13 de marzo de 2010

El carrusel de la vida


Merry-Go-Round (Los amores de un príncipe, 1923), Erich von Stroheim y Rupert Julian 

Erich von Stroheim 
Hablar de cualquier película de las dirigidas por Stroheim es hablar de su leyenda de su leyenda de “veneno para el estudio”. La etiqueta de perfeccionista maniático, tiránico, caprichoso y excéntrico le precedió desde Blind Husbands (1919), su primer crédito como realizador. A la Universal, el estudio que le tenía contratado, llegó un jovencísimo Irving Thalberg dispuesto a imponer su criterio y lo hizo sin pararse en barras. Lo primero fue prescindir de Stroheim como protagonista, algo que había hipotecado el bloqueo de sus anteriores producciones una vez superado el presupuesto. Lo segundo fue quitarle la película de las manos y encomendarla al servicial Rupert Julian. Por último, ordenar a dos escritores a sueldo que redactaran al dictado nuevas escenas en las que se limaran los excesos stroheimnianos. De los 110 minutos que se conservan de Merry-Go-Round sólo un diez por ciento sería plenamente atribuible a su responsabilidad: la presentación del conde y la conversación telefónica con su prometida, el intento y la escena de la orgía en la que una chica se baña en champán.

Por suerte, la exigencia verista de Stroheim y la maestría de Richard Day como diseñador de decorados nos permite asomarnos al parque de atracciones del Prater vienés en su época dorada. ¿Ya tienen su entrada? Vamos allá.


El carrusel de Basilio Calafati 
El conde Franz Maximilian von Hohenegg (Norman Kerry) lleva una vida disipada a pesar de su comrpomiso matrimonial con la condesa Gisella von Steinbruck (Dorothy Wallace). Al Prater acude acompañado por dos bellas damiselas y dos amigachos. En la marquesina de la entrada se anuncia el famoso carrusel del triestino Basilio Calafati, el primero en incorporar el vapor como fuerza motriz a un tiovivo allá por 1844. Estamos en 1913 y la atracción es regentada por el tiránico Schani Huber (George Siegmann). La bella Agnes Urban (Mary Philbin) toca allí el organillo. También su padre, Sylvester (Cesare Gravina), trabaja para Huber en el teatro de marionetas.


Aurora Rossreiter (Lillian Sylvester) es enemiga declarada de Huber. Ella se encarga de la barraca contigua en la que trabaja como charlatán el jorobado Bartholomew (George Hackathorne). Su cometido es anunciar la actuación del orangután Boniface, llegado a Viena desde las ignotas selvas africanas. Bartholomew, claro, está perdidamente enamorado de Agnes. Pero pronto va a encontrar un serio competidor en Franz Maximilian, que acaba de demostrar su puntería en el puesto de tiro al hacer blanco en cinco corazones.

El melodrama aparece en toda su crudeza con la enfermedad de la madre de Agnes. Agoniza sola mientras Huber obliga a su marido y a su hija a trabajar. Un diluvio salvador vacía el parque de atracciones permitiendo así a los Urban asistir al último aliento de la madre. Además de otros signos de sadismo, Huber está dispuesto a que Agnes sea suya a cualquier precio. Mientras Franz Maximilian se pierde en orgías sin cuento, Huber caza a su víctima por entre los caballitos del tiovivo. Cuando su padre intenta defenderla la policía le detiene. Es la ocasión de oro para Franz Maximilian, que haciéndose pasar por un modesto vendedor de corbatas, logra la libertad del titiritero y el amor de su hija.

Pero, ay, el matrimonio debe seguir adelante por mandato directo del emperador Francisco José (Anton Vaverka). “Y el carrusel de la vida –repite el intertítulo como una ltanía- sigue girando y girando”. Ahora el padre de Agnes trabaja como payaso para madame Rossreiter; se anuncia como Silvestro Urbani, el primer payaso de Italia. El rencoroso Huber hace caer una maceta sobre su cabeza y lo descalabra. -¡Pobre payaso! –se lamentan los niños, sin poder contener las lágrimas. -No lloréis, pequeños. Y el payaso triste hace por última vez su gracieta del meñique perdido para que los niños sonrían.

