25 de marzo de 2010

En el Parque de Atracciones nada sigue igual


La vida sigue igual (1969), Eugenio Martín 

De las atracciones con las que se inauguró el modernísimo Parque de Atracciones de Madrid en 1969 muchas han desaparecido ya. Prestaba su singular perfil al parque de la Casa de Campo la montaña rusa denominada “7 Picos”. Fue diseñada por el alemán Anton Schwarzkopf (http://schwarzkopf.coaster.net) y desmontada en 2005 para dar cabida a nuevas atracciones, en una de las sucesivas remodelaciones que han intentado adecuar la oferta del parque madrileño a la de los parques temáticos de nueva construcción. El mismo camino siguieron atracciones tan emblemáticas como “El Pulpo” -desmantelada después de un accidente mortal en 1986-, “El Gusano Loco”, el “Laberinto de los Espejos” o la “Casa Magnética”.

Casi todas las atracciones tienen cabida en La vida sigue igual, la película que novelaba la biografía de aquel joven Julio Iglesias que tras una lesión futbolística triunfaba en el Festival de Benidorm. Se trata de sendas escenas con montaje musical. En tanto que en la primera, Julio y su novia, María José (Charo López), se divierten y juguetean, la segunda es un paseo nostálgico, con las atracciones –el tiovivo, los coches de choque…- cerradas.

También se rodaron en sus instalaciones El padre de la criatura (1972), con Paco Martínez Soria, Una abuelita de antes de la guerra (1975), con Isabel Garcés y Tres suecas para tres Rodríguez (1975), con Tony Leblanc, Antonio Ozores y Rafael Alonso corriendo tras sendas nórdicas. Se ve que el contrapunto resultaba eficaz.

En La vida sigue igual Julio Iglesias alterna sus estudios con el fútbol como jugador "amateur" del Real Madrid. Un día, se lesiona el portero del equipo y el entrenador le comunica que debutará el próximo domingo. Julio celebra con sus amigos y con Maria José, su novia, su próximo debut como titular del Real Madrid. Pero aquella noche sufre un accidente de automóvil y queda paralítico. La recuperación es lenta. Sus amigos –Micky (Micky, el de los Tonys), Quique (Andrés Pajares), el vividor, e incluso su novia le visitan cada vez menos. En un hotel de la costa mediterránea encontrará un nuevo amor en la telefonista (Jean Harrington) que le inspirará esas baladas melosas con las que se presenta al Tercer Festival de la Canción Europea.

El certamen, presentado por el televisivo José Luis Uribarri, tiene lugar de nuevo en el Auditorio del Parque de Atracciones, un anfiteatro al aire libre con capacidad para ocho mil personas sentadas –eso sí, sobre duro cemento-, que en su día fue escenario de cuanto concierto multitudinario pudiera albergar Madrid. Serrat, Massiel, Camilo Sesto, Raphael o Los Pecos, cantaron allí. La película no es apta para diabéticos ni para hipocondríacos. 

La vida sigue igual (1969) 
Producción: Star Films / Filmayer Producción (ES) 
Director: Eugenio Martín. 
Guión: Vicente Coello, Leonardo Martín, Miguel Rubio y Eugenio Martín. 
Intérpretes: Julio Iglesias (Julio), Jean Harrington (Luisa), Charo López (María José), Micky (Micky), Mayrata O'Wisiedo (la madre de María José), Andrés Pajares (Quique), William Layton (don Miguel), Florinda Chico (Mercedes), Goyo Lebrero (Atilio), Rafael Hernández (el taxista), Erasmo Pascual (), Betsabé Ruiz (), María Dolores Tovar (), Paquito Rodriguez (), Paloma Juanes, Inma de Santis (la niña), Bárbara Rey (una gogó en el Sagitario). 
91 min. Color (Eastmancolor)

22 de marzo de 2010

Saturno en una azotea de Tokio


House of Bamboo (La casa de bambú, 1955), Samuel Fuller 

Un parque de atracciones en la azotea de un edificio comercial de Tokio. Suponemos que estará allí para que los niños se entretengan mientras sus padres hacen la compra. Hay un trenecito infantil y una pequeña noria con avioncitos. La atracción principal es una especie de Saturno giratorio en cuyo anillo se sienta el público para contemplar una panorámica circular de la ciudad desde lo alto.

Cuando Sandy Dawson (Robert Ryan) desemboca allí perseguido por Eddie Spanier (Robert Stack) ya sabemos que en este escenario se dirimirá el desenlace de House of Bamboo. Ambos van armados. Sandy es un tipo sanguinario pero amigo de sus amigos; un mafioso de tomo y lomo que pone la lealtad por encima de todo. Ha acabado con su lugarteniente (Cameron Mitchell) de modo expeditivo al sospechar que le hubiera traicionado. Pero, no, el traidor es Eddie. Y la deslealtad en la banda de Sandy Dawson se paga con la vida.

