13 de noviembre de 2015

Crimen sobre hielo


Suspense (1946), Frank Tuttle

Hubo en el musical estadounidense una estrella bastante improbable: la patinadora noruega Sonja Henie. Durante la segunda mitad de la década de los treinta, a pesar de su marcado acento y su escasa habilidad interpretativa, sus suntuosos musicales para 20th Century Fox se contaban por taquillazos. Los responsables de Monogram, un modestísimo estudio que llevaba facturando westerns y seriales desde principios de los años treinta, decidieron que no querían quedarse atrás y contrataron a la patinadora británica Belita Jepson-Turner. Su talento para la danza y el patinaje pudieron ser disfrutados por el público americano de los circuitos menos refinados en Silver Skates (1943), en Lady, Let's Dance! (1944) y en la película que ayer pudimos ver en la carpa: Suspense (1946). Mientras las dos primeras son musicales estrictos -con las convenientes dosis de propaganda bélica, dado el momento de su producción-, la última figura en todas las antologías del noir por ser el primer intento de Monogram de salir del circuito del Callejón de la Pobreza.


Joe Morgan (Barry Sullivan) llega al puesto de tiro al blanco de Max (George E. Stone) en busca de trabajo, pero éste le recomienda que hable con Frank Leonard (Albert Dekker), el empresario del palacio de hielo de la feria de Los Ángeles.


Joe hace amistad con Harry (Eugene Pallette), el segundo de Harry, y no deja de tirarle los tejos a la estrella del espectáculo, Roberta Elva (Belita). Claro que ella, aparte de la principal atracción, es la mujer de Frank. Sin embargo, éste tiene que viajar cuando le ofrecen el palacio de hielo de Chicago y Joe se queda a cargo de todo, incluido un número estrella que se le ha ocurrido a él. Roberta saltará por un aro hecho de sables puntiagudos en el que apenas queda sitio para que pase su cuerpo.


El decorado daliniano en el que se desarrolla el número habla bien a las claras de esa facilidad para la coctelería de alta y baja cultura con la que se concebían estos brebajes en Hollywood. Por no hablar de la artificiosidad del decorado de alta montaña: una lagunita helada en la que Joe contempla a Roberta ejercitarse mientras Frank, que sospecha que le están poniendo los cuernos, busca un risco para disparar contra él con un rifle de caza. Es a partir de este momento que la película empieza a hacer honor a su título. Por desgracia, ha pasado una hora de metraje.


Ha sido en este punto también donde se ha desvelado la clave del espectáculo de feria. Joe le pregunta a Roberta por qué patina. Ella contesta que por satisfacer al público. Joe replica que si el número tiene éxito se debe a que a los espectadores les gustaría verla ensartada en los sables y chorreando sangre. “No pienso darle ese gusto –argumenta la patinadora-. Así regresarán”.

 

Por lo demás, las escenas de patinaje –incluido ese monumento al kitsch que supone el número de inspiración afro-cubana coprotagonizado por Miguelito Valdés- suponen un lastre importante para una historia en la que las motivaciones de los personajes nunca terminan de estar claras, algo imperdonable cuando se quieren plasmar las ambigüedades morales del noir. Frank Tuttle había facturado al menos una obra canónica del género, This Gun for Hire (1942), pero entonces contó con el respaldo de Paramount Pictures y dos estrellas del tamaño (reducido) de Veronica Lake y Alan Ladd. En 1951 declaró ante el Comité de Actividades Antiamericanas y delató a varios compañeros del Partido Comunista en los años treinta. A pesar de ello, sólo rodó tres o cuatro películas más a lo largo de la década.


Suspense (1946)
Producción: Monogram Pictures (EEUU)
Director: Frank Tuttle.
Guión: Philip Yordan.
Intérpretes: Belita (Roberta Elva), Barry Sullivan (Joe Morgan), Bonita Granville (Ronnie), Albert Dekker (Frank Leonard), Eugene Pallette (Harry Wheeler), George E. Stone (Max), Edit Angold (Nora), Leon Belasco (Pierre Yasha), y las actuaciones de Miguelito Valdés y Bobby Ramos and His Rumba Band.
101 min. Blanco y negro.

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