28 de julio de 2025

Llora una vez más, payaso


La farándula (1935), Antonio Momplet 

La farándula es una película anómala. Debutó con ella en la dirección Antonio Momplet, pero cuando la película se estrenara en 1939, “adecuada” al nuevo entorno por el montador y nuevo productor, Momplet ya estaba exiliado en Argentina. Y eso que la gestación tampoco había sido fácil. Hasta tres estudios —los Orphea en Barcelona y los Lepanto y Cine Arte en Madrid— sirvieron de plató a un rodaje abrupto, en el que las escenas se iban rodando conforme se reunía el dinero necesario. No es por ello extraño que la peripecia dramática sea apenas nada, aunque La farándula sea un completo catálogo de las habilidades canoras o histriónicas de su cuarteto protagonista.

Por fama y prestigio encabeza el reparto Marcos Redondo. Además de popularísimo, sobre todo en Barcelona donde residía, Redondo es una de las figuras puntaras del arte lírico español del siglo XX. Ostenta dos récords: haber superado las trescientas funciones anuales durante la década 1924-1934 y haberse grabado en una tarde seis discos de dos caras. En La farándula, además de interpretar dos temas de hondo calado argumental —“Así es la vida” y “La frase de Pierrot”—, se atreve con largas cantatas de Il barbiere di Siviglia, de Rossini y con la circomélièsiana I pagliacci, de Leoncavallo.

La cosa comienza en el café bohemio de ciudad portuaria. En el pequeño escenario se suceden las actuaciones: un tanguista, los recitados cómicos de Berenguela (Amalia de Isaura), las canciones arrastradas de Rosa (Pilar Torres), los histrionismos del artista del hambre Ataúlfo Manzanos (Antonio Palacios) y el arte lírico de Lorenzo (Marcos Redondo).

Los cuatro deciden “formar compañía” y se echan al camino. Ahí se encuentran con el apuesto Carlos (Julio de Infiesta), que les propone trabajar en un pueblo cercano: Villa Sierra Alta. Allá que se van. Primero actúan en una fiesta en casa del alcalde bajo promesa de una suculenta merendola. Luego, en el coliseo local donde Lorenzo tiene un éxito apoteósico y llama la atención de un empresario que le ofrece realizar una gira internacional.

Se nota que el productor es montador, porque si ya los viajes en tren tiraban de material de archivo que era un primor, todo el triunfo del barítono se narra gracias a sucesivos encadenados de planos documentales de ciudades del mundo, mediante el expeditivo procedimiento de montarlas al ritmo de las melodías con las que suponemos que Lorenzo se ha hecho un nombre en el mundo de la ópera.

Pero —¡ay!, llora, payaso—, Rosa, su sempiterna amada, se ha comprometido durante su ausencia con Carlos. Argumentalmente, poco o nada aporta la película salvo su abonamiento al tópico. Además, lo irregular de su rodaje y postproducción le otorgan un ritmo sincopado en el que algunas escenas parecen sucederse sin demasiada lógica mientras otras se remansan en largos desarrollos que alternan lo lírico con lo cómico. Registro de una época y un modo de hacer, los interesados en el arte lírico pueden disfrutar de la que creemos que es la única aparición de Marcos Redondo en la pantalla, después de haberse anunciado su debut en diversas ocasiones durante el quinquenio republicano. Nosotros hemos disfrutado con la interpretación desorbitada de Amalia de Isaura, una de las principales cultivadoras del cuplé cómico, que en esos años solía acompañar en los espectáculos a Miguel de Molina.

Una vez finalizada la contienda y tras los oportunos ajustes, La farándula se estrena en un par de salas de Barcelona, sin mayor repercusión.


La farándula (1935) 
Producción: Antonio Lasierra Ediciones Cinematográficas / Hispano Nacional Films (ES) 
Director: Antonio Momplet. 
Guión: Valentín R. González. 
Argumento: Antonio Momplet. 
Intérpretes: Marcos Redondo (Lorenzo Martínez), Amalia de Isaura (Berenguela), Antonio Palacios (Ataúlfo Manzanos) , Pilar Torres (Rosa), Julio de Infiesta (Carlos), José Baviera (el alcalde), Manuel Crespo (el agente), Modesto Cid, Alejandro Nolla, José Rivero. 
72 min. (la versión conservada). Blanco y negro.

