Le Roi des Champs-Elysees (El rey de los Campos Elíseos, 1934), Max Nosseck y Robert Siodmak
Madame Garnier (la tremenda Madeleine Guitty) lleva veinticinco años metida bajo la concha del apuntador del Theatre du Parc parisino. Como compensación, el director (Paul Clerget) le ofrece un papel para el inútil de su hijo Buster en la comedia policiaca “Le Roi des Champs-Elysees”. Claro que el papel le va a Buster pintiparado. Es un preso evadido que en el primer acto debe gritar: “¡Al fin libre!”. Las indicaciones de la separata para el segundo y tercer acto se resumen en un escueto “corre”. Casi una premonición del papel de Keaton en A Funny Thing Happened on the Way to the Forum (Golfus de Roma, 1966), su última película.
Para 1934 Keaton ya llevaba varios años embarcado en esto del cine sonoro. De hecho, la Metro-Goldwyn-Mayer, que lo mantenía bajo contrato, lo había utilizado en una serie de comedias en versiones multilingües. Keaton había tenido que hablar ya en alemán, francés y castellano, además de en inglés. En castellano intervino en Estrellados (1930), versión hispana de Free and Easy (1930), y De frente, marchen (1931), de Doughboys (1930), en la que compartía protagonismo con la donostiarra Conchita Montenegro. En ambas su personaje castellanizado recibía el nombre de Canuto.
En francés había rodado, en Hollywood, Buster se marie (1931) y Le plombier amoureux (1932) antes de aceptar la propuesta de viajar a Europa contratado por la Nero Films en la que su voz se dobla. Seymour Nebenzal, el titular de Nero Films, había tenido que escapar de Alemania tras la llegada al poder de Hitler y acogió en Francia a buen número de expatriados entre los que se encontraban Fritz Lang, Max Ophuls y Robert Siodmak .
Por lo demás, Le Roi des Champs-Elysees es una comedia de equívocos. Estos comeinzan cuando Buster aparece vestido de millonario por los Campos Elíseos reglando billetes de mil francos a diestro y siniestro. Pronto nos enteraremos que es el chico de los recados de una compañía automovilística y que los billetes son una especie de Plan Renove promovido por la industria para intentar capear la crisis económica. Así que por este lado el paralelismo con nuestra situación no puede ser más evidente.
A renglón seguido, Buster confunde el dinero de pega con cinco millones auténticos que reposan en la mesa del director. Y allá que se va, lanzándolos alegremente al aire, en la terraza de los cafés, a la gente que se encuentra por la calle. Tiene este tramo un inconfundible aire a lo René Clair. También nos ha venido a la memoria Darò un millione que les recomendamos hace algún tiempo. En un momento cómico reseñable, Buster lanza sus billetes sobre unos novios a punto de contraer matrimonio. Ella es particularmente fea. El prometido llena su sombrero de copa de billetes y sale corriendo: “¡Me he salvado! ¡Me he salvado!”.
En todas estas situaciones, Keaton aprovecha para incluir gags físicos. A veces se vale del atrezzo –el bastón de millonario, p.e.- y otras, simplemente, de su manera inimitable de ejecutar una acción sencilla, como abrir una puerta o sentarse. Todavía hay rutinas cómicas claramente slapstick –la evasión de la cárcel de pega, con escalera de mano incluida- y momentos de humor lírico, en los que los objetos cambian de función -los preparativos del suicidio-.
En cambio, en su relación con Germaine (Paulette Dubost), una camarera que no tiene para pagar en piso, todo tiene un aire de ternura chapliniana, ajeno a la relación habitual de Keaton con sus compañeras femeninas de la época muda.
Pero volvamos a los equívocos. Jim le Balafré (Keaton de nuevo), decano norteamericano de los delincuentes parisinos, escapa de la cárcel real en paralelo con la catastrófica evasión de Buster del presidio montado en el escenario. Los compinches de Jim se llevan a Buster a su guarida para que abra la caja fuerte con el botín del último golpe. Mientras tanto, el regidor del Theatre du Parc mete al rey de los gángsters parisinos en el coliseo. La obra, un policiaco ridículo, está siendo un verdadero fracaso.
