Tystnaden (El silencio, 1963), Ingmar Bergman
El niño recorre los pasillos desiertos, fisgonea en las habitaciones. En una de ellas descansan los seis enanitos de Eduardini. El baúl junto a la puerta delata su procedencia: Madrid. Los pequeños juegan a las cartas, fuman, matan el tiempo. El niño es una distracción. Se disfrazan de animales, le hacen cucamonas, lo atavían con un vestido femenino.
Mientras tanto, Esther, sedienta de amor, recorre las calles de Timoka. Entra en el “Chin Varietés”, el local en el que actúan Eduardini y sus muchachos. Por fin hemos podido ver al malabarista y empresario en acción. No luce su legendario bigote postizo. Realiza unos malabares con platos mientras los enanitos realizan números acrobáticos. Al final, forman una especie de monstruoso ciempiés y salen del escenario al ritmo de la música. Mientras, en un palco, una pareja hace el amor violentamente.
Johan ve entrar a su madre en una habitación con un hombre. Se lo cuenta a Anna, que siente por su hermana una mezcla de deseo incestuoso y de pulsión despótica. Ambas se cruzan reproches que han callado toda la vida. Cuando Anna sale de la habitación, los chicos de Eduardini regresan del teatrito de variedades.
Aparte de que los acróbatas españoles anduvieran de gira por Estocolmo, aún no entendemos cómo llegaron a colarse en este piélago existencial y metafísico de Bergman del que, no lo duden, David Lynch ha bebido a grandes tragos. En este enlace la pueden ver. Que la disfruten.
Las dos hermanas descienden del tren en Timoka. Es una ciudad desconocida, en la que hablan un idioma que ninguna de las dos comprenden y en la que los tanques patrullan por las calles. Pero Anna, la mayor, traductora, se encuentra gravemente enferma. Esther, la otra, una mujer con la sensualidad a flor de piel, viaja con su hijo Johan. Deberían de llegar a su destino para dejar al niño con los abuelos. Pero el estado de Anna las obliga a alojarse en un vetusto hotel
El niño recorre los pasillos desiertos, fisgonea en las habitaciones. En una de ellas descansan los seis enanitos de Eduardini. El baúl junto a la puerta delata su procedencia: Madrid. Los pequeños juegan a las cartas, fuman, matan el tiempo. El niño es una distracción. Se disfrazan de animales, le hacen cucamonas, lo atavían con un vestido femenino.
Mientras tanto, Esther, sedienta de amor, recorre las calles de Timoka. Entra en el “Chin Varietés”, el local en el que actúan Eduardini y sus muchachos. Por fin hemos podido ver al malabarista y empresario en acción. No luce su legendario bigote postizo. Realiza unos malabares con platos mientras los enanitos realizan números acrobáticos. Al final, forman una especie de monstruoso ciempiés y salen del escenario al ritmo de la música. Mientras, en un palco, una pareja hace el amor violentamente.
Johan ve entrar a su madre en una habitación con un hombre. Se lo cuenta a Anna, que siente por su hermana una mezcla de deseo incestuoso y de pulsión despótica. Ambas se cruzan reproches que han callado toda la vida. Cuando Anna sale de la habitación, los chicos de Eduardini regresan del teatrito de variedades.
Aparte de que los acróbatas españoles anduvieran de gira por Estocolmo, aún no entendemos cómo llegaron a colarse en este piélago existencial y metafísico de Bergman del que, no lo duden, David Lynch ha bebido a grandes tragos. En este enlace la pueden ver. Que la disfruten.
Tystnaden (El silencio, 1963)
Producción: Svensk Filmindustri (SUE)
Dirección Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Intérpretes Ingrid Thulin (Anna), Gunnel Lindblom (Esther), Jörgen Lindström (Johan), Haakan Jahnberg (el gerente del hotel), Biger Malmsten (el camarero), Leif Forstenberg (el hombre en el teatro). Lissi Alandh (la mujer en el teatro) y Los Eduardini con Eduardo Gutiérrez “Eduardini”.
96 min. Blanco y negro.
4 comentarios:
Esta la vi en un cine hace mucho, mucho tiempo, y recuerdo, y es cierto, que casi al final d ela proyección, la butaca donde estaba sentado cedió, como agotada de tanto sufrimiento existencial dando en tierra mis pobres y ancianos huesos... lástima que de la troupe de Eduardini ni me acuerde; no había pensado la conexión Bergman-Lynch, pero tiene usted mucha razón: ahí está, y más fuerte de lo que parece... No en vano ambos han devenido símbolos de eso tan antipático que llaman Alta Cultura...
Es el peso del símbolo, venerable Abuelito, que, aunque inmaterial, gravita sobre nuestro espíritu. No es extraño pues que la butaca sucumbiese al tiempo que su atribulada psique.
Pero ya sabe usted que esto es un sacerdocio. Tan pronto como supimos que había una oportunidad de ver al insigne Eduardini en acción, no paramos hasta lograrlo.
Sus nietos le agradecen la visita
Por cierto, que el monstruoso ciempiés hecho de enanos es efecto que vi hace bien poco en una función de El Bombero Torero... así, vestidos de dálmatas, agarrados entre sí como reptando y al son del Himno mde Europa, se despedían del respetable desde la arena...
Sin duda, un clásico de las troupes liliputienses. Aquneue lo más esperpéntico de la escena que usted describe es... el himno.
Gracias de nuevo, sus nietos
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