4 de diciembre de 2021

La Carroza de Renoir


Le Carrosse d'Or / La carrozza d'oro (La carroza de oro, 1953), Jean Renoir


NO tengo nada más que elogios para esta magistral película de Jean Renoir, hijo del famoso pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir. Para mi ha sido una sorpresa desde el principio hasta el final. Renoir rinde un bellísimo homenaje al teatro de la mano de una compañía ambulante de la Comedia del Arte que recala en Lima, en el Perú del siglo XVIII.


La película no tuvo buena acogida, ni por parte del público ni de la crítica, en el momento de su estreno en ninguna de sus tres versiones. Producida en Cinecittà, los propios actores se doblaron en francés, italiano e inglés. Fue estrenada en París en 1953 y un año más tarde en los Estados Unidos en la versión preferida por su director. La película estaba destinada a un público angloamericano y la elección de la temperamental Ana Magnani (Camilla), que tuvo que aprender inglés a marchas forzadas, para el papel protagonista, no terminó de encajar del todo.

Con el tiempo, La carrosse d’or, se ve como un regalo para los ojos y para los oídos. Renoir, fiel discípulo de su padre, despliega un lujoso lienzo que llena de color y de vida. Cada plano, cada movimiento de cámara, cada recurso de la película es un cuadro acabado, impecable hasta el último detalle: los decorados, el atrezzo, el vestuario y ¡la música!. El mismo Renoir nos cuenta que fue un placer trabajar estrechamente con Vivaldi: "un magnífico colaborador que nunca protesta".

La llegada de una lujosa carroza de oro, un capricho del Virrey de Perú, coincide con la llegada de una compañía italiana de la Comedia del Arte a la población. Nada más comenzar, la variopinta trup –entre los que se encuentra el enigmático mago Dante en el papel del Arlequín– tienen que limpiar y acondicionar una abandonada corrala, con una exótica llama incluida, para poder actuar. La secuencia de planos encadenados nos lleva a la composición del cuadro perfecto para la representación. Renoir se deja ver desde el primer instante.

Este marco, una visión excesivamente romántica de la época colonial española, permite al creador adaptar vagamente la obra de Prosper Mérimée, "Le Carrosse du Saint Sacrament", para situar a la Colombina de la Comedia del Arte (Anna Magnani) frente a los deseos de tres hombres: el mismo Virrey Fernando (Duncan Lamont), el torero Ramón (Ricardo Rioli) y el oficial Felipe (Paul Campbell).


La primera representación no va demasiado bien cuando entra en la sala Ramón, causando la admiración entre el público e interrumpiendo la actuación de Camilla. Esta se pone a cantar de espaldas demostrando sus tablas y así consigue acallar a la sala. Cuando advierte la mirada del torero, le dice: "No me mire así: yo no soy un toro". La ocurrencia provoca la risa del maestro y, por consiguiente, la del resto del público. Otro momento de Camilla y Ramón –es, de los tres, nuestro romance favorito–es la faena del torero a través de los ojos y la expresión de la artista que, para la ocasión, se ha vestido de española de los tacones hasta la peineta.

La representación de la humilde compañía en el palacio del Virrey da un paso más en la reflexión última de la obra, "¿Dónde termina el teatro y comienza la vida?", llega a preguntarse Camilla al final de la película. Los llamativos trajes de los comediantes contrastan con las medias y trajes de la época, los sombreros y postizos de los saltimbanquis se quedan cortos ante los pelucones de los nobles y las cabriolas de los titiriteros no son nada comparadas con los sofisticados bailes de la corte.

Al final de la película, después de una crisis de gobierno que casi le cuesta el puesto al indolente virrey, después de que Camille haya regalado la carroza de oro a la Iglesia y se haya peleado con sus tres pretendientes, le toca el turno a Don Antonio (Odoardo Spadaro), el road manager de la trup, que le dice a Camilla: “Tú no estás hecha para eso que llaman vida. Tu sitio está entre nosotros: los cómicos, los acróbatas, los mimos, los payasos, los malabaristas…. Sólo encontrarás la felicidad cada noche durante dos horas, en el escenario, como actriz… Esto es, olvidándote de ti misma. A través de los personajes que encarnes acaso termines descubriendo a la auténtica Camilla”.

Aquí la pueden ver mientras dure el enlace.

Le carrosse d'Or / La carrozza d’oro (La carroza de oro, 1953)
Producción: Hoche Productions (FR) / Delphinus (IT) / Paranria Film (IT)
Director: Jean Renoir
Guión: Jean Renoir, Jack Kirkland, Renzo Avanzo, Giulio Macchi, Ginette Doinel, basado en la obra “La carrosse du Saint-Sacrament”, de Prosper Mérimée.
Intérpretes : Ana Magnani (Camilla/ Colombina), Duncan Lamont (el virrey Fernando), Nada Fiorelli (Isabella), Dante (Arlequín), Riccardo Rioli (el torero Ramón), Odoardo Spadaro (don Antonio), Paul Campbell (Felipe).
100 min. Technicolor

24 de septiembre de 2021

Lo que no salió en I Clowns


Las capturas proceden de I Clowns

Hacer una película es la versión en castellano de uno de los mejores libros sobre Fellini: el que escribió él mismo en 1980 para Enaudi con el título de Fare un film. No fue una tarea fácil. El manuscrito original era un collage de entrevistas y páginas volanderas en mil y un idiomas que había recopilado la editorial Diogenes de Zúrich para editarlas en alemán en 1974. Una mera traducción al italiano habría resultado absurda y Fellini se involucró en la redacción de nuevos textos a partir de este material heterogéneo.


