Polly of the Circus (Polly,
la chica del circo, 1932), Alfred Santell
La moralidad en la localidad de Oronta, “el
orgullo de Nueva Inglaterra”, no es cosa de bromas. Cuando el Circo Nailor
llega a la ciudad, Polly (Marion Davies) se encuentra que, sobre los carteles
que anuncian su actuación en el trapecio, la policía local ha colocado
pudibundos pololos y chales cubriendo las vergüenzas que las ceñidas mallas
resaltaban.
Mademoiselle Polly es “la reina del aire” y el Nailor, “el mayor espectáculo del mundo”. No es manca la carpa, no. Tres pistas en las que actúan elefantes, payasos, amazonas, gorilas, trapecistas… Dispone, además, de un tren propio en el que artistas, animales y material se desplazan de una ciudad a otra y en el que individualizamos a Half-Pint (“Little Billy” Rhodes) y a una mujer barbuda.
Polly of the Circus se rueda el mismo año y para el mismo estudio para el que Tod Browning crea Freaks (La parada de los monstruos, 1932), de modo que Alfred Santell no debía poder disponer de la mayoría de los fenómenos que se movían en la periferia de la fábrica de sueños… y de pesadillas. Tampoco los necesita. El drama no está en los carromatos ni en la pista, sino en el enfrentamiento de dos caracteres y en el amor que les alía en contra de la hipocresía.
La pizpireta Polly achaca el prurito moralista
al reverendo John Hartley (Clark Gable), un pastor protestante poco dado a la
ortodoxia, puesto que cuando lo vemos por primera vez está dedicado a la lucha
libre en el gimnasio de la parroquia. La batalla de sexos está servida. Sobre
todo, a partir del momento en que Polly cae del trapecio despistada por la
grosería de un espectador y la llevan a recuperarse a casa del reverendo. Allí
surge el amor. Sin embargo, para no perjudicar a su marido Polly se sacrificará
y regresará a la vida trashumante.
La obra teatral de Margaret Mayo había triunfado en Broadway en la primera década del siglo XX y fue la primera producción de Samuel Goldwyn en 1917. Protagonizó la película Mae Marsh.
Tres lustros después, con la irrupción del
sonoro, el estudio en el que se había integrado Goldwyn debió considerar que se
le podía dar una nueva oportunidad al argumento. Marion Davies y el magnate
periodístico William Randolph Hearst llevaban varios años produciendo con su
marca, Cosmopolitan Productions, las cintas que protagonizaba ella y M-G-M
tenía un acuerdo de coproducción y distribución con ellos, de modo que todo
quedaba en casa.
Polly of the Circus (Polly, la chica del circo, 1932)
Producción:
Cosmopolitan Productions para Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU)
Director:
Alfred Santell.
Guión:
Carey Wilson y Laurence E. Johnson, de una obra teatral de Margaret Mayo.
Intérpretes:
Marion Davies (Polly), Clark Gable (el reverendo John Hartley), C. Aubrey
Smith (el reverendo James
Northcott), “Little Billy” Rhodes (Half-Pint), Guinn “Big Boy” Williams y Clark
Marshall (Eric y Don Álvarez, los
trapecistas), Jack Baxley (el jefe de pista), Raymond Hatton (Downey), David
Landau (Beef), Ruth Selwyn (Mitzi), Maude Eburne (la señorita Jennings), Lillian
Elliott (la señorita McNamara), Phillip Crane (un trapecista).
72 min.
Blanco y negro.
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