Le
capitaine Fracasse (1929), Alberto Cavalcanti
Aunque
nacido en Brasil, Alberto Cavalcanti ha pasado los años de la Gran Guerra en Suiza, siguiendo los destinos de su
padre, profesor en una escuela militar. Se titula en Arquitectura y entra a
trabajar en una casa de decoración, en representante de la cual viaja a París.
Su idea es enriquecerse rápidamente, pero en su camino se cruza el
cinematógrafo. En concreto una película de Marcel L’Herbier. Cavalcanti le escribe
y ambos se conocen, pero por circunstancias de su itinerante vida, Cavalcanti se
ve obligado a marchar a Inglaterra. Pasa los días metido en el cine, hasta que
un día llega una carta de L’Herbier invitándole a incorporarse cono escenógrafo
a su nueva compañía independiente. Cavalcanti no se lo piensa dos veces y vuelve
a París.
Su primer
trabajo es Résurrection (1923), según
Tolstoi. Poco después se le ofrece la ocasión de visitar España. Es durante el
rodaje de La galerie des monstres (La barraca de los monstruos, 1924). El
brasileño recordará de por vida su visita a la catedral de Toledo y la
contemplación nocturna del Entierro del Conde de Orgaz a la luz de una vela.
El salto a
la dirección está cerca. Le Train sans
yeux (1924), rodada entre la Costa Azul y un hangar berlinés en 1924, no se
estrena hasta después de que Rien que les
heures (1926) haya sido bendecida por los popes de la vanguardia. Son años
de aprendizaje.
Antes de recalar
en el cine sonoro, realiza Yvette
(1928), según la obra de Guy de Maupassant, y hereda de un George Fitzmaurice
vituperado por la prensa gala a causa del tiempo pasado en Estados Unidos el
proyecto de Le capitaine Fracasse. Codirige
con el veterano Henry Wulschleger. Alexandre Benois, escenógrafo de los ballets
de Diaghilev, actúa como decorador. De la obra de Gautier —otras
simplificaciones aparte— descarta el motivo del vínculo fraterno entre Isabelle
(Lien Deyers) y el Duque (un juvenil y casi irreconocible Charles Boyer).
Hay una
suerte de escisión en las imágenes de esta versión de Le capitaine Fracasse. Por un lado, aparecen los recursos épicos: la galopada, la cuerda tendida desde un árbol hasta la torre del castillo para
pasar el foso…
... por otro, los fogonazos de filiación vanguardista, como la imagen del castillo reflejado en el agua que se va descomponiendo en ondas cuando alguien nada bajo la superficie.
... por otro, los fogonazos de filiación vanguardista, como la imagen del castillo reflejado en el agua que se va descomponiendo en ondas cuando alguien nada bajo la superficie.
Composiciones,
ora adscritas al clasicismo formal, ora desniveladas por un arrebato lírico
puramente visual, siempre bellas.
Sin embargo, en su concepción global de la dramaturgia cinematográfica, Cavalcanti quema etapas y se aproxima a pasos agigantados a la narración según el modelo estadounidense, más atento a la progresión dinámica que a los juegos evocativos. Duelos, persecuciones y acción digna de folletón no faltan.
Sin embargo, en su concepción global de la dramaturgia cinematográfica, Cavalcanti quema etapas y se aproxima a pasos agigantados a la narración según el modelo estadounidense, más atento a la progresión dinámica que a los juegos evocativos. Duelos, persecuciones y acción digna de folletón no faltan.
El final es
agridulce. La compañía de cómicos pierde protagonismo. El duque es desterrado
por el rey, que rehabilita a Sigognac. Éste, parte con Isabelle en su carroza.
Sin embargo, el carruaje se ve detenido por una ejecución pública en la plaza
de Grève. El reo es Agostino (Daniel Mendaille), que ha actuado como sicario a
las órdenes del Duque y ahora va a ser ejecutado por el expeditivo método de
atarlo a una rueda y quebrarle todos los huesos con una maza. Los enamorados,
ignorantes de este hecho, lo viven como un mero contratiempo para su felicidad.
Pero, cuando el verdugo va a realizar su trabajo, Chiquita (Pola Illéry), la
niña enamorada de Agostino, sube al patíbulo y le clava un cuchillo en el
corazón. Por fin, la multitud se disuelve y la carroza de Sigognac e Isabelle
se aleja por un paisaje idílico con su rebaño de corderos y todo. El “happy
ending” —conscientemente o no— se sustenta sobre esta muerte terrible y la desdicha
de Chiquita, el personaje más desvalido de toda la cinta. O sea, sobre un
sistema profundamente injusto en el que la felicidad de unos pocos se basa en
la desgracia de los más.
Una vez finalizada la producción, Cavalcanti insiste ante los productores en que, aunque la película se haya rodado muda, es preciso sonorizar, aunque sea parcialmente, las escenas de teatro y danza, cosa que no logrará.
Le capitaine Fracasse (1929)
Producción: Lutèce
Films (FR)
Director: Alberto
Cavalcanti, Henry Wulschleger.
Guión: Alberto
Cavalcanti, de la novela homónima de Théophile Gautie.
Intérpretes: Pierre
Blanchar (el barón de Sigognac / el capitán Fracasse), Lien Deyers (Isabelle),
Charles Boyer (el Duque), Daniel Mendaille (Agostino), Pola Illéry (Chiquita),
Marie-Thérèse Vincent (Séraphine), Odette Josylla (Zerbine), Marguerite Moreno
(Dame Léonarde), Georges Benoît, Léon Courtois, Clairette de Savoye, Vargas.
93 min. Blanco y negro
+ virados.
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