30 de junio de 2014

¡Oh, Gran Gilbert! en el Nido de Arte


Delincuentes (1957), Juan Fortuny

Tras un prólogo que nos remite a la esencia del policial, con un antihéroe encallecido que se enciende un cigarrillo cuando se le acaba el cargador de la pistola con la que se enfrentaba a la policía a tiro limpio, Delincuentes nos introduce en un escenario mucho más cotidiano.


El “Nido de Arte” es un local del barrio chino de cualquier ciudad portuaria del mediterráneo… recreado en los estudios Trilla de Barcelona. Suelo adoquinado, dos farolas, un anuncio de Martini y un cartel de variedades o boxeo son todo el atrezzo necesario para recrear un mundo. La cámara, convenientemente elevada para no traicionar la ausencia de decorado más allá de este modesto ángulo. Por allí aparece un tipo excéntrico definido no sólo por la música burlesca del maestro Serramont, sino por su canotier y su ajado esmoquin blanco. Es el “Caballero Godia”, “imitador de aves, único en el mundo”.


En los primeros veinte minutos de Delincuentes tendremos ocasión de disfrutar de las actuaciones de la plana mayor de quienes recalaban en la Bodega Bohemia de la calle Lancaster de Barcelona. Porque no otra cosa es este “Nido de Arte”, trasunto cinematográfico y apenas maquillado de un local escueto en el que se dieron cita a lo largo del siglo XX artistas verdaderamente bohemios de todo pelaje, generalmente en horas bajas.


Un tabladillo del tamaño de un pañuelo, ocupado en buena parte por un piano de pared, y flanqueado por unos extraños tótems que representan la tragedia y la comedia pero inspiradas en el arte africano, sirve de escenario la actuación de Mercedes (Ginette Leclerc) y de un muchacho perteneciente a una banda de pequeños rateros y traficantes que ha debido renunciar a su carrera como bailaor.


Pero, sobre todo, podemos ver a dos de los grandes clásicos de la Bodega Bohemia: Mery Alda y al fantasista ¡Oh, Gran Gilbert! “el as de la canción taurina”.


Luego, la película se centra ya en su moralizante argumento policial. La competencia de dos raterillos –Mario (César Ojinaga) y Andrés (Mario Beut), el hijo de un mítico delincuente- por el amor de Anita (Christine Carère); llegada de Tony (Robert Berri), un curtido atracador marsellés que se aprovechará de ellos para que ejecuten una serie de golpes más ambiciosos; y el regreso de “El Caíd” (Raymond Bussières), regenerado tras quince años de presidio y dispuesto a que Andrés no siga su camino.


La mayoría de las filmografías indican que la película es una coproducción entre España y Francia, pero luego es imposible localizar la productora gala. La diferencia de ocho minutos entre la película estrenada en España y la versión que se proyectó en cines populares de Francia y Bélgica invita también a sospechar que buena parte de las pintorescas actuaciones en el “Nido de Arte” se perdieran por el camino.


Delincuentes (1957)
Producción: Producciones Miguel Mezquíriz (ES)
Dirección: Juan Fortuny.
Guión: Ángel G. Gauna, Marius Lesoeur.
Intérpretes: Ginette Leclerc (Mercedes), Christine Carère (Anita), Mario Beut (Andrés), Raymond Bussières (“El Caíd”), Robert Berri (Tony), Miguel Ángel Valdivieso (Martino), Manuel Monroy (el comisario), César Ojinaga (Mario), Mercedes Monterrey (la amiga de Tony), Jesús Puche, Salvador Muñoz, Juanito Vargas, Consuelo Vives. Oh Gran Gilbert, Mery Alda y Caballero Godia se interpretan a sí mismos.
72 min. Blanco y negro. FilmaScope.


27 de junio de 2014

La bailarina y el gorila


El negro que tenía el alma blanca (1927), Benito Perojo

Alberto Insúa, narrador a la moderna, de la escuela cosmopolita y galante, distribuye la acción de El negro que tenía el alma blanca entre Madrid y París. Madrid de palacios aristocráticos en los Altos del Hipódromo y hoteles de lujo, pero también de los barrios bajos, de la calle de la Ruda donde vive Emma Cortadell con su padre y de las envidias e intrigas del Teatro del Sainete.


Sin embargo, en París, la imagen de España es un cabaret llamado El Patio, ambientado como un jardín de la Alhambra y decorado con panós de corridas de toros y procesiones sevillanas del Corpus. Perojo rueda las escenas que le sugieren estos capítulos en un inmenso decorado que alterna motivos castizos y decó, pero –madrileño rodando tierras de Merimée- afila la puya contra la espagnolade al vestir a la orquesta negra de jazz band con un traje campero y sombrero cordobés.


La historia es la del amor imposible del cubano Pedro Valdés (Raymond de Sarka) convertido en “Peter Wald”, el bailarín de moda en el París del charlestón, por la tímida Emma Cortadell, a la que convierte en estrella.


En la pesadilla de Emma, planificada por Segundo de Chomón, se intenta reflejar el terror subconsciente al “otro”. Ya la novela de Alberto Insúa ligaba gráfica y metafóricamente la imagen del negro a la del mono antropomórfico de la conocida marca de anís y Perojo recurre, edulcorando un poco el tropo, a otro emblema publicitario, el del papel de fumar “Bambú”.


El negro que tenía el alma blanca (1927)
Producción: Goya P.C. (ES) / Production Française Cinematographique (FR)
Director: Benito Perojo.
Guión: Benito Perojo, de la novela homónima de Alberto Insúa.
Efectos fotográficos especiales: Segundo de Chomón.
Intérpretes: Conchita Piquer (Emma Cortadell), Raymond de Sarka (Peter Wald), Valentín Parera, José Agüeras, Joaquín Carrasco, Andrews Engelmann.
88 min. Blanco y negro + virados.