The Thief of Bagdad (El
ladrón de Bagdad, 1940), Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan
The
Thief of Bagdad fue producida por Alexander Korda en 1939. El rodaje fue bastante complicado
por las desavenencias entre el productor —que había sido cocinero antes que
fraile y también contaba con su hermano Zoltan como realizador de confianza— y
Ludwig Berger, el director titular. Así se incorporó al rodaje Michael Powell,
que había realizado su aprendizaje junto a Rex Ingram, que aquí hace el papel
del genio de la lámpara. Tim Whelan, bajo contrato en los estudios de Denham,
donde Korda tenía su base de operaciones, también se encargó de algunas
secuencias. El estallido de la Segunda Guerra Mundial propició el traslado del
rodaje a Estados Unidos donde el director artístico William Cameron Menzies,
habría rematado la jugada.
Si creemos lo que cuenta Michael Powell en sus
memorias, buena parte del mérito de que todo esto tenga un sentido se debería a
la fértil imaginación de Vincent Korda, el director artístico de la familia,
cuyos bocetos habrían servido de guía, más allá del guión, a los diferentes
implicados en la realización. El resultado sigue siendo una de las más
rutilantes extravaganzas orientales
que ha dado el cine.
El sultán (Miles Malleson) está orgulloso de
su colección de autómatas. Orgulloso y feliz. A los juguetes basta con darles
cuerda y cumplen con su función. No como sus súbditos, a los que cada tanto se
ve obligado a cortarles la cabeza. Muestra de ello es el precioso titirimundi
de los acróbatas, una cajita en cuyo interior unos muñequitos que parecen vivos
construyen una y otra vez complicadas torres humanas.
El ambicioso visir Jaffar (Conrad Veidt),
conocedor de esta debilidad del rey, le regala un maravilloso caballo de
juguete de tamaño natural, a cambio de la mano de la princesa (June Duprez).
Cuando el rey ve que el caballo, una vez accionada la cuerda, sale volando de
su palacio y le da un paseíto por el cielo de Bagdad, accede a todas las
peticiones.
Pero la princesa, como la de Rubén, está
triste. Se ha enamorado del reflejo en el agua de un apuesto joven (John
Justin). Para casarse con ella, el visir deberá poner en marcha todos sus
recursos. El definitivo es un autómata denominado “la dama de plata”,
construido a imagen y semejanza de la bella Halima (Mary Morris), la amante del
visir.
La dama de plata es una reproducción de una
divinidad hindú con seis brazos, que hace realidad todos los sueños del sultán.
A la precisión de su mecanismo suma su condición de juguete erótico sin
parangón. Con tal profusión de brazos, el sultán podría renunciar a todo su
harén, pues el abrazo múltiple de la dama de plata promete delicias sin cuento.
Sobra decir que el abrazo de la dama de plata es letal y que mientras unas
extremidades aferran al sultán, otra busca artera el estilete homicida.
El placer es mutuo. El sultán no puede
imaginar muerte más dulce y la autómata deja asomar a su rostro un rictus de
voluptuoso abandono que nos hace dudar de su condición de mero juguete
mecánico. ¿O es que su mecanismo está programado para expresar este guiño de
complicidad una vez la misión maquinal para la que ha sido creada se ha
cumplido? Probablemente en esta ambigüedad resida el mayor acierto de esta
secuencia inolvidable sobre la vida amorosa de los autómatas.
The Thief of
Bagdad (El ladrón de
Bagdad, 1940)
Producción: London Film (GB)
Directores: Ludwig Berger, Michael Powell y Tim Whelan
Guión:
Lajos Biró, Miles Malleson
Intérpretes:
Conrad Veidt (el visir Jaffar), Sabu (Abu), June Duprez (la princesa), John
Justin (Ahmad), Rex Ingram (el genio), Miles Malleson (el sultán), Morton
Selten (el viejo rey), Mary Morris (Halima / La dama de plata), Bruce Winston
(el mercader), Hay Petrie (el astrólogo), Adelaide Hall (la cantante), Roy
Emerton (el carcelero).
106 min.
Color (Technicolor)
2 comentarios:
Algunas películas son dificilmente igualables y ésta es una de ellas.
Totalmente de acuerdo. Parangonable al Ladrón de Bagdad de Fairbanks.
Gracias por su fidelidad, don angeluco.
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