Never Weaken
(1921), Fred Newmwyer
En la mayoría de sus películas de dos y tres bobinas, el
personaje de Harold Lloyd carece de nombre. Los títulos de crédito lo denominan
simplemente “El Chico”. Ésta es la última de tres –o sea, de unos treinta
minutos- antes de que el productor Hal Roach decidiera seguir aumentando el
metraje camino del largo. No obstante, la estructura en tríptico es evidente y
cada rollo desarrolla una situación cómica completa a la que sirve de ligazón
con el conjunto la historia de amor imposible entre El Chico y La Chica
(Mildred Davis, con la que Lloyd contraería matrimonio un par de años más
tarde).
El Chico… Así, en genérico. Casi una abstracción. Urbano,
profesional… Nada que ver con el marginado encarnado por Chaplin ni con la
“bayeta humana” interpretada por Keaton. Ni siquiera con “Lonesome Luke”, el estrafalario
personaje al que el propio Lloyd había dado vida durante la etapa de Rolin
Films. El tipo de las gafitas es la perfecta encarnación de la década de los
veinte, siempre sujeto al vértigo de la velocidad o de las alturas.
En esta ocasión, serán las alturas. El Chico terminará
intentando salvar su vida en el último piso de un rascacielos en construcción
cuando minutos antes lo único que quería era acabar con ella. Con su vida,
queremos decir. Y todo por un error de apreciación. Lloyd repetiría estos
trampantojos en muchas de sus películas. En esta ocasión, la visión escorada de
la chica en brazos de otro (Roy Brooks, el ayudante de dirección habitual de
Lloyd) le (y nos) impide ver que el tipo es un predicador y escuchar que ha
venido según ha hecho los votos para poder casarlos.
Antes había estado en una situación similar. Al pasar por
delante de una de las oficinas del edificio ha visto como un tipo salía
disparado por el aire y recibía un tremendo trompazo. El Chico entra corriendo
a socorrerle para descubrir que no hay atacante alguno —el encuadre desde el
pasillo le (y nos) obstaculizaba la vista. El tipo (Mark Jones) le tranquiliza
acreditando su condición de acróbata. “Pasé diez años cabeza abajo con Barnum y
Bailey”, explica.
El chico, siempre expeditivo, le pide que colabore con él
para que la consulta del osteópata en las que trabaja su novia no tenga que
cerrar. Lo utilizará como gancho para una curación milagrosa en plena calle después
de un trompazo tremendo y los peatones con problemas de movilidad correrán
raudos a la consulta del doctor. Pero las cosas se complican por la presencia
de un agente de policía (Charles Stevenson) y El Chico no tendrá más remedio
que buscar una nueva solución: convertir una calle recién regada en pista de
patinaje gracia a un paquete de jabón en polvo.
Pero entonces, ¡ay!, El Chico descubre que La Chica se la
pega con otro. La vida carece de sentido y decide suicidarse. La preparación
del suicidio es un prodigio de ritmo y observación. El Chico encuentra excusas
para descartar el veneno, la electrocución o atravesarse el corazón con un
pincho clava notas… La pistola requiere la utilización de un sofisticado
sistema que le hace creer que está efectivamente muerto cuando sale por la
ventana enganchado en una viga del lindante edificio en construcción, escucha
un coro angelical y contempla a una de las cariátides de la fachada edificio
con sus alas desplegadas.
Pronto se dará cuenta de que no hay tal y de que suspendido
a cien metros del suelo, su vida está en serio peligro. Aunque Lloyd llevará
esta situación hasta sus últimas consecuencias en Safety Last! (El hombre mosca,
Fred Newmeyer, 1923) y en Feet First
(¡Ay que me caigo!, Clyde Bruckman, 1930),
aquí ya está perfectamente medida y constituye un buen ejemplo de la comedia
del riesgo, de la que Lloyd fue uno de los más conspicuos cultivadores.
Never Weaken (1921)
Producción: Hal
Roach (EEUU)
Director: Fred Newmeyer.
Guión: Hal
Roach, Sam Taylor. Intertítulos: H. M. Walker.
Intérpretes:
Harold Lloyd (El Chico), Mildred Davis (La Chica), Roy Brooks (El Otro), Mark
Jones (El Acróbata) Charles Stevenson (El Agente de Policía).
29 min. Blanco
y negro.
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