El resultado, ya lo avanzamos más arriba es un libro de una clarividencia lacerante, inopinadamente complementaria a la componente irracional —rememorativa, onírica, espiritual si se quiere- que parece guiar toda su obra cinematográfica. Sólo por esto valdría la pena el libro, pero es que, además, ofrece un aluvión de información adicional al proyecto televisivo I Clowns . Para empezar, la transcripción de la entrevista con Bario (Manrico Meschi) al micrófono, que luego fue incapaz de repetir ante las cámaras.


Bario propone la creación de una escuela de circo donde los payasos puedan aprender de sus mayores. Habla sobre el maquillaje, por ejemplo:

“El maquillaje es materia de enseñanza. Ni mucho ni poco. Si hay demasiado asusta a los niños. Albert Fratellini ha hecho llorar a muchos niños., con su trombón, con sus pies que se apagaban y encendían como luciérnagas. Hacer el payaso es bueno para la salud. Sienta bien porque uno puede hacer finalmente lo que quiere: romperlo todo, desgarrarlo, pegar fuego, rodar por los suelos… Y no hay nadie que te lo reproche, sino que por el contrario te aplauden… Y los niños quisieran hacer todo lo que haces: romper, quemar, rodar por los suelos… Por eso te quieren. Es preciso empujarlos por este camino, y hacer una buena escuela de payasos, con inscripción abierta también para los niños: sobre todo para los niños. Así pueden estar cómodos ellos, divertirse y hacer que otros se diviertan: es un buen oficio y, de saberlo hacer, se gana tanto como un oficinista. ¿Por qué los padres quieren que sus hijos sean oficinistas y no payasos? Todo eso está equivocado. Dicen: la risa hace buena sangre. Ah, yo creo en eso. Si uno ha pasado toda su vida en medio de carcajadas, cuando llega a viejo tiene los pulmones llenos de oxígeno”. (pág.167)


En ese compendio de reportaje televisivo, ejercicio memorialístico y documental que es I Clowns, Fellini incluye algunas reconstrucciones: ficciones que le permiten recrear su relación personal con el circo y, entre ellas, el descubrimiento de la carpa que levantaron una noche ante su casa como si fuera un milagro. O una pesadilla de Little Nemo, el cómic de Windsor McKay que parece inspirar la iconografía del episodio.


El segmento más extenso de estas reconstrucciones es el del “entierro del payaso”, que constituye el clímax de la película. Hay, no obstante, dos ficciones que Fellini detalla en Hacer una película y cuya ausencia nos duele especialmente.


La primera es la de la familia Zacchini, a decir de Fellini, los inventores de “la bala humana”. El primer Zacchini dedicado a los ejercicios aéreos fue Ildebrando, nacido en Ferrara en 1868 y fundador del Circo Olimpico. Uno de sus nueve hijos, Hugo, fue el que concibió el número de la bala humana, según la leyenda, como arma de guerra a utilizar en la contienda mundial del año 14. Al parecer el Estado Mayor italiano desestimó por impracticable la idea de un grupo de proyectiles humanos que pudieran sorprender al enemigo por la retaguardia y Hugo decidió proponérselo a su padre. El número se estrenó en El Cairo en 1922 y en 1926 se presenta en Barcelona. Escribe entonces el comentarista de La Vanguardia:

“Mr. Zacchini, el intrépido (…), realiza la hazaña de lanzarse disparado por la explosión de una carga de dinamita corriente desde el interior de un cañón monstruo. El momento de introducirse por la boca del cañón, este hombro bala, es de lo más impresionante que puede presentarse en público”.
(4 de noviembre de 1926)



Poco después firmó un contrato con el circo de Ringling, Barnum y Bailey y se trasladó a Estados Unidos con sus hermanos.


Y aquí comienza su historia Fellini. Los Zacchini se instalan en Tampa (Florida) en una casa con un pequeño jardín sin extensión suficiente para realizar sus entrenamientos, de modo que instalaban sus aparatos en el jardín e iban a aterrizar en un prado, al otro lado de la carretera. Los accidentes en la zona eran continuos porque los automovilistas se despistaban cuando veían al proyectil humano pasar por encima de sus cabezas. El alcalde de Tampa decide entonces colocar sendos carteles en ambas entradas de la carretera en los que se advierte a los conductores:
“Si ven a un hombre que vuela no se asusten; son los Zacchini que ensayan sus ejercicios”.

