No resulta fácil para mí, coleccionista obsesivo de películas relacionadas con el circo, hacer una valoración sin prejuicios de la última película de Alex de la Iglesia, Balada triste de trompeta. Pero la actualidad —esa actualidad insuficiente de nuestro cuaderno de bitácora— manda y la notoriedad del director, además de los premios recibidos en Venecia —el León de Plata a la mejor dirección y el premio al mejor guión— y las expectativas que surgieron con las quince nominaciones en la XXV edición de los Premios Goya —que finalmente no se vieron cumplidas, pues solamente recibieron la estatuilla Maquillaje y Peluquería y Efectos especiales—, nos obligan a acercarnos a esta película e intentar servirnos de ella para hacer algunas reflexiones.
Para empezar, me parece una película entretenida, bien hecha, una historia de terror que protagonizan dos payasos que están enamorados de Natalia (Carolina Bang), una bella y camaleónica trapecista. Ya sé que he simplificado demasiado la sinopsis, pero el guión es tan, cómo decirlo, ¿enrevesado?, que no sabría explicar como llegamos a ver al mismísimo Franco siendo mordido en un dedo por el payaso salvaje en el que se convierte Javier (Carlos Areces) o cómo justificar la maravillosa aparición de Raphael, maquillado de payaso, cantando la canción “Balada de la trompeta”, imágenes de Sin un adiós (1970) de Vicente Escrivá, o como explicar el arroje infinito en las telas desde lo alto de la cruz del Valle de los Caídos, por poner algunos ejemplos.
La película es tan compleja, tan exagerada y versátil, tan violenta, negra y esperpéntica que hay tiempo para todo en sus 100 minutos de duración: hay secuencias bélicas, de humor, de amor, de musical, de documental, de suspense, de enredo, de destape, incluso podemos encontrar cine publicitario, y toneladas de terror y de violencia… Lo que menos hay es circo.
De nuevo el circo es utilizado principalmente como escenografía, aunque la historia transcurre de lleno en el circo y sus protagonistas son artistas de circo. Pero si esperábamos ver aunque fuese la mitad de medio número que mereciese la pena nos vamos a ir decepcionados.
Los camiones y remolques del Wonderland, los animales del Circo Jamaica, Dumba, la elefanta de Yvonne Kludsky o las esporádicas y mínimas apariciones de algunos artistas de circo, como la familia Macaggi y otros, poco documentados en los títulos de crédito, no parecen suficientes. Como no parece suficiente, aunque resulta bello y emotivo, el grito de “Viva el circo” que realiza el monociclista Dubi poco antes de ser fusilado.
Para empezar, me parece una película entretenida, bien hecha, una historia de terror que protagonizan dos payasos que están enamorados de Natalia (Carolina Bang), una bella y camaleónica trapecista. Ya sé que he simplificado demasiado la sinopsis, pero el guión es tan, cómo decirlo, ¿enrevesado?, que no sabría explicar como llegamos a ver al mismísimo Franco siendo mordido en un dedo por el payaso salvaje en el que se convierte Javier (Carlos Areces) o cómo justificar la maravillosa aparición de Raphael, maquillado de payaso, cantando la canción “Balada de la trompeta”, imágenes de Sin un adiós (1970) de Vicente Escrivá, o como explicar el arroje infinito en las telas desde lo alto de la cruz del Valle de los Caídos, por poner algunos ejemplos.
La película es tan compleja, tan exagerada y versátil, tan violenta, negra y esperpéntica que hay tiempo para todo en sus 100 minutos de duración: hay secuencias bélicas, de humor, de amor, de musical, de documental, de suspense, de enredo, de destape, incluso podemos encontrar cine publicitario, y toneladas de terror y de violencia… Lo que menos hay es circo.
De nuevo el circo es utilizado principalmente como escenografía, aunque la historia transcurre de lleno en el circo y sus protagonistas son artistas de circo. Pero si esperábamos ver aunque fuese la mitad de medio número que mereciese la pena nos vamos a ir decepcionados.
Los camiones y remolques del Wonderland, los animales del Circo Jamaica, Dumba, la elefanta de Yvonne Kludsky o las esporádicas y mínimas apariciones de algunos artistas de circo, como la familia Macaggi y otros, poco documentados en los títulos de crédito, no parecen suficientes. Como no parece suficiente, aunque resulta bello y emotivo, el grito de “Viva el circo” que realiza el monociclista Dubi poco antes de ser fusilado.