La policía desaloja a los niños. Sandy trepa a la atracción planetaria. Desde ahí domina toda la azotea. Eddie ordena que pongan en marcha la rueda. Cruce de disparos. Mientras Sandy responde al fuego de la policía, Eddie logra subir. La suerte está echada.

Violencia seca, percutiente, que hace que cuatro o cinco escenas nos atraviesen de parte a parte como certeros balazos con la rúbrica de Sam Fuller. 

House of Bamboo (La casa de bambú, 1955) 
Producción: 20th Century-Fox (EEUU) 
Director: Samuel Fuller. 
Guión: Harry Kleiner. 
Diálogos adicionales: Samuel Fuller. I
ntérpretes: Robert Ryan (Sandy Dawson), Robert Stack (Eddie Spanier), Shirley Yamaguchi (Mariko), Cameron Mitchell (Griff), Brad Dexter (el capitán Hanson), Sessue Hayakawa (el inspector Kito), Biff Elliot (Webber), Sandro Giglio (Ceram), Elko Hanabusa. 
102 min. Color. Scope.

19 de marzo de 2010

Adúlteros en la feria de Nottingham


Saturday Night and Sunday Morning
(Sábado noche, domingo mañana, 1960), Karel Reisz 

Free Cinema 
Alan Sillitoe, el autor de la novela en que se basa Saturday Night and Sunday Morning, había huido del ambiente asfixiante de Nottingham en la década de los cincuenta y recala en España, en Mallorca, decidido a dedicarse a la literatura. Las aventuras de Arthur Seaton se inspiran en una anécdota que le cuenta su hermano sobre un compañero de trabajo que los fines de semana bebe hasta desplomarse en las escaleras de su casa. Tres años después de su publicación, en 1961, la novela había vendido un millón de copias en edición de bolsillo. Es probable que parte de este éxito editorial se debiera a la encarnación que Albert Finney hizo del (anti)héroe sillitoeano. Su padre también era un buen trabajador. Los patrones se encargan siempre de recordarlo, pero los jóvenes airados rechazan este blasón por alienante. El trabajo no dignifica, embrutece. Karel Reisz, emigrado al Reino Unido durante la ocupación nazi, crítico de la revista cinematográfica “Sequence” y coordinador de la programación del National Film Theatre, elige esta novela para su debut en el largometraje. Produce la Woodfall de Tony Richardson —¿recuerdan The Entertainer?—.

Las películas de los jóvenes airados británicos –los creadores, a mediados de los años cincuenta, de la etiqueta “Free Cinema”- suelen situar su acción en barrios obreros de ciudades industriales. Películas “de fregadero” las bautizaron despectivamente los críticos en su época. La cámara entraba, efectivamente, en las cocinas de esas casas unifamiliares de ladrillo ennegrecido, en las fábricas, en las oficinas siniestras, en las cadenas de montaje. Claro que el ojo inquieto también se colaba en los espacios de ocio: pubs, clubs de baile, ferias…

Lo único que quiero es pasarlo bien 
La secuencia de precréditos nos sitúa en una cadena de montaje en una factoría de Nottingham. Un travelling individualiza la figura de Arthur Seaton (Albert Finney). Su voz en off da cuenta de su espíritu indomeñable. Catorce chelines a la semana por mil piezas diarias, ni una más. El viernes recoge la paga, entrega la mitad a su madre y se va de juerga. No está dispuesto a terminar como sus compañeros, que fueron sojuzgados durante la guerra y ahora lo siguen siendo por los métodos de producción tayloristas: —Lo único que quiero es pasarlo bien. El resto es propaganda.

El nervio de la cinta, su pulso vibrante, queda subrayado por una partitura jazzística de Johnny Dankworth, que se mezcla con melodías populares procedentes de la radio, la feria o la banda de rock’n’ roll que toca en el pub. Sorprende en cambio encontrarse en dos puestos claves como son fotografía y montaje a dos profesionales cuyos nombres se asocian a las producciones de terror de la Hammer, como Freddie Francis y Seth Holt. A pesar de ello, la mirada documental se revela en la captación de mil detalles del trabajo en la fábrica o el ambiente del pub. No olvidemos que los creadores del Free Cinema habían propugnado un nuevo modo de acercarse a la realidad contemporánea de su país.

