Das Wachsfigurenkabinett (El hombre de las figuras de cera, 1924), Paul Leni
En la Alemania de entreguerras la cosa estaba tan achuchada como ahora aquí. Así que si a uno le ofrecían un trabajo, por extravagante y a tiempo parcial que fuera, había que decir que sí. Eso es lo que le ocurre al poeta (Wilhelm Dieterle, que como director en Estados Unidos cambiaría su nombre por el de William). Su cometido: redactar historias cuanto más truculentas mejor para ambientar las visitas al Panopticum, el gabinete de figuras de cera de un parque de atracciones.
El Cesare de Das Cabinet des Dr. Caligari (El gabinete del doctor Caligari, 1920) no se deja achantar por Jannings. Donde este ponía travesura y lujuria, Veidt expone tortuosidad moral y crueldad. Su do de pecho es el orgasmo abrazado a una clepsidra en el momento en que un prisionero torturado fallece al tiempo que cae el último grano de arena. El zar sospecha del fabricante de venenos real. Como venganza, éste escribe el nombre de Iván en uno de los relojes de arena. Un noble llega a la corte para recordarle al zar que ha prometido asistir a la boda de su hija. Iván le hace tomar su puesto en el trineo de modo que es al padre de la novia al que dan muerte las flechas de los rebeldes. Iván entonces rapta a la muchacha (de nuevo la hija del propietario del gabienete) y encierra al joven príncipe (otra vez el poeta) en sus mazmorras. Pero entonces descubre el reloj de arena con su nombre y, creyendo que ha sido envenenado, intenta detener el tiempo dándole la vuelta al reloj antes de que el último grano caiga al otro lado. Una y otra vez… hasta enloquecer.
Mientras el poeta idea la tercera historia, cae rendido por el sueño y la figura de Jack el Destripador cobra vida. El carnicero de Whitechapel no es otro que Werner Krauss, el mismísimo Caligari. Si en la película de Robert Wiene todo se justificaba por la locura del doctor, en Das Wachsfigurenkabinett es una pesadilla lo que toma cuerpo. En lugar de atenerse al rígido catecismo caligárico Paul Leni juega con sobreimpresiones de la feria sobre las figuras de los amantes, convirtiéndolos en habitantes del mundo de los sueños. Escapan del asesino en un decorado elusivo, de sobreimpresiones, dibujos y decoraciones con sombras pintadas. En el vacío más absoluto, sobre un fondo negro, el poeta intenta salvar a su amada. Pero la figura evanescente y multiplicada del Destripador toma su lugar.
Los juegos visuales mandan en este tramo, aunque tampoco estaban ausentes de los otros episodios. Baste mencionar el momento en que el panadero va a robar la sortija del califa y su rostro se multiplica en las facetas de la piedra preciosa. Sin embargo, el horror, el verdadero horror, no termina de cuajar en Das Wachsfigurenkabinett. Se trata más bien un vuelo fantástico de la imaginación, protagonizado por figuras sin alma, en decorados que sólo el cine —el arte de las sombras— puede recrear.
Así que, ya saben, amigos mileuristas, si les ofrecen trabajo en el Panopticum, sopesen antes si serán capaces de salir incólumes de sus propias fantasías.
Das Wachsfigurenkabinett (El hombre de las figures de cera, 1924)
Producción: Neptune-Film A.G. (AL)
Director: Paul Leni.
Guión: Henrik Galeen.
Intérpretes: Wilhelm Dieterle (el poeta / Assad, el panadero / el príncipe ruso), John Gottowt (el propietario del gabinete), Olga Belajeff (Eva, su hija / Zarah, la mujer del panadero / la hija del noble ruso), Emil Jannings (Harun al Raschid), Conrad Veidt (Iván El Terrible), Werner Krauss (Jack el Destripador), Georg John, Ernst Legal.
83 min (version restaurada). Blanco y negro.