Fragmento del relato “Una mujer extraordinaria”, del humorista y guionista José Santugini [http://www.circomelies.com/2011/07/las-marionetas-de-talio-y-dos.html], extraído de la antología De Buen Humor, que acaba de editar con gusto y mimo Pepitas de Calabaza.
Vestía una túnica de
seda ampliamente descotada, y tocaba sus cabellos con una corona de flores
artificiales. En el pecho, al lado izquierdo, lucía varias condecoraciones, que
me hicieron pensar en remotos y desconocidos países o en una imaginación fácil
a los símbolos numismáticos.
Miss Kay tenía la piel
pálida, los ojos azules, el cabello rubio, roto en bucles, que caían sobre sus
hombros, y el cuerpo armonioso.
—Es usted la primera
persona que viene hoy a verme —confesó con ingenuidad cautivadora—. El negocio
está mal. Antes, hace algunos años, atraído por la voz de mi padre, el público
se amontonaba curioso delante de mí. Hoy, por el contrario...
—El público es injusto —hube
de reconocer.
Y luego, tras de una
inclinación:
—En cambio, si usted me
lo permite, yo volveré muchas noches.
—¡Encantada! ¡Si
supiera usted cuánto me aburre la soledad! Envidio con frecuencia a dos
hermanas siamesas que durante algún tiempo pertenecieron a la troupe que tenia
formada mi padre. Al menos ellas, siempre al lado la una de la otra, no sufrían
este martirio de aislamiento y silencio al que yo estoy condenada. Reconozco que
mi mayor defecto es el hablar demasiado, pero no he logrado corregirme aún de él,
y no creo que me corregiré ya. Aquí, donde usted me tiene, acabo de cumplir veintiocho
años. Soy casi una vieja.
—¡Por Dios, miss Kay!
—No me llame Kay, se lo
ruego. Mi verdadero nombre es Adelina. El denominarme Kay fue idea de mi padre,
que encontraba poco sugestivo el otro.
—Como usted quiera.
—Sí; porque, además,
espero que seremos buenos amigos. Me es usted muy simpático. No me pregunte por
qué; no sabría responderle. Quizá porque no se ha reído al entrar, como hacen
casi todos, o porque no me ha rogado que le permita darme un pequeño tirón de
la barba, como hacen todos.
—No es necesario,
Adelina. Desde el primer momento advertí que es auténtica.
—Lo es, sí.
—Y muy bonita.
—¡Oh, tanto como eso...!
—Rubia, rizada,
sedosa... Adelina, posee usted una barba digna de una imagen de retablo. Hace
juego con sus cabellos y es como si el rostro estuviese nimbado por una luz de
oro.
—Es demasiado, señor —murmuró
al tiempo que bajaba la vista.
—Llámeme Pepe.
—Gracias.
Y los ojos se alzaron
de nuevo hasta mí.
—Es usted una mujer
extraordinaria.
—Eso asegura mi padre. ¿No
le ha oído? El pobre está orgulloso de ser el autor de miss Kay. Dice que si no
se afeitara seríamos tan iguales que nos confundirían. Pero no vaya usted a
creer que siempre sintió esta admiración por su hija. Al contrarío. Mi nacimiento
fue recibido con protestas, tanto de él como de mi madre, pues deseaban un
varón, y durante mi infancia jamás escuché de labios de ellos el menor elogio. A
los quince años una tenue pelusilla dio a mi rostro el aspecto de un melocotón
maduro. Aquello, según mis progenitores, me afeaba enormemente. La pelusilla
fue fortaleciéndose con rapidez. Pronto no hubo lugar a dudas. Entonces, contra
lo que hubiera supuesto cualquiera, mi padre cambió de criterio. “Yo soñé
siempre con que mi hijo fuese un hombre admirable —decía—. ¡Pero no importa! ¡Será
mi hija la que asombre al mundo! ¡Mi hija es una mujer barbuda! ¡Mi hija es una
mujer barbuda!”. Aquel alborozo, para mí, que me había observado atentamente
ante el espejo, resultaba incomprensible. Si antes yo era fea, entonces era
horrible. Pero mi padre no debía creerlo así. Pasaba el día mirándome con
ternura y todos los sábados, por la noche, de sobremesa, comprobaba el
crecimiento de mi barba con un centímetro. A los veinte años la barba me
llegaba al pecho. Se decidió entonces a montar un espectáculo del que yo seria
la principal atracción. Contrató a un enano, a un gigante y a las hermanas
siamesas de que antes le hable, y bajo el título de “Los cuatro fenómenos
humanos más asombrosos del universo” comenzamos, de feria en feria, a recorrer
el mundo. Al principio todo fue bien. Luego, ignoro si una mala administración
en el negocio o un creciente desinterés en el público, fueron disminuyendo los
ingresos. Tuvo que disolver la compañía. Quedé sola con mi padre. La
peregrinación se hizo más penosa...
—¿Y esas condecoraciones…?
—interrumpí para evitar que se atormentase con los recuerdos tristes.
—Fueron compradas a un
domador de tigres retirado. Creo que son falsas todas ellas.
—No importa, Adelina;
usted merece esas, si fueran auténticas, y muchas más. Yo estoy seguro de que
el triunfo llegará a usted algún día.
—No me interesa el
triunfo. Aparte de que hoy una mujer barbuda no puede despertar curiosidad. No
hay contraste. Existen tantas mujeres que parecen hombres, que el que una de
ellas tenga barba carece de importancia.
—Insisto en que la
considero una mujer extraordinaria.
—¿Y no le hago gracia?
—¡Oh, no!
Sus ojos, que me
miraban fijamente, se vidriaron. De improviso, dos lágrimas se desprendieron de
ellos y fueron, luego de resbalar por las sonrosadas mejillas, a perderse en la
barba sedosa.
—¡Adelina!
—¡Pepe!
Me aproximé a ella.
Llevado de un impulso irreprimible besé el trozo de barba humedecido por las
lágrimas.
—¡Te quiero, Adelina!
Nos casaremos, seremos felices.
Subían y bajaban las
falsas condecoraciones a impulso de la respiración agitada.
—Nos casaremos,
Adelina. Únicamente, para evitar el asombro de los extraños, haremos lo
siguiente: tú te vestirás de hombre, y yo, en vez de llamarte Adelina, te
llamaré don Federico.
De buen humor
Logroño, Pepitas de Calabaza, 2012.
www.pepitas.net
ISBN: 978-84-940296-1-5
2 comentarios:
Curioso relato entre el drama y la comedia.
Es sólo un fragmento, don angeluco. Pero es el corazón de esta historia de amor entre un joven aquejado del spleen vanguardista y una hermosa mujer con toda la barba.
El libro, mal que nos esté decirlo, merece mucho la pena y don José Santugini, amén de estos relatos humorísticos, es el guionista de películas tan queridas en la carpa como "Mi tío Jacinto", "La torre de los siete jorobados", "Carne de horca" o "Viaje sin destino".
Gracias por su visita y su comentario.
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