En el pub Arthur bebe hasta reventar y luego se marcha con Brenda (Rachel Roberts), la mujer del capataz. Pero Arthur la engaña con la joven Doreen (Shirley Ann Field). Arthur y Brenda se encuentran en la feria instalada en la ciudad. Una feria idéntica a otras tantas de cualquier lugar y época: coches de choque, un carrusel, puestos de tiro al blanco y puestos de juegos de azar. Todas ellas quedan perfectamente integradas en unas escenas rodadas y montadas con nervio documentalista. Arthur ha ido con Doreen y su amigo Loudmouth (Colin Blakely, el doctor Watson en la particular visión de Holmes por Billy Wilder). Brenda está con su hijo, su marido y dos amigos de éste, militares. No es mal sitio la feria para un encuentro clandestino. Pero todo ocurre vertiginosamente aquí. Arthur y Brenda sólo tienen tiempo para hacerse reproches, no para explicarse. Tampoco sabrían. 

La escena finaliza cuando los soldados corren en pos de Arthur en tanto que el marido de Brenda la abofetea en público por su infidelidad. La música y el bullicio incontenibles sirven de oportuno contrapunto. 

Saturday Night and Sunday Morning (Sábado noche, domingo mañana, 1960)
Producción: Woodfall Film (GB)
Director: Karel Reisz. 
Guión: Alan Sillitoe, basado en su novela homónima. 
Intérpretes: Albert Finney (Arthur Seaton), Shirley Anne Field (Doreen), Rachel Roberts (Brenda), Hylda Baker (tía Ada), Norman Rossington (Bert), Bryan Pringle (Jack), Robert Cawdron (Robboe), Edna Morris (Mrs. Bull), Elsie Wagstaff (Mrs. Seaton), Frank Pettitt (Mr. Seaton), Colin Blakely (Loudmouth), Avis Bunnage, Irene Richmond (la madre de Doreen), Louise Dunn (Betty), Anne Blake. 
89 min. Blanco y negro.

17 de marzo de 2010

Las atracciones de Brighton


Brighton Rock (1947), John Boulting 

Los gemelos Boulting 
En el cine británico de posguerra los creadores cinematográficos a cuatro manos crecían como setas. Sería el clima. O acaso el paraguas que les ofrecía sir Arthur Rank para distribuir sus películas. De este modo se asentaron varios tándems de directores-productores-guionistas que actuaban desde una relativa independencia. Los que más veces dieron en la diana fueron los arqueros Powell y Pressburger, pero no deben olvidar ustedes a Sydney Gilliat y Frank Launder ni a los gemelos Boulting.

Habitualmente uno de los Boulting dirigía y el otro producía. En Brighton Rock le tocó a John lidiar con los actores y a Roy quedarse en la oficina. Ambos tenían ciertas preocupaciones sociales. John había luchado en España con las Brigadas Internacionales y durante la Segunda Guerra Mundial se incorporó al equipo cinematográfico de la RAF para la que rodó un docudrama sobre la tripulación de un bombardero titulado Journey Together (1945). El protagonista… Dickie Attenboroug.
Ustedes conocen a Lord Richard Attenborough porque dirigió esos monumentales biopics sobre Gandhi (1982) y Chaplin (1982), pero en 1947 todavía lo llamaban Dickie. El joven actor se había ganado la simpatía de todos los británicos como el joven marinero que muere al final de In Which We Serve (Sangre, sudor y lágrimas, 1942), la película de esfuerzo bélico que supuso el debut en la dirección de David Lean bajo la tutela de Noel Coward. 1947 fue un gran año para él. Protagonizó dos adaptaciones de policiacos de Graham Greene que le dieron oportunidad de desarrollar el tipo para el que sería utilizado habitualmente como actor: un individuo atormentado, apocado y siempre dispuesto a la traición. Los apuntes de sadismo dependían del argumento. The Man Within (1947) relata una historia de delación y lealtad entre criminales. Pero Brighton Rock es otra cosa. La cinta se basa en una novela de Greene que aquí se tituló “Brighton, parque de atracciones”, así que ya saben ustedes porque la proyectamos en nuestra carpa. 

El Infierno de Dante, túnel del terror 
Una cartela dictada seguramente por las trabas censoriales o por la prudencia del productor se encarga de advertirnos de que Brighton es ahora –o sea, en 1947- un tranquilo sitio de recreo a menos de una hora de Londres: un lugar para la diversión familiar. La historia que vamos a contemplar tuvo lugar en la época de entreguerras, cuando las pandillas de delincuentes se enseñoreaban de la ciudad, antes de que la policía limpiase de indeseables esta bella ciudad de Sussex.

Más vale así, porque no hace falta descender a las cloacas ni internarse en oscuros callejones nocturnos. En Brighton Rock el crimen convive con las actividades cotidianas, a pleno sol, en el pub donde los honorables ciudadanos se dedican a pimplar cerveza, en la calle donde realizan sus actividades cotidianas… Y en el parque de atracciones situado en el pier, uno de esos largos espigones que se adentran en el mar, que fueron orgullo de la arquitectura victoriana.

Hasta allí llegan Pinkie (Richard Attenborough) y sus secuaces en pos de Fred (Alan Wheatley), un antiguo compinche que los traicionó. Entre la gente Fred se siente protegido. Se sienta en una hamaca (cuesta 3 peniques) con una mujer llamada Ida (Hermione Baddeley), cantante en un espectáculo de pierrots. Mientras esté junto a ella los hombres de Pinkie no se atreverán a hacerle nada. Entran en el Palacio de la Diversión, un pabellón de atracciones en el que hay varias barracas. Si Fred estuviera un poco menos aterrorizado se lo habría pensado dos veces antes de entrar en el túnel del terror (literariamente bautizado como Dante’s Inferno). Nunca saldrá vivo de allí. Pinkie busca su coartada en el puesto de tiro al blanco. Cuando gana el premio rechaza el chocolate y el tabaco; prefiere la muñeca.

Rose (Carol Marsh), la camarera de un café, es la única que puede desmontar su coartada. Pero Ida, después de que la policía dé el caso por cerrado decide seguir investigando por su cuenta. Pinkie propone entonces matrimonio a Rose, para asegurarse de que no hablará. La sexualidad equívoca de Pinkie, que éste sublima con la violencia sicopática, y las creencias religiosas de Rose –impuestas casi siempre por Graham Greene a sus personajes- sirven a los hermanos Boulting para trenzar un argumento repleto de sadomasoquismo y necesidad de expiación. El hipódromo, los hoteles de playa y los pubs alternan con interiores de pensiones sórdidas y comisarías, fotografiadas con gusto y precisión por Harry Waxman. Los lugares de esparcimiento público favorecen una y otra vez encuentros casuales que culminan con amenazas veladas o estallidos de violencia. Pero es en el pier, a pleno sol, donde todo adquiere un aire más ominoso. La actuación de los pierrots no resulta menos tensa que el viaje por el Dante’s Inferno.

El clímax, también en el espigón, en una noche tormentosa. Una mujer con una pistola, los bobbies con sus capitas charoladas por la lluvia, la estructura del muelle dibujando motivos geométricos en los fondos y el rugido del mar, que llama a los atormentados a descansar en su seno. En la resolución, una monja y el disco que Pinkie grabó para Rose en una cabina de la galería atracciones. Otra vuelta de tuerca. 

Tres apostillas 
Uno. El noir a la americana tiene su marca de fábrica, como el polar francés. Hasta la aparición de Brighton Rock los británicos practicaban el whodonit al estilo de Agatha Christie y la película de procedimiento policial, cuyo mejor ejemplo será, un par de años después, por la producción de la Ealing The Blue Lamp (1949). Brighton Rock supone el punto de partida de un género perfectamente distinguible: la película criminal británica. 

Dos. Los Boulting continuaron su carrera a lo largo de los años cincuenta y encontraron un nuevo filón al final de la década con una serie de sátiras protagonizadas por Peter Sellers, Ian Carmichael y Terry-Thomas. Es la cara más amable del dúo y la más accesible. En Twisted Nerve (Nervios rotos, 1968) intentaron recuperar el clima de Brighton Rock a partir de un libreto de Leo Marks, el guionista de Peeping Tom (El fotógrafo del pánico, 1960). 

Tres. Hay un remake de la cinta en marcha también titulado Brighton Rock. Llegará a las pantallas el año que viene. Si la ven, échenle un ojo al Palacio de la Diversión. A lo mejor es la ocasión para que contemos con una edición en DVD del clásico del policial británico que lanzó al estrellato a Dickie Attenborough.

Brighton Rock (1947) 
Producción: Associated British Picture Corporation (GB) 
Director: John Boulting. 
Guión: Terence Rattigan y Graham Greene, basado en la novela homónima de éste. Intérpretes: Richard Attenborough (Pinkie Brown), Carol Marsh (Rose Brown), Hermione Baddeley (Ida Arnold), Harcourt Williams (Prewitt, el abogado de Pinkie), William Hartnell (Dallow), Wylie Watson (Spicer), Nigel Stock (Cubitt), Alan Wheatley (Fred Hale / Kolly Kibber), Victoria Winter (Judy), Reginald Purdell (Frank, el ciego), George Carney (Phil Corkery), Charles Goldner (Colleoni), Lina Barrie (Molly), Joan Sterndale-Bennett (Delia), Harry Ross (Bill Brewer). 
92 min. Blanco y negro.