Ni tampoco el personaje del Motorista-fantasma que interpreta Alejandro Tejerías. Mucho menos la licencia, una broma, del director de grabar un lanzamiento de enanos. Humor grueso que se mezcla con secuencias de terror psicológico y visceral, real hasta la nausea, del psicópata y déspota payaso listo.
La historia resulta tan fuerte que me imagino que a ningún gremio le gustaría verse representado en ella. Y mucho menos al circense, que demasiado tiene que luchar por sacarse de encima demasiados estereotipos y mala imagen.
El payaso triste
La secuencia inicial que interpretan Santiago Segura y Fofito —muy bien en el papel— en la que el primero llama al segundo payaso tristón, nos sitúa de lleno en el tópico, sin disimulo. Pero si buscamos referencias fílmicas que nos ayuden a comprender un poco la ruta que recorre Balada triste de trompeta, yo más bien me inclinaría del lado de películas de terror como It (Tommy Lee Wallace, 1990) o Clownhouse (Victor Salva, 1988) que del lado de otras más sutiles como Laugh Clown Laugh (Ríe, payaso, ríe, Herbert Brenon, 1928).
No obstante, la iconografía de payaso mutilado procede de algunos cuadros de Chris Mars, el que fuera baterista del grupo The Replacements. Mars ha desarrollado una carrera paralela como pintor, además de haber realizado varios cortos a partir de sus dibujos. Los cuadros de Mars y, en concreto, uno titulado “Anxiety The Clown”, configuran, con sus paisajes de pesadilla y sus personajes torturados y grotescos, el imaginario de la cinta de Álex de la Iglesia. Un mundo al que, por otra parte, ya se había acercado en Muertos de risa (1999) al retratar a una pareja de cómicos de variedades devenidos ídolos televisivos, cuyo motor humorístico eran la crueldad, el odio y la violencia más extremas. El envoltorio —la España de los años setenta y del boom/bluff del ’92— proporcionaba un envoltorio más colorido al caramelo envenenado que la sórdida Celtiberia surgida de la Guerra Civil que sirve de escenario a Balada triste de trompeta.
Diario de rodaje
"Hago esta película para exorcizar un dolor en el alma que no se me va con nada, como las manchas de aceite. Yo lavo mi ropa con las películas. Me siento ridículo, horrorosamente mutilado por un pasado maravilloso y triste, ahogado por una nostalgia de algo que no ocurrió, una pesadilla informe que me impide ser feliz. Quiero aniquilar la rabia y el dolor con un chiste grotesco que haga reír y llorar a la vez. Quiero quemar con ácido las heridas que me escuecen por la noche, cuando la angustia es insoportable y los demonios que viven a mi lado, susurrándome al oído, se vuelve dolorosamente reales."
Así explica Alex de la Iglesia en el blog de Balada triste de trompeta (http://baladatristedetrompeta.blogspot.com/) sus motivaciones para hacer esta película. Ahora lo entendemos todo. En realidad este blog es un documento excepcional, un extra adicional de la película, que recomiendo leer una vez que se ha visto Balada triste de trompeta. Allí nos encontramos de manera directa, con la sinceridad desnuda que otorga el cansancio, la ansiedad, la presión que supone rodar una película de estas características. Alex escribe de madrugada, después de haber tenido una jornada de trabajo maratoniana y llena de imprevistos, escribe antes de salir disparado a otra localización, escribe sobre si mismo y sobre sus actores, sobre sus técnicos, sobre la película y sobre sus angustias. Un documento colateral que tiene más valor ahora que está estrenada su película que mientras se realizaba el rodaje.
Y es que Balada triste de trompeta no es una película típicamente española en cuanto a las necesidades de producción. Si se necesitaban 11 semanas para rodar sin demasiadas prisas, producción le ha hecho saber que solo contará con cuarenta y cinco días, quería dos elefantes pero solamente hay dinero para uno, la secuencia en el Museo de Cera resultaría demasiado cara, igual que en el Museo del Prado, así que finalmente se rodará en el Parque de Atracciones y así sucesivamente. Una vez vista la película, sus quejas, sus rabietas, los piropos a los actores o a sus técnicos, los entendemos mucho mejor, lo mismo que algunas secuencias cobran su verdadera dimensión después de enterarnos de algunos detalles de su grabación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario