Une excursión incohérente (1909), Segundo de Chomón
Una de las primeras
películas que rodó Georges Méliès fue Le
cauchemar [http://www.circomelies.com/2010/10/un-nino-con-un-juguete-nuevo.html]
(1896). O sea, la pesadilla. O la intuición de que las pesadillas son motivo
tan cinematografiable como la salida de los obreros de una fábrica, la llegada
de un tren a la estación o la comida de un bebé.
Como todas las
intuiciones, la idea tiene en primera instancia un desarrollo sencillo. La luna
se puede transformar en una cara monstruosa que hace muecas, arlequines y otros
seres lunares son capaces de desvelarnos con sus serenatas e, incluso, un grupo
de diablillos traviesos y peritos en acrobacias se divertirán molestándonos en
la cama con sus tridentes hasta que despertemos víctimas de un monumental
batacazo.
Las cosas se complican cuando descubrimos que el susodicho batacazo no es el final, sino que la pesadilla continúa después de habernos despertado… como el día siguiente a las elecciones. Y que, además, durante el sueño, no nos hemos limitado a ver reflejadas algunas fantasías cuya interpretación resulta tan lineal como encantadora. Las imágenes generadas por nuestro inconsciente devienen crípticas, desasosegantes, incoherentes.
He aquí a una pareja
de viajeros decimonónicos, buenos burgueses equipados para pasar un día en el
campo. Sin embargo, en cuanto tienen el picnic dispuesto, las viandas se
rebelan y nos revelan lo que hay en su interior: los huevos contienen ratones,
los salchichones están rellenos de insectos y gusanos.
La continuidad narrativa, sólida y consistente, nos conduce con los viajeros y sus criados hasta una casa de campo donde se desarrollan dos acciones paralelas. La que atañe a la preparación de la cena por parte de los criados se ve interrumpida por situaciones propias del cine de atracciones: una olla en el hogar se transforma en un rostro mediante el paso de manivela y una explosión en la chimenea provoca la aparición feérica de unas bailarinas.
Mientras, en el piso
de arriba, el matrimonio se ha echado a dormir en sendos lechos separados por
una cortina. El cambio de punto de vista cuando el hombre apaga la vela nos
permite verlo acostado en primer término ante una pantalla contra la que se
proyectan, a modo de sombras chinescas, las acciones de su mujer e,
inmediatamente, una serie de fantasías oníricas en las que figuran trenes,
pájaros enjaulados y unos amantes cuyas cabezas se desprenden del cuerpo para
poder besarse. Esta técnica de animación alcanzaría su máxima expresión en
manos de Lotte Reiniger, de cuyas Aventuras
del príncipe Achmed (1926) les contaremos otro día.
El marido despierta
para descubrir a la mujer asediada por dos íncubos. En su huida se encontrará
con sus propios fantasmas: dragones y monstruos que no le causan menos pavor
por ser de cartón y tela. La excursión culmina con una persecución acrobática
que termina en un pozo, como no podía ser de otro modo, tratándose como se
trata de una excursión, tan turbadora como deleitable, a lo más inextricable de
nuestros temores.
Une excursión
incohérente (1909)
Producción: Pathé Frères (FR)
Guión y Dirección: Segundo de Chomón.
8 min. Blanco y negro.
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