13 de marzo de 2010

El carrusel de la vida


Merry-Go-Round (Los amores de un príncipe, 1923), Erich von Stroheim y Rupert Julian 

Erich von Stroheim 
Hablar de cualquier película de las dirigidas por Stroheim es hablar de su leyenda de su leyenda de “veneno para el estudio”. La etiqueta de perfeccionista maniático, tiránico, caprichoso y excéntrico le precedió desde Blind Husbands (1919), su primer crédito como realizador. A la Universal, el estudio que le tenía contratado, llegó un jovencísimo Irving Thalberg dispuesto a imponer su criterio y lo hizo sin pararse en barras. Lo primero fue prescindir de Stroheim como protagonista, algo que había hipotecado el bloqueo de sus anteriores producciones una vez superado el presupuesto. Lo segundo fue quitarle la película de las manos y encomendarla al servicial Rupert Julian. Por último, ordenar a dos escritores a sueldo que redactaran al dictado nuevas escenas en las que se limaran los excesos stroheimnianos. De los 110 minutos que se conservan de Merry-Go-Round sólo un diez por ciento sería plenamente atribuible a su responsabilidad: la presentación del conde y la conversación telefónica con su prometida, el intento y la escena de la orgía en la que una chica se baña en champán.

Por suerte, la exigencia verista de Stroheim y la maestría de Richard Day como diseñador de decorados nos permite asomarnos al parque de atracciones del Prater vienés en su época dorada. ¿Ya tienen su entrada? Vamos allá.


El carrusel de Basilio Calafati 
El conde Franz Maximilian von Hohenegg (Norman Kerry) lleva una vida disipada a pesar de su comrpomiso matrimonial con la condesa Gisella von Steinbruck (Dorothy Wallace). Al Prater acude acompañado por dos bellas damiselas y dos amigachos. En la marquesina de la entrada se anuncia el famoso carrusel del triestino Basilio Calafati, el primero en incorporar el vapor como fuerza motriz a un tiovivo allá por 1844. Estamos en 1913 y la atracción es regentada por el tiránico Schani Huber (George Siegmann). La bella Agnes Urban (Mary Philbin) toca allí el organillo. También su padre, Sylvester (Cesare Gravina), trabaja para Huber en el teatro de marionetas.


Aurora Rossreiter (Lillian Sylvester) es enemiga declarada de Huber. Ella se encarga de la barraca contigua en la que trabaja como charlatán el jorobado Bartholomew (George Hackathorne). Su cometido es anunciar la actuación del orangután Boniface, llegado a Viena desde las ignotas selvas africanas. Bartholomew, claro, está perdidamente enamorado de Agnes. Pero pronto va a encontrar un serio competidor en Franz Maximilian, que acaba de demostrar su puntería en el puesto de tiro al hacer blanco en cinco corazones.

El melodrama aparece en toda su crudeza con la enfermedad de la madre de Agnes. Agoniza sola mientras Huber obliga a su marido y a su hija a trabajar. Un diluvio salvador vacía el parque de atracciones permitiendo así a los Urban asistir al último aliento de la madre. Además de otros signos de sadismo, Huber está dispuesto a que Agnes sea suya a cualquier precio. Mientras Franz Maximilian se pierde en orgías sin cuento, Huber caza a su víctima por entre los caballitos del tiovivo. Cuando su padre intenta defenderla la policía le detiene. Es la ocasión de oro para Franz Maximilian, que haciéndose pasar por un modesto vendedor de corbatas, logra la libertad del titiritero y el amor de su hija.

Pero, ay, el matrimonio debe seguir adelante por mandato directo del emperador Francisco José (Anton Vaverka). “Y el carrusel de la vida –repite el intertítulo como una ltanía- sigue girando y girando”. Ahora el padre de Agnes trabaja como payaso para madame Rossreiter; se anuncia como Silvestro Urbani, el primer payaso de Italia. El rencoroso Huber hace caer una maceta sobre su cabeza y lo descalabra. -¡Pobre payaso! –se lamentan los niños, sin poder contener las lágrimas. -No lloréis, pequeños. Y el payaso triste hace por última vez su gracieta del meñique perdido para que los niños sonrían.

Esa noche Boniface, el orangután, escapa y hace justicia. El padre de Agnes se recupera lentamente en el hospital adonde acude Franz Maximilian como parte del cortejo del emperador. Padre e hija le rechazan. El conde parte a la guerra con el corazón destrozado. 

Rupert Julian 
La cosa se había puesto negra desde el principio para Stroheim. Carl Leamle, el mandamás de la Universal, se encontraba de viaje en Europa y era la única persona a la que el director podía recurrir. Ante el supervisor de producción del estudio se quejaba de que los uniformes no eran los adecuados, de que el césped no fuera suficientemente verde o de la ineptitud de algunos miembros del equipo impuestos por la Universal. Cuando se iban a empezar a rodar las escenas del Prater decidió no comenzar hasta que no estuviera allí el orangután. Le ofrecieron a Joe Martin pero exigió otro con menos mañas que se encargó al zoo de William Selig. Cuando el orangután llegó al plató, Stroheim ya había sido despedido por Thalberg.

