2 de febrero de 2009

El ayudante del Gran Zandow

Harry Langdon
Council Buffs (Iowa), 15 de junio de 1884
Los Angeles (California), 22 de diciembre de 1944

The Strong Man (El hombre cañón, 1926), Frank Capra


Chaplin, Keaton Lloyd y… 
Los tres cómicos fundamentales de la comedia muda americana eran por lo menos quince. En el triunvirato constituido de Chaplin, Keaton y Lloyd se colaron Laurel y Hardy, Mabel Normand, “Fatty” Arbuckle, Charlie Chase, Larry Semon, Ben Turpin, los Keystone Kops, las Bathing Beauties… y Harry Langdon (1884-1944). Los primeros pasos de Langdon en el mundo del espectáculo no pueden ser más tópicos. Su madre colabora con el Ejército de Salvación pero él se va de casa a los doce años con los miembros de una compañía de variedades y se foguea en un “Medicine Show” –espectáculo a medio camino entre el burlesque y la charlatanería-. Estamos en el alborear del siglo XX. Durante un par de décadas Langdon realiza el circuito del vodevil por todo el territorio estadounidense con un acto en el que pule su máscara: un clown con la cara enharinada, al que le viene la chaqueta demasiado pequeña y el mundo demasiado grande.

En 1923 ingresa en la factoría del gran Mack Sennett, el mayor descubridor de estrellas cómicas del Hollywood silente. Aunque prefiere que sus hallazgos vuelen antes que rascarse el bolsillo, Sennett es también un estupendo forjador de equipos. Suya es la idea de asignarle a Langdon un par de guionistas llamados Arthur Ripley y Frank Capra (que les ha hecho llorar a todos ustedes con ¡Qué bello es vivir!). Después de encadenar una serie de triunfos entre los años 1924 y 1926, Langdon firma un ventajoso acuerdo con First National para que distribuya sus propias producciones. El comediante se lleva consigo a los guionistas a la Harry Langdon Corporation, y, tras el éxito de Tramp, Tramp, Tramp (Un deportista de ocasión, 1926) da a Capra la oportunidad de dirigir su primer largometraje. El resultado es The Strong Man, estrenada en España con el título de El hombre cañón. 

El hombre cañón 
¿Recuerdan ustedes al gran Sandow, el hombre más fuerte del mundo? Pues bien, Zandow tiene bien poco que ver con él, salvo los imponentes bigotes a la prusiana y el seudónimo. Este Zandow es un soldado alemán que hace prisionero en el frente de Ostende durante la Gran Guerra a Paul Bergot (Harry Langdon). El bueno de Paul es un modesto soldado de la Cruz Roja incapaz de acertarle a una lata con una metralleta. Lo suyo es el tirachinas, para que se hagan ustedes cargo del nivel. Finalizada la contienda, El Gran Zandow viaja a los Estados Unidos con su número de variedades –“el hombre más fuerte del mundo”, “el hombre bala”- y su compañía compuesta únicamente por el atontolinado Bergot.

Buena parte del metraje de la película se va en la búsqueda de una novia por correspondencia que Paul tenía en el frente. Responde al anodino nombre de Mary Brown y él se empeña en localizarla en el hervidero de Nueva York. Una de las escenas más memorables tiene lugar cuando una ladrona apodada el Lirio de Broadway (Gertrude Astor) pretende recuperar el dinero que le ha introducido subrepticiamente en un bolsillo para librarse de la policía. La escena del acoso del infantiloide Langdon por la devorahombres tiene el encanto de un ballet. Tras fingir un desmayo que le cuesta más de un batacazo por la escalera, ella consigue que él entre en su habitación. Se dedica entonces a intentar quitarle la chaqueta, lo que él interpreta como señal inequívoca de deseo. “Déjeme salir o gritaré”, advierte Paul en una inversión de roles no por canónica menos hilarante. 

Al comprobar que no tiene escapatoria y a punta de navaja, Paul accede a besarla. En realidad, la cuchilla tiene por objeto cortar la chaqueta para recuperar los billetes. Una vez logrado su objetivo ella finge un nuevo desmayo. El bueno de Paul cree que es por lo apasionado de su beso, una pantomima que Langdon realiza con precisión de maestro. La escena tiene su guinda, porque Paul se entera de que hay una miss Brown en otro apartamento del mismo piso. Entra resuelto en lo que resulta ser el estudio de una escultora que está realizando un desnudo femenino. Su fuga –casi despeñamiento- escaleras abajo es el perfecto colofón al tour de force que ha supuesto la seducción del Lirio de Broadway. La segunda parte de la película se desarrolla en el pueblo fronterizo de Cloverdale. El antiguo saloon se ha convertido en el Palace Music Hall, regentado por DeVitt (Robert McKim), un corruptor al que sólo osa enfrentarse el predicador Brown (William V. Mong). DeVitt se ha enriquecido con el contrabando de licor. 