Federico FELLINI:
Hacer una película.
Barcelona, Ediciones Paidós, 1999.
Traducción de Josep Torrell de Fare un film, publicado por Enaudi en Turín en 1980.
ISBN: 9788449307409

22 de septiembre de 2021

El gran Gabbo contra la divina Garbo


As You Desire Me (Como tú me deseas, 1932), Georges Fitzmaurice

Algunas veces el título precede a la idea. No lo digo por la película de Greta Garbo objeto de esta entrada, si no por el de la entrada misma. Cómo pasar por alto la ocasión de comentar el enfrentamiento entre la gran diva sueca, “la divina”, y el calvo más genial de la historia del cine. Imagínense, además, que el encuentro tiene lugar ante los lentes del puritano Louis B. Mayer, que ha expulsado de su estudio a Stroheim por manirroto y depravado, y ahora tiene que admitirlo como partenaire de su máxima estrella, cuyo contrato está a punto de expirar… As You Desire Me es un melodrama convencional, traído de una obra de Pirandello sobre las apariencias: “Come tu mi vuoi”. 

El drama se basaba en un hecho de crónica conocido como el caso del “amnésico de Collegno”, que Totò protagonizó tardíamente en clave cómica en Lo smememorato di Collegno (1962). La excusa para la presencia en la carpa de As You Desire Me es que al principio de la cinta Zara (Greta Garbo) actúa como cabaretera en un club de Budapest en 1925. Una pirueta de George Fitzmaurice nos hurta la actuación; sólo escuchamos su voz mientras la cámara sobrevuela el club posándose brevemente en tres de los admiradores que esa noche van a correrse una farra con ella. Al finalizar la actuación, la cámara aguarda a la Garbo tras el escenario. Un “ooooh” profundo se dibuja en los labios del espectador. Amén del suntuoso vestido con pantalones, la Garbo luce un rutilante rubio platino. Claro que estamos en 1932, cuando la presentación de la estrella era motivo de más discusiones que el argumento.

No es menos teatral la primera aparición de su oponente. Ella ha invitado a sus tres posibles amantes a casa. Mientras brindan con champán, una panorámica descubre a Salter (von Stroheim) en lo alto de la escalera, con su monóculo, su cigarrillo turco y un pañuelo asomando en el bolsillo de su batín. -¿No te importará que los haya invitado? –pregunta Zara. -Estoy impaciente por conocerlos –responde Salter. -Son los representantes de la nobleza, el ejército y el cuerpo de enfermeros. Y ésta soy yo: de lo más alto a lo más bajo. Mientras pronuncia esta última frase, claramente ebria, un plano medio reúne a la divina Garbo y al gran Gabbo –mejorando lo presente-. 

 En su última novela Salter ha alterado levemente la anécdota vital de su protegida y ha obtenido un éxito resonante. Después de expulsar a los invitados la besa violentamente. ¡Qué poco tiene que ver este beso con aquellos que recibiera de John Gilbert! Como ésta es una noche plena de encuentros, se presenta allí Tony (Owen Moore), un pintor que realizó hace diez años un retrato de la mujer del Conde Varelli (Melvyn Douglas). Está seguro de que Zara es aquella mujer, desaparecida de Italia durante la guerra. Zara decide partir con él. Salter tira de pistola para obligarla a permanecer junto a él. -No se atreverá –asegura Tony. Evidentemente Tony desconoce la reputación del “hombre al que adorará usted odiar”. No nos interesa el desarrollo de la trama. Baste saber qué Zara podría ser María o no serlo. Todos tienen intereses en que sea más allá de su verdadera identidad. Salter se presenta con una amnésica que también podría ser la esposa de Varelli: una mujer recogida junto a la finca en la fatídica noche en que fue asaltada por los soldados. Claro que también podría ser una criada. No obstante, Salter ha triunfado: -La duda que hoy he sembrado –afirma categórico- subsistirá siempre.

Greta Garbo y Melvyn Douglas repetirán como pareja en Ninotchka (Ninotchka, 1939), donde Ernst Lubitsch demostró que se podía destilar química entre una pareja que en As You Desire Me queda desdibujada por la presencia magnética del tercero en discordia. Dos momentos vienen a corroborar nuestra afirmación. El primero es aquél en el que Stroheim afirma que Zara tiene tanto de condesa como él, suprema autoironía viniendo del hijo de un sastre judío cuyo “von” en Hollywood siempre fue motivo de risas disimuladas. 

El segundo, en una conversación entre el conde y su supuesta mujer, durante la que permanece al fondo, desenfocado, haciendo molinetes con su bastón. Por supuesto, roba la escena. En Ninotchka hicieron falta los esfuerzos aunados de Sig Ruman, Felix Bressart y Alexander Granach más la presencia de Bela Lugosi como un comisario político soviético para ejercer el mismo contrapeso que Stroheim en As You Desire Me.
Sr. Feliú

As You Desire Me (Como tú me deseas, 1932) 
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU) 
Director: George Fitzmaurice. 
Guión: Gene Markey, basado en la obra “Come tu mi vuoi” de Luigi Pirandello
Intérpretes: Greta Garbo (Zara / María), Melvyn Douglas (el Conde Bruno Varelli), Erich von Stroheim (Karl Salter), Owen Moore (Tony), Hedda Hopper (Madame Montiari), Rafaela Ottiano (Lena), Warburton Gamble (el Barón), Albert Conti (el capitán), William Ricciardi (Pietro), Roland Varno (Albert).
Blanco y negro.