La argumentación del estudio incidía más en la inaceptabilidad de algunas escenas por la censura –Stroheim había rodado a Norman Kerry desnudo entrando en el baño, emborrachado a sus actores para la escena de la fiesta y la condesa mantenía una relación masoquista con su mozo de cuadras- que en el despilfarro. Al día siguiente, Rupert Julian estaba en el plató. Llamó a Harvey Gates y, entre ambos, eliminaron las secuencias más comprometidas como la revuelta obrera el día de Jueves Santo o la decadencia de los Habsburgo y la caída del imperio austro-húngaro que formaban parte medular del proyecto. No nos pregunten cómo, pero el productor y los guionistas se las arreglaron para colocarle a semejante embrollo un final feliz… totalmente insatisfactorio, por supuesto.

Julian pasó a la posteridad como director con su siguiente película, The Phantom of the Opera (El fantasma de la Ópera, 1925) en la que repitieron los dos protagonistas de Merry-Go-Round, aunque ensombrecidos por la presencia de Lon Chaney. Luego rodó una versión producida por Cecil B. De Mille del melodrama de espionaje Three Faces East (1926), rehecha en 1930 con Stroheim en el papel de villano.

Con la llegada del sonido la estrella de Rupert Julian declinó, no sin antes dirigir The Leopard Lady (La mujer del leopardo, 1928), un policial protagonizado por una domadora que debe descubrir al autor de varios asesinatos que siempre tienen lugar en donde para el circo en el que trabaja. 


Merry-Go-Round (Los amores de un príncipe, 1923) 
Producción: Universal Pictures (EEUU) 
Director: Erich von Stroheim y Rupert Julian. 
Argumento y Guión: Erich von Stroheim. 
Revisión: Finis Fox y Harvey Gates. 
Intérpretes: Norman Kerry (el conde Franz Maximilian von Hohenegg), Mary Philbin (Agnes Urban), Cesare Gravina (Sylvester Urban, su padre), Dale Fuller (Marianka Huber), Maude George (Madame Elvira), George Hackathorne (Bartholomew Gruber), George Siegmann (Schani Huber), Lillian Sylvester (Aurora Rossreiter), Anton Vaverka (el emperador Francisco José), Dorothy Wallace (la condesa Gisella von Steinbruck), Spottiswoode Atkin (el ministro de la Guerra), Edith Yorke (Ursula Urban). 
110 min. Blanco y negro + tintados.

11 de marzo de 2010

Adiós a Coney Island


Annie Hall (Annie Hall, 1977), Woody Allen 

Una de las atracciones emblemáticas de Coney Island era la montaña rusa “Thunderbolt”, diseñada por John Miller en 1925. Dicen los que saben de esto que fue la primera en tener una estructura de acero. No me pregunten por sus características técnicas porque uno es de los que se marea en el ascensor, pero si la traemos a colación es porque Woody Allen la inmortalizó en Annie Hall (1977). En una de las escenas finales de la cinta Alvy Singer (Woody Allen) invita a la sofisticada Annie (Diane Keaton) a conocer su barrio, Brooklyn. Conviven entonces los dos tiempos, presente y pasado.

El carácter neurótico de Alvy queda perfectamente explicado cuando descubrimos la casa en la que se crió encajada en la estructura que soporta la “Thunderbolt”, lo que provocaba durante su infancia un seísmo cada cinco minutos. El padre de Alvy (Mordecai Lawner) trabajaba en los autos de choque y es fácil ver una gran noria a través de las ventanas de la casa.

En el presente, Alvy, Annie y Rob (Tony Roberts) se detienen bajo la gran estructura que se asemeja a un gigantesco esqueleto de ballena varada, un animal prehistórico extinguido hace largo tiempo. En una decisión no exenta de polémica, el alcalde de Nueva York ordenó la demolición de la “Thunderbolt” en 2000. Todo un adiós simbólico a Coney Island. Les dejamos con este reportaje añejo de Castle Films que les servirá como lenitivo. En él pueden contemplar las barracas de fenómenos y el genuino “Tiger Rag”. ¡No se lo pierdan!

 

Annie Hall (Annie Hall, 1977) 
Producción: Rollins-Joffe Productions (EEUU) 
Dirección: Woody Allen. 
Guión: Woody Allen y Marshall Brickman. 
Intérpretes: Woody Allen (Alvy Singer), Diane Keaton (Annie Hall), Tony Roberts (Rob), Carol Kane (Allison), Paul Simon (Tony Lacey), Shelley Duvall (Pam), Janet Margolin (Robin), Mordecai Lawner (el padre de Alvy), Joan Neuman (la madre de Alvy), Jonathan Munk (Alvy a los 9 años), Ruth Volner (la tía de Alvy), Christopher Walken (Duane Hall), Colleen Dewhurst (la madre de Annie), Donald Symington (el padre de Annie), Helen Ludlam (la abuela de Annie). 
93 min. Color.