Pero volvamos a los equívocos. Jim le Balafré (Keaton de nuevo), decano norteamericano de los delincuentes parisinos, escapa de la cárcel real en paralelo con la catastrófica evasión de Buster del presidio montado en el escenario. Los compinches de Jim se llevan a Buster a su guarida para que abra la caja fuerte con el botín del último golpe. Mientras tanto, el regidor del Theatre du Parc mete al rey de los gángsters parisinos en el coliseo. La obra, un policiaco ridículo, está siendo un verdadero fracaso.
El germano-polaco Max Nosseck firma la dirección pero en las fichas figura Robert Siodmak como supervisor. Jean Delannoy, que actuó como montador, asegura que mientras el primero rodaba de día, el otro se hacía cargo del rodaje nocturno para recuperar el tiempo perdido tras el despido de Robert Wyler (primo de William lo mismo). El biógrafo de Siodmak afirma que las escenas más reneclairinas –el coro de los empresarios arruinados, el de los gángsters que dan la bienvenida a su jefe cantando y el reparto de billetes- son obra suya. Algunos planos de la persecución policial proceden de otra producción de Nebenzal, Das testament des Dr. Mabuse (El testamento del doctor Mabuse, 1939), de Fritz Lang.
Las secuencias en las que los dos Keaton se encuentran en la guarida de los gángsters, llena de trampillas y puertas ocultas, están perfectamente resueltas. La persecución se prolonga hasta el teatro. Los espectadores, que habían quedado sumidos en el sopor, se despiertan con la batahola de tiros. La orquesta intenta seguir el ritmo frenético de la acción y la obra “Le Roi des Champs-Elysees” es un éxito absoluto.
En cambio, Le Roi des Champs-Elysees, la película homónima, deja hoy un regusto extraño, acaso, por esta multiplicidad de registros. En España se estrenó durante las Navidades de 1934 con una insistente campaña de prensa de la distribuidora U-Films. Las gacetillas insistían en lo inesperado de ver a “Pamplinas” como cabecilla de unos gángsters y subrayaban el hecho de que sonriera en el plano final, al besar a Paulett Dubost. En se proyectó, sin demasiado eco, con el título de “The Champ of Champs Elysees”.
De vuelta Estados Unidos, previo paso por Gran Bretaña donde rodó la ignota The Invader (1935), Keaton se embarcó en una serie de comedias de dos rollos para la modestísima Educational Films Corporation of America de Al Christie. Ya los proyectaremos en alguna matiné en la carpa. De momento les dejamos con Le Roi des Champs-Elysees que pueden ver aquí.
Epílogo Pitouto
Una simple mención al español Pedro Elviro “Pitouto” cuya carrera como actor de reparto, después de haber intervenido activamente en el cine español durante los años veinte, continuó en Francia en los treinta. En Le Roi des Champs-Elysees interpreta al gángster bajito y metepatas. Al finalizar la Guerra Civil “Pitouto” se exilia en México donde es frecuente verle secundando a “Tin Tan” o a “Cantinflas”.
Le Roi des Champs-Elysees (El rey de los Campos Elíseos, 1934)
Producción: Nero Film (FR)
Director: Max Nosseck. Supervisor: Robert Siodmak.
Guión: Arnold Lipp. Diálogos: Yves Mirande.
Intérpretes: Buster Keaton (Buster Garnier / Jim Le Balafré), Paulette Dubost (Germaine), Madeleine Guitty (Madame Garnier), Lucien Callamand (el director de la empresa de automóviles), Paul Clerget (el director del Theatre du Parc), Gaston Dupray (el regidor), Colette Darfeuil (Simone), Jacques Dumesnil (un gángster), Pierre Piérade (un gángster), Raymond Blot (un gángster), Pedro Elviro “Pitouto” (el gángster bajito), Jim Gérald.
70 min. Blanco y negro.
Producción: Nero Film (FR)
Director: Max Nosseck. Supervisor: Robert Siodmak.
Guión: Arnold Lipp. Diálogos: Yves Mirande.
Intérpretes: Buster Keaton (Buster Garnier / Jim Le Balafré), Paulette Dubost (Germaine), Madeleine Guitty (Madame Garnier), Lucien Callamand (el director de la empresa de automóviles), Paul Clerget (el director del Theatre du Parc), Gaston Dupray (el regidor), Colette Darfeuil (Simone), Jacques Dumesnil (un gángster), Pierre Piérade (un gángster), Raymond Blot (un gángster), Pedro Elviro “Pitouto” (el gángster bajito), Jim Gérald.
70 min. Blanco y negro.
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