18 de julio de 2025

Los gnomos de jardín van al circo


Feuerwerk (Sueños de Circo, 1954), Kurt Hoffmann 

En 1908, el Cirkus Obolsky llega a una pequeña ciudad alemana. Su director, Sascha Obolsky (Karl Schönböck), es Alexander Oberholzer, el hermano del próspero fabricante local de gnomos de jardín, el burgués Albert Oberholzer (Werner Hinz). La familia Oberholzer, repleta de tías y buenos modales, se ve sorprendida por esta visita circense, sobre todo Anna (Romy Schneider) que queda fascinada por el circo y por su tío bohemio.


Alexander, o Sascha, viene acompañado por una atractiva mujer llamada Iduna (Lilly Palmer), que inmediatamente se convierte —junto con la adiestradora de serpientes— en el centro de atención. Una situación un tanto tensa que parece olvidarse en cuanto Iduna canta la canción Oh, Mein Papa, una canción compuesta por Paul Burkhard en 1939 para el musical "Der schwarze Hecht" y que se convertiría en un éxito con la adaptación que Erik Charell realizó en 1950 para el musical "Das Feuerwerk".


La oveja negra de la familia Oberholzer es un feliz y atractivo galán que irrumpe en el salón de su acomodada familia con un circo lleno de color y sorpresas. El Cirkus Obolsky, en realidad el Gran Circo de los Hermanos Belli tuneado, es un circo a la antigua revestido de lujo —el trabajo de vestuario de Alfred Bücken es sobresaliente, igual que la ambientación— en el que podemos encontrar artistas de primera división como Los 7 Leotaris, Los Pilars, Pilade Cristiani o nuestros compatriotas Los Rudi-Llata, una troupe de payasos, músicos excepcionales, poco conocidos en España —como la mayoría de artistas de circo españoles— que en esa época triunfaban en Alemania y en toda Europa. 


Las entradas de Leo, Nolo, Pepi y Joselito, algunas de las cuales pueden verse en Internet, demuestran una maestría en el arte del payaso difícilmente igualable. Yo no me canso de ver al hilarante Pepi, pues siempre me ha parecido uno de los mejores payasos del mundo.


La película está ambientada en 1908 y sus principales actrices, la veterana Lilly Palmer, que volvía a su Alemania natal después de años de exilio en Inglaterra y Estados Unidos, y la jovencísima Romy Schneider compiten por el protagonismo de una trama en la que la joven Schneider, en mi opinión, sale vencedora. También me ha llamado la atención uno de los tíos de la joven, Gustav, interpretado por el sufrido y narigudo Rudolf Vogel, cómico y actor de carácter de gran presencia escénica.


La función de circo, que ocupa cerca de 15 minutos de la película, a la que asiste finalmente toda la familia del joven descarriado, tiene gusto y ritmo, y mucho color. Además de Los Rudi-Llata, tenemos la oportunidad de disfrutar del trapecio volante de los 7 Leotaris, los chimpancés de Pilade Cristiani, y un número de alta Escuela aderezado con la música que interpreta Lilly Palmer. Lilly Palmer, además, participa junto con un simpático falso caballo en una pieza que merece la pena ver.


La joven Anna sueña con el circo y su sueño se convierte en una serie de secuencias que la llevan del trapecio a la jaula de los leones pasando por el cable de equilibrio. La verdad es que hay bastante circo en Feuerwerk y el charivari final, así como la exhibición primera en el jardín de los Oberholzer, son un derroche de artistas y figurantes que añaden más color, si cabe, a esta película.



La película fue unánimemente aplaudida por la crítica alemana que se congratulaba por el "placer del entretenimiento del tipo alegre y contemplativo" que rezumaba la cinta, convirtiéndose en uno de los musicales favoritos de la posguerra alemana.


