Hellzapoppin' (Loquilandia, 1941), H. C. Potter
Tras el sensacional número inaugural, ambientado en un infierno con diablos acróbatas, y la llegada de Olsen y Johnson en un taxi que parece no tener conductor, hasta que de él desciende el liliputiense Harry Monty, los protagonistas piden al operador de cabina que rebobine la película. Como el proyeccionista es un familiar que ha obtenido el empleo gracias a una recomendación de las estrellas no tarda ni un minuto en hacerlo. Entonces interviene el director de la película (Richard Lane) para explicarles que el cine no es como el teatro y que es imprescindible una trama romántica. Para ello ha contratado a un guionista (Elisha Cook Jr.) que les presenta una fotografía de la mansión donde se desarrollará la acción y a los protagonistas del triángulo romántico que debe servir de cobertura al cúmulo de disparates. La foto cobra vida, los actores se dirigen a los protagonistas y les invitan a unirse a la acción. Sólo falta un falso príncipe ruso en trance de vesania irreversible (Mischa Auer), un detective aficionado a los disfraces excéntricos (Hugh Herbert) y una muchacha aquejada de furor uterino (Martha Raye), para completar el elenco principal.
El anzuelo argumental no puede ser más tópico. Los jóvenes enamorados planean montar un espectáculo musical en el invernadero de la mansión. “Somos tan asquerosamente ricos…”, afirman sin rubor.
Pero ni el enredo amoroso ni el espectáculo soñado logran imponerse al contagioso “Mira el pajarito” interpretado por Martha Raye. Ni mucho menos al número de baile interpretado por los Harlem Congaroo Dancers, que nadie que haya visto la película olvida jamás.
La escena comienza con un par de cocineros (Slim & Slam) tontean con los instrumentos. Contagiados por el ritmo se unen a ellos otros dos músicos (Rex Stuart y C. C. Johnson). Entonces hacen su aparición en el escenario doncellas, conductores y el resto de empleados encarnados por los autodenominados Harlem Congaroo Dancers, en realidad parte del equipo de bailarines de swing que el coreógrafo Herbert "Whitey" había formado a mediados de los años treinta para amenizar los espectáculos del Savoy Ballroom. Los danzantes que lo mismo actuaban en el Savoy que amenizaban una fiesta de la alta sociedad neoyorquina eran más conocidos como los Whitey’s Lindy Hoppers. También los pueden ver en acción en A Day At The Races (Un día en las carreras, 1937) tras una breve introducción de Harpo Marx ejerciendo de flautista de Hammelin en la cabaña del tío Tom.
Hellzapoppin’ (Loquilandia, 1941)
SON TANTOS los méritos de Hellzapoppin’ que uno no sabe por donde empezar.
Por hincarle el diente por algún sitio, diremos que el título español le va como anillo al dedo. En una cartelera en la que los “locos, locos, locos…” proliferaron como moscas, Loquilandia –permítanme llamarla así- tiene acreditado el certificado de demencia absoluta.
Los cimientos están bien asentados. Son los desbarajustes teatrales de los Marx y sus transposiciones al cine, pero también cintas perfectamente desquiciadas como las que protagonizaban Woolsey y Wheeler –valga como ejemplo Diplomaniacs (Rumbo a Ginebra, 1933)- o la veta más excéntrica cultivada por W. C. Fields –en este caso el ejemplo sería Never Give a Sucker An Even Break (1941)- o los cortos de dibujos animados que Tex Avery dirige para la Warner Bros. a finales de los años treinta.
No debe extrañarnos por tanto que Hollywood abriera sus puertas de par en par a los comediantes Olsen y Johnson, cuando triunfaron en Broadway con este espectáculo musical durante un porrón de meses.
Tras el sensacional número inaugural, ambientado en un infierno con diablos acróbatas, y la llegada de Olsen y Johnson en un taxi que parece no tener conductor, hasta que de él desciende el liliputiense Harry Monty, los protagonistas piden al operador de cabina que rebobine la película. Como el proyeccionista es un familiar que ha obtenido el empleo gracias a una recomendación de las estrellas no tarda ni un minuto en hacerlo. Entonces interviene el director de la película (Richard Lane) para explicarles que el cine no es como el teatro y que es imprescindible una trama romántica. Para ello ha contratado a un guionista (Elisha Cook Jr.) que les presenta una fotografía de la mansión donde se desarrollará la acción y a los protagonistas del triángulo romántico que debe servir de cobertura al cúmulo de disparates. La foto cobra vida, los actores se dirigen a los protagonistas y les invitan a unirse a la acción. Sólo falta un falso príncipe ruso en trance de vesania irreversible (Mischa Auer), un detective aficionado a los disfraces excéntricos (Hugh Herbert) y una muchacha aquejada de furor uterino (Martha Raye), para completar el elenco principal.
El anzuelo argumental no puede ser más tópico. Los jóvenes enamorados planean montar un espectáculo musical en el invernadero de la mansión. “Somos tan asquerosamente ricos…”, afirman sin rubor.
Pero ni el enredo amoroso ni el espectáculo soñado logran imponerse al contagioso “Mira el pajarito” interpretado por Martha Raye. Ni mucho menos al número de baile interpretado por los Harlem Congaroo Dancers, que nadie que haya visto la película olvida jamás.
La escena comienza con un par de cocineros (Slim & Slam) tontean con los instrumentos. Contagiados por el ritmo se unen a ellos otros dos músicos (Rex Stuart y C. C. Johnson). Entonces hacen su aparición en el escenario doncellas, conductores y el resto de empleados encarnados por los autodenominados Harlem Congaroo Dancers, en realidad parte del equipo de bailarines de swing que el coreógrafo Herbert "Whitey" había formado a mediados de los años treinta para amenizar los espectáculos del Savoy Ballroom. Los danzantes que lo mismo actuaban en el Savoy que amenizaban una fiesta de la alta sociedad neoyorquina eran más conocidos como los Whitey’s Lindy Hoppers. También los pueden ver en acción en A Day At The Races (Un día en las carreras, 1937) tras una breve introducción de Harpo Marx ejerciendo de flautista de Hammelin en la cabaña del tío Tom.
Pues aún no han visto nada. Frankie Manning coreografió esta escena de Hellzapoppin’ (y aparece en pantalla) que, pásmense ustedes, se había ensayado al ritmo de otra melodía inutilizable por un problema de derechos.
Nos callamos. Disfruten.
Aquí la pueden ver completa:
Producción: Universal Pictures (EEUU).
Dirección: H. C. Potter.
Guión: Warren Wilson basado en el espectáculo musical de Nat Perrin.
Intérpretes: Ole Olsen (Ole Olsen), Chic Johnson (Chic Johnson), Martha Raye (Betty Johnson),
Hugh Herbert (el detective Quimby), Mischa Auer (Pepi), Jane Frazee (Kitty Rand), Robert Paige (Jeff Hunter), Lewis Howard (Woody Taylor), Richard Lane (el director), Elisha Cook Jr. (el guionista), Harry Monty (el taxista liliputiense), The Six Hits (ellos mismos), Slim Gaillard y Slam Stewart (Slim & Slam), Rex Stuart (trompetista), C. C. Johnson (percusionista), los Harlem Congaroo Dancers (William Downes, Norma Miller, Al Mins, Ann Johnson).
84 min. Blanco y negro.
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