8 de octubre de 2025

El demonio mexicano de las armas

Pistolas de Oro (Miguel M. Delgado, 1957)


Miguel M. Delgado ya ha pasado por la carpa. Dirigir hasta en treinta ocasiones a Mario Moreno “Cantinflas” le proporciona pase permanente. Pero eso es sólo una quinta parte de su filmografía. También hizo comedias rancheras, películas de luchadores, de ficheras o westerns.



Uno de esos westerns en el que las ciudades no se llaman Tombstone o Dallas, sino San Blas, y en los que un sacerdote católico te saca una bala del hombro al tiempo que te proporciona el consuelo de la confesión.


Como en el Gun Crazy (El demonio de las armas, Joseph H. Lewis, 1950),  la obsesión por las armas y la reprimenda del cura sobre la obligación de vencer la tentación llevan a Felipe (Alberto Mariscal), el pistolero conocido como “Pistolas de Oro”, a la feria. Cuando en el puesto del tiro al blanco gana un pollo asado, el empresario de la feria lo contrata sin dudar.


En otro tiempo, antes de que el tequila le jodiera el pulso, Salinas (Enrique Lucero) se hacía llamar “El Rey de la Puntería” y el dinero entraba a espuertas en la barraca. Bastaba con poner a una muchacha bonita con un cigarrillo en la boca y desmocharlo limpiamente. La chica elegida para la prueba es la dulce huérfana, Laurita, una cenicienta de feria a la que Salinas humilla continuamente. Ante la amenaza de que el alcoholizado empresario pueda errar el tiro, Felipe se ve obligado a desenfundar una vez más.



Su infalible puntería lo convierte en atracción principal. En un país con acendrado amor por las armas, el anónimo Felipe es todo un ídolo del pueblo. Los espectadores de la barraca compiten por medirse con él y las apuestas suben, pero Salinas sigue vejando a Laura y obligándola a realizar las tareas más degradantes. Tanto que una vena masoquista asoma en su diálogo con Felipe:

—Es usted muy valiente, Laura. Tiene nervios de acero. Paso más miedo yo que usted.
—No se preocupe. Si alguna vez me da, me hará un gran favor.


Claro que para expresar los más profundos sentimientos del lacónico protagonista nada mejor que hacerlo en una conversación entre el payaso-ventrílocuo Tonito (Arturo Soto Rangel) y su muñeco Ton-Ton.


Pero, ay, Salinas no es trigo limpio. La feria para en muchas localidades fronterizas y hay un empresario corrupto saltillense, Hernández (Reynaldo Rivera), que la utiliza como tapadera para el contrabando. Ahora el negocio podría venirse abajo porque Regino Torres (Gerardo del Castillo), el alcalde de Saltillo, ha decidido acabar con el contrabando. Salinas tiene la solución: un “edilicidio” durante un partido de beisbol. Un tirador de primera podría disparar desde los marcadores, a una distancia de más de doscientos metros, con tiempo más que suficiente para escapar. Podría, porque —se viene spoiler— Felipe jugará las cartas a su favor, cumpliendo así la predicción de los “pajaritos sabios” de la feria.


Poco más de hora y cuarto, con cuatro números musicales completos, no dan para desarrollar mucho más la trama ni para internarse por veredas secundarias. La sencillez, también en lo formal, es la principal característica de Pistolas de Oro.

Pistolas de oro (1957)
Producción: Alfa Films (MX)
Director: Miguel M. Delgado.
Guion: Alfredo Varela Jr., de un argumento de Gunther Gerzso y Alfredo Varela Jr.
Fotografía: Víctor Herrera. Montaje: Jorge Bustos. Música: Federico Ruiz.
Intérpretes: Luz María Aguilar, Alberto Mariscal, Enrique Lucero, Arturo Soto Rangel, Luis Aragón, Teresa Reyes, Salvador Terroba, Reynaldo Rivera, José Chávez, Miguel Inclán Jr., Gerardo del Castillo y la actuación de los Hermanos Reyes y Eva Garza.
75 min. Blanco y negro. Formato académico.

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