Feuerwerk (Sueños de circo, 1954), Kurt Hoffmann
Producción: New German Film Company (GER)
Director: Kurt Hoffmann
Guion: Herbert Witt , Felix Lützkendorf , Günter Neumann basada en la comedia de Erik Charell y Jürg Amstein "The Black Hecht".
Música: Paul Burkhard y Franz Grothe
Fotografía: Gunther Anders , Hannes Staudinger
Edición: Claus de Boro
Intérpretes: Lilli Palmer (Iduna), Karl Schönböck (Alexander Oberholzer), Romy Schneider (Anna Oberholzer), Claus Biederstaedt (Roberto), Werner Hinz (Albert Oberholzer), Rudolf Vogel (tío Gustav), Margarete Haagen (Kathi), Ernst Waldow (tío Wilhelm), Liesl Karlstadt (tía Berta), Kaethe Haack (Karoline Oberholzer), Lina Carstens (tía Paula), Michl Lang (Tío Fritz), Charlotte Witthauer (tía Alwine), Tatjana Sais (Madame Sperling), Willy Reichert (jefe de estación), Hans Clarín (un empleado de circo), Michael Cramer (su colega), Christiane Maybach (Jazmín), Klaus Pohl (Piepereit), Los Rudi-Llata, Los 7 Leotaris, Pilade Cristiani, Los Pilars
Color. 98 min.

10 de julio de 2025

La venganza del lanzador de cuchillos

 

Cuchillos de fuego (1989), Román Chalbaud

Uno vio Cuchillos de fuego en el Festival de San Sebastián, un año en el que Román Chalbaud, su director, era miembro del jurado. Y hasta aquí los recuerdos: uno borroso, de la película, un tanto decepcionante. Pero a lo mejor era porque fuera llovía. O porque otro recuerdo, aún anterior, de los pases televisivos de las películas de Chalbaud estaba aún fresco en la retina, con sus personajes del lumpen caraqueño desaforadamente patéticos y delicadamente melodramáticos. O sea, genialmente cómicos.


Las heridas provocadas en la retina por El pez que fuma o Carmen, que cumplirá dieciséis años… todavía no habían cicatrizado. Luego, ha sido imposible recuperar la película, a pesar de ser una coproducción por España. Se pasaría, probablemente, una madrugada en televisión. El año de producción es 1989. Un sí es no es. Ni clásico ni moderno. Vayan ustedes a saber. Por eso, la sinopsis, tenemos que traerla de otro sitio:

En una hacienda de los Andes vive su infancia David, sobreprotegido por su madre, Lucia, y bajo la mirada agresiva de su padre Eusebio. Un día Eusebio decide abandonar la hacienda, aguijoneado por Reina Cienfuegos, quien ha satisfecho sus requerimientos sexuales. Lucía y David, desprovistos de fortuna, parten hacia la Goajira. Viven innumerables peripecias, incluidos el intento de violación y la muerte de Lucía. David jura acabar con el asesino y honrar la memoria de su madre”.



Uno recuerda vagamente el argumento —un hombre asiste a la violación de su madre y desde ese momento sólo ansía la venganza— y las poderosas imágenes de un largo periplo por la jungla, de feria en feria, con un número de lanzador de cuchillos a los que la pasión desbocada hace arder en el aire, mientras viajan hacia su destino.

En youtube hemos encontrado un extracto: 
https://youtu.be/tFozYjP848M
.

Chalbaud sigue metiendo bulla y haciendo cine cuando le dejan.

Cuchillos de fuego (1989)
Productora: Gente de Cine C.A. (VEN), con la colaboración de TVE (ES)
Dirección: Román Chalbaud.
Guión: David Suárez y Román Chalbaud.
Fotografía: José María Hermo. Música: Federico Ruiz.
Intérpretes: Jonathan Montenegro (David), Gabriel Fernández, Marisela Berti (Lucía), Miguelángel Landa (Eusebio), Javier Zapata, Charles Barry, Lily Álvarez, Marisela Berti, Pedro Lander, Gabriel Martínez, Nathalia Martinez, Dora Mazzone.
96 min. Color.

2 de julio de 2025

El prestidigitador asesino y el hombre mecánico que llora y sueña


City that Never Sleeps (La ciudad que nunca duerme, 1953), John H. Auer

Hayes Stewart (William Talman) empezó haciendo aparecer conejos de una chistera, luego decidió que era más lucrativo utilizar sus dotes de prestidigitador para extraer carteras de los bolsillos de los demás y ahora, tras estar al servicio del abogado corruptor Penrod Biddel (Edward Arnold), mete el conejo en la chistera y, tras un par de pases mágicos, saca un revólver y le mete una bala en el cuerpo a quien se cruza en su camino.


