18 de junio de 2023

Biografía del circo


Apareció por primera vez este libro hace un montón de años en la editorial Escelicer. Jaime de Armiñán aprovechó para redactarlo el puestecito que había conseguido en la administración pública gracias al título en Derecho que se habían empeñado en que obtuviera su padre, el periodista Luis de Armiñan, y su madre, la actriz Carmen Oliver Cobeña. No querían que su hijo anduviera al albur de un oficio inseguro. A la vista está que de poco les valió. En su escritorio de la sección de Madera y Corcho de la Diputación Provincial fue pergeñando Armiñán su obra. Luis de Armiñán asumió deportivamente su derrota cuando escribió el prólogo a esta crónica apasionada del circo en la que se dan la mano el reportaje, la historia y la literatura.


Para entonces su hijo había escrito ya varias comedias y ganado los premios Calderón de la Barca para autores noveles y el Lope de Vega que otorgaba el ayuntamiento de Madrid sin importar que uno fuera inédito o no. También se había casado con Elena Santonja, de cuya mano entró en la recién creada Televisión Española para quedarse allí durante un buen número de años. La ficción televisiva de los sesenta tuvo en él uno de sus más firmes puntales. En sus series privaba la comedia de costumbres y un suave humor crítico en un medio acrítico. Muy de vez en cuando, los toros como excusa. Casi nunca el circo. Un monólogo en el que Rodero interpretaba a un viejo payaso abrumado por los recuerdos es de lo poco que hemos podido rastrear en este terreno. También aparece el mundo del circo tangencialmente en el guión de La becerrada (1963) y despliega todos sus recursos en el episodio español de La muerte viaja demasiado (1965). Ambas películas fueron dirigidas por José María Forqué, con quien Armiñán colaboró asiduamente en los sesenta.


Entró con paso firme en los setenta al ser refrendada su tercera película con la candidatura al Oscar a la mejor película —absurda perífrasis etnocentrista— “de habla no inglesa”. En Mi querida señorita (1971) José Luis López Vázquez es una solterona provinciana… que se afeita todas las mañanas; un hombre en un cuerpo de mujer. Junto con El amor del capitán Brando (1974) y ¡Jo, papá! (1975) estas tres películas componen una especie de trilogía pre-transicional. Sin embargo, los cambios producidos en España tras la muerte de Franco convirtieron a la última en un producto prematuramente trasnochado. El espíritu nómada y mágico encontrará su mejor reflejo en la pareja compuesta por Paco Rabal y Concha Velasco que recorren la geografía ibérica con una barraca de cine ambulante en La hora bruja (1985). Su obra cinematográfica le ha valido el Goya de Honor en la edición de 2014 de los premios de la Academia de Cine.


Su afición por el circo, según propia confesión, nace de la vez en que acompañó a su padre a un perdido y friolento pueblo de La Mancha en el que el empresario arruinado del Circo Alemán había abandonado a 54 animales —leones, osos, ponis, elefantes…— al borde de la consunción por falta de alimentos. El reportaje, publicado en ABC, conmueve a las almas caritativas y a los responsables de la Sociedad Protectora de Animales. La beneficencia, no obstante, tiene consecuencias inesperadas para el liliputiense Francis, abandonado junto con los animales. El enano vivía de los paisanos a cuerpo de rey: del bar al lupanar y vuelta. Su ingreso en una institución benéfica dio al traste con una vida regalada. De estas anécdotas, pintadas tan a lo vivo, se siguen moralejas que no siempre coinciden ni con la severa moral de antaño ni con la corrección política de hogaño. De ahí que el libro conserve su actualidad.