8 de marzo de 2010

La edad de oro de Coney Island

It (Ello, 1927), Clarence G. Badger 
Speedy (Relámpago, 1928), Ted Wilde 
The Crowd (Y el mundo marcha, 1928), King Vidor 
Coney Island (El parque de atracciones, 1928), Ralph Ince 
Lonesome (Soledad, 1928), Paul Fejos 

El bienio 1927-28 es la edad de oro de Coney Island en el cinematógrafo. Hasta cinco películas de renombre utilizan sus escenarios como localización principal. 

Con Clara Bow

It (Ello, 1927) es la película que dio el espaldarazo definitivo a Clara Bow como la “flapper” cinematográfica, la muchcacha de los alocados años veinte, la chica que tenía “it”, “eso”. O “ello”, como tradujeron por acá.

Sin demasiados alardes –ni siquiera un plano general de situación- It utiliza el parque de atracciones como metáfora de los “roaring twenties”, un mundo tambaleante y en constante movimiento, donde la empleada de unos grandes almacenes –otro templo del consumo-, Betty Lou (Clara Bow), es presa del vértigo de la modernidad.

Beety Lou va a Coney Island con su jefe. Es la nueva Cenicienta en un mundo en el que el mejor antídoto contra la lucha de clases es el “sueño americano”. Una vez más, la metáfora es diáfana: la clásica atracción de la rueda loca nos es presentada con un cartel en primer término: “Social Mixer”.

Eso sí, el director, Clarence G. Badger, aprovecha el tobogán y el tubo de la risa para dejar bien claro que el “it”, que nadie parecía saber en qué consistía, lo tenía la señorita Bow a la altura de las ligas. 

Con Harold Lloyd y Jane Dillon

El esquema se repite, aunque con intención abiertamente cómica, en Speedy (Relámpago, 1928). Esta vez es de día así que podemos ver otra faceta del parque: el avión, la noria, los coches de choque… Atracciones corrientes.

Como Betty Lou, Speedy (Harold Lloyd) aspira a algo más. Se ha comprado un traje nuevo, pero las circunstancias –una hamburguesa, un perro, un ciclista que pasa sobre un charco…- parecen empeñadas en que vuelva a casa con él hecho una piltrafa. Huyendo de las manchas se apoya contra una valla recién pintada. Speedy se ve reflejado en el espejo deformante y esto le causa enorme regocijo. Los transeúntes, en cambio, se ríen de su traje malbaratado. La situación se prolonga en lo que los teóricos del slapstick llaman un slow burning hasta que Speedy cae en la cuenta del desastre.

Un cangrejo, que se cuela de polizón en su bolsillo, es la causa de la siguiente serie de gags, más torpes, todo hay que decirlo. El último suceso de la serie obliga a Speedy y a su novia (Jane Dillon) a tomar entradas para la rueda loca, donde se oferta un premio a quien aguante más de tres minutos en la misma, Incluso ellos salen despedidos de allí por culpa una vez más del agresivo crustáceo.

La diversión vertiginosa del tubo de la risa y los toboganes queda subrayada por la utilización de una espiral que sirve de transición a las diferentes viñetas. Todavía queda la visita al pim-pam-pum, las golosinas y helados por toda dieta, y un accidente con un perro junto a una tómbola, que se salda con un estropicio. Speedy tiene que pagar hasta el último centavo para satisfacer las demandas del dueño de la tómbola.

Con James Murray y Eleanor Boardman

En The Crowd (Y el mundo marcha, 1928) John (James Murray) conoce a Mary (Eleanor Boardman) cuando un compañero de trabajo le propone dejar de lado por un rato sus obligaciones e ir a divertirse a Coney Island. Con ellos participamos una vez más de la diversión programada y multitudinaria de los toboganes, el tiovivo, el túnel de la risa y la rueda loca. La escena culmina en el “Túnel del Amor”, donde las parejas aprovechan para hacerse arrumacos. En una tarde el enamoramiento ha cumplido su ciclo completo gracias a las atracciones del Luna Park.

En el metro, de vuelta a la ciudad, John decide proponerle a Mary matrimonio. ¿La causa inmediata? Un anuncio que propone “usted ponga la chica, que nosotros le ponemos la casa”. Signo de los tiempos que retrata The Crowd, la publicidad manda. Camino del parque de atracciones John se ha reído del hombre-anuncio malabarista. En el nadir de su vida, él se ve obligado a aceptar este puesto. El ascenso social se ha trocado en descenso, como si de una montaña rusa se tratara. El sueño americano, del que Hollywood siempre fue el mejor escaparate, se ha convertido en una pesadilla.

