26 de junio de 2025

Corazón de tiovivo


Coeur fidèle (1923), Jean Epstein

Epstein
Jean Epstein estaba tan interesado en la práctica cinematográfica como en la teoría. De hecho, suyos son algunos de los primeros textos que intentan cartografiar el nuevo arte y proponer soluciones específicamente cinematográficas. Al parecer fue La Roue (1923) de Abel Gance la que le dio la idea de urdir esta película de corte vanguardista con los mimbres del melodrama. El mismo recorrido que haría, por ejemplo, Dimitri Kirsanoff con su contundente Menilmontant (1926), y que hoy en día perpetra Guy Maddin en clave posmoderna y winnipegiana.


Un corazón fiel

Vamos pues con el melodrama... Marie (Gina Manès) es huérfana. Papá y mamá Hochon (Claude Benedict y madame Maufroy), la han acogido en su bar del puerto de Marsella pero la explotan miserablemente. Por allí se deja caer todos los días el borrachuzo Petit Paul (Edmond Van Daële). Le ha echado el ojo a la niña. Sin embargo, ella está enamorada de un trabajador del puerto Jean (Léon Mathot), en cuyos brazos sueña con un viaje liberador al otro lado del mar. Petit Paul llega a un acuerdo con papá Hochon y se lleva a Marie a la feria de un pueblo cercano para seducirla. Jean los sigue. Ambos hombres se enfrentan y en la reyerta cae herido un policía. Petit Paul escapa y Jean acaba en prisión. Sale al cabo de un año y descubre que Marie malvive con un hijo enfermo. Su única ayuda es una vecina lisiada (Marie Epstein, la hermana del director) ya que Petit Paul anda completamente alcoholizado y sólo aparece por casa para propinarle unas soberanas palizas. Cuando Petit Paul sale, la cojita corre a dejar una señal en el puerto, un corazón de tiza, “corazón fiel”, que sirve a Jean para saber que puede ir a ver a su amada. Petit Paul, alertado por una prostituta (Madeleine Erickson) a la que Jean ha rechazado corre a su casa pistola en mano. Nueva pelea. La cojita se hace con la pistola y dispara sobre Petit Paul. Mientras ella cuida de la criatura Marie y Jean se entregan al amor en el vértigo de las barcas.

Epstein explicaba que había elegido este argumento melodramático, escrito en una noche, porque pensaba que “un melodrama tan desnudo de todas las convenciones que normalmente se atribuyen al género, tan sobrio, tan simple, podría alcanzar la nobleza y la excelencia de la tragedia”. Y a ello se aplicó, dejando de lado el argumento, jugando con las distorsiones de la imagen, las rimas visuales, las sobreimpresiones, los cambios de ritmo en el montaje y los primeros planos.


En la feria

Y es precisamente la escena de la feria la que actúa como bisagra y demostración de las posibilidades del montaje y de los objetos inanimados para ilustrar estados de ánimo. Petit Paul ha llevado a Marie hasta la feria. Montan en unas barquillas en forma de avión que giran vertiginosamente. El carillón escupe la partitura perforada que le sirve de guía y los autómatas interpretan la melodía con sus campanas. ¿Figura retórica de puntuación? ¿Determinismo social en el que el hombre no es más que un engranaje? ¿O el ánima de lo inanimado, que tantas veces nos han sugerido los autómatas?


