Domingo de Carnaval (1945), Edgar Neville
Domingo de Carnaval es el particular homenaje de Edgar Neville a dos pintores del Madrid popular: Goya y José Gutiérrez Solana. Tomando como excusa argumental un crimen en la vecindad del Rastro, en el Madrid de 1917, Neville aprovecha para pintar tipos y ambientes de aquellos años: el Carnaval, la Pradera de San Isidro, el incipiente tráfico de estupefacientes y los charlatanes.
Neville rodó la película en 1945, cuando todavía quedaban ejemplares de raza, como los vendedores de leznas, de específicos para los dientes y de hojas de afeitar, cuyo perfil trazó en el semanario humorístico “La Codorniz”:
“Es el último representante del teatro del siglo XIX; muertos los
grandes trágicos y apagados o muertos también los grandes declamadores del
teatro romántico, no queda más representante de su especie que este hombre que
es como una catarata; es un personaje de Calderón que en vez de querer matar a
todo el mundo porque han mirado a hurtadillas a la dama de sus pensamientos
quiere facilitar el afeitado de sus amigos”.
Nemesio (Joaquín Roa), el principal sospechoso de haber asesinado a una prestamista, también tiene este oficio. Vende el específico del científico sueco Rejörssón contra el dolor de muelas, con la ayuda de un periquito. Al comisario Matías (Fernando Fernán-Gómez) le endosan el embolado de investigar el crimen en plenas carnestolendas y Nieves (Conchita Montes), la hija de Nemesio hará cuanto esté en su mano por descubrir al auténtico culpable. Si Domingo de Carnaval no tuviera otros méritos –que los tiene- valdría para justificarla el registro documental de los pregones de dos de estos charlatanes. La primera es una señora que pregona un ungüento contra la urticaria:
“Miren, ¿saben lo que voy a regalarles? Un artículo que sirve para este
público que tiene que estar la mayoría del tiempo que en vez de pensar en otra
cosa tiene que estar tocando la guitarra por los picores y las erupciones.
¿Quieren ver cómo se quita esto? Muy fácil. Escuchen, que escuchando se aprende
y el saber no estorba. Aunque soy una charlatana en estos momentos, termino mi
trabajo y soy una persona decente. Y si no supiera que esto era bueno para
ustedes, me pondría a arrancar piedras con los dientes en un camino. Porque
tengo amor a mi trabajo lo mismo que un hijo a una madre pueda tener. ¿Tiene
usted niños con costras? ¿Con pupas? Público culto que me está escuchando…”
El segundo es el del onubense Salvador Báez. Salvador sintió muy joven la llamada del toreo, pero del toreo cómodo, nada de sustos o compromisos. En Nimes, por donde se dejó caer creyendo que las plazas francesas eran más tranquilas que las españolas, tuvo una cogida y no le gustó nada. Su espíritu aventurero le llevó a América donde toreó en Buenos Aires, en Río, en Lima y en algunos sitios donde jamás habían visto una corrida. Salvador hablaba con el alcalde, montaba el coso con lo que hubiera más a mano vagonetas en un pueblo minero boliviano, bambú en el Brasil y finalmente buscaba el toro que peor genio tuviera en los contornos. Y Salvador daba su espectáculo taurino. Después de doce años de vida nómada, se sintió llamado por la orfebrería, pero pronto se cansó de una profesión que tampoco le iba a reportar la ansiada fortuna. Salvador Báez volvió a España después de catorce años de periplo americano y se instaló en Madrid. Cada domingo acude a la cabecera del Rastro, al pie de la estatua del héroe de Cascorro, donde recita su salmodia para vender un modesto lapicero:
“A lo mejor su niño, con eso, es un fenómeno de la pintura. A lo mejor
es un Murillo, a lo mejor un Tintoretto, a lo mejor un Veronés. O a lo mejor es
un Moreno Carbonero. Bueno, le quita usted el Moreno y se queda en carbonero
solo, pero el niño algo será. Lo que se ríen los papás con los monos que les
pintan los chiquillos. Bueno, y lo que se ríen las mamás cuando el niño les
pinta las paredes, ¿no es verdad? Lo mismo que van los padres misioneros por
las selvas ecuatorianas con el evangelio en la mano, vengo yo por las ciudades
de Castilla con el lápiz para quitar el analfabetismo, que es la plaga más
grande que puede tener una nación. ¡Abajo la incultura! ¡Abajo el cerrilismo!
¡Y abajo el alcoholismo!”
Domingo de Carnaval (1945)
Producción: Producciones Edgar Neville (ES).
Guión y Dirección: Edgar Neville.
Intérpretes: Conchita Montes (Nieves), Fernando Fernán-Gómez (Matías, el comisario), Julia Lajos (Julia), Guillermo Marín (Gonzalo), Manuel Requena (Requena), Joaquín Roa (Nemesio), Alicia Romay (Marte, la extranjera), Francisco Hernández (el Comisario Jefe), Mariana Larrabeiti (Mariana), Fernando Aguirre (Emeterio), Juanita Manso (la tía abuela), Ildefonso Cuadrado (Nicasio, el bastonero), Manuel Arbó (Emiliano, el sereno), Ginés Gallego (Satanás), Carlos Álvarez Segura (amigo de Emeterio), Salvador Báez (un charlatán), Luciano Díaz.
83 min. Blanco y negro.
3 comentarios:
Siempre me han gustado las películas de Edgar Neville,hace años caía alguna por televisión de tarde en tarde,pero el cine clásico ya está olvidado,habría que reivindicar otra vez estas películas y a Neville en este caso.
Hoy mismo sale a la venta en España, por primera vez en DVD, una de las obras mayores de don Edgar: "La torre de los siete jorobados". No es barata pero lleva la película restaurada, un par de documentales sobre Neville y 188 páginas de libro contando intimidades varias de los susodichos jorobados.
Reivindicamos a Neville y le agradecemos la visita, don angeluco.
Muy buena película me encanta,lo hizo desde el primer día que la ví.
Muchas gracias por la noticia.
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