Además, el prestidigitador asesino está liado con la mujer de Biddel (Marie Windsor), así que el abogado quiere quitárselo de en medio y decide utilizar para ello a Johnny Kelly (Gig Young), un policía hijo de policía, que tendrá que decidir entre seguir siendo honrado y aguantar la matraca de su suegra o aceptar la propuesta de Biddel y darse la vida padre con la bailarina Sally “Angel Face” Connors (Mala Powers) en la soleada California.


Sally trabaja en el teatro chicagüense Silver Frolics: “Cuatro shows cada noche, sudor, más sudor, miradas lascivas
...” El dinero que el abogado ha ofrecido a Johnny resulta mucho más atractivo que los sueños de Greg Warren (Wally Cassell): convertirse en protagonistas de un sketch cómico sobre el matrimonio con el que girar por el circuito de variedades.


Greg está tan harto con Sally, porque su trabajo actual consiste en hacerse pasar, con la cara embadurnada de maquillaje metálico, por un hombre mecánico hecho de alambres, resortes y serrín. Tal es su tarea como reclamo en el escaparate del Silver Frolics. Al que averigüe su verdadera naturaleza, la regalan una entrada.


En la noche fatídica en la que se desarrolla toda la acción de la película, es testigo desde su escaparate de unos de los asesinatos del exprestidigitador. Si es un autómata, no pasa nada, pero si puede ver y testificar el mago no está dispuesto a que siga con vida. Acechado por la policía, escondido en el edificio de enfrente, acecha cualquier gesto delator del humanoide metálico...


City that Never Sleeps es una producción Republic Pictures, lo que equivale a plazos de rodaje apurados y presupuesto mínimo, pero Auer saca partido de las localizaciones naturales y de un guion ambicioso que otorga la voz en off, tan habitual en el noir, a la mismísima ciudad de Chicago.


City that Never Sleeps (La ciudad que nunca duerme, 1953)
Produccción: Republic Pictures (EE.UU.)
Director y productor asociado: John H. Auer.
Guion: Steve Fisher
Fotografía: John L. Russell.
Montaje: Fred Allen.
Música: R. Dale Butts.
Decorados: James W. Sullivan.
Intérpretes: Gig Young (Johnny Kelly), Mala Powers (Sally “Angel Face” Connors), William Talman (Hayes Stewart), Edward Arnold (Penrod Biddel), Chill Wills (el sargento Joe), Wally Cassell (Gregg Warren), Marie Windsor (Lydia Biddel), Otto Hulett (el sargento John “Pop” Kelly), Paula Raymond (Kathy Kelly), Ron Hagerthy (Stubby Kelly), James Andelin (el teniente Parker), Bunny Kacher (Agnes DuBois), Tom Poston, Philip L. Boddy, Thomas Jones.
Blanco y negro. 90 min.

26 de junio de 2025

Corazón de tiovivo


Coeur fidèle (1923), Jean Epstein

Epstein
Jean Epstein estaba tan interesado en la práctica cinematográfica como en la teoría. De hecho, suyos son algunos de los primeros textos que intentan cartografiar el nuevo arte y proponer soluciones específicamente cinematográficas. Al parecer fue La Roue (1923) de Abel Gance la que le dio la idea de urdir esta película de corte vanguardista con los mimbres del melodrama. El mismo recorrido que haría, por ejemplo, Dimitri Kirsanoff con su contundente Menilmontant (1926), y que hoy en día perpetra Guy Maddin en clave posmoderna y winnipegiana.


Un corazón fiel

Vamos pues con el melodrama... Marie (Gina Manès) es huérfana. Papá y mamá Hochon (Claude Benedict y madame Maufroy), la han acogido en su bar del puerto de Marsella pero la explotan miserablemente. Por allí se deja caer todos los días el borrachuzo Petit Paul (Edmond Van Daële). Le ha echado el ojo a la niña. Sin embargo, ella está enamorada de un trabajador del puerto Jean (Léon Mathot), en cuyos brazos sueña con un viaje liberador al otro lado del mar. Petit Paul llega a un acuerdo con papá Hochon y se lleva a Marie a la feria de un pueblo cercano para seducirla. Jean los sigue. Ambos hombres se enfrentan y en la reyerta cae herido un policía. Petit Paul escapa y Jean acaba en prisión. Sale al cabo de un año y descubre que Marie malvive con un hijo enfermo. Su única ayuda es una vecina lisiada (Marie Epstein, la hermana del director) ya que Petit Paul anda completamente alcoholizado y sólo aparece por casa para propinarle unas soberanas palizas. Cuando Petit Paul sale, la cojita corre a dejar una señal en el puerto, un corazón de tiza, “corazón fiel”, que sirve a Jean para saber que puede ir a ver a su amada. Petit Paul, alertado por una prostituta (Madeleine Erickson) a la que Jean ha rechazado corre a su casa pistola en mano. Nueva pelea. La cojita se hace con la pistola y dispara sobre Petit Paul. Mientras ella cuida de la criatura Marie y Jean se entregan al amor en el vértigo de las barcas.

