29 de octubre de 2019

Amalia en blanco y negro


Nasci com esta obrigação de cantar fado! Ou foi o fado que fez isto! O fado é destino, portanto deu-me este destino a mim!

Amália Rodrigues

Fado, historia d'uma cantadeira (1946), Perdigão Queiroga

Fado es un melodrama esencial. Un melodrama hecho de música (melos) y drama que apura hasta las heces las convenciones genéricas de la estrella que triunfa dejando atrás las raíces que sustentan su arte. Y si la artista es Amália, la primera dama de la canción portuguesa, la reina del fado, no les digo más.



Amália es Ana Maria, una muchacha humilde del popular barrio lisboeta de Alfama aficionada al canto. Júlio (el madeirense Virgilio Teixeira), lutier y guitarrista, mantiene con ella un noviazgo de siempre y la alienta a que actúe en el club fadista que regenta el orondo Joaquim (Vasco Santana). En esta primera actuación la descubre Chico Fadista (António Silva), un representante que la conducirá a los brazos de un importante empresario teatral (Tony D’Algy). En el camino hacia el éxito, Ana Maria deja de lado a Júlio, que la atormenta con sus celos amorosos y profesionales, y abandona el barrio que la vio crecer. Su éxito impone la renuncia a aquello que la impulsó hasta allí.

Lisboa Filmes era hasta entonces poco más que un laboratorio. Se lanzó a la producción en una colaboración con España dirigida por el húngaro errante Ladislao Vajda, Tres espelhos / Tres espejos (1946). Su siguiente película es una jugada comercial en toda regla. Amália ha debutado en el cine con Capas negras, una historia ambientada en la Coimbra estudiantil. La película aguantará veintidós semanas en la sala de estreno, un récord histórico para un film portugués. Al tiempo, Amália llena a diario el teatro lisboeta en el que actúa. Lisboa Filmes acepta un guión de Armando Vieira Pinto que novela la vida de la cantante. La identificación con el público no puede ser más completa.

Si Júlio puede ser trasunto ficticio de Francisco da Cruz, el guitarrista con el que Amália se casó en 1940 y del que se separó apenas dos años después y Chico Fadista, el calco del empresario José de Melo, que llevó su carrera con mano de hierro, el sarao que organiza el embajador (Raul Carvalho) no deja de ser una recreación de la fiesta en el Hotel Ritz de Madrid organizada por Antonio Ferro, jefe del Secretariado de Propaganda portugués. Estamos en febrero de 1943. Los regímenes fascistas de España y Portugal viven la eterna tensión entre vecinos, pero recurren retóricamente a la hermandad ibérica siempre que pueden. En esta recepción, Amália es la principal invitada. El humorista gallego Wenceslao Fernández Flórez pronuncia el ditirambo de rigor que culmina con el agradecimiento al organizador al que compara con Enrique el Navegante; si éste descubrió nuevos mundos para Portugal, Antonio Ferro “descubre Portugal al mundo”. Y en este descubrimiento tiene parte fundamental Amália, que interpreta tres fados –“voz plena de sentimiento, modulación perfecta, emoción y gracia”, glosa el cronista del diario ABC- y dos temas del cancionero de Imperio Argentina y Concha Piquer: “Los piconeros” y “Antonio Vargas Heredia”.

Otra canción de Concha Piquer, “No me quieras tanto”, simboliza en la película su ascensión en un ejercicio de lo que los sajones llaman crossover.



Amália, dotada para el fado, es capaz de cantar cualquier cosa. Siempre músicas con alma en las que pierde la suya. Esta identificación de “lo portugués” con el fado, enfrentado a otros tipos de música, ya sea culta o extranjerizante, servía de apoteosis a otra comedia musical, O Costa do Castelo (El fresco de Costa, 1943).


Virgílio Teixeira llega al cine a través del deporte, como Erroll Flynn, Félix de Pomés o Johnny Weissmuller. Durante los años cuarenta lleva su carrera en paralelo en España y Portugal, protagonizando algunos de los más populares dramas históricos que Juan de Orduña factura para Cifesa. Parece que su relación con la diva no fue, al menos en principio, demasiado buena. Ambos recordaban como mejor escena de toda la película aquélla del ensayo en que Perdigão Queiroga les pidió que improvisaran. Hay en ella verdaderamente un aliento de sinceridad que traspasa la pantalla.

El éxito de Capas Negras y de Fado, así como la popularidad de Amália en Brasil, donde había grabado sus primeros discos en 1945, sugirieron a Leitão de Barro la idea de realizar en régimen de coproducción luso-brasileña, Vendaval maravilhoso (1949), basada en la vida del poeta antiesclavista Castro Alves y su pasión por la actriz portuguesa Eugénia de Câmara. Amália interpretaba este papel dramático, pero sólo cantaba una canción durante los créditos, lo que según algunos selló el fracaso de la película y el alejamiento de la cantadeira de los platós cinematográficos durante algunos años.

Pueden seguir instruyéndose al tiempo que se deleitan en www.amalia.com.


Fado, historia d'uma cantadeira
(1946)
Producción: Lisboa Filmes (PT)
Director: Perdigão Queiroga.
Guión: Armando Vieira Pinto.
Intérpretes: Amália Rodrigues (Ana Maria), Virgilio Teixeira (Júlio), Vasco Santana (Joaquim Marujo), António Silva (Chico Fadista), Tony D'Algy (Sousa Morais, el manager), Raul Carvalho (el embajador), Eugénio Salvador (Lingrinhas), Jose Vitor (Damião, el padre de Ana), Emilia Villas (Rosa, la madre de Ana), Alda de Aguiar (Senhora Augusta), Aida Queiroga “Nenita” (Luisinha).
Blanco y negro.

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