PARA EXPLICAR su método de trabajo Jacques Tati solía recurrir a un ejemplo extraído de Les vacances de Monsieur Hulot. Su coche sufre un reventón y se detiene ante un cementerio. Cohibido por la presencia de los asistentes a un entierro intenta reparar la rueda. Ha llovido y las hojas caídas se pegan a sus suelas. Saca una llanta y la deja a un lado. En ese momento, llega un coche fúnebre del que desciende un empleado con una corona. Monsieur Hulot acaba de coger del suelo el neumático cubierto de hojas secas. El de la funeraria se detiene ante él. La analogía entre los objetos que ambos sostienen en las manos es diáfana. El de la funeraria toma la rueda de repuesto y con gesto grave la coloca sobre la tumba.
Argumentaba Tati que en manos de Keaton o Chaplin este mismo gag se hubiera desarrollado de otro modo. Cualquiera de ellos hubiera hecho del cambio de función del objeto un acto consciente a fin de librarse de la incomodidad del momento. Hulot no es, por tanto, un vivo, capaz de escapar de una situación apurada gracias a su habilidad e ingenio. Hulot es un agente del caos; alguien capaz de embarullarlo todo sin darse cuenta de nada. No se nos oculta, no obstante, el conocimiento profundo que tenía Tati de los maestros del slapstick. En uno de los chistes mejor medidos de Jour de fête, François entra en la iglesia. Hemos visto desaparecer por arriba al sacristán agarrado a la cuerda que hace funcionar la campana. Cuando baja, el cartero le entrega la carta y el sacristán le da, a cambio, la soga. Mientras el sacristán lee, François vuela. Entra una beata. François desciende, acuciado por la prisa, y le entrega la cuerda a la mujer, que sale por los aires. Tati había ensayado milimétricamente éste gag. Tanto, que aparece en una versión casi idéntica en el cortometraje L'ecole des facteurs.
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