El Saturnino Farandola de Robinet es una adaptación de la novela de Albert Robida, “Voyages très extraordinaires de Saturnin Farandoul, dans les 5 ou 6 parties du monde et dans tous les pays connus et même inconnus de M. Jules Verne”, editada en 1879. Como se puede comprobar por el subtítulo, Robida asumía, burla burlando, la herencia (reciente) de Verne multiplicando los escenarios y aventuras hasta lo inaudito y reciclando situaciones y personajes de “20.000 leguas de viaje submarino” y “La vuelta al mundo en ochenta días” llevadas hasta el absurdo a base de coincidencias rocambolescas.
Robinet adapta a Robida
Robida fue un hombre de imaginación fértil, visionario de lo por venir, grabador e ilustrador minucioso, caricaturista apreciado por sus contemporáneos e inventor de un telefonoscopio que hubiera patentado gustosamente el profesor Franz de Copenhague. Pierre Kast le dedicó un cortometraje: Monsieur Robida, prophète et explorateur du temps (Pierre Kast, 1954), en la que un discípulo del grabador viajaba al París de 1953 en una máquina del tiempo para comprobar in situ cuáles de las profecías de su maestro se habían cumplido.
En 1913 la productora turinesa Ambrosio decide emprender la adaptación de los “Voyages très extraordinaires de Saturnin Farandoul” y confía el personaje protagonista y la realización al popular “Robinet”. No obstante, la complejidad de la producción, plena de efectos especiales, aconseja la asistencia de Luigi Maggi, veterano director de la casa, experimentado en costosos proyectos históricos y mentor de Marcel Fabré en sus primeros pasos en Italia.
Aunque los catálogos hablan de un serial de 18 episodios de 20 minutos, con una duración de más de seis horas, “La Vanguardia” del 15 de abril de 1914 describe la película como un largometraje en cuatro partes con una duración de 3.000 metros; esto es casi tres horas. Sin embargo, la copia recuperada por la Cineteca Italiana de Milán apenas alcanza la hora de duración. Sobre esta versión considerablemente reducida es sobre la que realizamos nuestro comentario.
De Mopotu al reino de los Makololos
La isla de los monos
El “Delfín”, el velero del marsellés Bernabé Farandola, se va a pique en mitad del Océano Pacífico. Los padres colocan al bebé en un cajón que dejan a merced de la corriente; es el único medio de que escape a su trágico destino. Saturnino llega así a la isla de Mopotu habitada exclusivamente por primates, que son niños y hombres embutidos en trajes de peluche cuya única actividad es pegar volteretas y hacer cabriolas sin fin. Pasan siete años y Saturnino aprende los fundamentos de la acrobacia. Pero cuando pasan otros diez y ve que no le crece la cola ni el cuerpo se le cubre de peluche empieza a preocuparse.
Homo habilis a su pesar, Saturnino coge un tronco de palmera y se fabrica un rudimentario remo con el que abandonar la isla. Lo recoge la tripulación de la “Bella Leocadia” al mando del capitán Lombrico, que pronto le familiariza con las costumbres y el lenguaje de los hombres civilizados. Cuando los piratas del malvado Bora-Bora les hacen prisioneros Saturnino organiza la escapada y es elegido por unanimidad nuevo capitán de la nave.
Una elipsis -en la que echamos en falta el encuentro con el Nautilus-, presenta a Saturnino y su novia Misora como escafandristas. Aquí entramos ya en el reino de Méliès, con esa inspiración de grabado a buril que más adelante llevará a la perfección el checo Karel Zeman, con cuya Vynález zkázy (Una invención diabólica, 1958) Saturnino Farandola guarda no pocos puntos de contacto. Misora es Nilde Baracchi, compañera habitual de Marcel Fabré en sus comedias; tanto es así que su personaje era conocido como “Robinette”.
Mientras Saturnino intenta coger una perla gigante una ballena se merienda a Misora y va a encallar en las playas de Melbourne donde el profesor Crokunff, director del Aquarium, se hace cargo de ella. En una de las peceras, la ballena vomita a Misora, pero el profesor, vayan ustedes a saber por qué extraño prurito científico, la mantiene encerrada en la pecera. Saturnino regresa entonces a Mopotu y pide ayuda a sus amigos los simios, que atacan la ciudad fortificada con escudos y cachiporras. Al comprobar su derrota, el profesor Corkunff hace estallar una bomba que destroza las peceras y muere devorado por un molusco gigante.