Cuando Armiñán emprende la labor de biografiar el circo apenas hay bibliografía en castellano. Está el libro seminal de Ramón Gómez de la Serna, El circo, una colección de greguerías y observaciones líricas sobre artistas, animales y público circense editada en 1917. Está El circo y sus figuras, de Sebastián Gasch, crónica de peripecias cuasifantásticas, si no fuera porque muchas han sido vividas en primera persona. Y está el reportaje de Alfredo Marqueríe, Un mes en el circo, que se ha puesto durante un mes la máscara de Profesor Ignotus para viajar con el modesto Circo Estambul. Armiñán, apadrinado por el tercero, toma más del segundo que del primero. O sea, para resolver el acertijo: busca el amparo profesional de Marqueríe, recoge el dato de Gasch y se deja permear por la grafomanía de Ramón. Pero se apoya, sobre todo, en los historiadores franceses y británicos, con Henry Thétard a la cabeza. Con haber tomado de éste algunas enumeraciones de artistas en las distintas especialidades, lejanos ya en el tiempo y a los que, por lo tanto, no ha podido contemplar, Armiñán lo asimila y lo hace propio. Nos enteramos así de su filia por los canes y su fobia hacia los gatos, de su pasión por las focas trompetistas y malabaristas que pueblan sus sueños, de su antibelicismo a machamartillo. También de su postura en temas polémicos, como la incorporación de toros al espectáculo circense, la utilización de la red en los números de riesgo o la exclusión de los fenómenos de la pista.


Ya había señalado Gasch la fecundidad de la localidad valenciana de Catarroja en echar payasos al mundo. Armiñán, hijo de su tiempo y su ciudad, nos aproxima a otro foco de artistas circenses: el Puente de Vallecas madrileño. Gentes criadas en un tejar, como los primeros Carpi, que se dedicaron a la acrobacia y engendraron una estirpe de payasos que invariablemente regresaban a su lar nativo después de haber recorrido el mundo entero. Lo mismo pasará en Italia, Alemania o la China, pero aquello nos resulta mucho menos exótico que una vejez tranquila en el Puente de Vallecas. Porque Armiñán da espacio a los artistas españoles que en el mundo han sido. Y un capítulo a los circos, entre los que tiene especial relevancia el de Price, que fue durante casi cien años sede estable de espectáculos circenses en la capital, hasta que la piqueta municipal dio con el coliseo por tierra para edificar en el solar un banco.


Preferimos reseñar estas tragedias familiares y cotidianas que las grandes epopeyas de los pioneros en todos los campos —Astley, Franconi, Ducrow, Léotard, Julia Pastrana…— y las siluetas de los grandes de todos los tiempos —Grock, los Codona, Barnum, Charlie Rivel…— trazadas por Armiñán con intuición para la anécdota reveladora. Es en este delicado equilibrio entre rigor histórico y gusto por la curiosidad excéntrica donde reside la mayor virtud de Biografía del circo.


La cuidada edición de Pepitas de calabaza, en la que colaboran la Fundación AISGE y la Unión de Profesionales y Amigos de las Artes Circenses y para la que el propio Armiñán ha escrito un nuevo prólogo, incorpora muchas de las ilustraciones que proporcionaron el círculo de íntimos entre los que se encuentran su suegro, el pintor, cartelista e ilustrador déco Eduardo Santonja, portadista de las más prestigiosas publicaciones en los años veinte y treinta; Elena, su mujer, y su cuñada, la futura Vainica Doble Carmen Santonja. Otros compañeros de éstas en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, como Chus Lampreave y Leo Anchóriz, contribuyen con sus grecas y diseños. También ellos se dedicaron a la interpretación y colaboraron en su condición de tales en los proyectos televisivos y cinematográficos en los que estuvo implicado Jaime de Armiñán.

Continente y contenido se aúnan en una obra de referencia que llevaba demasiado tiempo ausente de las librerías.

Santiago Aguilar (Sr. Feliú)
Ambidextro nº 57 - Diciembre 2014

Armiñán, Jaime de 
Biografía del circo
Colección David
Escelicer S.A. 1958

Armiñán, Jaime de 
Biografía del circo
Pepitas de calabaza ed. 2014
ISBN: 978-84-15862-27-7

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