21 de julio de 2009

Pierre, el soñador


Le Grand amour (El gran amor, 1969), Pierre Étaix
 
Nueva visita a nuestro mentor Pierre Étaix. Y, en esta ocasión en compañía, nada menos que de Annie Fratellini.


Escenas de un matrimonio
Es curioso que, la única vez en que Étaix trabaja mano a mano con su señora, cocinen a cuatro manos esta sátira descarnada sobre la institución conyugal y los efectos sedantes del vínculo.






El matrimonio de Pierre (Pierre Étaix) y Florence (Annie Fratellini) está hecho de rutinas desasosegantes. En una ciudad de provincias, donde el cotilleo es la norma y la asfixia moral está a la orden del día, el matrimonio envejece frente a la televisión con su medio vasito de cerveza –moderación ante todo- y las llamadas de la suegra interrumpiendo cualquier momento de intimidad. De hecho, cuando Pierre descubre a Florence tejiendo un jerseycito rosa, resulta que es para el perro.


Durante la ceremonia de su boda con Florence, Pierre recuerda a las mujeres que han pasado por su vida. Primero, al terminar el servicio militar, fue Martine… Bueno, Martine e Iréne (Magali Clément). Luego vino la colegiala Thérèse (Josette Poirier), que recién salida del internado religioso, vestida aún de uniforme, se pone a hacer la calle. Tantas otras… Cualquiera de ellas podría haberse convertido en su esposa y Étaix lo pone en escena retratándose ante el altar con una larga fila de novias.

Hasta el día en que conoció a Florence. Menudean las visitas al domicilio burgués de los Girard y pronto Pierre está atrapado en la telaraña. Su futuro suegro le enseña la fábrica en la que trabajará y le presenta a Louise (Jacqueline Rouillard), la vieja y eficiente secretaria que se hace cargo de todo. La revisión del álbum de fotografías familiares ofrece de nuevo la oportunidad para insertar unos cuantos gags de buena ley como el parecido de Florence con un abuelo bigotudo o la confusión sobre una foto de la señora Girard cuando era joven, lo que permite que Pierre se dé cuenta de qué es lo que le espera junto a su mujer.


El tono evocador de la narración de Pierre sufre pequeños altibajos porque los recuerdos no son nítidos. Las escenas se repiten para corregir situaciones, lo que siempre conlleva un gag. Después de cambiar cuatro veces la versión de la localización en que encontró a Florence por vez primera –¿era en la terraza del café de Paris o en el salón?- el camarero le espeta que se decida de una vez porque está harto de servirle cafés.


Pero ya está bien de vueltas atrás en el tiempo. Pierre y Florence se han casado. La vida ordenada y metódica de los buenos burgueses está narrada por un grupo de cotillas provincianas que vienen a dar, apesadumbradas, a la suegra el parte de las supuestas infidelidades. Basta con que haya saludado educadamente a una joven en el parque para que la bola del chismorreo eche a rodar. Las versiones de lo ocurrido acumulan detalles escabrosos. Cuando Pierre regresa del trabajo se encuentra con que Florence ha hecho las maletas.

Étaix, como su maestro Tati, juguetea con el sonido. Durante la ceremonia, en la catedral, la amplificación de cualquier ruidito hace que la utilización del moquero se convierta en las trompetas que anuncian el fin del mundo y el lamento de la madre de la novia es, en realidad, el chirrido de los goznes la puerta producido por un invitado que llega tarde. Cuando Pierre y Florence se reconcilian después de su primera disputa, una melodía romántica ambienta la escena; no tardamos en descubrir que en la habitación contigua, monsieur Girard está realizando sus ejercicios de violín.


Del enamoramiento como fuente de gags 
Pierre y Florence no pueden vivir separados. Y sin embargo, él ya ha sido inoculado con el virus de la infidelidad. Un día, madame Louise le presenta a la secretaria que ocupará su puesto cuando ella se jubile: Agnès (Nicole Carfan). Trastornado por su belleza y juventud cuando regresa a casa Pierre deja el portafolio en el paragüero, el paraguas en el perchero y el sombrero en la lámpara.

Al día siguiente se levanta y acicala para salir a la oficina. No se ha dado cuenta de que es sábado y que no hay nadie en la oficina. Su única preocupación entonces es que al día siguiente será domingo.