La muchacha se agarra a la barquilla cubierta de serpentinas y confetis que acentúan su inmovilidad. Petit Paul le roba un beso. A pesar de ello la planificación insiste en mostrar los primeros planos de ambos por separado, subrayando el abismo que los separa. Con espíritu griffithiano Epstein corta entonces a Jean. Se entera en la taberna de la marcha de Marie. Los largos planos en los que se aproxima a la feria parecen eternos en contrapunto con el ritmo acelerado de la barquilla. Cuando llega, hay un cambio de punto de vista. Es su mirada la que no logra localizar a la amada entre el torbellino de las atracciones. En paralelo, Petit Paul hace descender a Marie de la rueda. Un plano de Jean, apenas entrevisto entre la multitud, nos indica que los ha localizado. Sus labios dibujan la palabra “Marie”. Epstein repite entonces la acción en primer plano, sin atender a las normas de la continuidad en el montaje ya plenamente vigentes en un cine que apuesta por la trasparencia narrativa-Eisenstein retomará este recurso aplicado al montaje de atracciones en Bronenosets Potemkin (1925)-. En rápida sucesión: la partitura del carillón, el tiovivo, el bombo, las barcas… Un iris nos traslada entonces al exterior de un hotel, donde va a tener lugar la pelea.


En el último tramo de la película volveremos a la feria con los dos amantes. Ahora el sentido es otro. Sólo Jean y Marie abrazados en la barca con sus cabezas juntas, en el mismo plano, mientras el fondo se desdibuja. Un intertítulo subraya que “sólo el amor es capaz de hacernos olvidarlo todo”. Una catarata de fuegos artificiales funciona como metáfora del amor triunfante. Sobre los rostros se sobreimpresionan los dibujos abstractos de un caleidoscopio que se funde con una pintada en la pared de la taberna que ha aparecido varias veces a lo largo de la cinta: “forever”. Para siempre.



La puerta al reino de lo invisible
Epstein escribía en uno de los artículos reunidos bajo el título “Le Cinèmatographe vu de l’Etna” (1926): “La poesía, que alguna vez hemos creído mero artificio de la palabra, figura de estilo, juego de la metáfora y de la antítesis, algo, en fin, muy similar a nada, recibe aquí una deslumbrante encarnación. La poesía, por tanto, es verdadera y existe con la misma realidad que la mirada”. El cine es el medio más poderoso de poesía, el medio más real de correal, de los surreal que habría dicho Apollinaire. Por esos somos unos cuantos los que hemos depositado en el nuestras mayores esperanzas”.


Hace unos años hablamos de Körhinta (1956), de Zoltan Fabri, que utiliza la misma metáfora de la rueda en clave de plan quinquenal húngaro.


Coeur fidèle (1923)
Producción: Pathé (FR)
Guión y Dirección: Jean Epstein.
Intérpretes: Gina Manès (Marie), Léon Mathot (Jean), Edmond Van Daële (Petit Paul), Claude Benedict (papá Hochon), Madame Maufroy (mamá Hochon), Marie Epstein (la cojita), Madeleine Erickson (la prostituta).
87 min. (la versión restaurada). Blanco y negro.

17 de junio de 2025

La princesa y la Big Band


Everything is Rhythm (1936), Alfred J. Goulding

Este temprano musical británico me ha animado la tarde. La simpatía del pequeño Harry Roy y la inocencia y buen gusto de los números musicales que se presentan en Everything is Rhythm me han cautivado completamente, he de reconocerlo. A Harry Roy lo conocía por "My Girl's Pussy", una canción divertida y de contenido explícitamente sexual que hace unos años me había llamado la atención —no me pregunten cómo llegué a ella—, pero lo que no me imaginaba, hasta tener la oportunidad de ver esta película, es que su autor era, además de un reputado clarinetista y director de Big Band, un excelente cómico, que llegó a interpretar dos películas, la que estamos comentando y Rhythm Racketeer (James Seymour, 1937).


Everything is Rhythm es una película que no llamará demasiado la atención de la crítica de la época pero que ha sabido sobrevivir con dignidad y que, con el paso del tiempo, se ha ganado el aplauso de todos los que amamos este tipo de música, además de  transmitir una felicidad y una despreocupación que pronto se vendría abajo con la la II Guerra Mundial. Es divertida y sólo pretende —nada más y nada menos— eso, entretener, además, por supuesto, de documentar una de las mejores bandas británicas de la época y uno de sus animadores más interesante: Harry Roy. 


