Madam Satan (1930), Cecil B. DeMille
Aparte de sus mastodontes épico-bíblicos Cecile B. DeMille fue uno de los máximos creadores de la comedia sofisticada silente. Maridos aburridos y mujeres frívolas jugaban a las cuatro esquinas antes de que, con el “The End”, el orden burgués quedara inevitablemente restablecido.
Con la llegada del sonoro DeMille fichó por la Metro-Goldwyn-Mayer, aunque su contrato no admitía las injerencias del todopoderoso Irving Thalberg. En el estudio en el que había más estrellas que en el cielo DeMille realizó el único musical de su carrera. Pero, claro, no se iba a conformar con un musical cualquiera.
Madam Satan es un batiburrillo genérico en el que se salta sin transición de la farsa marital al cine de catástrofes, de los efectos especiales al slapstick, del pase de modelos epatante al puro melodrama.
El abultado presupuesto incluía el rodaje de varias secuencias musicales en color, dieciséis días de ensayos y cincuenta y cinco de rodaje, el vestuario de Adrian y los decorados y diseños visuales de Mitchel Leisen y Cedric Gibbons.
En el terreno estrictamente musical lo más estrambótico es un ballet eléctrico que parece el cruce de Metrópolis con los Ziegfield Follies.
Lo más disfrutable, una canción “Slow Down” interpretada por Lillian Roth y su compositor, Jack King.
El accidente del dirigible en el que se celebra la fiesta, con los “náufragos” lanzándose en paracaídas en traje de noche sobre Central Park tampoco tiene desperdicio.
Madam Satan (1930)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director: Cecil B. DeMille.
Guión: Jeanie Macpherson, Gladys Unger, Elsie Janis.
Intérprete: Kay Johnson (Angela Brooks), Reginald Denny (Bob Brooks), Lillian Roth (Trixie), Roland Young (Jimmy Wade), Elsa Petersern (Martha), Jack King (Herman), Edward Prinz (Biff), Boyd Irwin (el capitán), Wallace MacDonald (el contramaestre) y Abe Lyman y su banda.
110 min. Blanco y negro.
2 comentarios:
Un filme verdaderamente singular, pura extravagancia, lleno de planos insólitos, de decorados extraterrestres, de lujo y fascinación, muy en las antípodas del devenir posterior del género, y con un aire entre inmoral y pecaminoso que no logra estropear el -por otra parte incoherente- final, con el casquivano regresando a los brazos de su esposa, mutada de recatada en fatal seductora...
Excelente recomendación, no la conocía.
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