Con Eugene Strong y Lois Wilson 
Con mucho la película más oscura de esta quinta es la titulada precisamente Coney Island que se estrenó en España con el título de El parque de atracciones. Estaba basada en una tragedia real ocurrida en la zona de recreo cuando después de un calurosísimo día de agosto estalló una fenomenal tormenta. La desbandada de la multitud en busca de refugio provocó graves accidentes que se reinterpretaron dramáticamente en el clímax de esta cinta dirigida por el hermano del famoso productor y director Thomas H. Ince.
El argumento relata la lucha del propietario de una montaña rusa (Eugene Strong) contra el crimen organizado, que pretende chantajearle. Cuenta para ello con la ayuda de su novia (Lois Wilson) y el padre de ésta, un antiguo payaso llamado Jingles Wellman (Gus Leonard).
Pueden ustedes encontrar completçisima información sobre esta película perdida aquí: http://vitaphone.blogspot.com/2007/10/sweeping-clouds-away.html

Con Barbara Kent y Glenn Tryon 
Lonesome (Soledad, 1928) es el culmen de Coney Island, la utilización del parque de atracciones como un decorado cien por cien dramático. Jim (Glenn Tryon) y Mary (Barbara Kent), son dos jóvenes atrapados por la máquina productiva, dos ruedecillas de la cadena de montaje que es el sistema económico. Ella trabaja como telefonista, él como operario en una prensa. Cuando termina la jornada laboral se encuentran solos. Jim y Mary escuchan a la banda anunciar Coney Island y deciden ir allí al unísono, como miles de neoyorquinos. Al trabajo en serie le sigue la diversión en serie.
Encuentro casual, día de playa y noche de diversión en el Luna Park. Formado en la escuela europea, el director Paul Fejos utiliza todos los recursos de montaje habituales en las producciones de la última etapa muda para mostrar el aturdimiento provocado por las atracciones. Es la primera vez que uno siente verdaderamente el vértigo de la montaña rusa. Aquí tiene lugar el clímax de la película, cuando un accidente hace que la multitud separe a los dos náufragos. ¿Cómo volverán a encontrarse entre los cientos de miles de visitantes que Coney Island recibe a diario?

Adiós a Coney Island 
Lonesome se estrenó en versión parcialmente sonorizada, con tres escenas dialogadas que nadie se atreve a atribuir a Fejos y con algunos segmentos en color. Su condición de híbrido ha impedido una más profusa distribución aunque nos parece que hay una copia restaurada circulando por el circuito cinematográfico norteamericano. Speedy ha sido recientemente remasterizada y editada en DVD; al menos la edición americana es óptima. Todo lo contrario que The Crowd, que ha tenido recientemente edición en DVD en España cuya compra sólo podemos desaconsejarles debido a su pobrísima calidad. 

It (Ello, 1928) 
Producción: Famous Players-Lasky (EEUU) 
Director: Clarence G. Badger. 
Intérpretes: Clara Bow (Betty Lou Spence), Antonio Moreno (Cyrus Waltham Jr.), William Austin (Monty Montgomery), Priscilla Bonner (Molly), Jacqueline Gadsden (Adela Van Norman), Julia Swayne Gordon (Mrs. Van Norman), Elinor Glyn. 
72 min. Blanco y negro. 

The Crowd (Y el mundo marcha, 1928) 
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer (EEUU) 
Director: King Vidor. 
Intérpretes: Eleanor Boardman (Mary), James Murray (Johnny Sims), Bert Roach (Bert), Estelle Clark (Jane), Daniel G. Tomlinson (Jim), Dell Henderson (Dick), Lucy Beaumont (la madre de Mary), Freddie Burke Frederick (Junior). 
104 min. Blanco y negro. 

Speedy (Relámpago, 1928) 
Producción: The Harold Lloyd Corporation (EEUU) 
Director: Ted Wilde. 
Intérpretes: Harold Lloyd (Harold "Speedy" Swift), Ann Christy (Jane Dillon), Bert Woodruff (Pop Dillon), Bryon Douglas (W.S. Wilton), Brooks Benedict (Steve Carter), Babe Ruth. 
86 min. Blanco y negro. 

Coney Island (El parque de atracciones, 1928) 
Producción: FBO (EEUU) 
Director: Ralph Ince. 
Intérpretes: Lois Wilson (Joan Wellman), Lucilla Mendez (Joy Carroll), Eugene Strong (Tammany Burke), Rudolph Cameron (Bob Wainwright), Gus Leonard (Jingles Wellman). 

Lonesome (Soledad, 1928) 
Producción: Universal Pictures (EEUU) 
Director: Paul Fejos. 
Intérpretes: Barbara Kent (Mary), Glenn Tryon (Jim), Andy Devine (el amigo de Jim), Fay Holderness, Gusztáv Pártos, Eddie Phillips. 
69 min. Blanco y negro.