Pierre le confía sus cuitas a su amigo Jacques (Alain Janey) y éste le contesta que si él estuviera en su lugar… A partir de ese momento vamos a ver a Jacques confesándole a Florence que en su vida hay otra mujer, partiendo todos los utensilios de la casa por dos para que ambos puedan quedarse con la mitad de los gananciales y seduciendo a Agnès en la oficina.

Pierre llama a la secretaria y enciende un cigarrillo. Después de su conversación con Jacques está dispuesto a declararse a Agnès. Sin embargo, como es el último día de Louise en la oficina, es ella la que entra en el despacho. Sin atreverse a mirarla, Jacques le confiesa su amor. Escena de crueldad intolerable salvada por el giro final: la vieja secretaria hace mohines hasta que con una sonrisa picarona cierra el pestillo.



Los nuevos intentos se ven continuamente interrumpidos por llamadas telefónicas. En la siguiente ocasión, cuando todo parece ir sobre ruedas, advierte que ella está tomando nota de todo porque cree que le está dictando una carta.

Little Nemo y Pierre 
Pierre es un soñador como la copa de un pino. No uno de esos a los que llamamos soñadores y que son apenas gentes con un mundo interior muy rico. Étaix opta por la línea dura, la de “Little Nemo”.


Los cinéfilos de última generación hallarán abundantes rastros del mundo de Michel Gondry en esta película. Por ejemplo: durante la noche, el lecho de Pierre se pone en marcha, sale de la casa y enfila una carretera rural. A un lado de la vía hay una vieja cama empotrada contra un árbol. Otro soñador arregla la suya tumbado bajo el somier. Dos más, chocan en un cruce y sus ocupantes emprenden una disputa. Pierre encuentra a la bella Àgnes haciendo autostop. La invita a subir a su cama y juntos siguen el viaje, abrazados. Se cruzan con un camastro remolque y con una cama de hospital que viene tocando la sirena. Un poco más adelante hay un atasco de catres y Pierre y Agnes deciden abandonar la carretera y conducir por el campo hasta el río. Pierre tiene una inmensa sonrisa de felicidad. Cuando Florence le pregunta si duerme, contesta que sí.


Finalmente, Florence parte de viaje. Pierre aprovecha para quedar a cenar con Àgnes, pero, tras una cena en la que se ve a sí mismo como un auténtico carcamal, decide que no merece la pena. Corre entonces a recibir a Florence en la estación… sólo para encontrarse con que un apuesto jovenzuelo carga con la maleta de su mujer.


Final agridulce, como toda la película. A uno le ha traído a la cabeza aquella comedia de Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia que se titulaba “El caso de la mujer asesinadita”, en la que dos amantes intrigaban para deshacerse de sus respectivos cónyuges. Cuando por fin lo logran un cuadro rápido los muestra tiempo después en la intimidad del hogar. “Los dos bostezan como caballos”, sentencian Mihura y de Laiglesia. Son, ya les decía, los efectos sedantes del matrimonio.


Le grand amour (1969)
Producción: CAPAC (FR)
Director: Pierre Étaix.
Guión : Jean-Claude Carrière y Pierre Étaix.
Intérpretes: Pierre Etaix (Pierre), Annie Fratellini (Florence Girard), Nicole Calfan (Agnès), Louis Maïs (Monsieur Girard), Ketty France (Madame Girard), Jacqueline Rouillard (Louise, la secretaria de Girard), Alain Janey (Jacques), Jean-Pierre Helga (Monsieur Bourget), Micha Bayard (la secretaria de Bourguet), Billy Bourbon (el borracho), Claude Massot (el camarero), Georges Montax y Luc Delhumeau (dos conductores de camas), Magali Clément (Irène), Marie Marc (la abuela Girard), Mad Letty (la madre superiora), Odette Duc, Renée Gardès, Denise Péronne, Jane Beretta y Paule Marin (las cotillas), Rolph Zavatta, Jean-Pierre Loriot, Emile Coryn, Sylvie Delalande, Stéphanie Drobner, Judith Pauwels, Georgina Pauwels, Sandra Fratellini, Gino Fratellini, Tino Fratellini.
87 min. Color (Eastmancolor).


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