Albert Lamorisse, hombre-pájaro
El fotógrafo francés Albert Lamorisse siente una temprana inclinación por el cine. Sus primeros trabajos en este campo, que le reportan fama internacional, son cuentos teñidos de poesía, sin apenas diálogo y con niños por protagonistas.
Bim, el pequeño asno (Bim, 1950) relata la alianza entre un niño de la calle y el hijo del caíd, en un mundo próximo al de las Mil y una noches, para rescatar a un burrito que ha caído en manos de unos ladrones. Crin blanca (Crin blanche, 1953) es la fábula de un muchacho de la Camarga enamorado de un caballo salvaje. La obra más conocida de Lamorisse, El globo rojo (Le ballon rouge, 1956), narra en apenas treinta minutos la amistad entre un crío parisino y el globo del título, una historia fantástica en la que lirismo y humor se dan la mano. Estas dos últimas obras, merecedoras de sendos premios en Cannes, oscurecieron el trabajo posterior de Lamorisse, constituido por dos obras de mayor duración en las que emplea un invento conocido como “Helivision”, que le permite rodar imágenes desde el aire: Viaje en globo (Le voyage en ballon, 1960) y Fifí la plume (Fifi la plume, 1965).
Lamorisse fallece a los cuarenta y ocho años en un accidente de helicóptero, mientras rueda en Irán El viento de los enamorados (Le vent des amoureux, 1978). Su hijo se encarga de finalizar este documental. Casi toda su obra se estrenó comercialmente en su día en las pantallas españolas y ha sido reunida en una reciente edición en DVD con el vomitivo título de “El cine más bello del mundo”.
Sin alcanzar el tiempo estándar de un largometraje Fifí la plume constituye el proyecto más ambicioso de Lamorisse en cuanto a duración. Se trata, una vez más, un cuento fantástico. A lo mejor peca un poco de ñoño, ¿y qué? Todos tenemos momentos tontos. Venga. Se lo voy a contar.
Fifi (Philippe Avron) es un ladrón especializado en escalos; de esos que trepan por las fachadas y se descuelgan desde los tejados. Además siente pasión por los relojes. Trabamos conocimiento con él en plena acción, mientras escala una fachada y desvalija una vitrina llena de relojes de bolsillo. El dueño de la casa regresa inesperadamente y en su huida, Fifí busca refugio en un circo. En la película no aparece el nombre y he sido incapaz de hallarlo en ningún otro sitio. Se trata desde luego de un circo modesto, a juzgar por la sobriedad de su pequeña carpa y la escasez de público en los números que tienen lugar en la pista. La nómina tampoco es muy extensa: una pareja de malabaristas, un par de clowns, un hombre-bala (Claude Evrard), la écuyère Mimí (Mireille Nègre), el domador de leones (Henri Lambert) y el director del circo (Raoul Delfosse), empeñado en que su número estrella sea un “hombre pájaro”.
Fifí, acostumbrado a andarse por las alturas y enamoradizo como él solo, acepta sustituir al último candidato a volátil, que ha sufrido un grave accidente. Fifí no tarda en comprender que el número es peligroso y que tampoco tiene necesidad de romperse la crisma. Sin embargo –artificios del guión y habilidad de Lamorisse- sus alas no son de quita y pon sino que el director del circo se las ha insertado en la espalda. Por amor a la bella Mimí, Fifí consigue volar y aquí comienzan sus aventuras que tienen una doble vertiente: por un lado todos toman a Fifí por un ángel, por otro, él sigue obsesionado por robar relojes y tirarle los tejos a cuanta chica se le pone a tiro. Fifí entabla un duelo con el domador, a ver quién regala el reloj más aparatoso a Mimí, lo que le lleva a intervenir en las vidas de un relojero suicida por amor, de su enamorada, hija de un rico coleccionista de antigüedades, de una banda de ladrones –que terminarán declarándose “los buenos ladrones de Dios”- y de las libidinosas jovencitas de una residencia femenina. Son estas paradojas, de sano espíritu agnóstico, las que animan la cinta en su tramo medio. Ya les avisé de que no todo es oro en esta película. El latón también ocupa parte del metraje, pero en estas correrías ingenuas se engarzan momentos de poesía e, incluso, de puro surrealismo, como la batalla de relojes, en la mejor tradición del slapstick, en la que Fifí se enfrenta al domador empuñando una saeta de reloj y con una esfera por escudo, como si de un gladiador se tratara. Perseguido por la policía, por el domador y por los perjudicados por sus latrocinios, Fifí monta en un caballo. Es blanco, como su túnica y sus alas. Los automóviles lo acorralan. No por diáfana la metáfora es menos potente.