4 de septiembre de 2021

Un hombre-pájaro

Fifí la plume (Fifi la plume, 1965), Albert Lamorisse


Albert Lamorisse, hombre-pájaro 
El fotógrafo francés Albert Lamorisse siente una temprana inclinación por el cine. Sus primeros trabajos en este campo, que le reportan fama internacional, son cuentos teñidos de poesía, sin apenas diálogo y con niños por protagonistas. Bim, el pequeño asno (Bim, 1950) relata la alianza entre un niño de la calle y el hijo del caíd, en un mundo próximo al de las Mil y una noches, para rescatar a un burrito que ha caído en manos de unos ladrones. Crin blanca (Crin blanche, 1953) es la fábula de un muchacho de la Camarga enamorado de un caballo salvaje. La obra más conocida de Lamorisse, El globo rojo (Le ballon rouge, 1956), narra en apenas treinta minutos la amistad entre un crío parisino y el globo del título, una historia fantástica en la que lirismo y humor se dan la mano. Estas dos últimas obras, merecedoras de sendos premios en Cannes, oscurecieron el trabajo posterior de Lamorisse, constituido por dos obras de mayor duración en las que emplea un invento conocido como “Helivision”, que le permite rodar imágenes desde el aire: Viaje en globo (Le voyage en ballon, 1960) y Fifí la plume (Fifi la plume, 1965).

Lamorisse fallece a los cuarenta y ocho años en un accidente de helicóptero, mientras rueda en Irán El viento de los enamorados (Le vent des amoureux, 1978). Su hijo se encarga de finalizar este documental. Casi toda su obra se estrenó comercialmente en su día en las pantallas españolas y ha sido reunida en una reciente edición en DVD con el vomitivo título de “El cine más bello del mundo”.

Un ángel en el circo 
Sin alcanzar el tiempo estándar de un largometraje Fifí la plume constituye el proyecto más ambicioso de Lamorisse en cuanto a duración. Se trata, una vez más, un cuento fantástico. A lo mejor peca un poco de ñoño, ¿y qué? Todos tenemos momentos tontos. Venga. Se lo voy a contar. Fifi (Philippe Avron) es un ladrón especializado en escalos; de esos que trepan por las fachadas y se descuelgan desde los tejados. Además siente pasión por los relojes. Trabamos conocimiento con él en plena acción, mientras escala una fachada y desvalija una vitrina llena de relojes de bolsillo. El dueño de la casa regresa inesperadamente y en su huida, Fifí busca refugio en un circo. En la película no aparece el nombre y he sido incapaz de hallarlo en ningún otro sitio. Se trata desde luego de un circo modesto, a juzgar por la sobriedad de su pequeña carpa y la escasez de público en los números que tienen lugar en la pista. La nómina tampoco es muy extensa: una pareja de malabaristas, un par de clowns, un hombre-bala (Claude Evrard), la écuyère Mimí (Mireille Nègre), el domador de leones (Henri Lambert) y el director del circo (Raoul Delfosse), empeñado en que su número estrella sea un “hombre pájaro”.

Fifí, acostumbrado a andarse por las alturas y enamoradizo como él solo, acepta sustituir al último candidato a volátil, que ha sufrido un grave accidente. Fifí no tarda en comprender que el número es peligroso y que tampoco tiene necesidad de romperse la crisma. Sin embargo –artificios del guión y habilidad de Lamorisse- sus alas no son de quita y pon sino que el director del circo se las ha insertado en la espalda. Por amor a la bella Mimí, Fifí consigue volar y aquí comienzan sus aventuras que tienen una doble vertiente: por un lado todos toman a Fifí por un ángel, por otro, él sigue obsesionado por robar relojes y tirarle los tejos a cuanta chica se le pone a tiro. Fifí entabla un duelo con el domador, a ver quién regala el reloj más aparatoso a Mimí, lo que le lleva a intervenir en las vidas de un relojero suicida por amor, de su enamorada, hija de un rico coleccionista de antigüedades, de una banda de ladrones –que terminarán declarándose “los buenos ladrones de Dios”- y de las libidinosas jovencitas de una residencia femenina. Son estas paradojas, de sano espíritu agnóstico, las que animan la cinta en su tramo medio. Ya les avisé de que no todo es oro en esta película. El latón también ocupa parte del metraje, pero en estas correrías ingenuas se engarzan momentos de poesía e, incluso, de puro surrealismo, como la batalla de relojes, en la mejor tradición del slapstick, en la que Fifí se enfrenta al domador empuñando una saeta de reloj y con una esfera por escudo, como si de un gladiador se tratara. Perseguido por la policía, por el domador y por los perjudicados por sus latrocinios, Fifí monta en un caballo. Es blanco, como su túnica y sus alas. Los automóviles lo acorralan. No por diáfana la metáfora es menos potente.

