Aria di
paese (1933), Eugenio de Liguoro
Erminio Macario se convierte en Macario
Comentamos de pasada Aria di paese cuando les presentamos a Macario y su caracolillo.
Volvemos ahora sobre ella para contarles un poco más en detalle algunas
contradicciones que se producían en aquello que se ha dado en llamar “cinema di
regime”, o sea, el cine hecho durante las dos décadas en que Mussolini asumió
el poder en Italia.
Los historiadores y algunos interesados suelen
aplicar la etiqueta con criterios restrictivos y adjudicándola exclusivamente a
algunas cintas propagandísticas de directores como Augusto Genina, Alessandro
Blassetti o al comandante Francesco de Robertis. Hasta hace poco la
catalogación del cine de este periodo se reducía al cine de propaganda o al
escapismo del género llamado de teléfonos blancos. El creciente interés por el
cine italiano de los años treinta y principios de los cuarenta ha desvelado
infinidad de estrategias en las que confluían un temprano afán de realismo como
el de Raffaello Matarazzo en Treno
popolare (1933), comedias de ascenso social como las propuestas por Mario Camerini,
las adaptaciones del teatro dialectal como las de los hermanos De Filippo, los
delirios perifantásticos de La corona di
ferro (La corona de hierro,
1939), la bonhomía populista en las propuestas de Aldo Frabrizi, el miserabilismo
prodigioso a la Zavattini o los espectáculos teatrales llevados a la pantalla
por Mario Mattòli.
La figura de Macario no eclosiona hasta finales
de la década de los treinta, cuando el propio Mattòli intente (des)encauzar su
humor surreal contratando a ocho o diez guionistas que, bajo la tutela de Metz
y Marchessi, se dediquen a llevar a la pantalla los disparates que escribían en
las revistas de humor “Marc’Aurelio” y “Bertoldo”. Surgen entonces en rápida
sucesión Imputato alzatevi! (1939)
[], Lo vedi come sei? (1939), Non me lo dire! (1940) e Il pirata sono io! / El pirata soy yo
(1940). Son películas de una comicidad excéntrica cuyo núcleo es el personaje
de Macario, lunar, cartoonesco, vaciado de cualquier atisbo de humanidad,
marxiano.
Con características profundamente autóctonas,
turinés hasta la médula, Macario no reniega de una inocencia consustancial
aprendida en Harry Langdon ni del recurso a aquella lagrimita que hizo a
Chaplin el payaso más famoso del mundo. Volverá a ella en 1941 con Il vagabondo (1941), dirigida ya por
Carlo Borghessio y no por Mattòli.
El aire
del campo
Por eso resulta extraña la abjuración que
durante el resto de su vida hizo de su película de exordio con el argumento de
que aún no había encontrado su persona cinematográfica y resultaba demasiado deudor
de Chaplin. En Aria di paese el
bombín, los zapatones y el vagabundeo son esencialmente chaplinescos. Macario,
en complicidad con Eugenio de Liguoro, urde una película episódica en el que corre
toda clase de aventuras playeras y campestres para, como un búmeran, regresar a
la cama del albergue de menesterosos en la que inició su recorrido.
En el camino, una historia de amor sencilla
como una margarita. El vagabundo Mac (Macario) se enamora de la inocente Maria
(Laura Adani), pretendida a su vez por el ingeniero Antonio (Ernesto Marroni).
Como Antonio lleva un bigotillo de pincel, el pelo engominado y el traje
blanco, enseguida adivinamos que es el villano. A nosotros nos cae tan
antipático como a Mac. Por eso, todas sus maniobras para conseguir bailar con Maria
o llevarla a dar un paseo en barca nos resultan agradables a pesar de cierta
banalidad y notable torpeza en la resolución formal del gag.
