28 de junio de 2009

Kitty Darling y sus Gaiety Girls

Applause (Aplauso, 1929), Rouben Mamoulian


“No puedo evitar amar a ese hombre” 
Kitty Darling es una de esas madres resignadísimas y sufrientes que proliferaron en el cine americano de los primeros años treinta hasta que las disparatadas y sofisticadas heroínas de la comedia screwball tomaron su lugar. Lo curioso es que, en ocasiones, las actrices —Myrna Loy, Barbara Stanwyck, Claudette Colbert…— eran exactamente las mismas en ambos géneros. No es el caso de Helen Morgan, una cantante de Broadway con tendencia al exceso en su vida privada y con una breve carrera en Hollywood entre 1929 y 1936. Seguro que encuentran información sobre ella en otros sitios pero, si no les apetece tomarse la molestia, aquí la pueden contemplar en una de las tórridas rendiciones que la hicieron célebre, el tema “Bill”, de Showboat (Magnolia, 1936):

 

Helen Morgan había triunfado con este musical en Broadway y había interpretado la primera versión cinematográfica (parcialmente sonora) de 1929, después de iniciarse en el mundo del arte en un cabaret de Chicago y de haber regentado varios speakeasies, esos locales clandestinos en los que se servía alcohol durante la Prohibición. La frecuentación de ambientes insanos y malas compañías la condujo a una muerte prematura por cirrosis hepática a los cuarenta y un años. Su drama personal llegó a la pantalla convenientemente edulcorado en The Helen Morgan Story (Para ella un solo hombre, 1957). Dirigió Michael Curtiz, Ann Blyth interpretó a la malhadada estrella y Paul Newman a “ese hombre” al que ella no puede evitar amar:  


“Paris Flirts” 
Sin embargo, Helen Morgan está aquí en su papel de la reina del burlesque en decadencia, Kitty Darling, la protagonista de Applause. Aunque interpreta con toda propiedad a una mujer alcohólica entrada en los cuarenta, la Morgan tenía tan sólo veintinueve años cuando interpretó la película. El debutante Rouben Mamoulian —provenía de los escenarios de Broadway, como la actriz— la presenta en un miserable teatrucho de provincias, en una ciudad llamada irónicamente Zenith. La acompañan las Gaiety Girls. También hay sorna en esto, porque las genuinas chicas Gaiety fueron aquellas famosas coristas del teatro londinense que llevaba dicho nombre y cuya belleza las hizo merecedoras de la atención de la nobleza británica, de modo que alguna de ellas terminó accediendo a un ducado por vía matrimonial. ¡Qué diferencia con estas coristas jamoncillas próximas al ingreso en un geriátrico, cuyas mallas apenas pueden contener las carnes fofas!

Durante el primer acto tenemos oportunidad de contemplar tres números en los que Mamoulian se muestra como un riguroso forjador del realismo cinematográfico —no llega a los extremos de Stroheim en Greed, pero por ahí van los tiros— y un virtuoso de la cámara. Apenas hay un plano en el que el tomavistas repose: busca siempre el detalle, la cara del espectador, al músico… Y a pesar de ello no se detiene. En un momento, en el que el cine rompe a hablar y el micrófono obligaba —supuestamente— a la inmovilidad absoluta, Mamoulian se empeña en demostrar que los logros del cine mudo, los hallazgos de Dupont o Murnau, siguen siendo perfectamente válidos, aunque para ello deba utilizar dos micrófonos y realizar la mezcla durante la toma directa de sonido.

Los números son puro burlesque: una coreografía cansina, una orquestina que trasiega jarras de cerveza durante la actuación y la estupenda voz de Kitty Darling y las piruetas de su compañero Joe King (Jack Cameron). King ejecuta una coreografía excéntrica vestido de vagabundo de vaudeville, uno de aquellos tipos con barba pintada, cuello duro y camisa sin mangas que eran tan representativos del teatro ínfimo como los estereotipos raciales de los minstrel shows, con sus rostros pintados de negro.