Otra imagen poderosa: Fifí encaramado en lo alto de un silo, se enfrenta a un helicóptero. Acosado, Fifí vuela hasta las nubes hasta recalar, exhausto, en la costa bretona donde un hombre que se dedica a recoger algas lo lleva a casa. Él y su mujer le dan de beber calvados para reanimarlo. En aquel lugar solitario, bien comido, bien bebido y bien descansado Fifí concluye, acaso demasiado perogrullescamente, que aquello es el auténtico paraíso. Sin embargo, debe regresar para enfrentarse a su destino. Irrumpe en la iglesia donde Marie-Noëlle de Montsouris (Paule Noëlle), la novia del relojero, va a casarse con el viejo que sus padres han elegido para ella. En semejante lugar su autoridad celestial es indiscutible. Queda por resolver lo peor. En el circo, Mimí se ha enterado de sus devaneos amorosos y su vida criminal y no está dispuesta a seguir con él. Mientras tanto, el domador ha decidido convertirse en hombre pájaro para ganarse el afecto de la amazona. Todo se resuelve felizmente. El domador, con sus flamantes alas, es detenido como autor de los robos y Fifí renuncia a las suyas. Mimí, nueva Dalila, las corta con unas tijeras y las clava en la pared de su carromato. ¿Cómo se ganarán ahora la vida? ¿Recuerdan ustedes que la costa bretona era el paraíso en la tierra? Hay una guinda… pero no se la cuento.

El hombre-pájaro y el hombre-bala 
Fifí la plume tuvo una discreta carrera comercial. Las escenas de vuelo no son tan espectaculares como las de Viaje en globo –obtenidas también gracias al sistema “Helivision”- y su aliento lírico no alcanza la pureza de El globo rojo. A lo mejor porque, por primera vez, el protagonista de Fifí la plume no es un niño, sino Philippe Avron, que debuta de este modo en el cine. En la película también interviene Claude Evrard, en el breve papel de hombre-bala. Avron y Evrard han formado dúo durante casi treinta años. Ambos se conocieron en la escuela de Jacques Lecoq y dieron sus primeros pasos en los cabarets parisinos de la “rive gauche” a principios de los años sesenta. Su consagración se produjo en los años setenta, cuando eran puntos fuertes en la programación del Festival de Avignon. Avron sigue ocupadísimo con sus “one man shows” y un DVD reúne quince años de actuaciones junto a Claude Evrard. Los amantes del cabaret pueden ver el trailer en www.philippeavron.com.
Sr. Feliú
Fifí la plume (Fifi la plume, 1965) 
Producción: Films Montsouris (FR) 
Dirección: Albert Lamorisse Guión: Albert Lamorisse 
Intérpretes: Philippe Avron (Fifí), Mireille Nègre, Pierre Collet, Michel de Ré, Raoul Delfosse, Georges Guéret, Henri Lambert, , Paule Noëlle, Jacques Ramade, Martine Sarcey, Jean-Jacques Steen, Michel Thomass, Dominique Zardi. 
80 min. Blanco y Negro.

1 de septiembre de 2021

La Mara


María del Pino Papadopoulos nace en San Fernando (Cádiz) y eso se nota. Hija y nieta de artistas, debuta con cinco años en el familiar Circo Florida y desde muy temprano, al ser la primogénita de una familia numerosa, cuida y enseña a sus hermanos asumiendo una responsabilidad que ha mantenido toda su vida y de la cual se siente muy orgullosa. En 1948 consigue un contrato en el Circo Segura, donde sufre su primera caída al actuar en Jaén, a consecuencia de la cual se rompe la cadera, accidente que la mantiene inactiva durante un mes. Su tenacidad y entusiasmo la hacen recuperarse pronto, aunque dos años más tarde la tragedia vuelve a rondar su vida: el Circo Casablanca, de su propiedad, es pasto de las llamas en Azuaga, un pueblo de Badajoz.

El circo era como la culminación de su boda con don Enrique Campos en 1950. Ese mismo año, confirmando que las cosas no pasan porque sí, un representante del Ringling le ofrece un contrato para actuar en Estados Unidos. El horizonte y la imaginación de una jovencísima Mara casada casi a la fuerza y preñada de una hija se disparan. Es el premio a su duro entrenamiento hasta conseguir una precisión en sus ejercicios nunca vista hasta ahora.
Así que deja a cargo de sus padres a su pequeña hija y parte rumbo a las Américas con su marido y su hermano Tonito, aún un mozalbete. El 15 de abril de 1951 debuta con el Ringling Bross and Barnum & Baileys en el Madison Square Garden dejando al público de Nueva York maravillado con la fuerza que transmite al balancearse sobre el trapecio, paralizados en el momento en el que la trapecista se desliza desde las corvas hasta los talones en la cúpula del circo y sin sujeción alguna.No he tenido la suerte de ver una actuación de Mara en directo, pero sí la he visto innumerables veces en las grabaciones que, generosamente, ella misma ha puesto a mi disposición.



