Vingt-quatre heures de la vie d'un clown (1945), Jean Pierre Melville
Hace casi tres años, cuando esta enciclopedia por entregas del cine dedicado al circo y las variedades comenzaba su andadura, dedicamos un breve comentario a Vingt-quatre heures de la vie d'un clown. La actualidad —esa señorita tan poco propensa a pasarse por aquí— nos invita a ver este cortometraje de nuevo. Viene a cuenta la cosa porque se ha editado en España con subtítulos en castellano como complemento a la edición en DVD de Le silence de la mer (1948), el primer largometraje de Jean Pierre Melville.
He aquí nuestras nuevas impresiones ilustradas con algunas fotografías del álbum de recuerdos de Beby...
Gira el tiovivo. El narrador nos pide que le acompañemos durante las próximas veinticuatro horas. Va a comenzar la actuación de Maïss y Beby en el Circo Medrano de París.
Como el Sacha Guitry de Le roman d'un tricheur (1936), el cortometraje de debut de Melville está narrado por el propio autor. “Autor” entre comillas, con todas las consecuencias, como defenderían poco tiempo después los críticos de “Cahiers du Cinèma”. Porque, tras su paso por la Resistencia, el inquieto aspirante a cineasta no consigue incorporarse a las nuevas estructuras sindicales cinematográficas y, ni corto ni perezoso, se convierte en francotirador de la producción y la realización. Un equipo técnico mínimo y unas latas de película caducada compradas en el mercado negro son el material con el que cuenta para realizar el retrato del payaso en veinticuatro horas.
La voluntad de autoría no se reduce a la asunción de la narración sino también, sobre todo, al punto de vista. El narrador nos muestra su reloj y nos propone estas veinticuatro horas de convivencia con el augusto. Al obrar así, reduce el tiempo dedicado a las dos actuaciones de Beby y Maïss en el circo Medrano que enmarcan la acción y se centra en su vida cotidiana. De hecho, Melville nos mete con Beby en la cama o en la bañera, en una muestra de intimidad totalmente ajena a la impudicia. Mirad como disfruta de su cuarto de hora en la casa de baños... O, a qué no sabíais que este humilde payaso comparte la cama con su perrillo.
En su modesto cuartito, con las paredes repletas de fotos, Beby abre su baúl de los recuerdos. Es una caja de cartón de la que van surgiendo las figuras del circo del pasado...
… imágenes congeladas que pretenden conjurar la nostalgia...
Aquí están los míticos Frediani...
El irascible Antonet, su compañero de pista durante tanto tiempo...
O él mismo, Beby, apolíneo acróbata, antes de que una caida que le produjo diecisiete fracturas en las piernas lo convirtiera en patizambo gracioso.
Pero aún hay más. Melville nos propone un juego. Maïss y Beby se sientan en una terraza de una calle de este París posbélico, lluvioso y friolento. Contemplan desde su atalaya a la vendedora ambulante, al piropero que requiebra a una chica, al que recoge un mendrugo del suelo porque no tiene otra cosa para comer... El discurrir, en fin, de la vida.
Luego, después del maquillaje, clown y augusto se maquillan, repasan los acontecimientos de la tarde y salen a la pista. Melville quiere hacernos creer -y lo logra, claro- que estas observaciones recogidas en la terraza de un café son la base del número de la pareja. Prestidigitador cinematográfico, nos ofrece el abracadabra de la invención cómica como resultado natural de la sencilla cotidianeidad.
Vingt-quatre heures de la vie d'un clown (1945) Producción: Melville Productions (FR)
Guión y Dirección: Jean Pierre Melville.
Intérpretes: Aristodemo Frediani “Beby” y Louis Maïss.
Blanco y negro. 20 min.
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