Otra imagen poderosa: Fifí encaramado en lo alto de un silo, se enfrenta a un helicóptero. Acosado, Fifí vuela hasta las nubes hasta recalar, exhausto, en la costa bretona donde un hombre que se dedica a recoger algas lo lleva a casa. Él y su mujer le dan de beber calvados para reanimarlo. En aquel lugar solitario, bien comido, bien bebido y bien descansado Fifí concluye, acaso demasiado perogrullescamente, que aquello es el auténtico paraíso. Sin embargo, debe regresar para enfrentarse a su destino. Irrumpe en la iglesia donde Marie-Noëlle de Montsouris (Paule Noëlle), la novia del relojero, va a casarse con el viejo que sus padres han elegido para ella. En semejante lugar su autoridad celestial es indiscutible. Queda por resolver lo peor. En el circo, Mimí se ha enterado de sus devaneos amorosos y su vida criminal y no está dispuesta a seguir con él. Mientras tanto, el domador ha decidido convertirse en hombre pájaro para ganarse el afecto de la amazona. Todo se resuelve felizmente. El domador, con sus flamantes alas, es detenido como autor de los robos y Fifí renuncia a las suyas. Mimí, nueva Dalila, las corta con unas tijeras y las clava en la pared de su carromato. ¿Cómo se ganarán ahora la vida? ¿Recuerdan ustedes que la costa bretona era el paraíso en la tierra? Hay una guinda… pero no se la cuento.
Fifí la plume tuvo una discreta carrera comercial. Las escenas de vuelo no son tan espectaculares como las de Viaje en globo –obtenidas también gracias al sistema “Helivision”- y su aliento lírico no alcanza la pureza de El globo rojo. A lo mejor porque, por primera vez, el protagonista de Fifí la plume no es un niño, sino Philippe Avron, que debuta de este modo en el cine.
En la película también interviene Claude Evrard, en el breve papel de hombre-bala. Avron y Evrard han formado dúo durante casi treinta años. Ambos se conocieron en la escuela de Jacques Lecoq y dieron sus primeros pasos en los cabarets parisinos de la “rive gauche” a principios de los años sesenta. Su consagración se produjo en los años setenta, cuando eran puntos fuertes en la programación del Festival de Avignon. Avron sigue ocupadísimo con sus “one man shows” y un DVD reúne quince años de actuaciones junto a Claude Evrard. Los amantes del cabaret pueden ver el trailer en www.philippeavron.com.
Sr. Feliú
Fifí la plume (Fifi la plume, 1965)
Producción: Films Montsouris (FR)
Dirección: Albert Lamorisse
Guión: Albert Lamorisse
Intérpretes: Philippe Avron (Fifí), Mireille Nègre, Pierre Collet, Michel de Ré, Raoul Delfosse, Georges Guéret, Henri Lambert, , Paule Noëlle, Jacques Ramade, Martine Sarcey, Jean-Jacques Steen, Michel Thomass, Dominique Zardi.
80 min. Blanco y Negro.
2 comentarios:
Pobre Fifí, le han cortado las alas. Si encima al final sienta la cabeza al lado de Mimí, autora del crimen, de final féliz nada. La castración del macho copulador.
¡Qué tristeza!
La filmografía de Albert Lamorisse, del que no he visto nada, parece muy interesante a juzgar por tu post.
Saludos!!
Se refiere uno no a la felicidad que proporciona este final al pobre Fifí, sino al consabido "happy end" preceptivo en la época.
Los finales de otras películas de Lamorisse son mucho menos "felices", amigo Kraven, y notarás (si las ves) que tanto "El globo rojo" como "Crin blanca" culminan con escenas cuyo lirismo apenas encubre la desolación que provoca en sus protagonistas el paso a la edad adulta. Un poco en la línea de los "400 golpes", para entendernos.
Gracias por tu comentario en mi nombre y en el del anfitrión.
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