Mara participa en bastantes programas de Ed Sullivan, el pionero de los programas de espectáculos en televisión, y allí está Mara, con una música deliciosa, balanceándose sin miedo, retando con su arte al peligro. En septiembre de 1953, en Tacoma, sufre una nueva caída. Esta vez es bastante grave. Mara es intervenida siete veces debiendo permanecer inactiva durante dos años en una silla de ruedas. Los médicos dictaminaron, después de siete intervenciones: “Creemos que todo está perdido. Si acaso, podrá pasear, pero nada más”. Nada más lejos de la realidad. El 4 de marzo de 1955, “ante el asombre de J. Ringling Norton, que no podía contener la emoción ni acertaba a creer lo que estaba viendo: la presencia de la artista en el trapecio ante los dieciocho mil espectadores que abarrotan el local. Un espectáculo televisado para 42 estados, publicándose la fotografía de Miss Mara en veinte millones de periódicos”.Según la biografía escrita por Simón González, “una de las tres noticias más importantes del año 1955”. A Mara, como buena guerrera, le gusta presumir de las cicatrices que oculta tras su belleza.


En 1961 realiza una gira en Europa con el Spanischer National Circus de la empresa Feijóo–Castilla que la consagra ante el público del viejo continente. En 1962, se le concede el Oscar Internacional del Circo en Viena y los contratos se suceden. Mara trabaja en los mejores circos europeos hasta finales de 1979 cuando realiza su última temporada con el Circo Atlas de los hermanos Tonetti. Mara se despide de los espectadores, que no del circo, en Valencia. Aunque su última actuación se produce en abril de 1980 en el programa de TVE que presentaban los payasos Gabi, Fofó y Miliki. En Rings Around the World, una película documental dirigida por Gilbert Cates en 1966. El actor Don Ameche presenta entusiasmado, como primer número de un programa fabuloso, a “La Mara”. En esta grabación Mara tiene 33 años. Su experiencia, acumulada tras muchos años de trabajo y sacrificio, se aprecia en cada movimiento que realiza. Su aparición, como guinda de una inmensa tarta que irrumpe en la pista, es un magnífico presagio. Mara se agarra a la cuerda y sus formados músculos comienzan a iluminarse. Con un gesto arrebatador se despoja de la capa y con otro, de una intensidad que no se ve muchas veces en la pista, agarra el trapecio con una mano, manteniéndose suspendida por un instante que se llena de emoción, hasta que Mara la hace desbordar con otro gesto que da comienzo a una rutina impecable.


Antes de su fallecimiento en diciembre de 2013, Mara era presidenta del Club de Payasos y directora de un centro de educación infantil, actividades muy circenses ambas. Era miembro del Consejo asesor del Ministerio de Cultura y poseedora de la medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes al Circo 2007.

En Circo Méliès comentaremos algunos trabajos en los que Mara ha aparecido:

Rings around the World (1966), Gilbert Cates
Circus (1966), Jonas Mekas
Toast of the Town [Ed Sullivan Show] (1948-1971)(programa de televisión americano)
Piste aux Etoiles (1950-1975), de Gilles Margaritis y Pierre Tchernia
(programa de televisión francés)


30 de agosto de 2021

Miss Mara

Número dos de la colección El Circo, editada por la Librería La Avispa de Madrid, establecimiento especializado en teatro, que durante varios años estuvo publicando volúmenes dedicados al circo con la colaboración del Ministerio de Cultura. Las ediciones no estaban especialmente cuidadas, pero el caso es que se publicaron. En esta ocasión, Simón González trenza la biografía de Mara Papadopoulos, una de las dos grandes trapecistas españolas que triunfaron en Estados Unidos —la otra es Pinito del Oro. El número de Mara en el trapecio de fuerza envolvía a todo el público en una atmósfera de suspense y admiración difíciles de ver en una pista de circo. Mara es protagonista de la película de Jonas Mekas, Notes on the circus (1964) y también ocupa un puesto destacado en el documental Rings around the world (1966) presentado por Don Ameche. Su vida es un recorrido heroico desde un circo familiar andaluz hasta la mejor pista del mundo. Su determinación, su temple, su capacidad de sacrificio y su pasión artística hacen de su vida una fuente inagotable de inspiración. 

GONZÁLEZ, Simón 
Una vida apasionante en la vida del trapecio 
Editorial J. García Verdugo, 1999, Madrid 
ISBN: 84-95144-23-9

