El escritor británico
Christopher Isherwood llegó a Berlín a principios de los años treinta del siglo
pasado para disfrutar de la libertad sexual que entonces imperaba en la capital
de la República de Weimar y se encontró con la ascensión del nazismo.
Escrita parcialmente
a modo de diario la colección de relatos Adiós
a Berlín retrata en seis viñetas el ambiente de la ciudad entre el otoño de
1931 y la llegada al poder de Hitler en enero de 1933. Desde las patronas de
sus casas de huéspedes al apenas encubierto ambiente homosexual del Berlín en
el que los nazis empiezan a campar por sus respetos, Isherwood traza una
radiografía de la ciudad. En la primera página deja constancia de su interés al
escribir:
“Yo soy una cámara con el
obturador abierto, pasiva, minuciosa, incapaz de pensar. Capto la imagen del
hombre que se afeita en la ventana de enfrente y la de la mujer en kimono,
lavándose la cabeza. Habrá que revelarlas algún día, fijarlas cuidadosamente en
el papel”.
Isherwood y su amigo
Fritz recalan en estos cabarets berlineses, al modo de las caves parisinas:
“Una muchachas hacían cuadros
vivos detrás de un tul y había una inmensa sala de baile con teléfonos en las
mesas. Tuvimos las habituales conversaciones: “Perdón, señora, pero su voz me
hace sospechar que es usted una rubia fascinadora con largas pestañas oscuras…
justamente mi tipo. ¿Que cómo lo sé? ¡Ajajá, ése es mi secreto! Sí. Exacto. Soy
alto, moreno, ancho de hombros, con aspecto militar y una sombra de bigote…
¡¿Que no se lo cree? Venga a verlo usted misma!” Las parejas bailaban
abrazadas, hablándose a gritos, chorreando sudor. La orquesta, en traje
tirolés, jaleaba, bebía y sudaba cerveza. El local apestaba como un parque
zoológico”.
Los tabelaux vivants mencionados por Isherwood,
mera excusa artística para la exhibición de señoritas en cueros, es parte
fundamental del argumento de Die
freudlose Gasse (Bajo la máscara del
placer, G. W. Pabst, 1925), aunque el local que aparece en esta cinta es
más bien un cruce de prostíbulo y taberna. El kabarett, el cabaret a la berlinesa, era otra cosa. Prohibida
durante el Imperio cualquier clase de crítica a la autoridad, el periodo de
entreguerras supuso la eclosión de la sátira más mordaz (aquí [www.cabaret-berlin.com]
encontrarán ustedes un recorrido completísimo por aquel mundo y sus
personalidades más destacadas).
En su último invierno
berlinés (1932-33) Isherwood y Fritz giran una visita a los bares de ambiente.
Es como una despedida, pues las SA han empezado a acosar a sus frecuentadores.
El “Salomé”, por ejemplo, resulta ser un bar bastante caro en el que unas
“aparatosas lesbianas y un grupo
de jovencitos con las cejas depiladas revoloteaban junto al bar, y de vez en
cuando prorrumpían en estentóreas carcajadas y chillidos… simbólicos, al
parecer, de la risa de los réprobos. El local entero está decorado en rojo y
oro… suntuoso terciopelo carmesí y enormes espejos dorados. Estaba lleno. El
público se componía sobre todo de respetables hombres de negocios y sus
familias a quienes se oía exclamar con benevolente asombro: “¿Pero de verdad?
¡Jamás lo hubiera imaginado!” Nos marchamos en mitad del espectáculo, en el
momento en que un jovencito en crinolina y sostenes bordados de pedrería
ejecutaba penosamente tres écarts”.
A la salida están en
un tris de ser golpeados, no por las juventudes nazis, sino por un grupo de
turistas norteamericanos borrachos en busca de los placeres que sólo la noche
berlinesa podía ofrecer.
Los personajes, sus
conocidos berlineses, transitan entre relatos. Sally Bowles, la aspirante a
actriz que coquetea con la prostitución, protagoniza el segundo. Ha viajado a
Berlín con la idea de ser contratada por la Ufa para alguna película sonora.
Muchos de sus amantes ocasionales la engatusan con este cebo. Ella fantasea con
un pasado –del que carece, puesto que tiene apenas diecinueve años- de cantante
y bailarina en el Palladium y el Coliseum de Londres. Y, sin embargo, malvive
como cantante en un cabaret llamado “Lady Windermere”.
La caprichosa Natalia
Landauer y su familia de ricos comerciantes judíos, son el centro del penúltimo
relato. Pero también hay potentes retratos de Otto, un joven proletario, que
chulea tanto a hombres como a mujeres, o del atormentado Bernhard Landauer. Sin
embargo, John Van Druten prescindió de estos últimos cuando adaptó el libro a
la escena en 1951. La obra incorporaba al propio Isherwood como personaje, pero
mantenía bajo el foco principal a Sally Bowles, una creación que le valió un
gran éxito personal a la actriz Julie Harris.
Christopher Isherwood
Adiós a Berlín
Traducción de Goodbye
to Berlín por Jaime Gil de Biedma.
Barcelona, Seix Barral, 1974.
1 comentario:
Leí "Adios a Berlín" hace muchos años pero ya había visto la película y creo que ésta última le ha hecho un poco de daño al libro.Las escenas que recuerdo son las de la película y no las del libro.
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