17 de abril de 2012

Una función de bunraku


Naniwa Ereji (Elegía de Naniwa, 1936), Kenji Mizoguchi 

Modos de representación 
Cuentan los historiadores del cine que cuando el invento de los hermanos Lumière llegó por primera vez al país del sol naciente el operador se vio obligado a cambiar su modo de proceder. Objetaban los empresarios que no se debía poner el proyector a espaldas del público y la pantalla delante. Al contrario, la proyección debía realizarse en paralelo al patio de butacas; esto es, que los espectadores pudieran ver al operador, el haz luminoso y las imágenes que se formaban en la pantalla. 


También se han realizado numerosos estudios sobre la pervivencia del cine silente en Japón hasta fechas tan tardías como 1934 o 1935, asociando este retraso en la incorporación de la industria nipona al cine con sonido sincrónico a la preminencia en el espectáculo cinematográfico de la figura del “benshi” o explicador. Un buen “benshi” atraía más gente a las salas que la película que se proyectara. 


Primero los franceses y luego los norteamericanos intentaban atribuir a una sociedad arcaica estas rémoras. Y, sin embargo, es fácil comprender a lo que el público japonés estaba acostumbrado si asistimos a una representación de “bunraku” como hemos hecho nosotros durante la proyección de Naniwa Ereji. El “bunraku” es el teatro tradicional de marionetas japonés. Los espectadores pueden ver tres espectáculos en uno: al recitador (tayū), al músico (shamisen) y a los manipuladores de los títeres. 


El término “bunraku” proviene de un empresario teatral de Osaka, Uemura Bunrakuken, que creó en 1805 uno de los teatros de marionetas más populares del Japón. A partir de su apellido, se conformó el vocablo que define todo un arte. Si quieren saber más del mismo, no tienen más que pinchar en este enlace: [http://bunraku.or.jp/english.html]. 


Una función en Osaka 
Hemos asistido a la función de “bunraku” mientras veíamos una película temprana de Kenji Mizoguchi: Naniwa Ereji (1936). Se trata de un drama social con algún ribete folletinesco que narra la “caída” de la joven Ayako, abandonada y rechazada por un sistema patriarcal en el que no falta padre, novio, amante ni hermano. La cobardía de los hombres, su mezquindad y egoísmo, arrastra a Ayako hacia un destino que parece fatal. Y, sin embargo, la escena final da la vuelta de una manera admirable a la resignación —léase conformismo— inherente a las leyes del melodrama. Un final que nos recuerda mucho al que veinte años después rodaría Fellini con su musa Masina para Le notti di Cabiria (1957).


Naniwa Ereji (Elegía de Naniwa, 1936) 
Producción: Daiichi (JP)
Director: Kenji Mizoguchi. 
Guión: Yoshikata Yoda, basado en una novela de Saburo Okada. 
Intérpretes: Isuzu Yamada (Ayako Murai), Benkei Shiganoya (Asai), Kensaku Hara (Nishimura), Seiichi Takegawa (Junzo Murai), Chiyoko Okura (Sachiko Murai), Shinpachiro Asaka (Hiroshi Murai), Yôko Umemura (Sumiko Asai), Eitarô Shindô (Fujino), Kunio Tamura (doctor Yoko), Takashi Shimura (el policía). 
69 min. Blanco y Negro 

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