29 de agosto de 2021

Mekas y Mara

Notes on the circus (1966), Jonas Mekas

Jonas Mekas nace en 1922 en Lituania. En 1944, preso por los nazis, pasa 8 meses en un campo de trabajos forzados. Tras la Guerra estudia filosofía en la Universidad de Mainz y en 1948 emigra con su hermano Adolfas a Estados Unidos, estableciéndose en Brooklyn, Nueva York. Dos semanas después de su llegada consigue dinero prestado para su primera cámara, una Bolex 16-mm, y comienza a filmar momentos de su propia vida. Descubre el cinema avant-garde y a los personajes importantes de la época, como Andy Warhol, Timothy Leary, Allen Ginsberg, Nico, Salvador Dalí… Nueva York es un hervidero de vanguardias. Jonas Mekas se convierte en uno de los máximos exponentes y defensores del cine experimental americano. "Su tenacidad en la defensa de los nuevos cineastas desde la revista que él mismo creó, "Film culture", y el semanario "The Village Voice", donde colaboraba, permitieron a este cine encontrar huecos en donde se hablara de él y, por consiguiente, salas donde se exhibiera", nos cuenta David Gutiérrez Camps, en su magnífico artículo "Jonas Mekas y el underground neoyorkino: una actitud nueva". En 1960 promueve la firma del First statement, declaración que en 1960 hicieron algunos cineastas independientes —entre ellos, Mekas, Frank, Markopoulos y Bogdanovich—, en 1962 crea su propia cooperativa, The Film Makers, con la que realiza y produce películas que de otra forma nunca hubieran llegado a realizarse y el Film Makers Showcase, para poder distribuirlas. Más tarde, en 1970, crea los archivos Anthology Film Archives, que hoy en día es la mayor y más completa cinemateca dedicada al cine experimental. Hasta 2018, un año antes de su muerte, Jonas Mekas seguía muy activo y desde 2007 su página web ofrecía una película al día en un macroproyecto en colaboración con Apple.

Notes on the circus es un montaje vertiginoso del Circo Ringling Bross and Barnum & Bailey de doce minutos de duración. La trepidante sucesión de imágenes, acompañadas por una divertida banda sonora de música medio country, nos presentan una función única resumida, condensada en imágenes esenciales, desnudas, pobres, si se quiere, libres y revolucionarias para el autor. Una de estas imágenes, que se repite, por su fuerza, plasticidad y riesgo, es la trapecista Mara Papadopaulos, de la que ya hemos hablado cuando hemos comentado Rings around the world. Mara y sus hermanos Los Tonitos, equilibristas sobre el alambre, estuvieron contratados por este gran circo americano durante algunos años. Jonas Mekas pasaba por allí y decidió inmortalizarlos a su manera: descarnadamente, sin artificios. Elefantes, caballos, malabaristas, trapecistas, una función de circo atrapada en el movimiento veloz de una cámara que busca más allá del encuadre.


27 de agosto de 2021

El Gran Mentallo

El hombre con rayos X en los ojos (X, The Man With the X Ray Eyes, 1963), de Roger Corman

¿Recuerdan ustedes al Gran Mentallo? Yo no he podido olvidarlo. Trabajaba en una feria, un side-show, al que le condujo una ambición de conocimiento que raya en la blasfemia.Pero es que estamos en el mundo de los científicos alocados de la serie Z. ¿Les resulta un poco confuso? Empezaré con una confesión personal. Uno iba, mediada la década de los sesenta, a un colegio religioso. Igual podía haber tres mil alumnos que cinco mil. La cosa es que el colegio contaba entre sus instalaciones con un gran salón de actos, con su patio de butacas, su gallinero, su pantalla y su cabina de proyección. Por una módica suma –pongamos, un duro- podía uno asistir los sábados a un programa doble. Yo lo hacía regularmente. De este modo asistí a la proyección de El hombre con rayos X en los ojos, sin que se me ocurriera preguntarme quién era aquel Roger Corman que dirigía la película. Lo que entonces me importaba era la aventura fascinante del doctor James Xavier, empeñado en que el ojo humano fuera capaz de alcanzar toda su potencialidad. 

“El ser humano es prácticamente ciego; sólo es capaz de ver un diez por ciento del espectro luminoso”. No les cuento si además en el colegio te llamaban “cuatro ojos”, como era mi caso. Probablemente yo no alcanzara más allá del cinco por ciento del mencionado espectro. Sin embargo, el doctor Xavier (Ray Milland) trabajaba en una solución, una especie de colirio destinado a abrir los ojos del mundo. Ante la ceguera de sus colegas, se ve obligado a probar en sus propios ojos. Su visión se acrecienta. Lo malo del colirio -¿de la sed de conocimiento?- es que genera adicción. 

Cuando el doctor Brant (Harold J. Stone) intenta detenerle, Xavier le empuja. Cae por la ventana. El doctor se ha convertido en un fugitivo de la justicia. En su proceso de degradación el primer paso es trabajar como mentalista en una feria, con el redundante apodo de “The Great Mentallo”. Para su número de clarividencia se cubre los ojos con una venda que tiene un ojo ciclópeo bordado en el centro. El feriante Crane (el comediante Don Rickles) se encarga de explotarlo convenientemente en cuanto se entera de que guarda un secreto. De este modo, en un paso más en su descenso al infierno, el doctor Xavier ejerce de curandero. No les voy a contar el final, uno de los más eficaces, de la historia de la serie Z fantástica y a la altura del de El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957), de Jack Arnold.