Durante esta actuación Kitty se siente indispuesta. Nadie lo había advertido, pero resulta que la estrella está a punto de dar a luz. La mala pata quiere que al padre de su hija le hayan denegado el indulto. Pero es que Kitty no tiene ojo para los hombres. Rechaza a Joe, un buen tipo que podría haberla hecho feliz, a cambio de un triunfo ilusorio en Broadway. Nunca llega. La única carrera que hace Kitty es la de la botella. Mientras tanto, su hija se cría interna con unas monjitas recibiendo una educación absolutamente contrapuesta a lo que ha sido la vida de su madre.

Pasamos por el segundo acto de puntillas, porque es el más convencional. El nudo (melo)dramático presenta a la mujer incapaz de elegir nunca al hombre adecuado y el sacrificio materno llevado hasta las últimas consecuencias de la renuncia. April (Joan Peers), una jovencita de diecisiete primaveras, regresa a casa para encontrarse con la vida decadente que lleva su madre, a la que explota el canalla de Hitch (Fuller Mellish jr.). Mamoulian recurre entonces al montaje para mostrarnos el espanto de la muchacha. Su madre se exhibe impúdicamente en una pasarela que avanza hasta el centro del patio de butacas acompañada por las Gaiety Girls. El siguiente número, visto entre cajas, no hace sino aumentar el horror de April. Las sombras agrandadas contra el telón componen una especie de teatro de sombras chinescas en que las figuras se agitan como marionetas dislocadas.

Abusando de su buena fe, el chulo pretende engatusar a April, a la que defiende un inocente marinero de permiso (Henry Wadsworth). Las imágenes del romance juvenil entre Tony y April se redimen por la inocencia genuina que destilan su paseo por el puente de Brooklyn y la contemplación de Nueva York desde la azotea de un rascacielos.

La utilización sistemática de las sombras, los encadenados entre objetos que enlazan las secuencias, el uso del sonido en off —los ruidos de la calle y el vecindario cuando Kitty intenta suicidarse—, hacen de Mamoulian un auténtico explorador de terrenos vírgenes y coadyuvan a que veamos con buenos ojos el previsible final en el que April deberá ocupar el lugar de su madre en la pasarela.


Antes del Código Hays
Applause obtuvo un tremendo éxito crítico pero escaso eco en el público, que en plena Depresión buscaba espectáculos menos sombríos. La película había tenido sus más y sus menos con la Censura, aunque se libró de una más decidida actuación censorial por parte del propio estudio debido a que el Código Hays no se implantó definitivamente hasta 1934. Llegaron así a las pantallas algunas blasfemias y expresiones que entonces se consideraban malsonantes y, sobre todo, “cuatro o seis escenas que en nuestra opinión —escribe un censor— no añaden ningún valor a la película… Dichas escenas son aquellas en que la anatomía de Helen Morgan y/o las coristas queda revelada de forma más íntima”. Por suerte, estos paternalistas consejos fueron obviados, y hoy podemos valorar no sólo el trabajo innovador de Mamoulian tras la cámara (y el micro), sino lo que era el burlesque en aquellos años, una de las formas de entretenimiento popular de las que Applause sirve como inapreciable testimonio documental. Lo pueden comprobar viendo la película que insertamos al final de esta entrada.
Sr. Feliú

Applause (Aplauso, 1929) 
Producción: Paramount Pictures (EEUU) 
Director: Rouben Mamoulian. 
Guión: Garrett Fort, basado en una novela de Beth Brown. 
Intérpretes: Helen Morgan (Kitty Darling), Joan Peers (April Darling), Fuller Mellish Jr. (Hitch Nelson), Jack Cameron (Joe King), Henry Wadsworth (Tony), Roy Hargrave (Slim Lamont), Dorothy Cumming (la madre superiora). 
80 min. Blanco y negro.

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