En busca del elefante blanco
Saturnino y Misora viajan en un transatlántico rumbo a Asia. Allí leen la noticia de la desaparición del elefante sagrado del Rey de Siam. Por su recuperación se ofrece una recompensa de veinte millones de tykós. Llegan a la Plaza Real de Bangkok, donde las amazonas hacen la instrucción, y piden audiencia con el Rey, pero son encarcelados. Misora se hace pasar por coronela de las amazonas y consigue rescatar a toda la tripulación. El Ministro de Policía, Nao-Ching, que es quien ha robado al elefante sagrado, lo quiere vender al mandarín San-Kiu. La tripulación de Saturnino llega en unos carricoches propulsados por velas. San-Kiu pretende hacer de Misora su geisha particular. Los hombres de Saturnino son aprisionados en barriles y condenados a muerte. Pero la astuta Misora proporciona unas pipas de opio a los vigilantes y estos quedan inmediatamente fuera de combate. Para asegurar la escapada, Misora les anuda las coletas. Saturnino y Misora devuelven el elefante blanco al rey de Siam y cobran la recompensa.
La reina de los Makalolos
La tercera parte comienza con los planes de Saturnino de remontar el Nilo hasta sus fuentes. Él y Misora viajan en una lancha vestidos de exploradores cuando descubren en la orilla a los miembros de la tribu Ñam-Ñam, que han hecho prisioneras a las dos reinas de los Makalolos. Desembarcan y derriban a un gorila y a un oso con sus fusiles de caza, los desuellan y, recubiertos con sus pieles, ponen en fuga a los Ñam-Ñam y salvan a las reinas de ser devoradas.
Saturnino decide cazar un león para lo que recubre su traje con púas, como si fuera un erizo. Cuando regresa al campamento, las tres mujeres han desaparecido. Han sido secuestradas por unos gorilas. Claro que a Saturnino no hay argot simiesco que se le resista después de haber sido criado por los primates. En fin, que en un momento los tiene llorando a lágrima viva ante la vileza de su acción. Saturnino y Misora pueden por fin reemprender su viaje por el Nilo acompañados ahora por las makalolianas.
La guerra en las nubes
Ni el amor de Misora ni “el afecto fraterno” de las reinas de Makalolo –ahora viven los cuatro juntos- sacia la sed de aventuras de Saturnino que reúne una vez más a la tripulación de la “Bella Leocadia” y pone rumbo a América, donde los ingenieros de Milligan del Sur planean apropiarse de las Cataratas del Niágara. Saturnino se instala entonces una ciudad llamada Castorópolis. Se trata de un poblado de viviendas lacustres de forma semiesférica.
No nos pregunten la razón pero el aventurero Fileas-Fogg (sic.) y el jefe indio Bisonte Rojo se ponen de acuerdo para impedir los propósitos de nuestro héroe. Los pieles rojas, que se mueven sospechosamente como en anteriores episodios lo hicieran los primates o los pérfidos asiáticos, les tienden una emboscada. “Luna que se alza”, la hija de Bisonte Rojo se ha enamorado perdidamente de Saturnino y durante la noche lo desata. Convertido en general del ejército nordista de Milligan, Saturnino hace planes de guerra en tanto que Fileas-Fogg pretende el amor de Misora, a la que tiene encerrada en una cabaña. Para colmo de villanías el muy bellaco se pone al frente del ejército de Milligan del Sur. En el ataque al fuerte se utilizan bombas de cloroformo y un aspirador neumático.
El clímax es una batalla aérea entre mongolfieres y dirigibles de una belleza visual que sobrepasa el primitivismo mélièsiano. Es esta –breve en nuestra copia- escena la que justifica la cualificación de la película como precursora de la ciencia-ficción cinematográfica y su adscripción –algo aventurada, a nuestro juicio- a la vanguardia futurista.
La película finaliza –permítannos por una vez contarles este bello happy end- con el regreso de Saturnino Farandola y Misora a Mopotu, la isla de los simios, donde viven felices rodeados de los pequeños monitos que constituyen su familia.