Volvamos al colegio. El doctor Xavier lo mismo es capaz de diagnosticar correctamente a una enferma a la que un cirujano podría matar que acude a una fiesta en la que ve a todo el mundo desnudo. A pesar de que los cuerpos están convenientemente velados por plantas y muebles, los buenos curas pusieron una púdica mano ante el objetivo durante escena logrando así que nuestras inocentes mentes infantiles imaginaran lo peor.
Sr. Feliú

 

El hombre con rayos X en los ojos (X, The Man With the X Ray Eyes, 1963) 
Producción: Alta Vista Productions (EEUU) 
Dirección: Roger Corman 
Guión: Robert Dillon y Ray Russell. 
Intérpretes: Ray Milland (Dr. James Xavier, The Great Mentallo), Diana Van der Vlis (Dr. Diane Fairfax), Don Rickles (Crane), Harold J. Stone, John Hoyt.
79 min. Pathécolor.

15 de agosto de 2021

Elephant Man

La primera edición de este libro se publicó en 1980. En otoño del año anterior, con el libro en imprenta, se estrenó en Broadway un musical protagonizado por David Bowie sobre la vida de Merrick. En verano de 1980 se estrena en Londres una versión del mismo musical y un poco más tarde David Lynch presenta su famosa película. A partir de este año, el interés por este héroe, protagonista involuntario de una gira mediática, crece hasta el límite cuando Michael Jackson expresa sus deseos de adquirir el esqueleto de Joseph Merrick. 

HOWELL, Michael & Peter Ford 
La verdadera historia del Hombre Elefante 
Turner Publicaciones S.L., Madrid, 2008 
ISBN: 978-84-7506-853-4

El Hombre Elefante


Las historias alrededor de Joseph Merrick, el famoso Hombre Elefante de la Inglaterra victoriana, combinan elementos de la fábula y los mitos, de la tragedia y el melodrama, de los freakshow y de la farsa. Los autores examinan como este fenómeno ha sido construido y reconstruido por los diferentes interesados en diferentes momentos de la historia, buscando qué revela de los intérpretes, artísticos o científicos, de las audiencias o de sus biógrafos. 

GRAHAM, Peter W. & Fritz H. Oehlschlaeger 
Articulating the Elephant Man: Joseph Merrick and his interpreters 
The Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1992 
ISBN: 0-8018-4357-X

12 de agosto de 2021

Una lección de Tati




Cours de soir (1967), Nicolas Ribowski

Filmado durante una interrupción del rodaje interminable de Playtime, el cortometraje Cours de soir es una excelente lección de mímica, literalmente. Jacques Tati, imparte una clases de comedia a unos “entusiastas” alumnos.

Tati se tropieza con el escalón y dice a sus alumnos: “Volveremos a esto al final de la clase”. Lección 12: La Observación. “la observación te permite descubrir la naturaleza de ciertos tipos de personalidad”, contesta uno de los aspirantes a actor. Para explicar la lección, Tati se dispone a desplegar un gran desfile de fumadores. Le siguen el tenista, donde Tati es un verdadero especialista; el pescador, que nos ayuda a entender el tempo de este artista; y el cartero, secuencia en la que Tati aprovecha para presentar una versión mejorada del entrenamiento de carteros que aparecía en L’Ecole des facteurs.

En esta clase magistral no podía faltar la equitación y tenemos la suerte de ver, ¡por fín! , a Tati montado sobre un caballo de verdad. “La gente monta a caballo según su profesión”, dice mientras acerca a sus alumnos a la ventana. La broma le sirve para demostrarnos su destreza sobre el caballo y de paso hacer unas cuantas imitaciones.

Al final de la clase, y como había prometido, vuelve al escalón. Una loca explicación matemática sobre la pizarra pretende instruir a los desafortunados alumnos. Uno tras otro se tropiezan con el escalón sin gracia alguna para desesperación del maestro. Como el escalón no marcha, se ponen a probar con una columna. La fórmula matemática tampoco parece funcionar… hasta que Tati se tropieza de verdad y se golpea la cabeza con la columna. “Se suspende la clase. Practiquen en su tiempo libre”.

En realidad, este peculiar profesor no tiene una metodología clara y estructurada como la de Mr. Bean en Una lección magistral (1996), pero Tati es único y de sus lecciones se puede aprender mucho más de lo que uno cree. También es verdad que se aprende más en los documentales y en las entrevistas que le hicieron a lo largo de su carrera. En una de ellas dice: “Comedy lies not in the actions of the comedian, but in the comedian’s ability to reveal the comic dimension of others”. Para mi, eso si que es una gran lección.

Al final del corto, Tati se hace un homenaje a si mismo cruzando una de las calles de Tativille mientras los trabajadores mueven los edificios. Tati vive justo enfrente, en un bajo-chabola. En realidad, en esas fechas estaba completamente arruinado y ya había perdido su casa.

Cours de Soir (1967)
Productora: Specta Films (Francia)
Director: Nicolas Ribowski
Asistente: M.F. Siegler
Cámara: Jean Badal
Música: Léo Petit
Intérpretes: Jacques Tati (Monsieur Hulot), Alain Fayner, Marc Monjou
Color, 30 min.