Los
peces rojos (1955), José Antonio Nieves Conde
El teatro Pavón, en la castiza calle de
Embajadores, es uno de los templos de la revista. Allí se consagró la argentina
Celia Gámez como epítome del madrileñismo antes de la Guerra Incivil.
Carlos Blanco (guionista) y Nieves Conde (director) colocan a su protagonista femenina, Ivón (Emma Penella) como vicetiple en el emblemático coliseo. Se representa una revista titulada, sin exceso de sutilezas, “Las pájaras”. Ivón tiene como confidente a una vedette veterana llamada Magda (Pilar Soler) y como mantenedor al novelista Hugo Pascal (Arturo de Córdova), padre de un hijo en cuya herencia está Ivón más interesada que en la poco afortunada carrera literaria del padre. Cuando arranca la cinta los tres llegan a Gijón en una noche de galerna, se acercan a ver el mar al promontorio de Santa Catalina y no regresan más que dos.
No contamos más porque Los peces rojos es uno de los más famosos ejemplos del enredo
policial realizado en España; una fábula sobre lo ilusorio del amor y el riesgo
de caer atrapado en las propias mentiras, con una estructura de cajas chinas
que, al tiempo que desvelan los mil giros de la trama, van despojando a los
protagonistas de las máscaras que cubrían la ambición, el arribismo y la
miseria moral, principales características –según postula la cinta- de la
España gris de la posguerra.
A juzgar por los ensayos y los fragmentos del
espectáculo que podemos ver tampoco la fantasía y la alegría asociadas a la
revista escapan a la grisura. Los movimientos de las chicas disfrazadas de
nereidas poco tienen de erótico y la canción carece de la más mínima picardía.
Para colmo, el empresario se ha empeñado en meter en el espectáculo a un prestidigitador y los ensayos andan manga por hombro. El prestidigitador se llama Sandy y es un ilusionista propenso a la travesura, capaz de trocar el bocadillo de chorizo de Magda en un florero y a la propia Magda, previo pase de un paño negro, en un pavo de corral. La escena, intencionadamente surrealizante, muestra a Ivón conversando con su glogloteante compañera, mentora en el negocio del amor, como si no pasara nada.
Sandy aparece en la prensa de la época como “as de la prestidigitación y de la cartomagia” y su participación en la película es poco más que un cameo. Nieves Conde parece ironizar sobre su propia posición de demiurgo al retratar a este prestímano cuyos trucos chocan con la realidad más chata.
Sandy se llamaba Fernando Calvo Rey y había
nacido en Valladolid en 1906. La muerte le sorprende prematuramente en Madrid,
el 28 de julio de 1962. Jugando con su segundo apellido cuando actúa, en la
posguerra, en los espectáculos de variedades en los que son punto fijo el
payaso y equilibrista Ramper o el ventrílocuo Balder, se hace anunciar como
“el rey del naipe”. Su preocupación por la dignificación de la prestidigitación
y la lucha contra el intrusismo le lleva a fundar en 1956 el Club de
Ilusionistas Profesionales, cuya presidencia ostenta hasta su fallecimiento.
Era socio de honor de la Sociedad Española de Ilusionismo.
Los peces rojos (1955)
Producción:
Yago Films (ES)
Director:
José Antonio Nieves Conde.
Guión:
Carlos Blanco.
Intérpretes:
Arturo de Córdova (Hugo Pascal), Emma Penella (Ivón), Pilar Soler (Magda),
Félix Dafauce (el comisario), Félix Acaso (el inspector), Manuel de Juan (el
conserje), María de las Rivas (tía Ángela), Montserrat Blanch (la camarera),
Ángel Álvarez (el conserje del Pavón), Antonio Moreno (el regidor), Sandy (el
prestidigitador), Luis Roses (Salvador Castro. el abogado), Julio Goróstegui
(el editor), Manuel Guitián, Rafael Calvo Revilla, Carmen Pastor.
100
min. Blanco y negro.
3 comentarios:
Vi Los peces rojos en una época en la que devoraba infatigable cuanto oliese a policial español: el resultado fue un empacho, una confusión mental que mezcla a gusto fragmentos de unos títulos con otros, en deliciosa confusión... si bien no muy práctica. La memoria es frágil y caprichosa; su reseña me ha dado inmensas ganas de volver a ver este Nieves Conde (que por cierto cada día me parece más reivindicable).
Los peces rojos y Los ojos dejan huellas -ambas a partir de guiones de Carlos Blanco- son los títulos del policial español más reivindicados por los caligrafistas. De hecho, Antonio Giménez Rico llegó a perpetrar un remake de la de Nieves Conde.
Ya sabe que por aquí nos van más las mujeres de mala vida del Paralelo, los canallas frecuentadores de las Atracciones Apolo y los atracadores de la Zona Franca, pero el Pavón de la calle Embajadores es el Pavón y cuando una de sus "corsarias" está interpretada por una femme fatale como Emma Penella... no hay más que hablar.
Y, sí, Surcos y El inquilino están en cualquier lista coherente de lo mejor de por acá, pero Todos somos necesarios, El sonido de la muerte, Balarrasa, Don Lucio y el hermano Pío o esta misma -cada una por un motivo- son películas más que atractivas.
No hemos visto nada de lo que hizo en los setenta y tenemos muchas ganas de hincarle el diente a una coproducción en la que no se sintió nada a gusto como director adjunto de Julien Duvivier: Black Jack (1950). ¿La tendrá usted en su desván por un casual?
Reciba un ósculo reverencial de sus nietos
Ya tenía ganas de verla después de leer la reseña y ahora con estos comentarios mucho más.
Muchas gracias por provocarme unas ganas incontenibles de "nuevo" cine.
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