Es, según escribió Mark Twain, “el hombre que corrompió a una ciudad”. La hija del predicador -¡oh casualidad!- es la bella Mary Brown (Priscilla Bonner), que para que no falte un rasgo de patetismo, resulta ser ciega. Paul se encuentra con ella cuando va a buscar agua. Sí. Son ellos. La ceguera no es ningún obstáculo para su amor. Ella no ve la maldad del mundo porque le falta la vista; él, porque es inocente hasta rayar en la estulticia. Mientras Paul tontea con Mary, El Gran Zandow ha cogido una borrachera descomunal. Es imposible que salga al escenario, pero DeVitt conoce a sus parroquianos y sabe que no es conveniente defraudarlos. Alguien debe salir ahí y ejecutar el número prometido. ¿Puede haber alguien más inapropiado que el bueno de Paul? No. Así que él es el elegido. La cosa no arranca bien. Paul es incapaz de levantar una pesa de cien kilos. Para distraer la atención del público ejecuta unos pasos de claqué. Pero los espectadores piden más. Al caer al suelo, una de las balas de cañón ha hecho un agujero en el escenario. A la vista de un cubo desfondado Paul urde un plan brillante. Coloca el balde encima del agujero y deja caer dos balas de cañón en su interior. Mima entonces el esfuerzo tremendo que le cuesta levantar el cubo con su contenido. El público aplaude entusiasmado. 

Claro que Paul no sabe cuando ha llegado la hora de detenerse e intenta meter unas enormes pesas por el mismo agujero. La superchería queda en evidencia y los pasos de claqué ya no sirven para calmar a la turba que exige ya el número de fuerza: el del hombre cañón. En caso contrario, le reemplazará la dulce Mary. Paul pierde entonces las formas y le arrea un botellazo lo que desencadena una pelea monumental. Capra coreografía la escena con Langdon colgado de un trapecio lo que le permite recurrir a una planificación y montaje de gran dinamismo -una vez más la alargada sombra de Varieté- a la vez que genera situaciones cómicas, mientras Paul arroja botellas contra los clientes. Desde el trapecio, corta el telón de boca del escenario y lo deja caer sobre sus atacantes, dedicándose entonces a caminar sobre ellos y dejarlos fuera de combate sin necesidad de enfrentarse a ellos. Cuando los rufianes se libran del telón, Paul recurre al cañón. Dispara una y otra vez contra los canallas, logrando echar abajo aquel antro de perdición, logrando, de paso, la mano de Mary y la placa de policía local. 

Decadencia de una estrella 
Al finalizar el rodaje de su siguiente película Long Pants (Sus primeros pantalones, 1927), Langdon y Capra tienen una trifulca y sus caminos se separan. Langdon asume la dirección de sus propias producciones pero la suerte le da la espalda. Capra le acusa de falta de modestia; Sennett, de falta de visión empresarial; y el público, de falta de gracia… el mayor crimen de un cómico. Con la llegada del sonoro la estrella de Langdon ha tocado fondo. Tiene casi cincuenta años y pasa el resto de su vida interpretando pequeños papeles, concibiendo gags para otros comediantes e, incluso, escribiendo guiones para Laurel y Hardy. Su última película –escribe Sennett en sus memorias “King of Comedy” (1954)- “fue un musical para la Columbia. Tenía que bailar, pero trabajar y ensayar durante todo el día era demasiado para aquel hombrecito. Entró en coma y murió de una apoplejía ocho días después. Estaba en bancarrota y había sido olvidado y abandonado por todos. Su timidez y su humor delicado aún no han sido igualados en la pantalla”. En aras de la precisión, hemos de recordar que ya hemos comentado en alguna ocasión las afinidades de su estilo –maquillaje y vestuario incluidos- con el del italiano Erminio Macario y, andando los años, con el burtoniano Pee-Wee Herman.

Sr. Feliú


The Strong Man
(El hombre cañón, 1926)
 
Director: Frank Capra 
Guión: Hal Conklin y Robert Eddy, sobre un argumento de Arthur Ripley. 
Intérpretes: Harry Langdon (Paul Bergot), Priscilla Bonner (Mary Brown), Gertrude Astor (Lily de Broadway, la ladrona), Arthur Thalasso (El Gran Zandow), William V. Mong (el vicario “Holly” Joe Brown), Robert McKim (Mike McDevitt). 
7 rollos. Blanco y negro + virados.

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