Tintín y los sobrinos del capitán Grant
La gacetilla promocional de “La Vanguardia” proclama:
“El éxito obtenido con esta maravillosa obra cinematográfica es indiscutible y ninguna otra película ha llegado a conseguir llamar tanto la atención como “Los viajes extraordinarios de Saturnino Farándola”, que es única en su clase, siendo sus escenas tan sumamente variadas, que solamente la casa Ambrosio, a cúmulo de grandes sacrificios, ha conseguido editar esta, originalísima obra, que se aparta de todo lo editado hasta el día”.
Lo cierto es que la película sigue la estela viajera de Verne por cuatro de las cinco partes del mundo y la saga mantiene más relación con la novela de aventuras que con la fantástica, aunque nadie le quita el mérito de ser precursora de muchas cosas que andando el tiempo se convertirían en el pan nuestro de cada día. La puesta en escena es habitualmente frontal, aunque en ocasiones se utiliza la profundidad de campo con excelentes resultados. Los decorados construidos y los exteriores naturales se conjugan hábilmente.
Al espectador contemporáneo las aventuras de Saturnino Farandola le traerán en seguida a la cabeza las primeras historietas de Tintín, con sus escenarios exóticos y sus tipos caricaturescos. A los más avezados, les proponemos otro parentesco, la zarzuela “Los sobrinos del capitán Grant”.
Se estrenó el 25 de agosto de 1877 en el Teatro Príncipe Alfonso, de Madrid, y constituyó un notable éxito, ya que se le dieron, en primera instancia, 79 representaciones. Fernández Caballero y Ramos Carrión, músico y libretista, ya habían suministrado piezas de este tipo a los Bufos madrileños de Francisco Arderius, compañía especializada en estos espectáculos lírico-fantástico-colosales. Baste decir que había 22 cambios de escenario y que estos incluyen: el fondo del mar con un pulpo gigante, las llanuras argentinas, un monte de los andes con un cóndor que secuestra a los viajeros, la cubierta del transatlántico, el puente dinamitado de un ferrocarril, un fuerte militar donde los soldados cantan aquello de “Viva el general Archiparraguirriguerriberrigorrigurrichea”, un ombú gigante, un molino de Australia y el gran templo maorí con sus túneles secretos. En los últimos años se ha repuesto por Navidad en el Teatro de la Zarzuela madrileño y resulta un espectáculo bien entretenido.
Le Avventure Straordinarissime di Saturnino Farandola (Aventuras extraordinarias de Saturnino Farandola, 1914)
Producción: Ambrosio (IT)
Director: Marcel Fabré (y Luigi Maggi).
Guión: Guido Valente, basado en la novela “Voyages très extraordinaires de Saturnin Farandoul” (1879) de Albert Robida.
Intérpretes: Marcel Fabre (Saturnino Farandola), Nilde Baracchi (Misora), Filippo Costamagna, Luciano Manara, Alfredo Bertone.
56 min. Blanco y negro + Virados.
2 comentarios:
Extraordinaria reseña, esta y la anterior, sobre un serial y un personaje no menos extraordinario. La película tuvo enorme éxito en todo el mundo; la verdad es que su visión -y eso que como dice usted, nos tenemos que conformar con este resumen, o feature version, que dicen los yanquis- es de lo más placentero, y la concepción de la misma, modrna y realizada con vigor. Y sí, aunque uno no las conozca más que de oídas, se imagina de un modo parecido las representaciones teatrales de Enrique Rambal, aquel mago de la escena que tanto impresinó al niño Fernando Fernán Gómez, según narra en sus memorias... ¡quien pudiera comprobarlo en persona...!
Magnífico Rambal, sí. Ídolo del público y tormento de críticos. Mi señor padre recordaba siempre la proeza de que hiciera surcar el Atlántico a las tres carabelas colombinas... ¡en el ruedo de la plaza de toros de Barcelona! Marcos Ordoñez ha compuesto una novela a partir de su mito (Comedia con fantasmas, Plaza & Janés, 2002) y el propio Fernán-Gómez interpretó a un apócrifo Gran Pombal en "Los restos del naufragio" (Ricardo Franco, 1978).
De Marcel Fabré no hemos logrado localizar su filiación como clown en España, más allá de las referencias repetidas en aquí y allá. A ver si alguien pasar por aquí con más conocimientos que nos nuestros.
Muchas gracias por su comentario, sus nietos
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