Epstein explicaba que había elegido este argumento melodramático, escrito en una noche, porque pensaba que “un melodrama tan desnudo de todas las convenciones que normalmente se atribuyen al género, tan sobrio, tan simple, podría alcanzar la nobleza y la excelencia de la tragedia”. Y a ello se aplicó, dejando de lado el argumento, jugando con las distorsiones de la imagen, las rimas visuales, las sobreimpresiones, los cambios de ritmo en el montaje y los primeros planos.


En la feria

Y es precisamente la escena de la feria la que actúa como bisagra y demostración de las posibilidades del montaje y de los objetos inanimados para ilustrar estados de ánimo. Petit Paul ha llevado a Marie hasta la feria. Montan en unas barquillas en forma de avión que giran vertiginosamente. El carillón escupe la partitura perforada que le sirve de guía y los autómatas interpretan la melodía con sus campanas. ¿Figura retórica de puntuación? ¿Determinismo social en el que el hombre no es más que un engranaje? ¿O el ánima de lo inanimado, que tantas veces nos han sugerido los autómatas?


La muchacha se agarra a la barquilla cubierta de serpentinas y confetis que acentúan su inmovilidad. Petit Paul le roba un beso. A pesar de ello la planificación insiste en mostrar los primeros planos de ambos por separado, subrayando el abismo que los separa. Con espíritu griffithiano Epstein corta entonces a Jean. Se entera en la taberna de la marcha de Marie. Los largos planos en los que se aproxima a la feria parecen eternos en contrapunto con el ritmo acelerado de la barquilla. Cuando llega, hay un cambio de punto de vista. Es su mirada la que no logra localizar a la amada entre el torbellino de las atracciones. En paralelo, Petit Paul hace descender a Marie de la rueda. Un plano de Jean, apenas entrevisto entre la multitud, nos indica que los ha localizado. Sus labios dibujan la palabra “Marie”. Epstein repite entonces la acción en primer plano, sin atender a las normas de la continuidad en el montaje ya plenamente vigentes en un cine que apuesta por la trasparencia narrativa-Eisenstein retomará este recurso aplicado al montaje de atracciones en Bronenosets Potemkin (1925)-. En rápida sucesión: la partitura del carillón, el tiovivo, el bombo, las barcas… Un iris nos traslada entonces al exterior de un hotel, donde va a tener lugar la pelea.


En el último tramo de la película volveremos a la feria con los dos amantes. Ahora el sentido es otro. Sólo Jean y Marie abrazados en la barca con sus cabezas juntas, en el mismo plano, mientras el fondo se desdibuja. Un intertítulo subraya que “sólo el amor es capaz de hacernos olvidarlo todo”. Una catarata de fuegos artificiales funciona como metáfora del amor triunfante. Sobre los rostros se sobreimpresionan los dibujos abstractos de un caleidoscopio que se funde con una pintada en la pared de la taberna que ha aparecido varias veces a lo largo de la cinta: “forever”. Para siempre.



La puerta al reino de lo invisible
Epstein escribía en uno de los artículos reunidos bajo el título “Le Cinèmatographe vu de l’Etna” (1926): “La poesía, que alguna vez hemos creído mero artificio de la palabra, figura de estilo, juego de la metáfora y de la antítesis, algo, en fin, muy similar a nada, recibe aquí una deslumbrante encarnación. La poesía, por tanto, es verdadera y existe con la misma realidad que la mirada”. El cine es el medio más poderoso de poesía, el medio más real de correal, de los surreal que habría dicho Apollinaire. Por esos somos unos cuantos los que hemos depositado en el nuestras mayores esperanzas”.


Hace unos años hablamos de Körhinta (1956), de Zoltan Fabri, que utiliza la misma metáfora de la rueda en clave de plan quinquenal húngaro.


