11 de octubre de 2009

La rueda loca

Chyortovo koleso (1926), Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg

En el “Manifiesto del Excentrismo” se proclamaba el culto al parque de atracciones, al vértigo de la noria y al estruendo de la montaña rusa, “que enseñan a la nueva generación el ritmo de la época”. Kozintsev y Trauberg tienen oportunidad de fotografiar en movimiento su panfleto en Chyortovo koleso (1926), que se ha traducido habitualmente como “La rueda del diablo” pero que también podríamos trasladar por “La noria”.

Cuentan para esta película con un guión Adrian Piotrovsky basado en una novela reciente -la primera de corte realista- publicada por V. A. Kaverin. “Konets Khazy” es el relato de la infiltración en una cuadrilla de butroneros de un ex prisionero político, dispuesto a rescatar a su novia, que ha caído en las garras de la banda. La novia muere al confundirla un chulo con la prostituta que ayuda al protagonista. Los miembros de la banda son arrestados y el prisionero vuelve a la cárcel. Al parecer Kaverin realizó un extenso trabajo de documentación que incluía visitas a los juzgados, la revisión de algunas célebres causas criminales y la investigación en los archivos de la policía. Todo ello le sirvió para dotar de verosimilitud al ambiente criminal en que situaba su historia, tanto que al final del libro incluyó un pequeño diccionario del argot delictivo de Petrogrado.

Bien poca cosa de la trama de “Konets Khazy” conserva el guión de Chyortovo koleso. Para empezar, el prisionero político se convierte en un marinero potemkiniano. Los marineros del Aurora bajan a puerto con ganas de diversión. Se detienen ante un cartel que anuncia una feria: las atracciones incluyen dos mujeres en el alambre, haciendo ejercicios sincronizados, un augusto en un teatro y una rueda loca en la que el público se sienta para salir centrifugado. Cuando llegan los marineros entre una multitud popular, termina su número el payaso y sale un mago con turbante (el futuro director Sergei Gerasimov). Primero crea una especie de relámpagos de la nada, luego saca hámsters de la chistera y por último una colección completa de relojes. El marinero sube al escenario y, para regocijo de sus compañeros, de sus orificios faciales salen un cigarrillo y unas cerillas con las que el mago enciende un cigarrillo que se fuma a placer.

Luego, en la montaña –evidentemente- rusa, el marinero coincide en el cochecillo con una chica (Ludmila Semyonova). El vértigo les une. Se besan bajo los fuegos artificiales. Si a las doce de la noche no ha regresado tendrá problemas con el capitán, pero el tiempo pasa y la pareja se divierte ahora en la rueda del diablo. Kozintsev y Trauberg aprovechan el mecanismo para metaforizar el paso del tiempo que amenaza con separarlos. La rueda se convierte en la esfera de un reloj.

Tras ser maltratada por un carnicero (su padre o su marido) la chica lleva al marinero hasta sus cómplices. Él se deja enredar. Los de la banda utilizan a la pareja como vigilantes mientras cometen un robo. Vania se espanta cuando se entera de que han matado al hombre en cuya casa han entrado. Sigue bebiendo. La chica le busca y cuando por fin le encuentra viene el ejército al asalto del cuartel general de los gángsteres.

Nos interesa menos su argumento que la interpretación y la ambientación. La captación del marinero para la delincuencia se fragua ante una mesa de billar: la cámara está ligeramente elevada y no pretende mantener ningún eje de acción, simplemente privilegia el fondo de las bolas golpeadas y culmina con un inserto de una bola entrando en la tronera como metáfora de la captación del marinero. El enamoramiento está expresado por la yuxtaposición de breves tomas de un trapecista, la montaña rusa, la noria, el castillo de fuegos artificiales en un montaje vertiginoso. Los villanos son presentados en una galería de espejos deformantes. Y así.

Más evidentes son los efectos caleidoscópicos cuando el marinero se emborracha en un baile popular que, por el contrario, tiene sus mejores efectos en el contrapunto entre una coreografía incongruente –por perfectamente orquestada- y la particularísima idiosincrasia del baile. Probablemente la coreografía sea obra de Nokolai Foregger -que aparece acreditado en la película como actor-, artífice de un sistema de movimientos bautizado como la “Danza de las Máquinas”. Foregger propugnaba la incorporación al ballet del “ritmo del pavimento, el ruido de los motores automovilísticos y la grandeza de los rascacielos”.


Nada de ello extraña en esta película en la que todo está en función del movimiento espasmódico y el giro vertiginoso. Tampoco que el camarero de un restaurante popular se ponga a hacer malabares con los platos sin venir a cuento. Entonces. Cuando todo era posible.
Sr. Feliú
Chyortovo koleso (1926) 
Producción: Leningradkino (URSS) 
Dirección: Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg. 
Guión: Adrian Piotrovsky, basado en la novela “Konets Khazy”, de V. A. Kaverin. 
Intérpretes: Ludmila Semyonova (la chica del Parque de Atracciones), Piotr Sobolevsky (Vania, el marinero), Sergei Gerasimov (el prestidigitador / el jefe de la banda), Emil Gal (Koko, un gángster), Sergei Martinson (el director de la orquesta), Andrei Kostrichkin (el del bombo), Nikolai Foregger, Yanina Zhejmo. 
40 min (la versión recuperada). Blanco y negro.

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