10 de noviembre de 2010

Teoría y práctica de la interpretación, según Méliès


Le Cake-walk infernal (1903), Georges Méliés 

Tenía las ideas muy claras Georges Méliès sobre las cualidades que debían reunir sus actores. Por lo pronto, el intérprete de pantomimas no sirve para el cinematógrafo. Tiene demasiado interiorizado que se dirige al público de una sala... Pero en el cine –opina Méliès– el único espectador es la cámara y nada peor que estar pendiente del tomavistas. Privados de su principal herramienta, la palabra, los actores teatrales tampoco dan el juego apetecido en el cinematógrafo puesto que el gesto es para ellos no más que un apoyo, “mientras que en el cinematógrafo la palabra no es nada y la gesticulación lo es todo”.

También teoriza sobre la interacción entre los distintos intérpretes. Un figurante que entra a destiempo puede crear confusión y desbaratar un costoso truco o conducir la atención del público hacia un punto indeseado. Y Méliès señala la mano izquierda que ha de tener el director con estos actores entusiastas para moderar sus excesos. Tanto más, cuando él suele dirigir desde el interior del plano. Porque además del buen puñado de películas en las que se representa a sí mismo como mago, Méliès, hombre de espectáculo, tiende a ocupar el centro del escenario. De toda la panoplia de personajes que interpretó a lo largo de su vida dos destacan por su fidelidad a ellos. El primero es, evidentemente, el prestidigitador. El segundo, Mefistófeles, un diablillo menor, que reaparece una y otra vez en su filmografía. 

 

 Cuando encarna a su alter ego del teatro Robert-Houdin, Méliès suele lucir su calva natural y su cuidada perilla. El vestuario también puede ser el escénico, con levita y calzón corto. Pero en cuanto el libreto admite el vuelo fantástico el Méliès actor se desmelena en caracterizaciones imposibles: vestuario extravagante, túnicas de fantasía, acompañadas de pelucas y toda clase de apliques capilares, narices postizas, calotas brillantes y barbas kilométricas. Como Groucho Marx, tiene Méliès una habilidad para los nombres sonoros: el astrónomo Crazybrains, el profesor Barbenmacaroni, Bourcier-Saint-Chaffray, o los miembros del Club Geográfico Incoherente, son algunos de sus hallazgos en este terreno que encuentran exacta correspondencia con estas caracterizaciones. Le Maestro Do-Mi-Sol-Do [807-809] (1906) es un buen ejemplo de su estilo frenético. Farsa sin tregua en la que el profesor (Méliès maquillado de augusto) se entrega a una serie de desencuentros con el atril y los instrumentos.

Papeles otras veces menores, casi siempre cómicos, como el obrero y el aduanero que encarna en Le Raid Paris-Monte Carlo en deux heures [740-749] (1905). En Jean d’Arc [264-275] Méliés asume varias pequeñas partes -ubicuidad de mago-, de las cuales llama la atención que se reserve el rol del soldado más punk en el asalto al castillo de Tornelles, el que patea con entusiasmo la valla hasta derribarla y el primero en escalar por la fachada.
De todas las epifanías que uno arrostra al enfrentarse a la visión cronológica de la filmografía conservada de Méliès ésta, su faceta de actor, es seguramente de las más gozosas. Su inventiva podrá flaquear con el paso de los años y la imposición del metraje largo, un formato en el que está claro que no se siente cómodo, pero sus interpretaciones nos trasmiten siempre la misma emoción que una buena persecución de los Keystone Kops, la de una alegría de vivir desbordante y una energía inagotable.


Le Cake-walk infernal [453-457] (1905) 
Producción: Star Film (FR) 
Guión, Dirección e Interpretación: Georges Méliès. 
Blanco y negro + colearados. 4 min.

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