La trama sirve como excusa para grabar los diferentes números musicales, entre los que destacan "You're the Last Word in Love", la pieza trepidante con la que comienza el film y que más tarde reinventan con cacerolas, "Cheerful Blues", con una puesta en escena simple y efectiva y la magistral interpretación del dúo de pianistas Ivor Moreton and Dave Kaye, "Make Some Music", con un atrevido y divertido montaje sobre el piano, y "Sky High Honeymoon", que remata la aventura por los aires.


Una de las cosas curiosa de la historia es que la princesa de la película (Elizabeth Brooke, aka Princess Pearl), la mujer de Harry Roy, era una auténtica princesa, la última del Reino de Sarawak, aunque en este caso ejerce de princesa de Monrovia, un estado imaginario y muy cinematográfico.


El caso es que Harry Wade (Harry Roy) y la Princesa Paula de Monrovia (Princess Pearl) se enamoran, y aunque sus mensajes de amor son boicoteados por Miss Mimms (Clarissa Selwynne), se vuelven a encontrar en una de las incontables giras de la exitosa banda. No hay mucho más —solamente la excelente banda sonora—, el destino es el destino y todos sabemos que el amor va a triunfar sí o sí.


Afortunadamente la hemos encontrado en archive.org y la podemos incustrar al final de esta entrada para disfrute de los melomaniacos. Que ustedes lo pasen bien.


Everything is Rhythm (1936)
Dirección: Alfred J. Goulding
Joe Rock Productions (UK)
Guion: Jack Byrd y Syd Courtenay
Historia: Tom Geraghty
Productor: Joe Rock y Stanley Haynes
Fotografía:  Ernest Palmer
Edición: Sam Simmonds
Director de arte: George Provis
Director musical: Cyril Ray
Canciones de Cyril Ray, Jack Meskill y Harry Roy
Vestuario: Reneé Grandville
Coreografía: Joan Davis
Intérpretes: Harry Roy (Harry Wade), Princess Pearl (Princesa Paula), Dorothy Boyd (Grethe von Essen), Clarissa  Selwynne (Miss Mimms), Robert English (Duke), Gerald Barry (Conde Rudolf), Phyllis Thackery (Lucy), Bill Currie (George Wade), Agnes Brantford (Mrs Wade), Syd Crossley (Camarero), Arthur Clayton (Manager), Ivor Moreton (Joe), Dave Kaye (Sam), Johnny Nit (bailarín de claqué), Mabel Mercer (cantante solista)
73 min. Blanco y negro




10 de junio de 2025

La Goulue


Louise Weber (1866-1929) es «La Goulue», la famosa bailarina de can-cán del Moulin Rouge, la artista mejor pagada de su época, inmortalizada por Henri de Toulouse-Lautrec en varios de sus carteles. La apodaron «La Goulue» (La Glotona) por su costumbre de beberse de un solo trago las copas de los clientes al pasar bailando entre las mesas. 


Hija de un carpintero y una costurera, esta la abandonó cuando apenas tenía tres años, y a los siete perdió a su padre. A los 16 años, trabajando en una lavandería, se atrevía a tomar prestada la ropa que le entregaban para limpiar y se escapaba a los salones de baile por la noche. También fue prostituta y modelo de postales eróticas.


Auguste Renoir, la contrató como modelo y a través de él comenzó a posar para otros pintores, entre ellos Toulouse-Lautrec al que tenía hechizado por su vibrante energía. En 1889 debutó como bailarina en el salón de baile Moulin de la Galette y finalmente, en 1891, entró al Moulin Rouge, comenzando así una meteórica carrera que la convertiría en una famosa personalidad del mundo del espectáculo parisino. La Goulue es sinónimo de can-cán y del Moulin Rouge.

