseguida por un bobby patoso (Stanley Halloway) por todas las atracciones del parque.


Entre tanto, Hugh y Phyllis se han conocido y se han enamorado. A él no le hace mucha gracia que ella participe en el concurso de belleza, pero no tiene más remedio que aguantarse. Aun así, Gracie, que ha bebido más de la cuenta, arruinará el acto donde se elige la ganadora y un número de natación sincronizada que tiene lugar en el Tower Ballroom.


Durante esta escena, podemos contemplar a un elefante telefonista, otro que imita a Charlot, equilibristas, caballos y una buena muestra de números circenses que no aportan nada al desarrollo de la historia pero que proporcionan una información documental de primera mano sobre el circo en Gran Bretaña en la primera mitad de los años treinta del pasado siglo.


El final feliz está garantizado y, como si de una película soviética se tratara, los trabajadores, encabezados por Gracie, vuelven a cantar “Sing As We Go!” mientras la maquinaria se pone de nuevo en funcionamiento. Porque la película rezuma un optimismo a prueba de bombas y, el dinamismo y el humor llano de Gracie Fields encuentran un fondo de lo más adecuado en el parque de atracciones de Blackpool.


Ambientada por el dramaturgo y novelista J.B. Priestley en un entorno de clase obrera, la lucha de clases no asoma por aquí en ningún momento. Hugh Philips es un empresario preocupado por los empleados y estos no tienen la más mínima intención de echarle en cara que no reinvirtiera en la empresa en vez de liquidar beneficios cuando los había. Según Basil Dean, el optimismo es el antídoto definitivo contra la crisis.

La aplicación de la receta, aquí:


Sing As We Go! (1934)
Producción: Associated Talking Pictures – ATP (GB)
Director: Basil Dean.
Guión: J.B. Priestley.
Intérpretes: Gracie Fields (Grace Platt), John Loder (Hugh Phillips), Dorothy Hyson (Phyllis), Stanley Holloway (el policía), Frank Pettingell (Tío Murgatroyd), Lawrence Grossmith Sir William Upton), Morris Harvey (el cowboy), Arthur Sinclair (El Gran Maestro), Maire O'Neill (Madame Osiris), Ben Field (Nobby), Olive Sloane (Violet), Margaret Yarde (Mrs. Clotty), Evelyn Roberts (Mrs. Parkinson), Norman Walker (Hezikiah).
75 min. Blanco y negro.