8 de febrero de 2016

El inventor Pollard (o los magnates del crudo se lo siguen llevando crudo)


It’s a Gift (1923), Hugh Fay

Somos de los que utilizan las páginas de color salmón del periódico para limpiar los cristales de la caravana. Así que no es de extrañar que no nos hayamos enterado hasta ayer de la caída del precio del petróleo. Resulta que ahora está en mínimos de hace once años, con el barril Brent y el Texas, de referencia en Europa y en Estados Unidos respectivamente, cotizando casi en paridad en torno a los 33 dólares. Asunto nada baladí, pues lo mismo vale para que se monte un pitote en Venezuela que organicemos una guerra en Oriente Próximo.


Andábamos en estos dimes y diretes después ver It’s a Gift, una de las cintas más suculentas del comediante del estudio de Hal Roach, Harry “Snub” Pollard. La copia que vimos no se corresponde exactamente con la que se puede ver en YouTube:


En la nuestra, un intertítulo detalla la condición de los hombres dispuestos a solicitar la ayuda del inventor Pollard. Son “Magnates del Petróleo, Corredores de Bolsa, Promotores, Financieros… y algún hombre honrado”. Son ellos los que, desacreditados por desaprensivos que venden cualquier cosa como combustible, provocando los consiguientes desastres, deciden recurrir al hombre que ha descubierto el modo de sustituir los peligrosos carburantes de origen fósil.

Tras este prólogo de didascalias satíricas y explosiones que provocan auténticos estropicios, estamos por fin en condiciones de conocer al protagonista.


Una serie de ingeniosos artefactos se ponen en marcha mediante cordeles que el interesado maneja desde la cama. Keaton ya había explotado estos mecanismos mecánicos en The Scarecrow (Buster Keaton y Edward F. Cline, 1920) y volvería a hacerlo en The Navigator (El navegante, Buster Keaton y Donald Crisp, 1924).  Ahora bien, lo que en Keaton es ocasión para una demostración del arte de la pantomima y de la coreografía cómica, en Pollard sirve de motor para el hallazgo visual autónomo: una pluma acoplada al despertador hace cosquillas en las plantas de los pies del dormilón, el mecanismo del tocadiscos sirve para poner en marcha sendos cepillos que limpian chaqueta y zapatos… También Charley Bowers convertirá la maquinaria –siempre desproporcionadamente grande para realizar tareas más o menos sencillas- en centro argumental y escenográfico de muchas de sus películas [http://www.circomelies.com/2011/12/vida-sonada-de-charley-bowers.html].


Al recibir la invitación de los magnates del petróleo el inventor Pollard coge su vehículo y se pone en marcha. Un error elemental de narración, da lugar al segmento más feliz de la peliculita. Porque el espectador no tiene más remedio que colegir –contigüidad y causalidad obligan- que éste es su hallazgo para acabar con las explosiones producidas por el combustible adulterado. Cuando, después de muchas peripecias, Pollard llegue a la mansión de los magnates comprobaremos que no es así, que él ha creado un potentísimo derivado de la gasolina que, con una sola gota, convierte a una flotilla de Fords en un desquiciado ballet automovilístico.

Hablábamos de yerro narrativo porque Pollard se desplaza en un coche magnético. Le basta con coger un imán gigante e introducirse en un pequeño vehículo, cruce de cohetito mélièsiano y biscúter.


Un nuevo juego de palabras revela la naturaleza del auto. Con la simple supresión de una letra, “Garbage” —basura— se convierte en “Garage” —cochera—. Es en éste recorrido, con un inciso para hacer una demostración de la inutilidad de sus “zapatones a prueba de agua”, donde el bigotón de Pollard luce con mayor imperturbabilidad cómica y donde su habilidad o su impericia en el manejo del imán le van a meter en complicaciones de las que tendrá que escapar gracias a sus propios recursos inventivos.


No hay otro remedio. Hace un siglo, como hoy, los magnates del petróleo no se andaban con chiquitas.

It’s a Gift (1923)
Producción: Hal Roach Studios (EEUU)
Director: Hugh Fay.
Intérpretes: Harry “Snub” Pollard, Marie Mosquini, William Gillespie, Wallace Howe, Mark Jones.
10 min. Blanco y negro.

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