 
Esta mujer, descarada, sensual, vibrante, audaz y con agallas pateaba los sombreros de los clientes durante su rutina. Bailaba encima de las mesas y exhibía un corazón rojo bordado en su ropa interior. Protegida del comerciante de vinos y bailarín aficionado Jacques Renaudin (Valentin el deshuesado, 1843–1907), bailaban juntos en el Moulin Rouge el "chalut", la primera versión del can-cán. Muy pronto se convirtió en una estrella y el empresario Joseph Oller la incorporó a la gran cuadrilla del cabaret.


Decidida a sacar provecho de su fama, en 1895 rompió con Le Moulin Rouge para ser domadora de animales. Al año siguiente montó su propio salón de baile, donde quería representar danzas orientales y pidió a su amigo Toulouse Lautrec que le ayudara a decorarlo. La empresa acabó siendo un fracaso absoluto, sí que volvió a ser domadora junto con su esposo, que dejó su oficio de mago para trabajar juntos en las ferias y circos. En dos ocasiones fueron atacados por animales escapando por poco de la muerte. Finalmente, alcoholizada y deprimida, vivía en una caravana de circo y se dedicaba a vender cacahuetes, cigarrillos y cerillas,  en las calles de Montmartre, donde alguien finalmente la reconoció y por unos momentos volvió a disfrutar de cierto reconocimiento. En 1925, en la reapertura del Moulin Rouge, la invitaron a bailar un tango… Murió cuatro años más tarde


En este enlace pueden ver una pequeña historia e imágenes de la artista: https://dai.ly/xbsmcn y aquí abajo una animada historia del famoso baile can-cán:

4 de junio de 2025

Lautrec



Lautrec (1998), Roger Planchon

Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Montfa, conocido simplemente como Toulouse-Lautrec (Régis Royer), nace en el castillo de Albi, en medio de una fastuosa cena que ha organizado su padre para la ocasión. Sus padres, el conde Alphonse de Toulouse-Lautrec-Montfa (Claude Rich) y Adèle Tapié de Celeyran (Anémone), primos en primer grado, conforman un matrimonio de conveniencia en aras de conservar el patrimonio familiar indemne. A causa de esta endogamia, Henri tuvo problemas óseos desde pequeño y su altura nunca superó el metro y medio.


Roger Planchon, que también firma el guion, nos dibuja un Toulouse-Lautrec y un Montmartre desinhibidos, contestatarios, incluso revolucionarios en el campo del arte. Un Henri lleno de vida que acepta su condición con naturalidad y que tiene  la suerte de estar rodeado de mujeres, igualmente desinhibidas y libres, como Suzanne Valadon (Elsa Zylberstein). Suzanne, modelo y también pintora, cautiva al inocente e infantilizado Henri en Le Chat Noir, donde un apuesto Aristide Bruant (Jean-Marie Bigard), "el hombre de la bufanda roja y la capa negra", canta al amor y a la libertad.


Al mismo tiempo que vive su aventura de amor, libra una batalla artística junto al pintor Émile Bernard (Nicolas Moreau) en defensa de los colores de los impresionistas. La película, que carece de la vitalidad y el colorido —la pictoricidad— del Moulin Rouge de Houston, se adentra en otros campos, con algunas reflexiones sobre el camino del arte a finales del siglo XIX, y además nos presenta a otros genios de la pintura como Degas (Victor Garrivier), un empático artista que sabe reconocer el primer arte de Lautrec; a Auguste Renoir (Philippe Clay), que comparte modelo y amante con Henri; y un Vincent Van Gogh (Karel Vingerhoets), en una escena, en mi opinión, encajada con alfileres.


También se ocupa Blanchon de la madre de Lautrec, bien interpretada por Anémone, figura principal en la vida del pintor, protectora y comprensiva con todos los excesos del pequeño gran artista. 