Uno de estos episodios presenta a Mac como
vendedor callejero, intentando dar salida a un cargamento del chocolate y el
jabón que representa. Para atraer a la clientela ejecuta varios números de
magia que nos permiten comprobar que Macario si no era buen prestidigitador era
en cambio un gran mimo. Recurre para sus trucos a lo que tiene a mano en el
mercado: un huevo que hace desaparecer, un cliente al que cubre la cabeza con
un periódico y clava un cuchillo repetidamente para mostrar luego un repollo o
un conejo al que hace desvanecerse en una caja mágica para desconcierto de su
rival amoroso.
Mac seduce a Maria mimando una romanza que canta un tenor en el
gramófono. Cuando ella, tras un romántico paseo en barca, le pide que repita
aquella canción, Mac se hace un lío con la letra y produce una especie de
galimatías duchampesco:
Mi corazón está
dividido
Como el de Josephine
[Baker]
Entre la polenta y
los pajarillos.
Las contradicciones que comentábamos al principio se presentan a
renglón seguido. Un grupo de trabajadores marcha hacia el campo cantando una
canción que si no es un himno fascista se le parece como una gota de agua a
otra:
De los campos llega una
llamada a nuestra juventud
Vamos alegres al
trabajo con la fe en el corazón
El rocío baña el
cuerpo, la fatiga nos exalta,
Bajo el sol se
renueva la tierra con su calor.
Laura le pide que se implique en la construcción
de la nueva Italia. Cuando el cansancio rinde a Mac, éste se sueña como un
caballero medieval que derrota en limpia lid a su oponente… sólo para
encontrarse, al despertar, que Laura se marcha en tren. El aire del campo, ese
que el título pregonaba y la canción de los labradores exaltaba como símbolo
del Nuevo Estado, no ha sido más que la ocasión para un sueño irrealizable.
Aria di paese (1933)
Producción: Cines (IT)
Director: Eugenio de Liguoro.
Guión: Eugenio de Liguoro,
Erminio Macario.
Intérpretes: Erminio Macario (Mac),
Laura Adani (Maria), Evangelina Vitaliani (la tía de Maria), Ernesto Marroni (Antonio),
Giulio Gemmò, Umberto Sacripante, Mario Siletti, Liselotte Smith .
60 min. Blanco y negro.
2 comentarios:
Hay que ir con mucho cuidado cuando se etiquetan las películas rodadas bajo regímenes dictatoriales porque muchas veces se puede caer en el error de malinterpretar contenidos y objetivos. Mucho cine español filmado bajo el Franquismo ha sido encasillado cuando, en realidad, es más próximo al realismo social que a la propaganda. Con el italiano ocurre lo mismo.
Por cierto, señores Feliú y Javier Jiménez, si me pasan ustedes su correo electrónico, les haré llegar un vídeo y un texto por si les interesa.
Cierto, don Enric. En toda taxonomía anida el germen de la generalización y, por ende, del reduccionismo. Ni todo el "cinema di regime" fue cine fascista ni todo el cine español de los años cuarenta fue "cine de cruzada". Como tampoco el de los cincuenta fue invariablemente "cine de la disidencia". Lo que ocurre es que la realidad, tozuda como ella sola, se empeña en colarse por los resquicios de cualquier tipo de espectáculo, aunque no sea la propaganda o la disidencia su objetivo explícito. De ahí que las proyecciones de nuestra carpa estén siempre exentas de nostalgia y nos permitan vernos como somos a partir de lo que fuimos.
En cualquier caso, la entrada busca el mejor conocimiento de la obra del turinés Erminio Macario, cuya comicidad explosiva encontraría su mejor expresión en las cintas en las que fue dirigido por Mattòli en el cambio de década.
Puede hacernos usted llegar sus sugerencias al correo electrónico de ésta que es su casa: javierjim@carampa.com. Se lo agradecemos por anticipado. (Y si trata sobre el Paralelo, miel sobre hojuelas, porque hace tiempo que tenemos pensado realizar una nueva visita al Molino).
Para lo que guste mandar, Profesor Javier y Sr. Feliú
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