Esa noche Boniface, el orangután, escapa y hace justicia. El padre de Agnes se recupera lentamente en el hospital adonde acude Franz Maximilian como parte del cortejo del emperador. Padre e hija le rechazan. El conde parte a la guerra con el corazón destrozado. 

Rupert Julian 
La cosa se había puesto negra desde el principio para Stroheim. Carl Leamle, el mandamás de la Universal, se encontraba de viaje en Europa y era la única persona a la que el director podía recurrir. Ante el supervisor de producción del estudio se quejaba de que los uniformes no eran los adecuados, de que el césped no fuera suficientemente verde o de la ineptitud de algunos miembros del equipo impuestos por la Universal. Cuando se iban a empezar a rodar las escenas del Prater decidió no comenzar hasta que no estuviera allí el orangután. Le ofrecieron a Joe Martin pero exigió otro con menos mañas que se encargó al zoo de William Selig. Cuando el orangután llegó al plató, Stroheim ya había sido despedido por Thalberg.

La argumentación del estudio incidía más en la inaceptabilidad de algunas escenas por la censura –Stroheim había rodado a Norman Kerry desnudo entrando en el baño, emborrachado a sus actores para la escena de la fiesta y la condesa mantenía una relación masoquista con su mozo de cuadras- que en el despilfarro. Al día siguiente, Rupert Julian estaba en el plató. Llamó a Harvey Gates y, entre ambos, eliminaron las secuencias más comprometidas como la revuelta obrera el día de Jueves Santo o la decadencia de los Habsburgo y la caída del imperio austro-húngaro que formaban parte medular del proyecto. No nos pregunten cómo, pero el productor y los guionistas se las arreglaron para colocarle a semejante embrollo un final feliz… totalmente insatisfactorio, por supuesto.

Julian pasó a la posteridad como director con su siguiente película, The Phantom of the Opera (El fantasma de la Ópera, 1925) en la que repitieron los dos protagonistas de Merry-Go-Round, aunque ensombrecidos por la presencia de Lon Chaney. Luego rodó una versión producida por Cecil B. De Mille del melodrama de espionaje Three Faces East (1926), rehecha en 1930 con Stroheim en el papel de villano.

Con la llegada del sonido la estrella de Rupert Julian declinó, no sin antes dirigir The Leopard Lady (La mujer del leopardo, 1928), un policial protagonizado por una domadora que debe descubrir al autor de varios asesinatos que siempre tienen lugar en donde para el circo en el que trabaja. 


Merry-Go-Round (Los amores de un príncipe, 1923) 
Producción: Universal Pictures (EEUU) 
Director: Erich von Stroheim y Rupert Julian. 
Argumento y Guión: Erich von Stroheim. 
Revisión: Finis Fox y Harvey Gates. 
Intérpretes: Norman Kerry (el conde Franz Maximilian von Hohenegg), Mary Philbin (Agnes Urban), Cesare Gravina (Sylvester Urban, su padre), Dale Fuller (Marianka Huber), Maude George (Madame Elvira), George Hackathorne (Bartholomew Gruber), George Siegmann (Schani Huber), Lillian Sylvester (Aurora Rossreiter), Anton Vaverka (el emperador Francisco José), Dorothy Wallace (la condesa Gisella von Steinbruck), Spottiswoode Atkin (el ministro de la Guerra), Edith Yorke (Ursula Urban). 
110 min. Blanco y negro + tintados.

2 comentarios:

El Abuelito dijo...

Oh, no... me voy unos días de vacaciones y me encuentro su blogo repleto de frias de atracciones cuya llamada me es imposible ignorar... de momento ya cabalga en la mula esta perla, bien que según dice usted los aspectos más personales del calvo de oro han sido pudorosamente limados por el estudio... Aún así, donde hay marionetista, payaso triste y malvado acosador, allá ha de estar el Abuelito...
Me voy a leer las otras entradas que me había perdido, ya le contaré...

Sr. Feliú dijo...

Ya le advertimos que al guión se le notan los costurones a la legua, pero a los alicientes debe usted añadirle un gorila asesino.
O sea que...
Sus nietos