La verdad es que Planchon no ha realizado un biopic al uso. Ha querido adentrarse en diferentes universos completamente cinematográficos. En algunas escenas nos sorprendemos con un plano inspirado en un cuadro de Renoir o Degas y en otras nos muestra un fresco magnífico que rodea el aula de la academia de pintura de su maestro Pierre Cormon, que representa todas las leyes clásicas que están empeñados en romper algunos de los alumnos. 


En otras escenas juega con la pintura derramándose o con las planchas de papel saliendo de los rodillos de las máquinas litográficas. Y en otras, nos regala la presencia de Elsa Zylberstein, que ya fue musa de pintores en el Van Gogh (1991) de Maurice Pialat y la amante del Modigliani (2004) de Mick Davis.



Pero en medio de todo el batiburrillo que todavía estoy digiriendo, que alguien me explique el homenaje final que realiza en el entierro de Toulouse-Lautrec con la aparición de duendes, malabaristas y personajes salidos de un cuento de hadas…


Se ruega a las bailarinas de que no se olviden sus bragas
La película, en fin, rinde homenaje a los jóvenes pintores que enfrentaban el nuevo siglo con rebeldía y a un París que bullía de pasión, alegría y celebración de la vida, derramando la lujuria y los excesos alcohólicos por los adoquines de Montmartre. Los personajes del Moulin Rouge no serán tan coloridos como los de Houston, pero están planteados con maestría tanto por el director como por los propios actores y actrices, y la ambientación nos mete de lleno tanto en el barrio de los artistas, como en el lujo y ostentación del castillo de Albi.  


Mención aparte se merece una magnífica selección de canciones de Aristide Bruant, el cantante de Montmartre por excelencia del cual Santiago Rusiñol habla en su libro Desde el Molino (Barcelona, 1945):
   
Canta los crímenes de la Villette; canta el canal legendario de aguas enlutadas, con la guillotina en el fondo, elevándose en terrible silueta; canta las miserias en Menilmontant, con sus tortuosas callejuelas y sus solares desiertos, con la ortiga brotando del abandono, con su población miserable acampando alrededor del cementerio de Père Lachaise, en el que se ven desfilar los entierros como vagas apariciones; canta las hecatombes del matadero con el más ferviente realismo; canta las angustias de Saint Lazare con todos los horrores de aquel hospital inmenso; y con su voz cavernosa adquiere la solemnidad de un profeta que narra a su alegre auditorio las angustias todas, todas las desdichas que palpitan ignoradas, como en dilatado desierto, en este París que pone en música lo mismo sus glorias que sus más negras desventuras.


“Los pintores de finales del siglo XIX son auténticos héroes, gente admirable. Hacían una pintura que en ese momento era rechazada por todos y encontraron valor, la fuerza para pintar doce horas al día cuadros que nadie quería ver. Eran personajes heroicos. Guerreros, verdaderos héroes que tuvieron la fuerza de traer la modernidad a la pintura cuando nadie la quería.”
Roger Planchon


Lautrec (1998)
Director: Roger Planchon
Guion: Roger Planchon
Productor: Margaret Ménégoz
Musica: Jean-Pierre Fouquey
Fotografía: Gérard Simon 
Edición: Isabelle Devinck
Régis Royer (Henri de Toulouse-Lautrec), Elsa Zylberstein (Suzanne Valadon), Anémone (Condesa Adèle de Toulouse-Lautrec), Claude Rich (Conde Alphonse de Toulouse-Lautrec), Micha Lescot (Gabriel de Céleyran), Claire Borotra (Hélène), Helene babu (La Goulue), Jean-Marie Bigard (Aristide Bruant), Vanessa Guedj (Marie Charlet), Eric Civanyan (El obispo), Philippe Clay (Auguste Renoir), Karel Vingerhoets (Vincent van Gogh), Victor Garrivier (Edgar Degas), Rosetón (La patrona de la lavandería), Nicolas Moreau (Émile Bernard), Juliette Deschamps (Jeanne), Élodie Frenck (Madame Fourre-Tout) P'tite Pomme
126 min. Color