Coeur fidèle (1923)
Producción: Pathé (FR)
Guión y Dirección: Jean Epstein.
Intérpretes: Gina Manès (Marie), Léon Mathot (Jean), Edmond Van Daële (Petit Paul), Claude Benedict (papá Hochon), Madame Maufroy (mamá Hochon), Marie Epstein (la cojita), Madeleine Erickson (la prostituta).
87 min. (la versión restaurada). Blanco y negro.

17 de junio de 2025

La princesa y la Big Band


Everything is Rhythm (1936), Alfred J. Goulding

Este temprano musical británico me ha animado la tarde. La simpatía del pequeño Harry Roy y la inocencia y buen gusto de los números musicales que se presentan en Everything is Rhythm me han cautivado completamente, he de reconocerlo. A Harry Roy lo conocía por "My Girl's Pussy", una canción divertida y de contenido explícitamente sexual que hace unos años me había llamado la atención —no me pregunten cómo llegué a ella—, pero lo que no me imaginaba, hasta tener la oportunidad de ver esta película, es que su autor era, además de un reputado clarinetista y director de Big Band, un excelente cómico, que llegó a interpretar dos películas, la que estamos comentando y Rhythm Racketeer (James Seymour, 1937).


Everything is Rhythm es una película que no llamará demasiado la atención de la crítica de la época pero que ha sabido sobrevivir con dignidad y que, con el paso del tiempo, se ha ganado el aplauso de todos los que amamos este tipo de música, además de  transmitir una felicidad y una despreocupación que pronto se vendría abajo con la la II Guerra Mundial. Es divertida y sólo pretende —nada más y nada menos— eso, entretener, además, por supuesto, de documentar una de las mejores bandas británicas de la época y uno de sus animadores más interesante: Harry Roy. 


La trama sirve como excusa para grabar los diferentes números musicales, entre los que destacan "You're the Last Word in Love", la pieza trepidante con la que comienza el film y que más tarde reinventan con cacerolas, "Cheerful Blues", con una puesta en escena simple y efectiva y la magistral interpretación del dúo de pianistas Ivor Moreton and Dave Kaye, "Make Some Music", con un atrevido y divertido montaje sobre el piano, y "Sky High Honeymoon", que remata la aventura por los aires.


Una de las cosas curiosa de la historia es que la princesa de la película (Elizabeth Brooke, aka Princess Pearl), la mujer de Harry Roy, era una auténtica princesa, la última del Reino de Sarawak, aunque en este caso ejerce de princesa de Monrovia, un estado imaginario y muy cinematográfico.


El caso es que Harry Wade (Harry Roy) y la Princesa Paula de Monrovia (Princess Pearl) se enamoran, y aunque sus mensajes de amor son boicoteados por Miss Mimms (Clarissa Selwynne), se vuelven a encontrar en una de las incontables giras de la exitosa banda. No hay mucho más —solamente la excelente banda sonora—, el destino es el destino y todos sabemos que el amor va a triunfar sí o sí.


Afortunadamente la hemos encontrado en archive.org y la podemos incustrar al final de esta entrada para disfrute de los melomaniacos. Que ustedes lo pasen bien.


Everything is Rhythm (1936)
Dirección: Alfred J. Goulding
Joe Rock Productions (UK)
Guion: Jack Byrd y Syd Courtenay
Historia: Tom Geraghty
Productor: Joe Rock y Stanley Haynes
Fotografía:  Ernest Palmer
Edición: Sam Simmonds
Director de arte: George Provis
Director musical: Cyril Ray
Canciones de Cyril Ray, Jack Meskill y Harry Roy
Vestuario: Reneé Grandville
Coreografía: Joan Davis
Intérpretes: Harry Roy (Harry Wade), Princess Pearl (Princesa Paula), Dorothy Boyd (Grethe von Essen), Clarissa  Selwynne (Miss Mimms), Robert English (Duke), Gerald Barry (Conde Rudolf), Phyllis Thackery (Lucy), Bill Currie (George Wade), Agnes Brantford (Mrs Wade), Syd Crossley (Camarero), Arthur Clayton (Manager), Ivor Moreton (Joe), Dave Kaye (Sam), Johnny Nit (bailarín de claqué), Mabel Mercer (cantante solista)
73 min. Blanco y negro