Ya estamos de nuevo enredados en los secretos de la vida artificial. Bien poco hace que comentábamos la edición de Carmen Bravo Villasante de los cuentos de E.T.A. Hoffmann y hoy proyectamos tres de ellos en la carpa: “Der Sandmann”, “Rath Krespel” y “Das verlorene Spiegelbild”.
Los tres fueron musicados por Jacques Offenbach con libreto de Jules Barbier. La opereta resultante (Les contes d'Hoffmann) se estrenó en la Opéra Comique de París el 10 de febrero de 1881. Setenta años después el dúo dinámico del cine británico –Powell y Pressburguer, alias The Archers- que han tenido un éxito internacional multitudinario con una película de y sobre el ballet, The Red Shoes (Las zapatillas rojas, 1948), acometen la adaptación de esta ópera. No se trata tanto de la filmación de un espectáculo como de una nueva puesta en escena con medios estrictamente cinematográficos. Un tour de force en el que la coreografía toma –sobre todo en el prólogo, el epílogo y el primer sketch- el lugar del canto.
The Tales of Hoffmann contó con una nómina de colaboradores de lujo. Sir Thomas Beecham compuso los arreglos de la partitura original y la grabó para que toda la película se pudiera rodar en playback. Moira Shearer, Ludmilla Tchérina, Léonide Massine y Robert Helpman repitieron del reparto de The Red Shoes. Lo mismo ocurrió con el director artístico Hein Heckrot, que había ganado el Oscar por su labor en aquella. Chris Challis, el director de fotografía habitual de las producciones de The Archers, pone toda la carne en el asador. El resultado es una película de un barroquismo exacerbado. Su tratamiento del color y el decorado la emparienta con la Lola Montès ophulsiana; su propuesta estilística la acerca a Le Carrosse d’or. The Tales of Hoffmann se estrenó en el Metropolitan Opera House de Nueva York el 1 de abril de 1951. El 18 del mismo mes fue presentada en el cine Carlton de Londres con la presencia de la reina y de otra pareja de monarcas del otro lado del Atlántico: Bogart y Bacall. Poco después se proyectó en Cannes. Allí Powell se enfrentó con el todopoderoso productor Alexander Korda. Si quería acceder a la Concha de Oro debía cortar el último acto. La película era demasiado larga. En un acto de coherencia suprema con el contenido de sus películas, Powell decidió mantener la integridad de su película; esto es, apostar por el Arte y dejar de lado el Comercio. En sus memorias, acusa a su compañero de desvelos de ponerse al lado de Korda. De este modo The Tales of Hoffmann se convirtió en el principio del fin de The Archers.
Spalanzani y Coppelius
El propio Hoffman (Robert Rounseville) relata a un grupo de estudiantes sus aventuras amorosas. La primera de ellas, ocurrió en París. Ella se llamaba Olympia.
El creador de autómatas Spalanzani (Léonide Massine) ha concebido a la bella Olympia (Moira Shearer). Coppelius (Robert Helpmann), su colaborador y rival, le ha proporcionado los ojos para la muñeca. Cuando Hoffmann acude al taller del primero, Coppelius, siempre dispuesto a cerrar un buen trato, le vende unas gafas con las que todo parece más animado. Con ellas, el mecanismo de un reloj se transforma en un ballet armónico y, sobre todo, vivo. Hoffman se enamora perdidamente de ella. La parte cantada se escucha en off dejando total libertad a Moira Shearer para ejecutar su danza mecánica. Además, la escena se rueda mediante el sistema de cámaras múltiples para otorgar mayor fluidez al ballet.
Spalanzani quiere vendérsela pero Coppelius reclama su parte en el trato. Spalanzani le entrega un cheque, pero cuando va a hacerlo efectivo, Coppelius se entera de que carece de fondos. Enfurecido, vuelve al taller y desmiembra a la muñeca. Hoffmann asiste horrorizado al desmantelamiento del objeto de su amor. El coro, con una ironía que roza el sarcasmo, canta: “Ha, ha, ha. It’s too dramatic. / His beloved it’s automatic”. Spalanzani y Coppelius se lanzan a una orgía de destrucción. El Technicolor y la riqueza abigarrada de los decorados no nos hacen perder de vista que nos encontramos en el reino de Méliès. Además del desmembramiento de Olympia, Powell emplea mil trucos de cámara y se olvida de los de laboratorio: ralentizados, acelerados, inversión de la marcha de la película, telones que se disuelven por efecto de la iluminación o la espectacular escena de la escalera, dibujada en el suelo y convertida en elemento arquitectónico en virtud del ángulo de la cámara y la sugerencia de la coreografía.
En una doble pirueta, las marionetas de Cochenille (Frederick Ashton) se transforman en espectadores del ballet que va a ejecutar Olympia. Sirven como coro a la acción e interactúan con la bailarina. El triple salto mortal llega al final, cuando vemos al propio titiritero convertido también en marioneta. ¿Una metáfora de Michael Powell en manos del productor? Es lo bueno que tiene el cine, que cada uno lo interpreta según su conveniencia.
Los otros dos episodios quedan un poco más diluidos. Del veneciano bebió seguro Fellini para su Casanova (1976). El sketch griego, el de la madurez de Hoffmann, es también el más trágico. Su enemigo, la encarnación del mal, se va arrancando las máscaras una tras otra. Coppelius / Lindorf / Dapertutto / el doctor Miracle triunfa definitivamente sobre él y le arrebata su última posibilidad de amar.
Postdata
No olvidamos que Ernst Lubitsch realizó también una de sus películas alemanas más gamberras sobre este mismo argumento. Nos comprometemos solemnemente a hablar otro día de Die Puppe (1919).
Sr. Feliú
The Tales of Hoffmann (Los cuentos de Hoffmann, 1951) Producción: The Archers (GB)
Dirección: Michael Powell y Emeric Pressburger.
Guión: Michael Powell y Emeric Pressburger, basado en la opereta de Jacques Offenbach con libreto de Jules Barbier adaptado al inglés por Dennis Arundell.
Intérpretes: Moira Shearer (Olympia / Stella), Léonide Massine (Spalanzani / Schlemil / Franz), Robert Helpmann (Coppelius / Lindorf / Dapertutto / Dr. Miracle), Robert Rounseville (E.T.A. Hoffmann), Frederick Ashton (Cochenille / Kleinsach), Pamela Brown (Nicklaus), Ludmilla Tchérina (Giulietta), Anne Ayars (Antonia), Mogens Wieth, Lionel Harris, Philip Leaver, Meinhart Maur, Edmond Audran.
128 min. Color (Technicolor)
2 comentarios:
No he podido ver esta película. De la ilustre pareja -la de más clase de todo el cine británico, sin duda- la que me gustó una enormidad y no he podido conseguir posteriormente es "Corazón salvaje", con una indómita Jennifer Jones, y un uso del color y de los elementos de la naturaleza asombrosos y extraordinariamente sugestivos.
Venerable Abuelito:
"Corazón salvaje" sufrió de la incompatibilidad de caracteres entre la pareja "de más clase de todo el cine británico" y el todopoderoso marido de la señorita Jones, David O. Selznick. Vista "Gone to Earth", le cortó más de treinta minutos y encargó al también elegantísimo Mamoulian que rodara escenas con un poco menos de paganismo y un poco más doblegadas al código Hays.
La vi en televisión y supongo -por el título: "The Wild Heart"- que fue esta segunda versión.
Reciba un saludo y el agradecimiento (doble) de sus nietos
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